EL OCASO DE LA ARISTOCRACIA RUSA – Douglas Smith

9788490661413Como sabemos, el régimen nacido de la revolución bolchevique se fundó en la intolerancia ideológica, la estigmatización colectiva y el terror. Empeñados no sólo en desmantelar el antiguo orden sino en acelerar a marchas forzadas el curso de la historia, cuyo motor –enseñaba el marxismo- era la lucha de clases, los bolcheviques llevaron al paroxismo la lógica de la discriminación clasista, proclamando a todos los vientos su voluntad no ya de excluir sino de eliminar por completo a la burguesía (término que en Rusia abarcaba a todo lo que no fuese “el pueblo”, las clases oprimidas). Así como otras manifestaciones de segregación colectiva hacían de la divergencia de raza, de nación o de religión un estigma de nacimiento, en la incipiente Unión Soviética su equivalente exacto era la clase. Lo burgués era una categoría indeleble, irreversible y absolutamente negativa, objeto de una implacable demonización: lo burgués era la fuente de todos los males, la representación de todo lo que tenía de odioso el orden tradicional. Más que el agente de una era caduca, el burgués era una amenaza existencial, el adversario con el que no cabía transar. En la mentalidad maniquea de la revolución, los de la burguesía eran “ellos”, el opuesto irreconciliable del “nosotros”… y nada había más burgués en la Rusia de entonces que la aristocracia, la casta de “los de antes”, los privilegiados y explotadores por antonomasia. Quienquiera que hubiese nacido en el seno de la aristocracia portaba la señal de los proscritos. El aristócrata era de suyo irredimible. Aunque se le despojase de sus privilegios y se le redujese a la miseria, encarnaba siempre el peligro de la contrarrevolución. (Por lo mismo es que en cada crisis sirvió como el perfecto chivo expiatorio… hasta que Trotski tomó su lugar.) “Los de antes”, más que individuos, eran una categoría completa, la quintaesencia de un pasado abominable; menos que personas, eran alimañas a las que había que exterminar. Así pues, las furias desatadas por la revolución se cebaron con especial saña en los aristócratas, la personificación colectiva de un orden que la misma historia condenaba a perecer. 

El historiador estadounidense Douglas Smith ha escrito el primer estudio enfocado específicamente en el tema de la erradicación de la aristocracia rusa. Su libro viene a subsanar en parte un fallo de la historiografía, explicable sobre todo por la situación internacional, que vedó por mucho tiempo el acceso a las fuentes. La relevancia de El ocaso de la aristocracia rusa (2012) aumenta al ponderar el modo en que ilustra la índole represiva, extremista y violenta del régimen soviético, del que la aristocracia fue sólo el primero de muchos objetivos de agresión; tal como sostiene el autor, la historia de la aristocracia rusa merece narrarse «porque su suerte prefiguró la de otros sectores sociales en décadas posteriores». Otro mérito del libro es el de poner rostro a las víctimas, aproximarnos a su humanidad y su individualidad, una faceta que suele quedar sepultada bajo las grandes cifras y las consideraciones generales (inevitables en asuntos tan vastos como la revolución rusa). Smith se ha servido de una amplia variedad de documentos públicos y privados, desde correspondencia personal a textos legales, además de entrevistas con descendientes de aristócratas y fuentes secundarias.

Smith aborda la extinción de toda una clase social valiéndose de la historia de dos de sus familias más representativas como eje narrativo. Los Golítsin y los Sherémetev, más que familias, eran verdaderos clanes, ampliamente ramificados y vinculados con lo más granado de la alta sociedad rusa. Se trataba de linajes antiguos y de riqueza opulenta, históricamente imbricados en los circuitos de poder del régimen zarista. Un antepasado de los Sheremétev desempeñó un papel clave en la entronización de los Románov, en el siglo XVII. Una de las ramas de los Golítsin descendía del príncipe Fiódor Golítsin, mayordomo regio de la emperatriz Catalina la Grande. En la época que nos concierne, el patriarca de los Sheremétev era el conde Serguéi Dmítrievich (1844-1918), coetáneo del zar Alejandro III y uno de sus consejeros más cercanos; era un ultraconservador arquetípico, un seguidor de la corriente eslavófila para quien la introducción de innovaciones suponía la degeneración del alma rusa. Sus hijos mayores se criaron en la proximidad del zarévich Nicolás, quien sería el último de los zares. Por otro lado, los Golítsin eran uno de los clanes mas acaudalados y el más numeroso de la nobleza rusa. Cabeza de la familia era el príncipe Vladímir Mijaílovich (1847- 1932), en varios sentidos, un opuesto de Serguéi Sheremétev: admiraba lo occidental, en particular a Francia (en cuya capital nació y vivió parte de su infancia); condenaba la política reaccionaria de Alejandro III, quien suprimió el grueso de las reformas liberales introducidas por su padre, el asesinado zar Alejandro II. Vladímir Golítsin fue durante largos años titular de la alcaldía de Moscú, por lo que era conocido como “el Alcalde”; su gobierno de la segunda capital imperial se caracterizó por una serie de medidas modernizadoras y por la promoción de las libertades individuales, ganándose a pulso la desconfianza de la cúpula petersburguesa. Aunque nunca se avino a contemporizar con la revolución, que se cebó inmisericorde en su familia, el Alcalde rechazó la idea de refugiarse en la nostalgia del pasado: para él, el zarismo y el comunismo eran igual de fraudulentos, y lo que la nobleza sufría era el merecido castigo a siglos de desigualdad y opresión.

El vuelco padecido por los Golítsin y los Sherémetev a partir de 1917 grafica la suerte corrida por sus pares –una suerte, a la larga, indiferente a los distingos entre “reaccionarios” y “progresistas”. Como la nobleza francesa del siglo XVIII, la rusa en general presentía el cataclismo venidero, pero no hizo nada por prevenirlo. Al igual que en 1789, muchos nobles recibieron los sucesos de 1917 con aprobación y alegría inconsciente. La singularidad del caso ruso es que allí, en el inmenso imperio euroasiático, los Románov y su retrógrada autocracia estaban completamente desacreditados; ni siquiera los monárquicos acérrimos aspiraban a un simple retorno al estado de cosas anterior al año fatídico. Una vez consolidada la dictadura bolchevique, el destino de la aristocracia se vio reducido a las opciones más drásticas: emigración, cautiverio o ejecución. Los que pudieron eximirse de estas alternativas se vieron condenados a la miseria, compartida por lo demás con la generalidad de la población. Unos cuantos lograron escapar a la inopia o a la muerte expedita, por lo general en calidad de “especialistas burgueses”: economistas, ingenieros, médicos, agrónomos, oficiales de ejército; profesionales cuya capacitación los hacía indispensables en la conducción de los asuntos públicos y en la construcción de una nueva sociedad. Mas todos ellos llevaron siempre el estigma de su abolengo: nunca dejarían de ser los vilipendiados “enemigos de clase” o “del pueblo” y unos contrarrevolucionarios en potencia. Legalmente proscritos, etiquetados como “elementos socialmente perniciosos”, la mayoría de los aristócratas que sobrevivieron a los crueles años 20 fueron ejecutados o confinados en el Gulag, cuando el Gran Terror.

Antes de tan dramático final, la de los Golítsin y los Sheremétev es una historia de supervivencia cuya intensidad corre a parejas con los vaivenes de la realidad soviética en sus primeras décadas de existencia. Despojadas de sus riquezas y de sus privilegios, hostigadas casi sin pausa por los nuevos señores del país, ambas familias se desperdigan en la vastedad rusa en procura de refugio y de sustento, tan esquivo éste que muchas veces asoma el peligro de la inanición. Algunos han desaparecido definitivamente, devorados por el torbellino de la guerra civil; otros han optado por la emigración, rumbo a Europa occidental o a los Estados Unidos. No pocos de los que se quedan soportan la experiencia de entrar y salir repetidamente del sistema penitenciario. La alborada de los años treinta ofrece a los supervivientes un remanso de calma relativa. Sin embargo, la sofocante realidad los ha convertido a todos en seres cautelosos y susurrantes, no muy distintos de los retratados por Orlando Figes en su libro Los que susurran; lo cierto es que “los de antes” tienen más motivos que nadie para ocultar sus pensamientos y guardarse sus opiniones, disimulando sus orígenes en un entorno en que incluso las paredes tienen oídos. Ya se sabe: el fantasma de la delación acecha por doquier. También el de la mentira y la simulación, que se impone en cada circunstancia y lo emponzoña todo. Hasta los órganos de la represión simulan. Cuando el régimen decide apretar el dogal en el cuello de lo que resta de la odiada clase, durante las grandes purgas, lo usual es que los familiares de los apresados sean informados de que los suyos han sido condenados a “diez años de reclusión sin derecho a correspondencia”; haría falta la amarga experiencia de muchos años para aprender que esta fórmula no significaba otra cosa que “ejecución”.

– Douglas Smith, El ocaso de la aristocracia rusa. Tusquets, Barcelona, 2015. 511 pp.

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15 comentarios en “EL OCASO DE LA ARISTOCRACIA RUSA – Douglas Smith

  1. Urogallo dice:

    Interesantísimo Rodrigo. Aunque hasta ahora teníamos la visión del exilio (Las descafeinadas y autoindulgentes memorias del Príncipe de Yusupov serían un ejemplo de lo plúmbeo de ese material) nos quedaba por estudiar y analizar lo que debió ser para los aristócratas la experiencia sovietizante.

    Es curioso que los comunistas llegasen a la misma conclusión que los nobles por sí mismos: Que la nobleza es una condición indeleble que se adquiere por nacimiento y que no puede renunciarse.

  2. Rosalía de bringas dice:

    Grandísima reseña para un libro que, como bien dice su autor, viene a llenar un vacío historiográfico evidente. Como siempre, Rodrigo, no cabe más que la felicitación.

    ¡Y gran tema,también! (Vigente, por lo que deduzco…)
    Mira que tengo la pila de pendientes peligrosamente ladeada por el peso, pero creo que este va a caer…

  3. Rodrigo dice:

    Plúmbeas. Muy cierto, Uro. Es el calificativo que merecen las memorias de Yusúpov. Y bueno, algunos aristócratas hicieron sinceros esfuerzos por adaptarse al nuevo estado de cosas, sobre todo los que en 1917 eran muy jóvenes; cuando creían haberlo logrado, les cayó encima el Gran Terror.

    Es un libro de veras interesante, Rosalía. Haz por conseguirlo.

  4. Rodrigo dice:

    Olvidaba un detallito. Los Sherémetev eran de verdad importantes y emblemáticos, y dejaron buena constancia de sí. En su libro El baile de Natacha, Orlando Figes también se sirve de esta familia como eje narrativo.

  5. Urogallo Yusupov dice:

    Muchos de estos aristocratas irían desapareciendo en el mundo de postguerra, en la URSS eliminados fisicamente y en un Occidente poco acogedor, de muchas otras formas.

    Si Nabokov habla con desprecio de que todo los taxistas de París parecían haber sido Grandes Duques Rusos, en Oriente, con mucha menos piedad, los viajero occidentales cuentan como en los burdeles de Shangai uno podía conseguir tres aristócratas rusas por el precio de una cena.

    En un tiempo anterior a las generosas redes de protección social actuales, el mundo no era amable con los emigrados.

    En ocasiones, por atribuirle un encanto casi bárbaro, por sintetizar una cierta continuidad, los novelistas occidentales atribuyen a sus héroes soviéticos un pasado nobiliario (Señaladamente, el Capitán Tupolev, de «La caza del Octubre Rojo») Absurdo. Jamás habría permitido el régimen comunista poner en manos de sujetos tan poco de fiar la más mínima responsabilidad.

    Como bien comentas, un aristócrata, en 1793 o 1933 estaba más allá de la redención.

  6. Urogallo dice:

    Muchos de estos aristocratas irían desapareciendo en el mundo de postguerra, en la URSS eliminados fisicamente y en un Occidente poco acogedor, de muchas otras formas.

    Si Nabokov habla con desprecio de que todo los taxistas de París parecían haber sido Grandes Duques Rusos, en Oriente, con mucha menos piedad, los viajero occidentales cuentan como en los burdeles de Shangai uno podía conseguir tres aristócratas rusas por el precio de una cena.

    En un tiempo anterior a las generosas redes de protección social actuales, el mundo no era amable con los emigrados.

    En ocasiones, por atribuirle un encanto casi bárbaro, por sintetizar una cierta continuidad, los novelistas occidentales atribuyen a sus héroes soviéticos un pasado nobiliario (Señaladamente, el Capitán Tupolev, de “La caza del Octubre Rojo”) Absurdo. Jamás habría permitido el régimen comunista poner en manos de sujetos tan poco de fiar la más mínima responsabilidad.

    Como bien comentas, un aristócrata, en 1793 o 1933 estaba más allá de la redención.

  7. Rodrigo dice:

    En Shanghai y en la fronteriza Harbin, de fuerte impronta rusa y grandes vaivenes históricos.

    Atinado comentario.

  8. hahael dice:

    …pues el tema me interesa. Tomo nota. ¡Gracias por reseña Rodrigo!

  9. hahael dice:

    … por cierto, acabao de sacar del biblioteca: ¡Pervezión’, de Andrujovich, ya te contaré qué tal.

  10. Rodrigo dice:

    ¿Yuri Andrújovich? De lo suyo leí Recreaciones, después le perdí la pista. Me interesa tu opinión, Hahael.

  11. Valeria dice:

    Una historia interesante; supongo que en algún momento sería objeto de un estudio o comentario comparativo con la situación de la aristocracia en la revolución francesa. Aunque todo queda dicho ya en una frase: aquí el aristócrata «era de suyo irredimible».

    Atinado comentario el de Tupolev, Uro ;-)

  12. Rodrigo dice:

    Algún comentario de pasada, Valeria, en la línea del que he puesto en la reseña.

  13. José Sebastián dice:

    Felicidades, una vez más, Rodrigo por tu magnífica reseña de una obra que me apunto pues el tema me interesa, y mucho.

    Como bien dices los aristócratas, burgueses o «intelligentsia» que sobrevivieron al ardor revolucionario fueron purgados (ejecución, gulag…) a posteriori durante las oleadas del Gran Terror. ¿Cómo no lo iban a ser si también lo fueron los mencheviques o los eseristas? ¿Cómo no lo iban a ser si también lo fueron los bolcheviques díscolos o cualquiera que fuera sospechoso de contrarevolucionario a los ojos de la paranoia de Stalin?

    Sin duda, su única salida era el exilio. Y aprovecho para recomendar un libro del genial Manuel Chaves Nogales sobre el exilio ruso en París. «Lo que ha quedado del Imperio de los Zares» es un lúcido y desgarrador «collage» de la vida que llevaban en Francia los otrora poderosos aristócratas, generales o políticos del régimen zarista. Una obra altamente recomendable (al igual que «El maestro Juan Martínez que estuvo allí»)

    Saludos

  14. Rodrigo dice:

    Ñam, uno de Chaves Nogales por leer. Tomo nota.

    Muchas gracias, José Sebastián.

  15. Blackdolphin dice:

    Simplemente para avisar que el 23 de octubre sale en bolsillo, a 10,95€…

    Hasta otra…

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