HACIA EL MAR EGEO. MEMORIAS DE UN HELENISTA DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL – Geoffrey S. Kirk
«Me encantaba la idea de la antigua Grecia y sentía un deseo romántico de participar en la liberación de su sucesor moderno: todo muy al estilo Byron, aunque en una versión más adecuada a la clase media».
El nombre de Kirk siempre ha estado asociado al mito. En mis años universitarios, uno de los pocos libros que compré (tiré bastante de fotocopias y de biblioteca) fue el conocido como “Kirk & Raven”. Era un libro absolutamente mítico, por su grosor, porque estaba en boca de todos, porque lo usábamos muy a menudo y no solo en la asignatura de Filosofía Antigua, y porque el aprecio que se le tenía era mucho. Escuchar “Kirk & Raven” (“Iglesia & Cuervo”) tal vez evocaba al profano misterios religiosos, o tumbas, cruces y pájaros de mal agüero, qué se yo. Nada más lejos: el título del libro era Los filósofos presocráticos. Historia crítica con selección de textos, y sus autores se llamaban Geoffrey Stephen Kirk y John Earle Raven.
Kirk (y Raven, pero sobre todo Kirk) era para los estudiantes de la Facultad de Filosofía un nombre mítico. Y para un servidor lo fue todavía más cuando descubrí que el hombre, inglés, helenista y de Cambridge, era autor de un libro titulado precisamente El mito. Y de otro llamado La naturaleza de los mitos griegos. Y de otro más titulado Los poemas de Homero. Esas obras tardaron años en llegar a mis manos, y su ausencia contribuyó más aun a acrecentar el factor mítico de G. S. Kirk. Sin embargo, no descubrí hasta hace unos años la existencia de otra pequeña obrita escrita por el mítico Kirk, en la que no hablaba de mitos ni de griegos, sino de sí mismo. Se trata de una breve autobiografía, unas memorias en las que un septuagenario Kirk relata sus vivencias a lo largo de un corto período de tiempo: el que comprendió su participación en la Segunda Guerra Mundial. En esas páginas Kirk recoge su pequeña contribución a la victoria final.
Tardé mucho tiempo en encontrar el libro, agotado en todas partes y a precios desorbitados en el mercado de la segunda mano; gracias a esto se vio envuelto también por el halo del mito. Finalmente, cayó: Hacia el mar Egeo. Memorias de un helenista durante la Segunda Guerra Mundial se instaló en mis estanterías hace unos 7 u 8 meses. Se me ocurrió pensar, antes de leerlo, que quizá Kirk quería hacer como Esquilo: el ateniense, autor cumbre de la tragedia griega y universal, cuya fama en vida solo fue superada por la que tuvo en la posteridad, quiso que en su estela funeraria se le recordara no por sus obras de teatro sino por haber combatido contra los enemigos persas en la batalla de Maratón. Tal vez Kirk pretendía que el futuro le recordara no tanto por su contribución a los estudios filológicos y helénicos, como por su aportación en la guerra contra los alemanes. Quién sabe.
El libro relata apenas cuatro años de la vida de Kirk, un joven estudiante de Cambridge, desde que ingresa en la Marina Real inglesa hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial (y algo más allá). Previamente pasa muy rápido por su infancia, que aparece relatada con recuerdos al modo de fogonazos, y en seguida se planta en 1941 con 20 años, involucrado de lleno en el conflicto bélico y dispuesto a hacerse a la mar para combatir en el Mediterráneo. Su afinidad con el mundo clásico aparece en breves pinceladas de tanto en tanto, ya que no es eso lo que le interesa relatar a Kirk: la intención es claramente contar su recorrido vital a bordo de los diferentes barcos en los que navegó, y sus “hazañas bélicas” en el mar.
Sin embargo, el aroma griego se respira en buena parte de las páginas: después de un período de adiestramiento por el Atlántico Norte en el destructor HMS Hurricane, Kirk se dejó llevar por sus preferencias y buscó la manera de ser destinado al Mediterráneo oriental, a las aguas que surcaron los antiguos griegos (y los fenicios, y los egipcios, e incluso los persas). Empleando un tono distendido, no especialmente cómico pero sí fresco y ligero, Kirk relata las aventuras que corrió a bordo de los navíos que tripuló, e incluso comandó. Se trataba de caiques, embarcaciones motorizadas de vela muy empleadas en la zona oriental del Mediterráneo, ligeras y muy aptas para la navegación en esas aguas cerradas y plagadas de islas. Kirk explica con detalle diversas aventuras, como su primera y accidentada misión en Santorini, o su primer extraño encuentro con ruinas griegas. Aparecen en medio del relato nombres como Dirk Bogarde, un joven aún muy lejos del gran actor que luego fue. O Guy Hamilton, gran amigo de Kirk, aficionado al cine e incondicional de Jean Renoir, quien estuvo a punto de morir en una ocasión. Una vez finalizada la guerra, Hamilton cumplió su sueño y se convirtió en director de cine; a él le debemos algunas buenas películas bélicas como La batalla de Inglaterra o Fuerza 10 de Navarone, y sobre todo cuatro excelentes películas de James Bond. Otros nombres que aparecen brevemente en Hacia el mar Egeo y pueden sonar al lector, en especial si es aficionado a la Grecia antigua, son W. K. C. Guthrie, F. M. Cornford o Peter Green.
El autor ha de confesar que sus misiones en el Mediterráneo fueron sobre todo de reconocimiento: recorrer islas y comprobar la presencia o no de alemanes en ellas. Ello le permitió visitar las ruinas de Delos, o dar a sus compañeros una conferencia informal in situ sobre el templo de Apolo en Dídima. Sin embargo, estos momentos de asueto fueron poco frecuentes: los peligros de la guerra estaban siempre presentes. En una ocasión tuvo que camuflar su caique pintándolo de rosa pastel (sí, es inevitable pensar en el submarino rosa de la película estadounidense de 1959 Operación Pacífico), y en otra le encomendaron el asesinato de cierto griego revolucionario.
Kirk dedica unas interesantísimas y valiosísimas palabras a alguien a quien conoció bien: un héroe de guerra destinado en el interior de Grecia para aprovechar sus conocimientos sobre el territorio, llamado Nicholas Geoffrey Lemprière Hammond. Nos enteramos así de que el eminente helenista y académico (autor de obras incomparables como Alejandro Magno. Rey, general y estadista o El genio de Alejandro Magno) fue profesor de Kirk y no destacaba por sus dotes de orador. Y quién sabe si no fue él y no Esquilo quien inspiró a Kirk: Hammond publicó en 1983, a la edad de 76 años (más o menos los que tenía Kirk cuando escribió Hacia el mar Egeo) sus memorias de la Segunda Guerra Mundial en Grecia, bajo el título de Venture into Greece. Sin duda Kirk debió de leer el libro de su antiguo maestro, y tal vez pensó que él también tenía historias que contar.
Se trata, en fin, de un libro amable pese a la crudeza del trasfondo histórico, breve, entretenido y ágil. Una lectura que, por tonto que parezca, ayuda a caer en lo obvio: que G. S. Kirk no es solo un mítico nombre que aparece en algunos libros sobre mitos griegos, sino que fue una persona de carne y hueso.
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Geoffrey S. Kirk, Hacia el mar Egeo. Memorias de un helenista durante la Segunda Guerra Mundial (traducción de Nuria Salinas). Madrid, Gredos, 2009, 222 páginas.
Muy interesante historia la de este hombre, la desconocía por completo. Esta persona que nos presentas parece ser de la raza (ya casi desaparecidos) de los que enamorados de la antigüedad no dudaban en viajar a un lugar y correr el peligro de morir con tal de ver las maravillas del lugar de sus amores y a la vez sentir los efluvios de la eternidad que desprendía tal sitio. Me lo apunto para un futuro. Gracias por la reseña, que como siempre es excelente.
Saludetes ;-)
Gracias a ti por echarle un ojo, Balbo. Es un libro difícil de encontrar, pero si lo haces no dudes en leerlo.
Soy un feliz propietario del libro, que compré cuando salió a la venta, allá por 2009. Desde entonces lo he leído un par de veces y coincido contigo en tus apreciaciones al cien por cien. Un buen y muy entretenido libro
Tomo buena nota. Gracias Cavi.