EL REY DE NEMI. EL JUICIO DE CALÍGULA – Sandra Parente

portada_rey_nemi-677x1024Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Otón, Vitelio, Vespasiano, Tito, Domiciano… son muchos los emperadores romanos que nos vienen a la cabeza, e incluso podemos recitar la lista como si fuera la de los reyes godos. De muchos de ellos tenemos muchos datos –abundan los estudios sobre Augusto o Nerón, por ejemplo–, conocemos las biografías de los “doce” primeros (incluido César) gracias a Suetonio. Biografías que inciden en una imagen negativa, peyorativa incluso en algunos casos, y que surge de la propaganda o una visión “senatorial” a caballo de los siglos I-II de nuestra era –Tácito mediante–, y que ha perdurado hasta prácticamente la actualidad. Crímenes, vicios (especialmente los sexuales), manías, locuras… como los que la tradición ha atribuido a Calígula.

Quizá sea el de Calígula –Cayo (o Gayo) Julio César Augusto Germánico– el caso más flagrante que tenemos de una “leyenda negra”. Conocemos (o creemos conocer) su “biografía” a través de Suetonio, Dión Casio y Filón de Alejandría y Flavio Josefo, a grandes rasgos; nos faltan los libros de los Anales de Tácito dedicados a este personaje y que, sine ira et sine studio, hubieran atenuado el exceso de chismorreos de Suetonio. Calígula es el epítome de la crueldad, casi la primera imagen que nos viene a la cabeza cuando pensamos en emperadores romanos “locos”. Que si hizo cónsul a su caballo favorito, que si montó un burdel en el Palatino con las hijas y esposas de senadores, que si mantuvo una relación incestuosa con su hermana Drusila, que si se hacía pasar por un dios y mantenía conversaciones con Júpiter, instalando incluso una pasarela entre su casa y el templo de este dios en el Capitolio, que si declaró la guerra Neptuno e hizo recoger a sus soldados conchas y pechinas de mar como trofeo… Pero, ¿qué hay de “realidad” en todo ello? ¿Hasta qué punto estamos “mediatizados” por la leyenda negra que rodea a Calígula? ¿Qué sabemos de él, al margen de la propaganda senatorial en su contra? ¿Quién fue Calígula?

La literatura ha abusado de los clichés, sobre todo el de la locura: de la novela histórica de todo pelaje (algunas que otras reseñadas en esta página) a intensas obras de teatro como la de Albert Camus –búsquese en la web de RTVE un Estudio Uno con José María Rodero como protagonista; en 2001 se emitió una nueva adaptación de la mano de Eloy de la Iglesia y con Roger Pera en la piel de Calígula. El cine también ha dejado huella: cómo no recordar Calígula de Tinto Brass (1979), con producción de Bob Guccione, dueño de la revista pornográfica Penthouse y quien, una vez Brass finalizó el rodaje (de por sí subido de tono) del interesantísimo guion de Gore Vidal, añadió algunas secuencias pornográficas con varias de las modelos de su revista. Malcom McDowell como Calígula, Peter O’Toole como Tiberio, Helen Mirren como Cesonia, John Gielgud como Nerva (padre del futuro emperador)… todo un elenco de estrellas para una película que generó tanto escándalo como la figura que pretendía relatar. Hubo una secuela, Calígula 2: la historia no contada (Joe D’Amato, 1982), que sin un guion que lo requiriera, incluyó secuencias pornográficas y planteó una trama, bastante absurda, que se apartaba del “canon” sobre el personaje: una muchacha del norte de África era “adiestrada” para asesinar al emperador, pero finalmente se enamoraba de él, dedicado de lleno a los asesinatos y sus vicios sexuales; de hecho, Calígula era asesinado, asaeteado cuan un mártir Sebastián, por soldados romanos en una playa, no en Roma. En la  espléndida serie de televisión Yo Claudio (BBC, 1976) vimos a John Hurt como Calígula (con un peculiar doblaje castellano, por cierto), en una interpretación briosa del personaje (ese pelo rubio oxigenado que no escondía una galopante calvicie); cómo olvidar su aparición con una barba postiza y los labios llenos de sangre cuando, en pleno delirio de terror, quiso devorar el fruto de su incesto con Drusila, como si de un Saturno se tratara.

En este panorama de lugares comunes sobre Calígula, uno se podría preguntar qué aporta una novela como El rey de Nemi. El juicio de Calígula de Sandra Parente (Ediciones Evohé). Una primera conclusión es que se trata de una novela histórica “diferente” dentro del género (los dioses sean alabados), que no trata tanto de “rehabilitar” (si es que era necesario) al personaje sino de “humanizarlo”, en el sentido de conocerlo de cerca, y de “juzgarlo” de nuevo. Y ahí adquiere pleno significado el subtítulo: hay un juicio en el Inframundo, tras la muerte de Calígula, del mismo modo que hay un juicio al personaje por parte de la autora al escribir su novela… y también por nuestra parte como lectores.

Estamos ante una novela larga y que requiere de una cierta paciencia, o si acaso complicidad del lector. No es una novela al uso (el toque a lo Yourcenar que en las presentaciones del libro ha mencionado Parente como una de sus influencias), tampoco pretende abundar en los tópicos sobre el personaje, aunque parta de ellos para situarlos en su (¿justo?) lugar. El juicio al personaje, que es una de las tramas de fondo de la novela, sirve de excusa perfecta para que la autora vuelque en su texto la documentación que ha ido recopilando sobre el personaje, lo que nos cuentas las fuentes, pero sin caer en el riesgo del salgarismo, de ese “andamiaje” que suele verse demasiado a menudo en el género de la novela histórica. Tanto he leído que te lo voy a demostrar, lector. Pero no, Parente dosifica la información que tenemos sobre Calígula, puesta a menudo en boca de quienes lo quieren mal (ese Cicerón fiscal o algunos de los testigos de la acusación), pero no aprovecha que el Tíber pasa por Roma para contarnos TODO lo que se sabe sobre el personaje. El juicio, con todo, especialmente en el primer tercio de la novela, se hace algo redundante, al menos para quien esto escribe (por ello hablaba de una cierta paciencia del lector) con la sucesión de testigos de la acusación y de la defensa.

Un juicio que, además, es paralelo a la recreación de la vida del personaje, por lo que se abunda en flashbacks, desde que Calígula era muy pequeño y acompañó a sus padres a Germania (y dónde se le dio el sobrenombre), en los años posteriores a la muerte de Augusto, y más tarde a Siria y Egipto, en esa gira entre turística y protocolaria de un Germánico que hallaría la muerte (envenenado, se decía) demasiado pronto.  Conocemos de cerca a la familia de Calígula: el recuerdo de ese padre ausente, el dolor de una madre (Agripina) hasta cierto punto castradora, las amenazas de un tío abuelo (Tiberio) que odió ser emperador y que dejó en manos de su secuaz Sejano la persecución de una familia mientras se retiraba a Capri. Uno se pregunta hasta qué punto (y más allá de la ficción literaria) Calígula no quedó marcado durante esos años de adolescencia y juventud, hasta la muerte de Tiberio, obligado a disimular su dolor y rencor hacia quien consideraba responsable de la destrucción de su familia. Son capítulos muy interesantes los del segundo tercio de la novela, hasta que alcanzó el poder y comenzó un gobierno que, aun breve en tiempo (no llegó a los cuatro años), fue convulso. Me quedo especialmente con la relación con su hermana Drusila, con el lirismo que en ocasiones adquiere la prosa de Parente, lo bien que se le dan los momentos íntimos entre ambos personajes, la construcción de una relación fraternal que trasciende lo que las malas lenguas de la época (y en la posteridad) dijeron sobre ambos personajes. Queda el tercio final de la novela, el gobierno de Calígula, sus bromas pesadas, su sarcasmo y cinismo hacia el establishment senatorial, sus crueldades (que también las hubo) y el camino hacia la conjura que pondría fin a su vida cuando apenas tenía veintiocho años.

Son muchas las buenas sensaciones que consigue suscitar la novela. En primer lugar, el innegable elemento literario (es una novela muy literaria y afortunadamente muy poco del género), cada vez más rico a medida que avanza el texto; parece como si la autora se fuera soltando poco a poco, atenazada quizá en las primeras páginas por el peso de lo que significa, incluso desde la ficción, escribir un libro sobre un personaje tan marcado por el estigma como Calígula. A continuación, la sólida estructura de una novela que juega con los flashbacks sin que se pierda comba y que plantea diversas tramas al mismo tiempo sin que ninguna de ellas naufrague. Queda también la impresión de que se ha navegado con buen rumbo entre las procelosas aguas de la Historia que conocemos (o creemos conocer) sobre el personaje y las pequeñas historias que nutren el libro,  entre los personajes históricos tan conocidos y aquellos otros de ficción que funcionan bien. Queda ese lirismo, esa poética, que nutren la prosa de una escritora que pone sus cartas sobre la mesa, si no lo había hecho ya antes con sus relatos. Y queda un título, con sir James Frazer y La rama dorada de escorzo, que nos recuerda la delgada línea que separa la leyenda de la historia.

Con El rey de Nemi. El juicio de Calígula, el lector se embarcará en un viaje que le permitirá poner en duda la leyenda negra del personaje; un viaje que disfrutará si se deja llevar y seducir por los momentos íntimos, por la lírica y la filosofía (¿por qué no?). Probablemente el veredicto que otorgue en su particular juicio sea muy diferente del que inicialmente tenía en mente. Pero eso ya queda visto para sentencia…

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23 comentarios en “EL REY DE NEMI. EL JUICIO DE CALÍGULA – Sandra Parente

  1. Urogallo dice:

    Épico libro. Desde el infierno (Aunque sea un infierno pagano, sin connotaciones directas de castigo, ¿Dónde si no íbamos a encontrar a Caligula?) Caligula va a ser juzgado por sus iguales en un juicio espéctaculo destinado a aclarar sus Responsabilidades con la moral, la República y su familia. ¿El príncipe? ¿El monstruo? Hay que situar bien al personaje, y, naturalmente, ponerse del lado de la autora y concederle el beneficio de la duda al tan Explotado Caligula

  2. ARIODANTE dice:

    Estoy leyéndolo, y la verdad es que me está gustando, si bien hube de hacer un esfuerzo para traspasar el prólogo y la primera parte del juicio. El prólogo es innecesariamente largo y puede hacer huir a algún lector. Por lo demás, la estructura me parece solida y la acción ágil, aunque el lenguaje usado adolezca en algunos casos de palabras o formulas lingüísticas en exceso contemporáneas que podrían haberse sustituido por otras más antiguas de las que el idioma español tiene en abundancia. No digo introducir palabras latinas; pero evitar adjetivos como «rocambolesco», por poner un ejemplo.

  3. Urogallo dice:

    Yo optaria por «catamitos» y «manfloritas», muy poco usados y deliciosamente arcaizantes

  4. Urogallo dice:

    Yo optaria por «catamitos» y «manfloritas», muy poco usados y deliciosamente arcaizantes, muy aptos para dar el tono que se pretende. Pero al fin y al cabo, en una obra así, todo lo que no sea hablar en latín…

  5. Ariodante dice:

    Bueno, eso es llevar el tema al absurdo. Pero la verdad, cuando estás siguiendo la narración y de pronto te sale con «Hola, Cayo!» , al menos a mí me corta el ritmo. No digo que deba poner «Salve, Cayo» pero si «te saludo, Cayo» y se podría seguir leyendo sin sobresaltarse. Claro que a muchos eso no les importa, desde luego, pero a mí sí.
    En mi opinión la novela es bastante buena, aunque podría mejorar en ese aspecto. Y creo que a un autor que quiera progresar, como supongo es el caso, le convienen sugerencias que le ayuden a ello. A mí me parece que una novela, sea histórica o no, debe cuidar tanto la trama, los personajes, la ambientación, … como el lenguaje.

  6. Caliban66 dice:

    A mí me encanto el hecho de no estar seguro de que, en caso de haber vivido la misma infancia y juventud de Cayo, no haber hecho las mismas cosas. Eso está muy bien ejecutado en este libro. Y la lírica de ciertos pasajes es sobrecogedora.

  7. iñigo dice:

    A ver si a lo largo de junio le meto mano. ;-)

  8. Arturus dice:

    Me la apunto, desde luego, Calígula es un valor seguro.

  9. Lucie dice:

    Lo primero, muchas gracias a todos. A Farsalia por su reseña y al resto por sus comentarios.
    Estuve pensando si entrar en la reseña y contestar a los comentarios en este caso, el de Ariodante, era correcto o no. Lo valoré y creo que, al menos ya que nos conocemos personalmente y estamos entre hislibreños, puedo aportar mi visión como autora respecto a lo que comentas, Ariodante y el motivo de mis elecciones, porque son eso, elecciones.
    Me parece que la novela histórica y en particular, por momentos, la referente a Roma d, está impregnada con un halo de «declamación» excesivo. Ese «Salve» que mencionas, para mí aleja al lector del personaje por ese efecto declamativo (además, creo que te refieres a una escena en concreto, en una letrina, y en ese momento un «salve» por parte de un personaje que pretende despreciar a otro, no creo fuese adecuado… No hablemos ya de escena de intimidad entre personas que se aprecian).
    Soy de la opinión de tratar de mantener la mentalidad de una época. No me gustan los anacronismos en el pensamiento de los personajes. Pero una cosa, para mí, es una novela y otra diferente es una recreación (hablaba de esto justamente estos días con un autor). Creo que son conceptos muy distintos. Hay una parte narrativa a la que trato de otorgar importancia y la realidad es que no hablamos latín, ni me atrevo a decir, que el 99,9% de los romanos hablaban como Cicerón o Séneca en sus escritos (quizás sólo el propio Cicerón).
    Comentas que te choca el uso de la palabra «Rocambolesco» ¿Entonces no se debería usar ninguna palabra en una novela de Roma que tenga un origen que no sea latín o griego? ¿Un personaje romano del s.I no puede hablar de una «almohada» o de una «arenga»? Porque la lógica, es exactamente la misma. Son palabras introducidas posteriormente.
    La elección del vocabulario fue totalmente deliberada para provocar intimidad y empatía. Ya tenía suficiente pompa en el desarrollo del juicio, de hecho es algo que recorté y traté de rebajar para que no se atragantase. No se si lo logré en toda su extensión. En todo caso, lamento que estas elecciones no te gustaron pero son voluntarias.
    Un saludo.

  10. Farsalia dice:

    Estoy de acuerdo con Lucie. Muchas veces la novela histórica adolece de un exceso de pomposidad en diálogos, de manera que al tratar de recrear una manera de hablar (o lo que se supone que es una manera de hablar), se cae en la impostación. Cuàntas veces no habremos leído relatos o novelas en las que, porque una trama sucede en el siglo XVII, por poner un ejemplo, los personajes hablan como si se tratara de una obra de teatro de Lope de Vega o, peor aún, al más puro estilo alastristense. Es algo que me repele y me saca de una novela, y en general me agota. Tampoco es que los personajes tengan que hablar con un registro coloquial que suele a demasiado actual («qué pasa, tron»), pero sí me parece que en una novela histórica, sea cual sea el perìodo, tiene que haber un registro más o menos estándar… pues la gente no hablaba como si declamara la Primera Catilinaria.

    Y en cuanto a las palabras escogidas, en gran parte estoy de acuerdo con Lucie. Quizá «rocambolesco» pueda chocarle a alguien, pero tampoco es algo grave. De hecho, recuerdo en un relato «romano» que envié a un Concurso Hislibris en el que se me criticó que usara la palabra «alharaca» por su origen árabe; por esa regla de tres no podríamos usar, en un relato ambientado en la Roma republicana, la palabra «guerra», de origen visigodo (una de las escasísimas herencias lingüísticas que dejaron los godos en el castellano, por cierto). Sería ridículo, ¿verdad? Entiendo que poner «recibió la noticia como si le hubieran disparado un tiro» sí que sería un anacronismo, por ejemplo.

  11. Farsalia dice:

    Vaya, otra vez en moderación…

  12. Javi_LR dice:

    Un servidor también es más de aceite que de óleo, sí.

  13. Ariodante dice:

    Ya veo. Bien, yo mantengo que entre el «salve» y el «hola» hay toda una gama que se podría usar. Efectivamente en una letrina usar el «salve» no sería -para nosotros- lo más indicado. El español es un idioma con muchísimos registros. Por supuesto que no es grave decir «rocambolesco» en una novela de romanos, …sobre todo cuando uno ignora quién era Rocambole, héroe de ficción decimononica. Entiendo que entre decir óleo y aceite hay una diferencia y estoy de acuerdo, Javi, en decir aceite, pero… en fin, me cuesta digerir algunas frases excesivamente contemporáneas en una ficción histórica. Supongo que es un problema de la edad. Ojo, solo he citado algunas, en general la novela está bastante contenida en ese sentido y tampoco peca de pomposidad. Por tanto, no es necesario remitirse a palabras de origen arabe. Estoy refiriéndome a palabras de origen decimonónico o del siglo XX. El «hola» ( hello) que os parece ya vetusto, se introdujo en España a mediados de los sesenta. Antes nadie decía hola.
    De todas formas, Lucie, ya que parece que la respuesta es para mí, solo he tenido algunos sobresaltos, muy breves, en general la novela me ha gustado mucho. Cuando publiquen mi reseña ya te la mandaré.

  14. Lucie dice:

    Hola Ariodante,
    la respuesta era para ti porque fuiste la que habías comentado esta cuestión. De todas formas, sólo te conté esto para exponerte mi punto de vista.
    Un abrazo,

    Lucie.

  15. Likine dice:

    Me ha gustado mucho la novela y, sobre todo, la atmósfera lírica que envuelve todas, casi todas, las emociones personales que la autora transmite en sus descripciones y el onírico aire general, de ensoñación, que me ha transmitido toda la novela. También es verdad que tenía cierta prevención. Me temía una defensa a ultranza de Gayo Germánico, punto por punto y aspecto por aspecto. Afortunadamente, no ha sido así y todo se resuelve en un tejer de matices que humanizan al personaje, intentando hacernos llegar otros motivos, otras causas y otros ambientes que pudieron llegar a inducir las acciones del emperador, no justificándolas, pero sí explicándolas. En ese sentido es una nueva visión que se agradece mucho.
    Por lo demás, en el debate sobre si usar términos «históricos» o traducirlos a lenguaje actual, pues lo cierto es que yo, en principio, creo que cuanto más histórico el término, mejor, porque acerca más al verdadero significado del término en su momento histórico. La equivalencia actual no suele corresponder exactamente y hace que uno de los aspectos que yo considero más interesantes de la novela histórica, el intento de recreación de las mentalidades, se diluya y confunda. ¿Para qué usar la narrativa histórica para contar conflictos de hoy con la mentalidad de hoy? ¡Habla de hoy, entonces! Por discutir, digo… :)

  16. ARIODANTE dice:

    Suscribo lo que dice Likine, tanto en su primer párrafo como en su segundo.

  17. Farsalia dice:

    Utilizar según qué palabras no creo que diluya el esfuerzo por recrear las mentalidades de una época, algo que me preocupa especialmente cuando se trata de un producto de ficción (sea una novela, una película, una serie de televisión). Una novela debe incidir en la verosimilitud y no en la veracidad, en la plausabilidad y no tanto en el lo que consideramos el «rigor histórico», que se le debe exigir a un ensayo historiográfico. Es un tema que ya se ha discutido ampliamente por el foro y la propia Papri. Me parece que hay que diferenciar entre lo que es un claro anacronismo, tanto en el léxico como en las actitudes que asuman los personajes de un texto, y aquello que es imposible que un personaje dijera o asumiera. Por seguir con el ejemplo aducido, «hola» es una palabra neutra, de uso común, menos recargada que un «salve», que introduce a su vez una cierta distancia personal entre personajes que, evidentemente, tenían un trato cercano, íntimo incluso. Pero que Macrón se sentara al lado de Gayo en las letrinas y le dijera «Qué pasa, tío», sí sería inadmisible.

  18. Lucie dice:

    Contestando a Likine y su planteamiento final. Sí creo que, con mucho cuidado, se pueden plantear conflictos presentes a través de una buena narrativa histórica sin traspasar el Rubicón del anacronismo. Y hay un buen ejemplo hislibreño reciente: «La isla de las sombras» de Juan Luis Gomar.
    Hay conflictos atemporales que se pueden llegar a tratar sin que salte la alarma del anacronismo.
    Con respecto al tema del lenguaje, coincido, como no, con Farsalia. Y simplemente planteo, ¿qué debe de primar, la narrativa o la Historia? Yo creo que se puede buscar un equilibrio entre ambas partes sin que ninguna mate al otro. A veces, soy de la opinión que la ficción histórica se convierte en mera recreación abandonando por completo la parte narrativa (lenguajes pomposos, declamados, salgarismo, descripciones interminables etc). Otras veces, por lo contrario, aparecen elementos anacrónicos por querer dotar a esa narrativa de más fuerza (quizás empática), como puede ser un ejemplo del que se habló estos días, el empoderamiento femenino u otros conflictos más contemporáneos.
    Creo que hay que tratar de bailar en el filo de la navaja y que es necesario no sacrificar ninguno de los dos términos por igual.

  19. ARIODANTE dice:

    Bueno, un «te saludo» o un «saludos» no hubiera estado tan mal. Pero a lo que vamos. Evidentemente, si leo un «que passa, tío» me dejo el libro en esa página. En fin, todo esto ya lo hemos discutido muchas veces aquí, y tampoco es para rasgarse las vestiduras. Yo creo que cada uno tenemos unos umbrales lingüísticos, y los míos deben de estar a otro nivel.

  20. ARIODANTE dice:

    Ni por encima ni por debajo, simplemente, distintos. Para que nadie se sienta mal.

  21. ARIODANTE dice:

    Efectivamente, Lucie, hay que mantener un equilibrio que no siempre es fácil.

  22. Likine dice:

    Por explicarme un poco más, quizá, volvería a afirma que nada tiene que ver la recreación de la mentalidad y el uso del lenguaje más o menos históricamente «preciso» con la calidad narrativa o literaria del escrito. Un mundo no prejuzga ni predetermina al otro. Una cosa es la pertenencia al subgénero y otro es la calidad narrativa. Y desde luego, tenéis razón, el anacronismo es el límite del subgénero. La cuestión substancial es la de si no esun anacronismo meridiano hablar de un problema actual con mentalidad actual en un marco ambiental en el que ni el problema ni la mentalidad son esas. Eso será una gran obra literaria si reúne las condiciones para serlo, pero no pertenecerá al subgénero. ¿Importa eso? Pues no mucho y solo según el ámbito de la discusión. ¿Juego de Tronos es un meritoria obra literaria? Pues vamos a decir que sí, pero, desde luego, no es novela histórica.
    Sin embargo, elegir un método de reflejo de la mentalidad con términos más o menos históricos, siempre que haya una buena equivalencia que no afecte al reflejo de la mentalidad, es legítimo criterio y gusto del autor, pero no prejuzga la calidad literaria en absoluto.

  23. Urogallo dice:

    Juego de Tronos es una novela de fantasía. No viene al caso, puesto que puede tener la mentalidad que le de la gana a Martin…ya que todos sabemos que descienden, como He Man, de una tripulación espacial terrestre¡¡¡ (Con los guionistas de HBO igual acierto y todo)

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