ESPARTA. LA DERROTA DEL GUERRERO – Philip Matyszak

Esparta. La derrota del guerrero

“Como aquellos que se habían mostrado cobardes en la batalla —a quienes los propios espartanos llamaban los temblorosos— eran muchos y poderosos, se dudaba si aplicarles la privación de derechos prescrita por la ley, por temor a que tramasen una revolución. Pues no solo estaban excluidos de ejercer cualquier magistratura, sino que también se consideraba deshonroso entregarles o recibir de alguno de ellos una esposa, y cualquiera que se los encontrase podía golpearlos si quería. Se les obligaba a deambular con un aspecto sucio y miserable, a llevar raídos mantos de color oscuro, a afeitarse solo una mitad de la barba y a dejarse crecer la otra mitad. Era, pues, un peligro ver en la ciudad a tantos hombres de esta clase, en un momento en que esta necesitaba no pocos soldados. Por ello, eligieron como intérprete de las leyes a Agesilao. Él, sin añadir, quitar o alterar nada de lo escrito en la ley, se dirigió a la asamblea de los lacedemonios y declaró que por un día iban a dejar dormir las leyes”.

Plutarco, Agesilao, 30.6

Este fragmento plutarquiano corresponde a los hechos inmediatamente posteriores a la batalla de Leuctra, en la que el ejército de Esparta, de 10.000 hombres, cayó estrepitosa y sorprendentemente ante el de Tebas, de unos 7.000. Corría el verano del año 371 a.C. y los espartanos aún se creían invencibles en campo abierto, pero la batalla fue la prueba de que las cosas estaban cambiando. En Leuctra combatieron 700 espartiatas (es decir, espartanos de pura cepa, cuyo valor e imbatibilidad eran legendarios en toda Grecia) de los cuales sobrevivieron tan solo 300. El rey espartano Cleómbroto fue uno de los caídos. Las leyes espartanas habrían sometido a los supervivientes (los “temblorosos”) a una degradación social y moral y los habría hecho irrecuperables para el ejército. Por eso el otro rey espartano, Agesilao, propuso “dejar dormir por un día” las leyes, con el fin de no debilitar un ejército que estaba más que nunca necesitado de hombres.

Podría decirse con toda propiedad que el mito espartano de la gloriosa e invencible Esparta murió de éxito: cuando consiguió su mayor victoria y tuvo a su alcance imponerse sobre toda Grecia, y con el imperio persa de su parte, comenzó su declive. No supo gestionar su triunfo, tal vez; o quizá su modo de vida estaba abocado a la autodestrucción; o puede que Aristóteles, maliciosamente, no estuviera falto de razón cuando dijo que mientras los espartanos eran los únicos que practicaban con las armas a tiempo completo, fueron invencibles, pero en cuanto los demás griegos hicieron lo mismo, todos les derrotaron. Seguramente la caída de Esparta fue una combinación de todos esos factores, una caída que la llevó de ser la ciudad más relevante del mundo griego, a prácticamente desaparecer como núcleo urbano. Y para tratar de comprender cómo se produjo el desplome de Esparta, nada mejor que leer el reciente libro de Philip Matyszak Esparta. La derrota del guerrero.

La obra de Matyszak tiene numerosos atractivos: uno de ellos, y no el menor, es que aborda, en combinación con ciertos períodos de la historia griega tratados hasta la saciedad en todos  manuales, otros poco transitados. El libro es sin duda la continuación de un trabajo anterior titulado Sparta. Rise of a Warriors Nation, sobre el que no hace falta ser muy perspicaz para adivinar que en él Matyszak se dedicaba a contar cómo Esparta se convirtió en la dominadora del Peloponeso, su creación de la Liga Peloponesia y su papel destacado en el conjunto del panorama griego hasta la guerra contra los persas y el consiguiente despunte de Atenas. Es en ese momento cuando comienza el relato del presente libro: en el año 478 a.C., cuando Esparta, Atenas y el resto de Grecia están saboreando su reciente victoria sobre los persas en las guerras médicas. Pese al papel destacado (y decisivo) de los atenienses en dicha guerra, que Heródoto se encarga de preservar para la posteridad en su Historia, ha sido Esparta la ciudad que ha liderado, con la excepción notable de la batalla de Maratón, los ejércitos griegos, tanto por tierra como por mar. Matyszak se encarga de recordarnos que la gran triunfadora contra los persas ha sido la ciudad que se halla entre el río Eurotas y el monte Taigeto. El relato que hace del período conocido como pentecontecia, que va desde la derrota persa en 479 a.C. hasta el inicio de la guerra del Peloponeso en 431 a.C., está hecho desde la perspectiva espartana. Son unas buenas páginas las que dedica el autor a esos casi 50 años, para después zambullirse en los casi 30 que duró la guerra que enfrentó a Esparta y la Liga Peloponesia, contra Atenas y sus aliados.

Con pulso ágil y ritmo trepidante (suena a tópico, pero en este caso está más que justificado), Matyszak hace una narración de la guerra en apenas 50 páginas, lo cual agradecerán los lectores que ya conozcan el conflicto por otras lecturas; se trata de un tema muy manido. No lo son tanto las décadas posteriores al derrumbe de las murallas atenienses, tiempo en el que Esparta tuvo la oportunidad de consolidar su hegemonía sobre el mundo griego y la malogró lastimosamente. La guerra de Corinto (rescatada hace poco en Hislibris con la reseña de una de las pocas monografías que existen al respecto, Grecia exhausta. Ensayo sobre la guerra de Corinto, de César Fornis) supuso el triunfo absoluto de Persia, dice el autor, y en efecto así fue, pues salió fortalecida al recuperar sus posesiones de la costa de Asia Menor, mientras que en Grecia las diferentes ciudades habían demostrado ser incapaces de gestionar su propia convivencia continental. Factores internos (la oligantropía o escasez de hombres, de espartiatas) y externos (la pujanza de Tebas como potencia militar) condujeron a la ciudad a un lento y penoso segundo plano. “El rey cojo”, Agesilao, fue la única figura descollante en esa Esparta que se abocaba al fracaso estrepitoso de Leuctra, primero, y Mantinea, después.

Sin un momento de respiro ni demasiadas reflexiones, sino limitándose al relato de los hechos, que ciertamente hablan por sí mismos y con frecuencia son explicados al detalle, el autor nos relata la parsimoniosa caída del gigante espartano, su escaso papel internacional tras el advenimiento de la figura de Filipo II de Macedonia, sus intentos de rebeldía frente a su hijo Alejandro, y el final abandono al proceso que, en palabras de Matyszak, no conducía a otra cosa más que a ser una ciudad griega normal. Las reformas de Agis IV para recuperar el estilo clásico de vida y tratar así de reverdecer los viejos laureles; el enfrentamiento de los hoplitas espartanos de Cleómenes III con las falanges macedonias en la batalla de Selasia en el 222 a.C.; o la violenta llegada al trono espartano de Nabis, quien tuvo el triste privilegio de pasar a la historia no solo por su crueldad, sino también por ser el último rey que tuvo la ciudad de Esparta. Estos períodos son con frecuencia tratados de forma somera por los historiadores, y Matyszak hace lo propio: el autor pasa rápidamente por todos estos gobernantes, pues a buen seguro su propósito no es desmenuzar el reinado de cada uno de ellos sino plasmar el declive de la ciudad que gobernaron. Para ampliar la visión de esta etapa de agonía postrera de la ciudad de Esparta, servidor no puede por menos que recomendar, no por su extensión (sin ser breves, también brillan por lo exiguo de la exposición del período), sino por la claridad expositiva, que ciertamente no le falta a Matyszak, los libros de César Fornis Esparta. La historia, el cosmos y la leyenda de los antiguos espartanos, o el amenísimo Esparta de Javier Murcia Ortuño. De hecho, ambos libros son tan excelentes para el período último de la historia espartana, como para toda ella en su conjunto.

Esparta. La derrota del guerrero es un libro breve y de lectura grata, sin notas a pie de página (los habituados a ellas las echamos a menudo de menos), capítulos cortos y con un estilo directo que huye de la especulación. Se reconocen las fuentes clásicas empleadas, por otra parte obvias: en especial Plutarco y Jenofonte, pero también otras como Diodoro, Polibio o Tito Livio. Philip Matyszak ya había destacado en sus obras anteriores, de formato breve y tratamiento original: Legionario. El manual (no oficial) del soldado romano, La antigua Roma por cinco denarios al día, La antigua Atenas por cinco dracmas al día, Los enemigos de Roma… En este libro, escrito en 2018, Matyszak ofrece una narración del proceso de degradación espartano de los siglos V al II a.C., que ha de interesar por fuerza a los aficionados al mundo griego, a los devotos del mito de Esparta, y en general a cualquier aficionado a la historia.

 

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Philip Matyszak, Esparta. La derrota del guerrero (traducción de Julieta Lionetti). Barcelona, Edhasa, 2022, 240 páginas.

     

6 comentarios en “ESPARTA. LA DERROTA DEL GUERRERO – Philip Matyszak

  1. Iñigo dice:

    Me has picado la curiosidad, sobre todo por cómo defines su presentación y ritmo… Gracias por la propuesta.

  2. Valeria dice:

    El pasado viernes monté la última librería que me cabe en casa, y aún así sigo teniendo los libros en «doble fila» y advertencias familiares claras sobre no ocupar en casa más espacio para libros. Me temo que estoy en fase de seleccionar mucho, pero mucho, mis nuevas adquisiciones.
    Por cierto, «El manual del soldado romano» se lo regalé a un sobrino estas pasadas navidades. Debió ser un exitazo, porque lo encontré de chiripa y husmeando por la red.

  3. Farsalia dice:

    Pinta muy bien este volumen, continuación de otro inédito en castellano. Matyszak escribe y publica mucho, con desiguales resultados; y parece que este es de los buenos. Lo último que leí de él fue A Year in the Life of Ancient Greece: The Real Lives of the People Who Lived There (Michael O’Mara, 2021), ambientado a mediados del siglo III a.C.; ligero, pero entretenido. Quizá lo reseñe…

  4. cavilius dice:

    Sí, este es un libro de trote. No profundiza más allá de lo necesario, y esto es plasmar la idea de la decadencia de Esparta entre los siglos IV y II a.C. Una lectura agradable e instructiva.

  5. Ángeles Pavía Mañes dice:

    Me parece sumamente interesante. No conocía al autor, pero me apunto el libro y los otros que habéis citado.

  6. Arturus dice:

    Leí en su momento el de Murcia Ortuño, muy bueno, desde luego. Este me lo anoto.

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