EL GRAN MANIPULADOR – Paul Preston
«Eran unas mentiras tan infantiles que parecía imposible que las pudiese decir pero cuando se tiene el control totalitario de los medios, se puede decir cualquier cosa».
Conocer a una persona no siempre es fácil. Hacen falta tiempo y mucha paciencia para saber cómo es y qué es lo que le motiva en la vida. Verlo de vez en cuando, una o dos veces al año, y saber de él de oídas solo puede confirmar que “conocemos” a alguien de manera superficial. Es decir que para conocer la verdadera esencia de alguien hay que tener en cuenta que quien mejor lo puede hacer es o bien un amigo personal, normalmente proveniente de la infancia, o uno mismo, el cual únicamente sabe hasta dónde llegan las profundidades de su ser. Y esto hablando a nivel de persona de la calle. De la gente corriente. Así que imagínense lo difícil que es conocer las intimidades de un dirigente de Estado o una gran personalidad relevante en cualquier campo de la cultura. A lo que si añadimos que el susodicho dirigente, es una de las personas más ambiguas y laberínticas que han existido, conocer su leitmotiv diario se complica harto difícil y en muchos casos imposible. Nos referimos a Francisco Franco Bahamonde (1892 – 1975) más conocido como El Caudillo que dirigió los destinos de España durante casi cuarenta años con auténtica mano de hierro.
Uno de los biógrafos más importantes de Franco y especialista en el campo de la Guerra Civil Española (1936 – 1939) es sin duda alguna el historiador británico Paul Preston. Sobre ambos temas ha escrito ingente cantidad de ensayos destacando sobre todo la excelente biografía Franco, Caudillo de España, en la que desmenuza de manera brillante la vida del anterior dictador. Podríamos decir que este libro se atiene pura y duramente a hablarnos de la figura pública de Franco mientras que el libro que traigo a todos ustedes, El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco (Ediciones B) se dedica a desmontar uno a uno los falsos mitos que se han ido tejiendo a su alrededor, ya sean creados por sus hagiógrafos y palmeros del Régimen y de la extrema derecha, o bien por sus detractores y opositores políticos. Así pues pasemos a ver cuáles eran, a grandes rasgos, esos mitos que Preston intenta desenmascarar.
Nuestro historiador nos muestra que esa ambigüedad existente en Franco se debe esencialmente a varios factores. Por un lado su personalidad retraída y marcada que arrastraba desde su entorno familiar; las confusas concepciones que se han hecho de él desde los dos polos opuestos de la política existentes en esos momentos; y sobre la continua utilización de máscaras desechables que llevó en su vida para medrar en la cucaña social. Franco, a todas luces, era un ser neutro al que esencialmente solo le movía una cosa: la ambición por el poder. Nunca quiso “mojarse” en nada si no sabía que iba a conseguir algún rédito. Es decir nadaba y guardaba la ropa como nadie. Y si no fíjense en todo el tiempo que dudó en unirse al complot para derrocar al gobierno legalmente constituido en 1936. Indecisión que provocaba la exasperación de sus correligionarios, como, por ejemplo, Mola o Yagüe que comenzaron a llamarle en petit comité Miss Canarias 1936. Incluso a pocas horas antes de llegar a Marruecos, con el morro del Dragón Rapide tocando sus puertas, todavía dudaba en unirse a los conjurados que iban hacer el alzamiento al mandarles aquel mensaje de “geografía poco extensa”. Si se le daba algo de poder se tranquilizaba y apoyaba al régimen que hubiera en esos momentos (aunque fuera republicano, como ejemplo en el llamado Bienio Negro, donde cató por primera vez las mieles del gobierno absoluto), pero si se le retiraba de él se ponía a la defensiva y complotaba para derrocarlo. No estaba dispuesto a que nadie le quitara su parcelita de poder.
Entonces ¿cómo una persona tan indecisa pudo hacer un cursus honorum tan brillante, desde su condición de militar a jefe de Estado? Preston nos aclara que debido esencialmente a su inteligencia para manipular a los demás desde un plano que no le comprometiera, y ya cuando tenía la seguridad de tener en sus manos el poder político y militar utilizarlo en su conveniencia a base de mentiras y falsos mitos. Y es aquí donde entra el juego de mascaras anteriormente mencionado. Francisco Franco, en su juventud, en las guerras coloniales del Rif se dio cuenta de que para ascender en el cargo había de comportarse como un kamikaze en las acciones bélicas. Le encantaba la película de soldados, tipo Tres Lanceros Bengalíes, en la que los aguerridos coloniales han de luchar contra los barbaros indígenas que no se dejan culturizar. Es por ello que la primera mascara que utiliza es la de héroe del Rif con la que la prensa le agasaja y las damas suspiran. Esto le vale para llegar a ser general, pero el antiguo cerillita, con el que le motejaban sus compañeros en la academia militar, quiere más, pues su pozo de ambición todavía no está lleno. Después, con el paso del tiempo, al comenzar la Guerra Civil se acomoda en el papel del nuevo Cid Campeador que desea librar a España de las hordas rojas ateas en una Cruzada salvadora. La utilización de máscaras es tan eficaz que incluso sorprende cuando al terminar el conflicto y comenzar la Segunda Guerra Mundial desea ser el nuevo Felipe II que quiere llevar a España a reconquistar un Nuevo Imperio a costa de las victorias alemanas. Pero cuando el asunto se tuerce y el Eje es derrotado, sus palmeros mediáticos le consiguen una nueva, esta vez la de Numantino que aguanta en su atalaya española las embestidas que quieren destruir España. Encerrándola perpetuamente en un ostracismo en el que se convertirá en el Padre de la Nación, duro y justo, a imagen y semejanza de aquel que nunca tuvo. Para ello, manipula a la nación arrojando mentiras diarias como la de que fue él el que nunca quiso entrar en guerra y fue tan clarividente de ver el desastre nazi, o que él vela diariamente y trabaja incansablemente en beneficio de los españoles las veinticuatro horas seguidas. Es decir el mito de la luz de la lamparita en su despacho que nunca se apaga. El cual es más falso que un duro sevillano pues llama la atención que si observamos detenidamente una serie de fotos que Franco se hizo a lo largo de los años en su despacho vemos que con el paso del tiempo sus papeles de trabajo se van amontonando en su mesa, observándose en la última que es tal la cantidad de papeles que hay que casi no le permiten salir en la instantánea. Y es entonces, cuando llega la triste realidad, es decir: ver el gran estado de quiebra de la nación en 1947, cuando deja el servicio en manos de los llamados tecnócratas y decide jubilarse del cargo de Padre de la Nación (que no irse, ojo) y convertirse en el Abuelo que vela por la madurez del país, quedando solo como supervisor en las reuniones ministeriales mientras por detrás contemporiza los tiempos hasta su muerte preparando una futura vuelta a la monarquía.
Así pues vemos a una persona que en apariencia es sencilla y desinteresada pero que por dentro es retorcida y se consumen en un ansia de poder sin límites. Leído el libro de Preston y tras comprobar la forma en que escaló hasta llegar donde llegó, quien curiosamente mejor le caló fue el general Sanjurjo que, cuando estaba planeando su golpe de estado contra la República en 1932 e invitó a Franco a unirse a él, al desestimar este último su oferta, dijo lo siguiente: “Este Franco es tan cuco que siempre va a lo suyito”. Es decir una persona neutra que solo se movía para alzarse por encima de los que no creen en él y que para ello no dudará en mentir, manipular y retorcer la realidad con tal de conseguir sus planes.
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Qué aburrimiento, siempre con lo mismo. Los españoles ciegos y manipulados por el tuerto de Franco, un tonto pero lo suficientemente listo para mangonear a un país de más tontos todavía. Menos mal que está el señor Preston para abrirnos los ojos forrenta años después, cómo no nos pudimos dar cuenta. Qué fácil se cuenta la historia.
Con el brazo de Santa Teresa, echar combates de boxeo por la tele y salir pescando atunes en el NODO, ya lo arreglaba todo.
Y Hitler o Stalin, más de lo mismo. Es que sabe usté, los rusos eran unos cafres tártaros que les iba la marcha del gulag. Y los alemanes otros bobos, baja un cabo furriel en paracaídas y todos detrás como borregos.
No me extraña que hoy día historiador sea cualquiera.
El día que Paul Prestón presentó en Barcelona, concretamente en el Museo de Historia de Cataluña, el trabajo reseñado aquí por Balbo un servidor estuvo presente escuchando la misma. ¿Mi opinión? pues qué decir, mi decepción fue mayúscula. Yo he sido de los que alabo la biografía escrita por Preston del general Franco, para mí es una joya, un gran trabajo…pero este libro…me pareció una serie de chascarrillos al estilo Salvame de Luxe que flaco favor hacen al autor, las cosas hay que decirlas claras, me parece que Paul Preston se dispara en el pie prestándose a un trabajo así. Me marché muy decepcionado.
Saludos.
Quizás es que le queda poco que contar y ha recurrido a darle un aspecto serio a un libro más ligero, ¿no?
Gracias por la reseña Balbo. Creo que Paul Preston tiene derecho y suficiente bagaje cultural sobre Francisco Franco como para decidir escribir un libro de este estilo, que quizás interese menos a muchos apasionados por la Historia. Los detalles de la personalidad de Franco a mí no me interesan mucho, pero puedo entender que el autor investigue sobre ello y tome su, por otra parte, clarísima opinión al llevar al título ese adjetivo tan claro.
Por cierto, David L, ¿Hay vídeo de ese evento que comentas en Barcelona?
Saludos.
Hola temax,
Pues hace unos años ya de esa presentación, fue en el Museo de Historia de Cataluña y desconozco si hay algún video.
Saludos.