EL ÚLTIMO VINO – Mary Renault

EL ÚLTIMO VINO – Mary Renault«Mandó a un servidor de confianza, que había sufrido ya la peste, el cual encontró a los dos jóvenes muertos. Por la forma en que yacían, parece que en el momento de la muerte de Filón, Alexias se había sentido enfermo, y, sabiendo el fin que le esperaba, tomó cicuta, para hacer el viaje juntos. La copa estaba en el suelo, a su lado; había derramado el sedimento, escribiendo FILÓN con el dedo, como se hace después de la cena, con el último vino

Hay novelas que no parecen escritas para ser leídas sino para ser sentidas. Como hay novelas que no parecen escritas para ser leídas una vez sino varias. La mayoría no poseen ninguna de esas dos virtudes, pero algunos escritores tienen el don de saber ungir sus escritos con el primer rasgo y otros poseen el arte de hechizar a sus lectores para conseguir el segundo. Pocos son capaces de lo uno y lo otro.

Mary Renault, pseudónimo de Mary Challans, escritora inglesa del siglo pasado, de sólida formación clásica, afincada en Sudáfrica desde el término de la Segunda Guerra Mundial, se estrenó en el género de la novela histórica en 1956 con El último vino. Había escrito ya varias novelas de corte romántico y con esta obra inició un idilio con la Grecia Antigua que no abandonaría en sus novelas posteriores. El mítico rey Teseo fue tema de sus dos siguiente obras, El rey debe morir y Teseo, rey de Atenas (The bull from the sea). Su siguiente novela, La máscara de Apolo, se centró en el mundo del teatro griego; a esta le siguió una trilogía sobre Alejandro Magno: Fuego en el paraíso (Fire from heaven), El muchacho persa y Juegos funerarios. Intercalada en este tríptico escribió una novela sobre el poeta Simónides de Ceos, El cantante de salmos. Todas estas obras destacan por sus buenos cimientos históricos y por su fidelidad a los textos clásicos, pero ante todo brillan por su capacidad de recrear (o cuando menos crear) un mundo sin fisuras, coherente consigo mismo, armonioso y, pese a la crueldad que inevitablemente pueda albergar, bello. Gracias a estas ocho novelas, la Renault ocupa sin lugar a dudas un lugar de cabecera en el género de la novela histórica del siglo XX, junto a nombres como Robert Graves, Gore Vidal, Núñez Alonso o Gisbert Haefs.

Lo que caracteriza el estilo de la Renault es un acusado amaneramiento en el lenguaje, por decirlo así. Párrafos engolados y ampulosos, diálogos teatrales más acordes con el estilo de Shakespeare que con el lenguaje cotidiano, acarameladas descripciones de situaciones y de escenarios… Esta manera de hacer novela flirtea con la belleza poética que pretende crear y con la irrealidad de un mundo ideal, y oscila entre la rendición incondicional del lector ante una prosa de belleza indiscutible, y el hastío por el empacho de ese modo de escribir. Es un estilo muy personal (y muy imitado), y como tal genera lecturas muy personales. El mundo griego que construye la autora parece tener como fin último la belleza, es un mundo en el que nos gustaría vivir y a cuyos habitantes, los personajes de sus novelas, nos gustaría conocer. Ello no quiere decir que en él no haya crueldad, porque la hay y mucha. Pero es un mundo en el que lo que prima es el sentimiento, las sensaciones. Sus personajes tienen una fuerte carga emocional que condiciona sus relaciones y modos de actuar, y que genera inevitablemente simpatías o antipatías en el lector.

La novela El último vino (The last of the wine, título absurdamente traducido en algunas ediciones como Alexias de Atenas) es un claro ejemplo de lo dicho. Fue, como he mencionado, su primera novela de corte histórico y para muchos la más lograda. De lectura recomendada en alguna que otra facultad universitaria, la novela es todo un canto a la amistad escenificado en la Atenas del último tercio del siglo V a.C., cuando la ciudad se halla sumida en plena guerra primero contra Esparta y luego consigo misma. El marco histórico es, pues, de extrema crudeza, y el dramatismo que demanda no es escatimado por la autora. Sin embargo el protagonismo no se lo lleva el aspecto bélico del relato (cosa habitual en el género histórico) sino el plano de los sentimientos de sus protagonistas y en especial de Alexias, el narrador de los hechos.

En una de sus obras, el filósofo Platón planteó el siguiente escenario: cierto día el ateniense Sócrates se acercó a una palestra donde se ejercitaba un grupo de jóvenes y comenzó a conversar con ellos acerca del significado de la amistad. Entre ellos se encontraba Lisis, un joven de no más de 14 ó 15 años con quien Sócrates dialogó sobre qué significa ser amigo de alguien ¿Cuándo existe la amistad? Cuando una persona ama a otra. Pero ¿y si esa otra no ama a la primera? De acuerdo, entonces redefinamos la amistad: sólo existe amistad cuando una persona ama a otra y esta a su vez ama a aquella. Pero esa defnición exige reciprocidad, y según ella uno no podría ser amigo de su perro ni amar un objeto inanimado. ¿Entonces la amistad sólo puede darse entre personas? Redefinamos pues de nuevo: B es amigo de A porque A ama a B. Pero se ha vuelto entonces a la primera definición, que ya fue considerada insuficiente; busquemos entonces un camino nuevo: la amistad se produce entre lo semejante, lo semejante es amigo de lo semejante. Pero lo malo no puede ser amigo de lo malo, porque lo malo no puede ser amigo de nada; bien, redefinamos nuevamente: lo bueno es amigo de lo bueno y lo es en tanto que busca algún provecho. Pero lo bueno, en tanto que bueno, no necesita de nada; redefinamos una vez más la amistad: lo contrario es amigo de lo contrario. Pero entonces se daría el caso de que lo justo sería amigo de lo injusto; nueva definición, pues: lo que no es ni bueno ni malo es amigo de lo bueno, y lo es a causa de la presencia del mal, y con vistas a algo bueno que, por tanto, también ama. Pero entonces estaríamos en una cadena sin fin: amar algo con vistas a otra cosa que también amamos con vistas a otra cosa que también amamos… Redefinamos por enésima vez: aquello que se ama y de lo que se tiene amistad es de lo conveniente. Pero entonces lo bueno conviene a lo bueno, lo malo a lo malo, y lo bueno ni malo a su respectivo, lo cual ya había sido rechazado. ¿Entonces? El diálogo entre Sócrates, Lisis y los demás jóvenes concurrentes concluye sin llegar a una definición satisfactoria sobre aquello que se debate, cosa frecuente en las obras primerizas de Platón. La obra en cuestión se titula Lisis y fue escrito en las primeras décadas del siglo IV a.C. Dos mil cuatrocientos años más tarde, Mary Renault parece tomar el testigo que dejara Platón y tratar de buscar, a su manera, la respuesta a la cuestión que planteó Platón. ¿Y cuál es su manera? Escribiendo un texto bastante más legible, comprensible y agradable que el diálogo platónico: la novela El último vino. Porque en ella se relata la historia de la amistad entre dos jóvenes a lo largo de los años: Alexias y Lisias, el primero un personaje de ficción pero el segundo no, al menos en tanto está inspirado en el Lisis del diálogo platónico (en el original inglés el nombre es Lysis y quién sabe por qué en español se ha traducido como Lisias, quizá para que lo confundamos con el orador Lisias, que vivió en la misma época). Los dos jóvenes viven en la Atenas de la guerra peloponesia, una Atenas que padeció alegrías y miserias a partes desiguales durante los casi treinta años que duró el conflicto. La peste, el desastre de Sicilia, el asedio de Esparta, el hambre, la derrota, la tiranía de los Treinta, la guerra civil… Con ese trasfondo se desarrolla la vida del joven Alexias, hijo de un ateniense conservador de carácter hosco y seco, y Lisias, de familia algo más acomodada pero que padece igualmente las penurias de la época que les ha tocado vivir.

Se suele achacar a las novelas de Mary Renault una excesiva presencia de la homosexualidad. Sea esto así o no (porque presencia del fenómeno mal llamado «homosexualidad» la hay, otra cosa es que se piense excesiva), conviene tener en cuenta varias cosas al respecto: Mary Renault se enamoró y convivió durante muchos años con otra mujer, Julie Mullard, y tuvo siempre simpatías con los movimientos a favor de la homosexualidad; en la Grecia Antigua sería extemporáneo hablar de homosexualidad pero no de amor entre personas de sexo masculino, de parejas de amantes, de erastés y erómenos, y es eso (amor/amistad entre hombres) y no otra cosa lo que aparece en las novelas de Mary Renault, y aparece de una manera tal que sólo desde el prejuicio puede verse como un elemento negativo: en El último vino no se describe ningún contacto sexual, y el tratamiento que se hace de la relación entre Alexias y Lisias es de tal delicadeza y belleza que difícilmente puede objetarse algo, como nada podría objetarse si uno leyera el propio diálogo Lisis de Platón o cualquier otro texto clásico, donde las referencias al amor entre varones son algo frecuente, normal y sin connotaciones peyorativas.

En la novela hay varios personajes además de Alexias que aparecen caracterizados con una solvencia abrumadora: uno de ellos es Lisias, el fiel amigo de Alexias, de mente clara y respuesta rápida y certera, omnipresente en toda la narración de principio a fin; otro es el padre de Alexias, Miron, personaje trágico que está en continua lucha interna entre sus ideales conservadores y el mundo real que no casa con ellos, y en continuo choque con su hijo, que le respeta como padre pero con quien no comparte su modo de ver las cosas. Otro personaje cuyo peso se nota durante toda la obra hasta el punto de que casi podría pensarse que ejerce de protagonista en la sombra, es Sócrates. Como personaje es uno de los mejores Sócrates que pueden leerse en novela histórica. Aparece de vez en cuando, y si no lo hace casi siempre se habla de él. Su importancia en la obra es evidente: es un punto de referencia constante para todo el mundo, para los que le critican y para los que le escuchan, porque lo uno y lo otro, las críticas y los elogios, tienen cabida en la novela. Es sabido, pues los textos clásicos así lo reflejan, que Sócrates estaba siempre rodeado por un grupo de jóvenes seguidores con los que conversaba sobre cuestiones que atañen a la naturaleza humana. De ese grupo formaba parte el Lisis del diálogo platónico y por tanto el Lisias de la novela; y por tanto también Alexias. Y también Fedón, Eutidemo, Cármides, Critón, Apolodoro, Querefonte, Aristocles/Platón (todos ellos presentes en los diálogos de este último, de Platón); y también Jenofonte, en cuyos Recuerdos de Sócrates cita repetidamente a muchos de ellos. Otros nombres que aparecen en los textos de uno y otro (de Platón y de Jenofonte) reciben asimismo un guiño en la novela: Autólico, Agatón, los tebanos Simias y Cebes… Mary Renault nos muestra las supuestas rivalidades y afinidades entre los seguidores de Sócrates, como por ejemplo las frías relaciones entre Platón y Jenofonte (quienes, sorprendentemente, en sus  escritos no se citan nunca el uno al otro, salvo en una ocasión en que Jenofonte nombra a Platón muy de pasada), o entre Fedón y Platón.  El llamado «círculo socrático» es casi un personaje más de El último vino, como lo son también los Alcibíades, Trasíbulo, Lisandro, Terámenes, Licón, Anito, etc., todos ellos retratados en los textos de Tucídides, de Jenofonte, de Plutarco, etc. y ahora novelados por Mary Renault. Los guiños a todos esos textos clásicos son continuos: a los diálogos platónicos, a los Recuerdos de Jenofonte, a las Vidas de Plutarco (la escenificación del encuentro, relatado en la plutarquiana Vida de Lisandro, entre Autólico, el harmosta Calibio y Lisandro, y el posterior asesinato del primero, es emotiva sin duda). Y por último hay que hablar de Critias. Este ateniense, tío de Platón, ha pasado a la Historia como uno de los personajes más siniestros y despiadados que hayan existido. Miembro destacado del gobierno oligarca que Esparta auspició en Atenas después de haberla derrotado (gobierno llamado de los Treinta Tiranos), por orden suya fueron ejecutados miles de atenienses sin juicio previo, requisadas propiedades y dictados decretos y leyes opresoras y dictatoriales; Critias estableció un régimen de terror como pocas veces se ha padecido. La novela, concretamente en su último tercio, es fiel reflejo de la situación y de la oposición del pueblo ateniense en general y de Sócrates en particular a los Treinta en su conjunto y a Critias en concreto, un Critias cuya maldad le lleva a erigirse en el «malo» de la trama, en oposición al «bueno» cuyo papel interpreta Alexias. Y en algún momento, y por seguir usando esos términos maniqueos, puede llegar a parecer que el «bueno» es muy bueno y el «malo» muy malo; sobre lo primero, quizá haya algo de eso, ciertamente, pero sobre lo segundo creo que Mary Renault se limita a hacer representar a Critias el papel que la Historia le ha asignado. Su personaje evoluciona desde su etapa de seguidor de Sócrates hasta sus primeras antipatías con el régimen democrático, para desembocar en su adscripción al régimen tiránico que representan los Treinta. Hay que decir que la novela no elude las opiniones de Sócrates a favor de lo absurdo de un gobierno a merced de manipulables votaciones y azarosos sorteos entre gente no preparada para ello (si se ha de navegar, ¿se echa a suertes quién pilota la nave o se busca un piloto que sepa hacerlo?, si se está enfermo, ¿se acude un médico o se escoje un candidato al azar?), pero también su enfrentamiento al régimen de los Treinta y su oposición a sus principios y sus métodos. La novela recoge el choque conceptual y personal entre Sócrates y Critias (relatado por Jenofonte en sus Recuerdos), y al final de la obra la autora expone su teoría acerca de cómo pudo ser que el filósofo sobreviviera a la animadversión de Critias. Es de destacar que, si bien toda la novela está a un alto nivel, las últimas cien o ciento cincuenta páginas, en las que se habla de todo esto, son magistrales.

Al margen del dramatismo de fondo que impera en casi toda la novela (dramatismo que no consiste en otra cosa ni tiene otra sustancia que la propia de los desastres de las guerras), lo cierto es que El último vino traslada al lector una cierta sensación de optimismo ante la vida, o cuando menos de relativa paz, algo así como que el mundo, pese a habitar en él la maldad, es un mundo bello, y misión nuestra es buscar esa belleza. Por otra parte, en el aspecto histórico la novela consigue transmitir una sensación de cotidianeidad y familiaridad con el mundo griego, y ello lo logra no con largas descripciones de atuendos, costumbres o edificios, ni con párrafos que ilustren sobre el modo de hacer sacrificios o de celebrar banquetes, sino con pequeñas pinceladas sabiamente dosificadas, siempre pertinentes y que a menudo pasan desapercibidas, con las cuales el lector contempla una perfecta recreación del escenario histórico griego en el que se desarrolla la novela. Todo un arte el que exhibe Mary Renault en ese aspecto.

El último vino (título que, por cierto, tampoco es del todo fiel con el original, The last of the wine, que hace referencia no al vino postrero sino a lo que queda de él una vez se ha apurado el líquido, tal y como queda patente en la cita que encabeza la reseña) es, pues, una novela recomendable para leer no una sino varias veces, una novela que invita a leer otras novelas sobre la época, que invita a leer incluso los textos clásicos de los que vivieron en persona lo que en esta historia se nos cuenta. Una novela que habla de Grecia, de la vida, de la amistad. Una novela que apela a los sentimientos.

 

«… Se dice que Sócrates en presencia de otros muchos y del propio Eutidemo dijo que le parecía que a Critias le ocurría lo que a los cerdos, porque estaba deseando rascarse contra Eutidemo como los cerdos contra las piedras. Desde entonces, Critias odiaba a Sócrates, hasta el punto que, cuando llegó a ser uno de los Treinta y redactor de leyes con Caricles otro de los Treinta, se acordó de él y entre las leyes dictó una prohibiendo enseñar el arte de la palabra logos, tratando así de insultar a Sócrates sin tener por dónde cogerle, más que atribuyéndole lo que la mayoría echa en cara a los filósofos, y calumniarlo ante la multitud (…) Cuando los Treinta condenaron a muerte a un gran número de ciudadanos de los más respetables e impulsaban a muchos al delito, Sócrates dijo que le parecería sorprendente que un pastor de vacas que hiciera menguar y empeorar su ganado no reconociera que era un mal vaquero, pero más sorprendente todavía que un político que hiciera menguar y empeorar a los ciudadanos no se avergonzara ni reconociera que era un mal gobernante. Cuando les llegó esta observación, Critias y Caricles mandaron llamar a Sócrates, le mostraron la ley y le prohibieron dirigirse a los jóvenes. Entonces preguntó Sócrates si podía pedir una aclaración en el caso de no haber entendido algún punto de las normas. Ellos respondieron que sí. “Pues bien”, dijo Sócrates, “estoy dispuesto a obedecer las leyes, pero para no infringirlas por ignorancia, sin darme cuenta, quiero saber con claridad una cosa de vosotros, si creéis que el arte de la palabra del que me mandáis abstenerme es el del razonamiento correcto o el del razonamiento incorrecto. Porque si se trata del razonamiento correcto, es evidente que habría que abstenerse de hablar correctamente, y si es del incorrecto, está claro que hay que intentar hablar correctamente”. Entonces, Caricles, irritándose, le dijo:
— Puesto que eres un ignorante, Sócrates, te hacemos una prohibición que es más fácil de entender: te prohibimos terminantemente hablar con los jóvenes.
Y Sócrates:
— Entonces, para que no haya ninguna duda de que no hago nada fuera de lo prohibido, precisadme hasta cuántos años hay que considerar jóvenes a los hombres.

Caricles dijo:

— En tanto no pueden pertenecer al Consejo por no ser todavía juiciosos. No hables con personas más jóvenes de treinta años.
— Y en el caso de que quiera comprar algo, si el vendedor no tiene aún treinta años, ¿puedo preguntarle cuánto pide?
— Eso sí, dijo Caricles. Es que tú, Sócrates, tienes la costumbre de preguntar cosas que en su mayoría ya sabes cómo son. Esto es lo que no debes preguntar.
— En ese caso, dijo, ¿no debo responder si algún joven me pregunta algo que yo sé, por ejemplo dónde vive Caricles o dónde está Critias?
— Eso al menos sí, dijo Caricles.
Y Critias dijo:
— En cambio tendrás que abstenerte de los zapateros, carpinteros y herreros, pues creo que ya los tienes desgastados y ensordecidos.
— Entonces, dijo Sócrates, ¿pasa lo mismo también con lo que les atañe, lo justo, lo piadoso y otras cosas por el estilo?
— Sí, por Zeus, exclamó Caricles, y también con los vaqueros, pues de lo contrario procura no menguar tú también las vacas.
»

Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, I.

 

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13 comentarios en “EL ÚLTIMO VINO – Mary Renault

  1. farsalia dice:

    Sensitiva y sentida reseña, sí señor. Esta novela la leí hace más de una década y me emocionó (sí, es el término más aproximado a lo que sentía mientras la iba leyenda), me mantuvo enganchado a sus páginas, que degusté poco a poco de ese estilo poético, ampuloso quizá, pero de una preciosa emotividad. Plasma muy bien el ambiente de derrotismo y de necesidad de salir adelante tras el final de la Guerra del Peloponeso, así como los escenarios llamémoslos «deportivos», los círculos «intelectuales», la guerra siempre en último término,…

    Maravilloso libro que debería ser releído una y otra vez…

    1. Javi_LR dice:

      Yo lo leí hace la tira también. Tendría yo diecisiete añitos. Fue la lectura que me empujó, definitivamente, a estudiar lo que estudié: Clásicas, y desde entonces mi filohelenismo no ha dejado de crecer. No guardo recuerdo crítico de su lectura, ya que por aquel entonces, incluso menos que ahora, carecía de bases sólidas, pero sí un cariño fuera de toda duda. He querido releerlo una y otra vez, pero el miedo a perder ese maravilloso sentimiento que guardo hacia él lo ha impedido, como si fuera esa Muralla larga la que rechazara el ataque de mi lectura.

      Cavi, me es complicado imaginar una mejor reseña que esta, así que pocas palabras puedo decir acerca de ella ya que rebasa con mucho mi capacidad expresiva.

  2. cavilius dice:

    También yo la había leído hace muchos años y tenía muy buen recuerdo de ella, aunque también recordaba que el lenguaje empalagoso de la Renault se me había atravesado en más de una página. No hace mucho la volví a releer y la verdad es que me ha gustado más, si cabe.

    Si todo va bien y los astros me dejan salirme con la mía alguna vez más, espero volver a leer próximamente La máscara de Apolo, que era mi favorita de esta autora. Hasta ahora, claro.

  3. ARIODANTE dice:

    Cavi, qué preciosidad. Leí el libro allá por los años ochenta, y además, ¡dos veces! Porque primero lo leí de la biblioteca y luego, años después, lo compré, pensando que no lo había leído y al empezarlo me vino el recuerdo. Me gusta el comentario que haces acerca el título; esa manía de cambiarles los títulos originales a las obras es nefanda: porque luego no sabes de qué libro estamos hablando. Y es muy diferente el sentido de El último vino a Lo que queda del vino.
    A mi no me parece empalagosa la Renault, siempre me han gustado sus libros y leeré encantada tu reseña de la Máscara de Apolo, que me gustó muchísimo cuando la leí, también hace años. Efectivamente, no es de extrañar que si en su propia vida sus sentimientos amorosos fueron hacia una persona del mismo sexo -y de hecho, su voluntario alejamiento de Inglaterra fue en parte huyendo de la discriminación y el posible escándalo- lo natural es que le interesasen esas relaciones en el mundo griego, aunque siempre es muy sutil en su manera de acercarse a esos amores.

  4. Akawi dice:

    Cavilius, como siempre me abres el apetito lector.

    Qué manera de escribir, qué forma de sentir y qué estilo de expresión. Chapeau.

    El libro también debe de ser un placer leerlo.

  5. cavilius dice:

    A mí me pasó lo mismo, Ariodante: cuando hace años leí Alexias de Atenas creía que era una novela diferente de El último vino, y cuando una vez logré ojear esta última en una librería de 2ª mano (con ese título es difícil encontrar la novela) pensé «esto me suena mucho…». Así que se me ocurrió mirar mi ejemplar de Alexias…, ahí donde pone «Título original:», y ¡zas!

    Ya hay reseña de La máscara de Apolo en Hislibris, la hizo Julio allá por la prehistoria. He puesto el enlace en mi reseña.

    Akawi, creo que disfrutarías esta novela. Quizá en algún momento puede resultar algo pedante, pero quién no lo es alguna vez en esta vida.

  6. Vorimir dice:

    A mi me suelen gustar las novelas de la Renault, así que tras esta increible reseña, no me queda más que empezar a buscarla y ponerla en la pila.

  7. Likine dice:

    Me has devuelto las ganas de disfrutar de él por tercera vez, Cavilius! Aunque, de entre todas las obras de Renault, yo prefiero, con mucho, «La máscara de Apolo».

  8. Paco T dice:

    Sin duda, una de las mejores novelas históricas del siglo XX. Sin duda. Abundando en el tema del lenguaje literario de la autora, no opino igual que Cavilius (pese a mi rendida admiración a sus reseñas y opiniones en general y helenófilas en particular desde hace mucho tiempo) en lo que respecta al lenguaje almibarado o empalagoso de la Renault. Cierto que es una voz muy diferente a otros grandes como los citados Graves (el más grande), Vidal (inclasificable), Núñez Alonso (gloria nacional olvidada) o Haefs (poseedor de la famosa fórmula), pero encuentro sus novelas extraordinariamente bellas y bien edificadas, y si bien la sensibilidad extrema de sus personajes puede llevar a calificarlas de empalagosas, el disfrute que se genera de su lectura hace que me apee de tal calificación.
    Además, Renault era capaz de recrear todo un mundo de una forma creíble, apasionada y apasionante; de hecho, recuerdo que en «El último vino» («Las heces del vino» sería sin duda la mejor traducción, aunque es comprensible no optar por una portada con la palabra en cuestión) Alexias posa para un artista para sobrevivir en la época del asedio de Atenas por los espartanos, y el bronce que se hace de los bocetos del artista aparece en «Fuego del paraíso» como una obra comprada por un antepasado de Alejandro…
    Los personajes, como bien ha reseñado Cavi, son asombrosos por su complejidad, y extraordinariamente bien configurados pese a que algunos sólo aparecen durante unas pocas páginas o partes del libro (por ejemplo el espartano que se hace amigo de Alexias durante los Juegos Ístmicos, Fedón, Alcibíades o el propio Platón). Y coincido plenamente con la opinión de Cavi acerca de las pinceladas históricas que empleaba la autora como pocos para recrear el mundo sobre el que estaba escribiendo: no recurre a la descripción de un peltasta, sino que emplea el término sin más; no explica por qué los atenienses condenaron a sus generales victoriosos en la batalla de las Arginusas… simplemente menciona, y espera que el lector ensamble y haga los acomodos finales. En eso también se diferencia en gran medida de muchos novelistas actuales que encajan elaboradas explicaciones en mitad del discurso narrativo.
    Enhorabuena, Cavi, por traer una gran novela como ésta a la PAPRI, y saludos a todos.

  9. cavilius dice:

    Hombre, cuánto tiempo, Paco T. Gracias por lo de las admiradas rendiciones, o las admiraciones rendidas, o como se diga, pero tú tampoco eres manco, ejem.
    Vaya, no se me había ocurrido lo de Las heces del vino; habría sido un título más fiel pero menos atrayente, supongo. Y vaya memoria tienes, descubriendo esa conexión entre esta novela y Fuego del Paraíso.

    Saludos.

  10. Antonio Penadés dice:

    ¿El poso del vino? Quizá sería esta la mejor traducción.

    Enhorabuena, Cavi. Es una pasada de reseña.

    A mí me pasó también algo parecido: leí este libro cuando tenía veintidos años o así y no recordaba bien el argumento pero sí el poso agradabilísimo que me dejó. Ocurre que es una novela que ofrece muchas lecturas, cada una a un nivel distinto. No es lo mismo leerla con una edad o con otra, ni hacerlo habiendo leído antes a Platón, Jenofonte y Tucídides o no habiéndolos leído. El resultado será siempre gratificante, pero dependiendo de estos factores la experiencia será siempre muy distinta. Así que, inevitablemente, todo el que haya leído este libro de alguna forma siente con el paso del tiempo que se dejó algo por el camino y que tiene pendiente su relectura.

  11. Nicolás Hernandez dice:

    Que magnífica reseña, los felicito.

  12. cavilius dice:

    Gracias, Nicolás. La novela lo merece.

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