GENGIS KAN Y LA CREACIÓN DEL MUNDO MODERNO – Jack Weatherford

“El Primer Emperador vino al mundo aferrando en la mano derecha un coágulo de sangre en forma de taba. Como nació cuando acababan de capturar a Temüjin Üge, le pusieron por nombre Temüjin”.

Historia secreta de los mongoles, I §59.

Durante las últimas décadas del siglo XII y primeras del XIII, Europa se hallaba enfrascada en las guerras de religión contra los musulmanes, las llamadas Cruzadas, que ya duraban 100 años. La inmensa mayoría de la población de los reinos europeos, si se miraba a sí misma, no tenía más perspectiva ni preocupación que la inmediatez de su propia subsistencia trabajando las tierras de algún noble, y si alzaba la vista a lo lejos no veía más horizonte que el de las guerras en Tierra Santa, al otro lado del Mediterráneo, donde se dirimían los asuntos realmente importantes del ser humano: la salvaguarda de la fe y la defensa de lo sagrado. Ningún europeo tenía ni la más remota idea de que donde de verdad estaban sucediendo acontecimientos notables no era ni en Europa ni en Ultramar, sino en Asia, en el nordeste, en las anchas estepas del continente asiático. Allí un hombre estaba cambiando el mundo al ritmo del galope de su caballo. Ese hombre se llamaba Temuyín, y fue la fuerza de su voluntad lo que le llevó a crear el mayor imperio terrestre que haya conocido jamás la raza humana.

Este es uno de los mensajes que Jack Weatherford transmite en su obra Gengis Kan y la creación del mundo moderno. Temuyín, llamado por los suyos Gengis Kan a partir del momento en que logró unificar las tribus y confederaciones tribales de las estepas asiáticas y someterlas a su poder, es un personaje incomparable con ningún otro gobernante o conquistador de la Historia. Ni Alejandro ni César, ni tampoco Napoleón siglos más tarde, llegan al nivel alcanzado por el mongol en cuanto a estrategia militar, valor, astucia, buen gobierno, sabiduría, tamaño de sus conquistas… Lo cierto es que Gengis Kan, con apenas unas decenas de miles de hombres, logró construir un imperio que abarcó desde el río Danubio hasta el Indo y desde el océano Pacífico hasta el mar Mediterráneo. En tan solo treinta años derrotó a todos los ejércitos que se le pusieron por delante, abatió todas las murallas y fortificaciones que encontró en su camino, y sometió poblaciones pertenecientes al credo cristiano, musulmán, budista e hindú. Las tribus de las estepas asiáticas que no se le unieron fueron sometidas y absorbidas, y gobernó sobre ellas con una sabia combinación de benevolencia y rigidez, organizando la población con buen criterio (al igual que hizo Clístenes en Atenas un milenio y medio antes –la equivalencia la establece el propio Weatherford–) y dando lugar así a una nación unitaria, fortalecida e imbatible: la nación mongol, el Pueblo de las Paredes de Fieltro.

La cultura de las tribus de las estepas fue eminentemente oral; los mongoles jamás sintieron la necesidad, antes de la irrupción de Gengis Kan, del lenguaje escrito. Fue el propio Gengis quien impulsó el alfabeto mongol. Las fuentes que nos informan acerca de la vida y conquistas de Temuyín son todas posteriores a él, y Weatherford se basa sobre todo en una de ellas, cuya redacción se llevó a cabo pocos años después de la muerte del conquistador: la llamada Historia secreta de los mongoles, texto que se conserva gracias a un manuscrito chino del siglo XIV que lo reproduce. En él se relata la creación del imperio mongol desde el nacimiento de Temuyín hasta poco después de su muerte. Buena parte del libro de Weatherford se apoya principalmente en esta obra, dejándose imbuir por su épica y su lenguaje lírico y hasta novelesco, ya que la narración del antropólogo norteamericano huele a eso mismo: a épica, poesía y novela de aventuras, y adquiere un tono casi hagiográfico en relación a la figura de Gengis Kan. Por las páginas de su libro pasa la infancia de Temuyín, dura como la de cualquier otro niño que creciera en el seno de una tribu esteparia, con la muerte por vecina habitual y la violencia y el nomadismo como divisa necesaria para la subsistencia. Con gran pompa detalla Weatherford en qué momento, estando Temuyín recién casado, se gestó el germen que provocó la aparición de la figura del gran guerrero y conquistador:

La joven esposa iba sentada delante de su pequeño carromato negro, sin advertir la presencia de unos jinetes que estaban a punto de abalanzarse sobre ella, un asalto violento que no solo cambiaría su vida para siempre, sino que también alteraría el curso de la historia del mundo.

Numerosos aspectos culturales sobre el modo de vida de los mongoles recorren la obra de Weatherford. Uno de ellos es la importancia que al parecer tenían las mujeres en la sociedad mongol. Tanto la esposa de Temuyín como su madre, y más adelante las esposas de algunos de sus hijos, desempeñaron un papel relevante en la configuración y el futuro del imperio mongol. Otro aspecto interesante es el modo en el que los mongoles medían el paso del tiempo, empleando un calendario conformado con ciclos regulares de 12 años cuyos nombres eran animales (liebre, oveja, rata, buey, caballo, cerdo, conejo, dragón, gallo, mono, perro y tigre).

A lo largo del libro aparecen a menudo descritas con habilidad las tácticas de combate empleadas por los mongoles. Con frecuencia estas se basaban en la astucia y el engaño, pero también en la destreza de los jinetes mongoles, cuyo ejército carecía de infantería, lo cual puede dar una idea del valor que las monturas tenían para el pueblo mongol: el caballo determinaba poco menos que el modo de vida. Con sus hombres Temuyín llegó en 1206 a la cumbre de su poder, fecha en que logró la unificación de las tribus. Ese año se considera el primero del imperio mongol, y no supuso más que el punto de partida a partir del cual Gengis Kan siguió expandiendo sus fronteras recién marcadas. Fue el suyo un imperio basado en las conquistas, y por ello no dejó jamás de cabalgar con ese propósito. Dice Weatherford que en su momento de máxima expansión, el territorio mongol comprendía toda la tierra entre Polonia, Egipto, Java y Japón. No deja pasar el autor la oportunidad de recalcar una y otra vez la equidad y sentido de la justicia de Temuyín a lo largo de toda su vida; ello no quiere decir que esconda la crueldad con que a menudo su pueblo se manifestaba contra los enemigos. El mecanismo de conquista era recurrente, a tenor del texto de Weatherford: Gengis Kan enviaba embajadores a las ciudades que pretendía conquistar, trasladándoles mensajes como este:

A los comandantes, a los ancianos y al pueblo en general. Sabed que Dios me ha dado el gobierno de la tierra desde Oriente hasta Occidente. El que se someta salvará la vida, pero el que se resista será aniquilado junto con sus esposas, hijos y las personas que tenga a su cargo.

Los enviados mongoles solían ser asesinados o mutilados como respuesta a la bravuconada de los invasores (de modo que ser nombrado embajador de los mongoles era casi una sentencia de muerte). En estos casos las ciudades eran saqueadas y sus habitantes masacrados con extremo salvajismo. En cambio, los que se sometían eran respetados y tratados con justicia. De ese modo los mongoles se hicieron con el temible reino musulmán de Corasmia (y de nuevo Weatherford pone el acento en la idea de la superioridad incomparable del líder mongol: lo que no logró la Europa cristiana en 200 años de lucha, es decir, conquistar el corazón del mundo árabe, Gengis Kan lo hizo en cuatro años), y poco después comenzaron sus incursiones en el Occidente europeo, donde hasta entonces los mongoles eran unos desconocidos. A nadie interesaba lo que sucedía en las estepas que se extendían más allá de los pueblos rusos, habitadas por salvajes; pero en cuanto comenzaron a llegar hasta las latitudes de la Europa interior refugiados de ciudades como Kiev, trayendo con ellos relatos de terror, muerte y destrucción, comenzó a gestarse la idea del pueblo mongol como una cuadrilla de asesinos sanguinarios venidos del mismísimo infierno. En palabras del cronista Mateo de París, los mongoles constituían “una inmensa horda de la raza de Satán”, “demonios liberados del Tártaro”. Los europeos les parecieron a los mongoles especialmente torpes en la guerra, con sus pesadas y nada prácticas armaduras de caballero y sus tácticas primitivas y previsibles. Pero no por ello fueron más implacables con ellos que con otros pueblos conquistados. Quizá influyó el hecho de que el botín que podían obtener en tierras occidentales era con diferencia muy inferior al que lograban en Oriente o en suelo islámico. Sin embargo, y como ejemplo del sentido práctico y nada irracional de los mongoles,  llegaron a establecer acuerdos comerciales con los venecianos.

Dedica Weatherford abundantes páginas a uno de los descendientes de Temuyín: su nieto Kublai, quien se convertiría en el último gran kan y gobernaría sobre los vastos territorios de la actual China. Las aptitudes como gobernante de este mongol que se hizo pasar por chino son destacadas por el autor, quien describe buena parte del aparato burocrático que construyó, y relata cómo levantó, en el emplazamiento de la arrasada ciudad de Zhongdu (su abuelo la conquistó el año que Kublai nació), la que sería capital de su imperio: Pekín. Kublai hizo cosas tan avanzadas como crear un alfabeto universal para entenderse en todo el imperio; la idea, sin embargo, no acabó de funcionar.

En su reivindicación de la importancia del papel de los mongoles en “the Making of the Modern world”, como reza el título del libro, Weatherford insiste en los avances que introdujeron en su imperio, que servirían como base para el progreso de la civilización en general:

Los mongoles no sólo revolucionaron la guerra, sino que además crearon el núcleo de una cultura universal y de un sistema mundial. Esta nueva cultura global (…) se convertiría en el fundamento del sistema mundial moderno, en el que sigue haciéndose hincapié en los principios establecidos originalmente por los mongoles, esto es, el libre comercio, las comunicaciones libres, los conocimientos compartidos, la política secular, la coexistencia religiosa, el derecho internacional y la inmunidad diplomática.

También se investiga el origen del desprestigio y menosprecio que sufrió el pueblo mongol en la sociedad occidental en los siglos posteriores, originado por la impronta de terror y pánico histérico que su sola mención ocasionaba al hombre europeo. El conde de Buffon, en el siglo XVIII, describió así a los mongoles:

Los labios son grandes y gruesos, con grietas transversales. La lengua es larga, gruesa, y bastante áspera. La nariz es pequeña. La piel tiene un color amarillo ligeramente sucio, y carece de elasticidad, dando la sensación de que es demasiado grande para el cuerpo. (…) La mayoría de estas tribus son ajenas a la religión, la moral y las buenas costumbres. Son todos bandoleros de profesión.

Quedaba así enmarcada y configurada la raza mongoloide, y a partir de aquí se pasó con toda tranquilidad de hablar de los mongoloides a nivel etnológico, a hacerlo como si se tratara de una categoría mental inferior.

El libro de Weatherford se lee con creciente interés, y me han parecido especialmente destacables las páginas centrales, dedicadas a la configuración del imperio. Sin embargo, todo él constituye una obra meritoria, muy amena pese a la tendencia de su autor a la reivindicación. Como aporte y complemento a la lectura, resulta muy recomendable ver (o escuchar) la conferencia que el especialista Agustín Alemany Vilamajó pronunció en la fundación Juan March en octubre de 2021. Igualmente interesante, si no más, es la lectura de la reseña que Hislibris publicó del libro de Weatherford hace 3 lustros, cuando la editorial Crítica lo publicó por primera vez en castellano. Y por supuesto, si es posible recurrir a las fuentes, no dar el paso resultaría incomprensible. Y en este caso es posible, puesto que la Historia secreta de los mongoles se encuentra traducida al castellano; se trata de una lectura deliciosa.

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Jack Weatherford, Gengis Kan y la creación del mundo moderno (traducción de Juan Rabasseda-Gascón). Barcelona, Ático de los Libros, 2022, 429 páginas.

     

10 comentarios en “GENGIS KAN Y LA CREACIÓN DEL MUNDO MODERNO – Jack Weatherford

  1. cavilius dice:

    Se nota la pasión de Weatherford por el personaje. Y eso es un buen punto a favor, desde luego.

  2. atenea dice:

    Estupenda reseña.

  3. cavilius dice:

    Gracias. El libro lo es más.

  4. Rodrigaz dice:

    Gran reseña. Lo tenía al final de la lista de espera, pero ahora pasa al primer puesto.

  5. Vorimir dice:

    llevaba meses con el borrador de la reseña de este libro en el PC y entre mi falta de vida en general y que se me ha estropeado el ordenador pues
    … menos mal que otro hislibreño lo ha hecho porque es un gran libro, una de mis pocas pero interresantes lecturas de 2022

  6. Balbo dice:

    Voy a comentaros una cosa que en un principio no tiene nada que ver con el libro en cuestión y es tratar de la figura de Gengis Kan con la de Iron man. De locos. Pues bien, aunque no lo parezca hace poco volví a ver la primera película de este super héroe y en ella uno de los malotes era admirador incondicional del conquistador mongol. En un momento de la película este villano le decía a un Tony Stark- Iron Man que el imperio mongol había sido más grande que el de Alejandro Magno y cuatro veces más que el romano. Y eso me hizo pensar en la visión eurocentrica que tenemos de los imperios. Muchas veces se nos llena la boca la boca al recordar los grandes imperios occidentales y se nos olvida que en oriente había otros que nos superaban, de ahí la importancia de reconocer la figura de Gengis Kan gracias a estos ensayos tan interesantes y tan bien reseñados. Me lo leeré en breve. Gracias.

  7. cavilius dice:

    Hay otros mundos más allá del horizonte…

  8. Iñigo dice:

    Al respecto, Arturo, nuestro querido Arturo, comentaba en su último libro, como nos hemos olvidado en nuestro país del pasado cartaginés que pisó la península ibérica y cómo fue borrado con suma rapidez por la cultura occidental romana. Es cierto que los años cartagineses son escasos y palpables solo en parte de la península, pero es cierto que esa huella del mediterráneo oriental se ha olvidado en demasía… Quizás no tenga nada que ver con el comentario sobre Gengis pero me ha parecido interesante comentarlo por aquí.

    1. Farsalia dice:

      Con Arturo he comentado esa cuestión, acerca de su libro y en alguna otra ocasión: cómo debemos quitarnos según qué anteojeras y etiquetas, empezando por la de pueblos «prerromanos» de la Península Ibérica (o pueblos «precolombinos» en el ámbito americano), como si antes de Roma (y Cartago) no existieran esos pueblos íberos, celtas y celtíberos; como si «necesariamente» los «descubriéramos», por decirlo de alguna manera, «gracias» a Roma (o a Cartago).

      Y no sólo el caso mongol, la propia China… cuántas veces leemos lo de que el Imperio Romano fue «el más poderoso» de la Antigüedad, obviando añadir «en Europa y el Levante asiático».

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