EL PAPA LUNA. BENEDICTO XIII Y EL CISMA DE OCCIDENTE – Jesús Maeso de la Torre

El papa luna. Benedicto XIII y el cisma de occidenteNovela histórica que retrata ese intenso periodo de la Edad Media europea casi al borde de iniciarse el Renacimiento durante el cual se desarrolló el llamado cisma de la iglesia occidental durante el cual llegó a haber incluso 3 “sucesores de Pedro”, cada uno apoyado por varias cabezas coronadas.

La novela trata de introducirnos una visión de aquellos turbulentos tiempos a través de la persona del mismo papa Luna… emblemático personaje cuyas convicciones llevan a ponerse las sandalias del pescador y a acabar sus días abandonado de todos sus aliados y amigos en el famoso castillo-fortaleza de Peñíscola en su España natal, ya tratado como anti-papa y hereje o como hombre santo según el interés político de los poderosos…

Para no tratarse de un libro estrictamente histórico y estar novelado (por lo cual hay varias licencias del autor que se permite en ocasiones adivinar los pensamientos de los diferentes personajes) creo que la facilidad de su lectura, lo interesante del periodo relatado y el buen hacer de la pesquisa historiográfica hacen que este libro sea merecedor de un rato de nuestro tiempo para que conozcamos algo mejor aquel (para mi gusto) interesantísimo periodo en que Europa salía de la “era oscura” y se encaminaba a paso firme hacia el Renacimiento.

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19 comentarios en “EL PAPA LUNA. BENEDICTO XIII Y EL CISMA DE OCCIDENTE – Jesús Maeso de la Torre

  1. Aretes dice:

    Max, buena reseña de un buen libro.
    Lo leí hace ya un tiempo y dejó un buen recuerdo.
    Pone de relieve un pedazo de la historia poco conocido, aunque importante. Entretenido y muy recomendable.

    Enhorabuena, de nuevo.

  2. Arauxo dice:

    Salve, Max.

    Te veo bastante interesado en los siglos XIV y XV, en la Historia de la Iglesia de la época, en el papado y en la participación española en los asuntos de la sede de San Pedro. Lo digo porque tu reseña anterior fue sobre un libro de los Borgia (https://www.hislibris.com/?p=347) y ahora nos vuelves a reseñar un libro sobre otro papa (un antipapa en este caso) español y uno de los protagonistas de la Historia más llamativos e interesantes que dio nuestro suelo patrio en la Edad Media: el papa Luna. Como supongo que el personaje despertará interés en las próximas fechas y que suscitará comentarios (seguro que Anthos anda cerca…), habrá tiempo de escribir y debatir sobre él, sobre su participación privilegiada en los acontecimientos de la época y sobre… el castillo de Peñíscola, por supuesto, tan vinculado a su nombre y a su biografía. Mientras tanto y por su te interesa a ti o a algún otro hislibreño, recuerdo que se habló de Benedicto XIII en la reseña sobre Los reyes malditos, a propuesta de Aretes si no recuerdo mal (https://www.hislibris.com/?p=236).

    Hay en Hislibris, por cierto, Max, otra reseña sobre un libro de Maeso de la Torre, Tartesos (https://www.hislibris.com/?p=105). Pero la verdad es que el autor no salía nada bien parado en los comentarios. ¿A ti te ha gustado el estilo, Max? ¿No lo has encontrado pretencioso, empalagoso, lento o aburrido, por usar los mismos calificativos que allí se empleaban? Porque confieso que, aunque no participé en su momento con mis comentarios, yo empezé a leer Tartesos y el libro se me indigestó, se me cayó de las manos a trozos y me resultó infumable, sobre todo por el estilo pedantorro y gongoresco del autor. ¿Este del papa Luna es recomendable?

    Un saludo.

  3. Arauxo dice:

    Mi comentario está… en moderación, leñes.

  4. Urogallo dice:

    Y un personaje muy interesante, en Illueca aún le recuerdan con esta curiosa frase: «Illueca sigue en sus XIII». La verdad que el legado de los luna impregna toda la comarca.

  5. Koenig dice:

    Interesante reseña Max. Algo he leído últimamente sobre esa época, pero en Alemania.

    Un saludo.

    Koenig.

  6. Anthos dice:

    Ya sé, Arauxo, que tu comentario está en moderación y sé también que me andas acechando. En efecto, mencionar al Papa Luna y al Cisma de Occidente es para mí una provocación a la que no me puedo resistir. No he leído el libro de Jesús Maeso pero sí abundante literatura al respecto y tengo mi particular visión de las cosas. ¿Me permitís que os las resuma a mi manera? Gracias.

    Muerto Gregorio XI, último papa de Aviñón, Italia reclamaba un pontífice de la tierra. Bajo el griterío hostil de una multitud de romanos que no cesó durante toda la noche del cónclave, los purpurados no tuvieron otra opción que nombrar papa al arzobispo de Bari Bartolomé Prignano, que fue coronado como Urbano VI el 18 de abril de 1378. Se propuso reformarlo todo de inmediato: la ciudad de Roma, Italia entera, la Iglesia y sus dignatarios, el clero… Y puso en práctica su impulsivo arrebato de la peor forma posible: sin moderación en los improperios contra los propios cardenales que le habían entregado su confianza; sin miramiento en la execración de reyes, príncipes y emperadores; provocando la irritación de humildes y poderosos; prodigando sus iracundos rigores de forma gratuita y arbitraria; en fin, granjeándose el aborrecimiento colectivo de cuantos, por una u otra causa, sufrían el desabrido carácter de este individuo. La situación se hizo insostenible. So pretexto de eludir el calor estival de la ciudad del Tíber, trece cardenales se congregaron en Anagni para deliberar sobre el mejor modus operandi. El 9 de agosto de 1378, tan sólo cuatro meses después de que Urbano VI subiera al solio pontificio, concluyeron declarando que el nombramiento del papa se había producido bajo coacción de una muchedumbre amenazante y que, por tanto, no tenía validez. El 20 de septiembre, esos mismos cardenales, constituidos en cónclave en la ciudad de Fondi, procedieron al nombramiento de un nuevo papa. El elegido fue el cardenal suizo Roberto de Ginebra, quien tomó el nombre de Clemente VII y se instaló en Aviñón. Urbano VI, como cabía esperar, no aceptó la legitimidad del cónclave de Fondi ni la legalidad canónica de la designación de Clemente VII. La cristiandad se dividió en el reconocimiento de una u otra cabeza visible de la iglesia. Las naciones lo hicieron según sus afinidades políticas e intereses de estado: Inglaterra, Alemania, la mayor parte de Italia, Hungría, Flandes y Escandinavia se alinearon con el papa de Roma, Urbano VI; por su parte, Francia, los reinos de España, el de Nápoles y Escocia prestaron su apoyo a Clemente VII y su curia de Aviñón. Aun aquellos mismos cuyas cabezas se verían circuidas por la aureola de la santidad rivalizaron en su respaldo a Urbano o a Clemente: para santa Catalina de Siena o el beato Pedro de Aragón, el primero era el papa verdadero y el segundo el antipapa; san Vicente Ferrer o el beato Pedro de Luxemburgo otorgaban aquellos títulos justamente al revés. El cisma era una realidad.

    Ambos papas, o, más exactamente, el papa y el antipapa -aunque no estuviera definido quién era quién- se tacharon de anticristos y se excomulgaron mutuamente y a todos sus respectivos seguidores, si bien nunca se esclareció, porque nunca se zanjó la controversia, qué mitad de la cristiandad fue la excomulgada en derecho. Clemente VII, cuya trayectoria militar le tenía más avezado al manejo de las armas que al de las bulas, reunió una partida de mercenarios franceses y a la cabeza de ellos tomó el castillo de Sant’Angelo en Roma. Urbano VI se lo arrebató poco después también por la fuerza. En 1389 moría Urbano VI presumiblemente envenenado, y en 1394 lo hacía Clemente VII. Mas el cisma estaba lejos de solucionarse por la simple muerte de los promotores antagonistas. Ambos supuestos papas habían creado su propia corte de cardenales que se apresuraron a designar respectivos sustitutos. A Urbano VI le sucedió en Roma Bonifacio IX, y a Clemente VII, en Aviñón, Benedicto XIII. Diez años más tarde, en 1404, moría en Roma Bonifacio IX, pero tampoco esta defunción cambiaría en nada el estado de las cosas. Sólo unos días después -los cónclaves actuaban ahora con una celeridad que no se había conocido en épocas de unidad eclesiástica- los cardenales romanos le dieron sucesor en la persona del napolitano Cosimo de Migliorati, Inocencio VII. Como había sucedido con Benedicto XIII antes de su elección papal y con Bonifacio IX en idéntica situación, Inocencio VII, siendo cardenal, había mostrado abierta disposición a solucionar el cisma aun a costa de tener que despojarse de la tiara en caso necesario; es más, Inocencio, al igual que los demás cardenales romanos, lo había jurado como requisito previo a su designación. Una vez consagrados, todo apunta a que la unción divina y los dones del Espíritu Santo que con ella recibían les hacían ver las cosas de otro modo, pues todos, sistemáticamente, actuaron con absoluto desprecio de la promesa o del juramento prestado.

    Inocencio VII fue blanco de los revolucionarios romanos que negaban su autoridad civil. Levantados éstos en armas, el papa no disponía de las suficientes que oponer, pero contó con la ayuda de un sobrino, que había sido nombrado cardenal en un acto de tradicional nepotismo, quien se encargó de buscar la solución: con engaños reunió en su casa a los líderes de la revuelta y, una vez allí, los hizo asesinar. Hasta para aquella época, en los albores del siglo XV, en que lo pasmoso resultaba trivial y la crueldad una rutina cotidiana, un hecho tan brutal cometido por un purpurado rebasó la cota de tolerancia del pueblo romano. Inocencio VII tuvo que huir apresuradamente y buscar refugio en Viterbo. Pudo regresar a Roma en 1406 donde murió el 6 de noviembre de ese año. Repetido el mismo rito ya empleado en ocasiones anteriores para el solemne acto de prestación por parte de todos los cardenales romanos del juramento de aceptación de la renuncia si llegaba el caso, y con la misma premura en la convocatoria y conclusión del cónclave elector, era nombrado papa de Roma el veneciano Angelo Carrer con el nombre de Gregorio XII. También con el mismo desdén por la palabra empeñada devenía en perjuro el nuevo papa que se negó, cuando se lo reclamaron, a la cesión de los derechos adquiridos por su nombramiento. Si por parte de Gregorio XII no existía voluntad de solucionar el escandaloso problema, por parte de Benedicto XIII sí. Deseaba vehementemente acabar con aquello por cualquier medio, y el más apropiado en aquel momento y circunstancias le pareció que sería la guerra contra su rival. En 1408 puso en marcha hacia Roma un ejército que sólo llegó a Génova por falta de provisiones y recursos económicos. El fracaso en aquella tentativa bélica le hizo renunciar a su propósito de invadir Italia.

    Y si en los papas no, ¿no quedaría un punto de sensatez en los cardenales? Eso pareció ser. Ambos colegios cardenalicios percibieron que sus respectivos primados carecían de la capacidad de negociación y pacto que demandaba con urgencia toda la cristiandad, y que sólo en ellos mismos residía la facultad de aportar una solución que se impusiera por encima de las desavenidas posiciones de los pontífices. Estuvieron de acuerdo en reunir un concilio. Se celebró en Pisa, en 1409, con la presencia de varios cardenales de cada bando, además de una amplia representación de las diversas dignidades eclesiásticas afines a una y otra parte y de los embajadores de todas las naciones del orbe cristiano. No obstante aquella nutrida concurrencia -más de mil asistentes-, el cónclave era ilegal pues no había sido convocado por el papa, único, según el propio derecho canónico, que tenía atribuciones para hacerlo. Tanto a Benedicto XIII como a Gregorio XII -ausentes ambos- se les culpó de cismáticos y herejes y fueron depuestos de su trono. En su lugar fue elegido por la asamblea un nuevo papa, el cretense Petros Filargos, en adelante Alejandro V. Ni Benedicto XIII ni Gregorio XII se avinieron a abdicar ni estuvieron dispuestos a refrendar las conclusiones de aquel conciliábulo convocado de forma irregular. El nombramiento de Alejandro V por el concilio de Pisa, lejos de acabar con el cisma, no hizo sino añadir un tercer papa a los dos en discordia, de manera que la escisión de la iglesia era ahora triple. Alejandro V, tuvo un breve reinado de tan sólo once meses; murió envenenado. Los cardenales de su obediencia nombraron acto seguido un nuevo papa: Juan XXIII. No era otro que Baltasar Cossa, noble de espada y capelo, que conciliaba en su misma persona la simultánea y discorde condición de cardenal de la iglesia y pirata de los mares. No cuesta admitir en un individuo de este talante, más próximo al de un bandolero que al de un pontífice, el cargo que se le imputaba de haber envenenado a su antecesor para sustituirle en la sede apostólica.

    Así de turbias y revueltas bajaban las aguas por las torrenteras del mundo cristiano por el que trotaban erráticos tres papas, perseguidores y perseguidos ellos mismos, en fuga permanente, de Aviñón a Perpiñán y Peñíscola, uno, de Roma a Gaeta y Rímini, otro, de Bolonia a Roma y Florencia, el tercero. La degradación de la iglesia y el deterioro general de la cristiandad no podían ser mayores; alguien debía poner orden en aquel caos al que se había llegado con disgusto de todos. ¿Quién podría ser el adalid? Pues el nuevo emperador germano Segismundo de Luxemburgo, rey también de Hungría. El 30 de octubre de 1413 invitó formalmente a Benedicto XIII y Gregorio XII a que se uniesen con Juan XXIII para congregar a los representantes de toda la cristiandad en un magno concilio. Ninguno de los dos respondió afirmativamente, sin perjuicio de lo cual, Juan XXIII, entonces en amigable relación con el monarca germano, se avino a expedir una bula (Ad pacem, diciembre de 1413) por la que convocaba en Constanza el deseado concilio. El 29 de octubre de 1414 llegaba a Constanza el papa Juan con su cuantioso séquito; el 5 de noviembre se iniciaban las sesiones. Acudieron numerosísimas personalidades de todos los ámbitos; con referencia únicamente al clero, se habla de decenas de cardenales, centenares de obispos y miles de sacerdotes. Otro estamento nutridamente representado fue el de las prostitutas, de las que algún cronista llegó a computar más de setecientas; ellas también -¿por qué no?-, como el resto del orbe cristiano, habían depositado su esperanzada confianza en obtener grandes beneficios de este cónclave.

    Juan XXIII acudió al concilio con la certidumbre de que iba a ser él quien lo presidiese, y el convencimiento de que todo giraría en torno a su persona como papa verdadero cuya legitimidad sería sancionada por la asamblea. Se equivocó por entero. Segismundo, su valedor hasta aquel momento, le disputó la presidencia y el protagonismo y, en armonía con el sentir de todos los presentes, fue más allá: propuso como única fórmula válida la renuncia o, en su caso, la destitución de los tres papas y el nombramiento de uno nuevo que gozase de la unánime aceptación. Juan, sorprendido y confuso, no tuvo otra opción que prometer que abdicaría siempre que lo hicieran también los otros dos papas rivales. Comprendió enseguida que el clima no le era propicio y que se frustraban todas sus expectativas, de modo que se determinó a huir de Constanza con la vana esperanza de que, ausente él, el papa, el concilio se malograría y devendría en nada. Emprendió la fuga, en efecto, la noche del 20 de marzo de 1415 disfrazado de palafrenero, corriendo a refugiarse en Schaffhausen, territorio perteneciente a su nuevo protector, el duque Federico de Austria. Pero el cónclave no se derrumbó por eso; más bien se acrecentó la indignación contra el fugado y el firme propósito de deponerlo. Haciendo valer su superior autoridad, Segismundo obtuvo de Federico que le entregase al artero papa que fue devuelto a Constanza y reducido allí a prisión. Acusado de simoniaco, sodomita, cismático y, sobre todo, de haber asesinado a su predecesor, el abatido Juan no pudo mantener el ánimo y firmó la abdicación, lo que no le libró de seguir encarcelado durante tres años. Juan XXIII fue depuesto formalmente el 29 de mayo de 1415. Restaba hacer lo propio con los otros dos. A la vista de los acontecimientos, Gregorio XII, que fue tratado por el concilio como papa legítimo, no se encontró con aliento suficiente para porfiar; envió una bula reconvocando el concilio, cuya validez podría cuestionarse tras la ausencia del papa convocante, y, el 4 de julio de 1415, presentaba su dimisión. El horizonte se iba despejando.

    Ya sólo quedaba el testarudo Benedicto XIII. Todo intento de negociación con él fue inútil. Fue preciso que el concilio de Constanza dictaminase su incapacidad y le depusiera el 27 de julio de 1417, sin que él aceptase jamás su destitución. Por fin, el 11 de noviembre de 1417, confeso, condenado y recluido Juan XXIII, abdicado Gregorio XII, y aislado en su autoencierro y neutralizado Benedicto XIII, la asamblea conciliar procedió a elegir papa a Odón Colonna, en lo sucesivo único e indiscutido pontífice bajo el nombre de Martín V. El Gran Cisma de Occidente podía darse por concluido. No deja de ser curioso -o quizá sí, si se repasa la trayectoria del pontificado- que tuviera que ser por la intervención del poder civil como se diese fin al gangrenado conflicto eclesiástico. En definitiva fue el uso de la fuerza física y directa, o bien la intimidatoria que dimana del poder, la que sirvió para reducir la rebeldía de los papas contendientes: Juan XXIII fue capturado manu militari, conducido de esa forma ante el concilio de Constanza, obligado a firmar su condena bajo amenazadoras y exageradas acusaciones y encarcelado durante más de tres años, aun después de depuesto; con Gregorio XII no fue preciso llegar a tales extremos de violencia, pues, consciente del abandono en que se encontraba por parte de cualquier poderoso sostenedor, no tuvo oportunidad alguna de oponer la más mínima resistencia y, quien en condiciones de libre actuación se había mantenido aferrado a su firme persuasión de legitimidad, hizo dejación de aquel convencimiento y presentó sumiso la abdicación; Benedicto XIII no llegó a claudicar nunca, si bien tampoco fue necesario, pues en su caso la presión política se ejerció sobre los soberanos protectores del aragonés, algo más sencillo y operativo que tomar al asalto la fortaleza de Peñíscola y acabar con su resuelto defensor por la vía de la lucha armada.

    El desarrollo del concilio de Constanza y su resultado, la elección de Martín V, plantean muchas e inquietantes dudas. ¿Puede considerarse este papa verdaderamente legítimo? Responder a esta cuestión comportaría la previa discusión sobre qué se entiende por legitimidad en los nombramientos papales. Hacía varios siglos -desde la promulgación del decreto de 1059 por el papa Nicolás II- que estaba estatuido que la elección del titular de la cátedra de san Pedro se efectuase por votación entre los cardenales. En Constanza no sucedió así. Se hizo por aceptación de los representantes de las cinco naciones de más peso político partícipes en el concilio. Martín V no fue designado por los cardenales sino por los legados civiles de Alemania, Francia, Italia, España e Inglaterra. De haberlo nombrado los cardenales quizá no hubiera sido el proceso más acorde con los cánones eclesiásticos, pues, si bien se hubiese guardado la formalidad decretada, los cardenales concurrentes habían sido nombrados por los papas depuestos o por sus antecesores, todos ellos cismáticos y de dudosa o nula legitimidad, y, no siendo auténticos los papas, tampoco habrían de serlo los cardenales. La validez de la elección de Martín V nadie la puso en entredicho; pero ¿quién podría haberlo hecho, estando sancionada por la agrupación de los países más poderosos de la cristiandad? Que se sepa, no hubo ningún tipo de manifestación de la divinidad contraria a verse representada en la tierra por el que resultó predilecto de las monarquías imperantes, y el propio Espíritu Santo debió entender que no merecía la pena polemizar con los humanos por cuestión de competencias, aun siendo patente que sólo a él le correspondía el otorgamiento de sus propios dones de los que parecían disponer a su antojo Segismundo y los demás arrogantes coronados. Ante aquella aquiescente actitud de las potencias del cielo y de la tierra, Martín V se ha aceptado siempre como origen de la regenerada iglesia postcismática.

  7. jerufa dice:

    Buffffff, Anthos…que maravilla. Es un verdadero placer leerte. ¡Vaya clase de historia has dado!. Comentarios como el tuyo hacen que valga la pena abrir una y mil veces hislibris. Ojalá algún día tenga la suerte de conocerte personalmente. Debes ser una persona extraordinaria. Max, felicidades por la reseña. La verdad es que retrata un periodo apasionante pero me gustaría saber si el repaso histórico sobre el cisma que tan bien plasma Anthos se contiene en la novela. Un abrazo a los dos.

  8. Valeria dice:

    Aplaudo con entusiasmo esta intervención: amena, clarificadora y atractiva como pocas. Enhorabuena, Anthos. Ojalá tuviéramos más a menudo estas explicaciones. ¡Se me ha hecho corta!
    Sólo me ha quedado una duda (ya se sabe, la ignorancia es atrevida) ¿No reconoció entonces la iglesia postcismática como papas a los precedentes? Lo digo porque me ha extrañado que uno de ellos se llamase Juan XXIII, nombre que para mí hasta ahora identificaba a Roncalli, conocido también como «El Papa Bueno».

    (¿y eres el padre de Richar? :D Acabo de enterarme. Un placer.)

    Un saludo.

  9. Koenig dice:

    Un texto muy interesante Anthos. Y un ejemplo.

    Saludos.

    Koenig.

  10. cavilius dice:

    Delicioso.

  11. Aquiles dice:

    Así se explica la Historia, sí señor. Felicidades y gracias, Anthos.

  12. Ulises dice:

    Bueno, hay dos Juan XXIII, dos Benedicto XIII, dos Clemente VII.
    Pero, curiosamente, aunque hay un antipapa llamado Alejandro V, la lista oficial de los Papas se salta de Alejandro IV a Alejandro VI.
    Saludos.

  13. Anthos dice:

    Sois todos muy amables conmigo y hacéis gala, además, de una enorme fuerza de voluntad pues habéis sido capaces de leer mi extensa perorata. Gracias por vuestra indulgente comprensión.

    En cuanto al reconocimiento postcismático, más o menos explícito, de la legitimidad de los papas del periodo que abarca el Gran cisma de occidente, por el que se interesa Valeria, tanto el Liber pontificalis como el Anuario ponticicio hacen distinción entre los protagonistas encuadrándolos en tres grupos:

    Cisma de occidente
    Sede pontificia Papa / antipapa Periodo
    Roma Urbano VI 1378-1389
    Bonifacio IX 1389-1404
    Inocencio VII 1404-1406
    Gregorio XII 1406-1415
    Aviñón Clemente VII 1378-1394
    Benedicto XIII 1394-1417
    Pisa Alejandro V 1409-1410
    Juan XXIII 1410-1415

    Los papas de Aviñón figuran expresamente como antipapas en el Anuario pontificio, de forma que sus lugares ordinales (séptimo para Clemente y decimotercero para Benedicto) no fueron tenidos en consideración en el tracto papal y se asignaron nuevamente a quienes adoptaron luego los nombres de Clemente o Benedicto. Por eso, como muy bien apunta Ulises, se repiten estas nominaciones. Sucede lo mismo con Juan XXIII, aunque no me consta su explícita inscripción como antipapa en las listas pontificales. Respecto a Alejandro V, la omisión o salto a que se refiere Ulises se produjo en 1947; hasta entonces su nombre figuraba en el Anuario como papa reconocido, y es a partir de esa fecha cuando se le retira de dicha relación, quedando un vacío numérico. Los «papas romanos» son los que han sido siempre aceptados como legítimos y sus nombres se consignan como tales en las relaciones eclesiásticas oficiales.

    En esta línea, en el concilio de Constanza Gregorio XII fue juzgado legítimo por la asamblea conciliar, por eso no le depuso, sino que se limitó a aceptar su abdicación «voluntaria», que se habría convertido en forzada de haber opuesto cualquier resistencia, pues era propósito del concilio deponer a los tres papas sin consideración a sus particulares circunstancias. No se trataba tanto de que fuese o no legítimo, sino de obtener una armónica concurrencia por parte de todos los príncipes de la cristiandad en el respaldo a un candidato común, lo que no se hubiese producido de haber mantenido a alguno de los desgastados papas litigantes; la ruptura con todo el pasado era la única solución. Esto venía a querer decir que por legítimo sería tenido aquel papa que, bien fuese elegido por el colegio cardenalicio o bien extracanónicamente por los monarcas occidentales, ya gozase o no de la unción del Espíritu Santo, tanto si arrebataba el trono a otro papa legítimo como si lo ocupaba por deposición de tres antipapas, en todo caso -esto era lo fundamental- se hubiera ganado el reconocimiento de todos los poderes fácticos. El auténtico problema que generaba la tricefalia religiosa nada tenía que ver con el riesgo de que se llegase a una respectiva escisión dogmática, con tres predicadores de otras tantas doctrinas desviacionistas; lo que se dilucidaba era el liderazgo de una institución de enorme repercusión política cuya cabeza ostentante siempre se había tratado de que se amoldase a la conveniencia e intereses de las diversas naciones del orbe cristiano. Puestas éstas de acuerdo se acabó el cisma.

    1. JOSE MANUEL dice:

      Hola! ¿Qué libro/s debería leer para tener una buena aproximación a este personaje tan interesante?
      Un saludo!

  14. Max Staub dice:

    Muy buenas,

    pues si, la verdad es que me encanta este periodo histórico del «pre-renacimiento»… Son, podriamos decir, los últimos estertores del mundo antiguo y empieza a verse el como será el mundo «nuevo»…

    sobre el libro y los comentarios que haceis: a mi el estilo me ha gustado; está «novelado» y tratado casi como un libro de pensamientos y reflexiones por lo que no se hace tan tedioso como un libro de hehcos y acontecimientos con fechas, etc… pero, cada cual tiene sus gustos…

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  16. BOIRA_A dice:

    Buenos dias
    Hace tiempo lei el libro y sí me gustó bastante, sobre todo el trato que le da al protagosnista del libro, aunque se pierde un poco en la rocambolesca historia, pero eso es lo de menos, por que merece la pena lere ese libro como el posterior que salió de Luis Suarez

    A Urogallo Decirle que jamás he oido decir en Illueca a nadie esa frase que les atribulle relativa a mantenerse en sus treces y que por otra parte aunque se le atribuye a la tenacidad de Benedicto XIII, jugando con el ordinal de su nombre papal decirle que no es de ahí de dond evieneel dicho sino del concilio de Tortosa que en época de Benedicto los Judios tuvieron para teologicamente discernir sobre una religion u otra y que motivó tamntas conversiones y por otrolado que muchos judios al llegar al punto 13 se mantuvieran fieles por que al llegar al 14 ya suponia la renuncia total a sus creencias rabinicas o judias por lo que ignoro de donde ha sacado tan pelegrina tonteria de que en Illueca dicen esa tonteria

    En cuanto a la estupenda intervencion de : Anthos solo apuntar que Magnifica y que en pocas palabras ha expuesto muy bien lo que fueron aquellos turbulentoa años y a la vez anotar que a mi juicio este papa es un papa legal dentro d euna ilegalidad por dos razones
    1º nace de un papa que no es elegido canonicamente ni de forma canonicamente, sino por la voluntad de Seguismundo que fue quien llevó la voz cantante en todo y que además fue elegido por cardenales cismasticos, puesto que como muy bien Anthos, señala solo Benedicto XIII era el unico que era Cardenal legitimo y por lo tanto era el unico que podia legitimamente elegir Papa el mismo lo habia dicho e incluso habia dicho que no temieran que no se iba a elegir el mismo, pero no quiseron que las cosas se hicieran conforme al derecho

    2º No esta claro que Clemnte VIII sucesor de benedicto cuando abdicó lo hiciera co0n el firme convencimiento de que no era legal sino que lo hizo por miedo, por temor y al amparo del Obispado de mallorca y las prebendas que le dieron, como premio a que abdicó y el sabia que nio contaria con las mismas ayudas que Benedicto XIII, por lo tanto esta renuncia no fue voluntaria ni limpia, fue obligada por las circunstancias, por el temor y al amparo de las prevendas recibidas

    Por otra parte decir que quien invalidó el concilio de Pisa fue Juan XXIII, ya que hasta que el en 1958 eligio el nombre de Juan XXIII ningun otro papa lo habia elegido por que se consideraba legitimo y parece ser que tuvo que explicar el por que elegia ese nombre y ese ordinal ante ekl asombro d elos cardenales

    Hasta 1724 Ningun papa se habia llamado Benedicto XIII, ya que para dirigirse a ellos se les denominaba papa en la Obediencia de Aviñon, denominacion que aun se les denomina, o se les deberia denominar Pero al ser elegido papa el Cardenal Orsini eligió el de benedicto XIV pero al parecer el griterio de la multitud al oir por el balcon fue tan inmenso que no supo mantenerse y cedió a las exigencias cambiandoselo en el acto por el ordinal XIII

    Y para terminar se le llama CISMA, pero en realidad no fue tal cisma por que cada parte de la iglesia seguia al papa que creia en conciencia que era el legitimo, indistintamente que otros lo hicieran por intereses bastardos

    Un saludo

  17. jerufa dice:

    Boira_a, disculpa, pero sí estamos ante un cisma. La única realidad de la época era que había tres papas, tres, donde debía haber solo uno.
    Bienvenido/a.

  18. BOIRA_A dice:

    jerufa
    Lamento contradecirte, se le dice CISMA, pero cisma en regla no fue, por que NUNCA hubo ruptura, cada parte obedecia al papado que creia que era el legitimo, es más en los primeros tiempos y hasta no hace mucho se decia Paapa en la Obediencia de Aviñon o papa en la Obediencia de Roma, que es lo más correcto, por que cada parte, repoto obedecia al papa que en conciencia o por intereses politicos creia que era el verdadero pontifice, y un cismas es ruptura del pueblo y del clero y crear otra Iglesia como por ejemplo la ortodosa o la protestante y en este caso no la hubo, hubo dos papas, pero no hubo una excipsion de la Iglesia

    Saludos
    Boira _A

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