EL FINAL – Ian Kershaw

9788499422107Hasta la edición española de este libro, en 2013, el lector en castellano disponía de al menos tres obras panorámicas relativas al desmoronamiento del Tercer Reich: Armagedón, de Max Hastings (Crítica, 2005), que narra la fase postrera de la guerra librada desde el este y el oeste contra Alemania, a partir del otoño de 1944; Alemania 1945, de Richard Bessel (Ediciones B, 2009), cuyo énfasis está puesto en la radicalización del régimen nazi, el colapso de la sociedad alemana y las condiciones en que se cimentó su reconstrucción; y Los últimos cien días, de John Toland (Tempus, 2008), suerte de crónica novelada y rigurosamente documentada que recrea el ocaso del orden hitleriano y el término de la guerra en Europa. A esta escueta bibliografía, que el lector puede complementar con una variedad de historias generales -de la Segunda Guerra Mundial o del Tercer Reich- y de monografías en torno al desenlace del conflicto, se suma El final, el más reciente de los libros publicados por Ian Kershaw (editado originalmente en 2011). Se trata de un estudio de índole preferentemente narrativa, estructurado de manera temática y ceñido por un marco cronológico y geográfico similar al de Armagedón, de Hastings, pero en el que la historia militar sólo proporciona el telón de fondo para el problema específico al que Kershaw dedica su atención, a saber: por qué el régimen nazi prolongó su agonía y el de la nación alemana cuando la derrota era a todas luces inevitable. Es ésta una cuestión de crucial interés, afín a una trayectoria profesional abocada a la comprensión del fenómeno nazi y en que la figura de Hitler ocupa un lugar preeminente. 

Kershaw, como sabemos, es autor de la que se considera la mejor biografía del dictador nazi. También lo es de un corpus bibliográfico en que procura dilucidar la anomalía hitleriana, o el dilema de cómo un individuo en más de un sentido marginal como Hitler pudo erigirse en gobernante omnímodo de Alemania, así como el de la naturaleza singular de su poder y el modo en que condicionó el funcionamiento y la trayectoria del Tercer Reich. Estos asuntos, esenciales en la convulsa historia del siglo XX, son el hilo conductor de trabajos como El mito de Hitler (1987), Hitler: un perfil del poder (1991), Hitler, los alemanes y la Solución Final (2008); también tienen una función importante en La dictadura nazi: problemas y perspectivas de interpretación (1985, con varias revisiones posteriores) y, lógicamente, en la biografía en dos volúmenes del personaje (1998 y 2000). Siempre atento al riesgo de simplificar por la vía de exagerar la relevancia heurística de la personalidad y la voluntad del Führer, Kershaw considera empero que el riesgo opuesto representado por la despersonalización del Tercer Reich, escorándose por las estructuras o cualquier forma de fuerzas abstractas como exclusivos determinantes históricos, es igualmente espantable. En lugar de abogar por las intenciones de Hitler (“intencionalismo”) o por las estructuras del régimen (“estructuralismo”) como elemento esencial de la dinámica del Tercer Reich, Kershaw apela a una síntesis de ambas posturas. Desde esta perspectiva, que arranca de la constatación de que no se comprende bien un período tan decisivo en la historia si se menosprecia el papel desempeñado por el personaje o el carácter de su dominación, ejercida en un marco específico de circunstancias socio-históricas, nuestro historiador hace hincapié en el liderazgo carismático de Hitler como una de las claves fundamentales de lo obrado por el régimen nazi. En lo que concierne al problema tratado en El final, que es de la persistencia del régimen aun en la inminencia de su caída, el autor concluye que, sin ser el único factor decisivo, el más relevante de todos fue el del “peso del Führer”: si el Tercer Reich no se avino a capitular mucho antes de mayo de 1945, fue sobre todo por la forma en que se estructuraba un régimen carismático como aquél y por las mentalidades imperantes, subordinadas al principio de liderazgo encarnado por el dictador.

Encarar el referido problema supone indagar en las raíces de la autodestrucción de Alemania, catástrofe que podría haberse evitado si el país hubiese cedido a la evidencia de que nada podía hacer para revertir el curso de los acontecimientos: Alemania estaba en 1944 al límite de sus fuerzas, mientras que la coalición de sus enemigos disponía de recursos casi ilimitados. Kershaw juzga insuficientes las explicaciones que apuntan a factores como la política de los aliados occidentales (su exigencia de una rendición incondicional), el terror nazi (la represión como mecanismo de control de la sociedad alemana) o el consenso a favor del régimen (apoyo mayoritario de la población a las políticas racistas y expansionistas del gobierno). El autor arguye que la exigencia de rendición incondicional acordada por las potencias occidentales en la Conferencia de Casablanca (enero de 1943) no llegó a tener verdadera repercusión en la conducta de las autoridades alemanas -en el caso de Hitler sólo confirmó su rotunda determinación de no claudicar-, proporcionando en cambio unos cuantos pretextos a la propaganda nazi. Por otra parte, es cierto que el terror, selectivo en los años previos, se tornó casi universal en los estertores del régimen, imposibilitando una rebelión desde cualquier sector de la sociedad alemana; empero, no fue la extrema coacción lo que motivó el proceder de los dirigentes del régimen, ni el de la disciplinada burocracia gubernamental ni, sobre todo, el de los mandos militares, cuyos elementos proclives al disenso fueron purgados después del fallido complot orquestado por el coronel Claus von Stauffenberg. En cuanto al consenso, un elemento mucho más real y gravitante que lo estimado por la historiografía inicial del Tercer Reich (y por la primigenia teoría del totalitarismo), es necesario tener en cuenta que la popularidad del régimen había decaído notablemente desde que la guerra se volviera desfavorable a Alemania, y que el repunte del prestigio de Hitler a raíz del atentado del 20 de julio de 1944 fue sólo pasajero.

Así pues, es en otra parte donde hay que buscar una respuesta más acabada al problema. En pos de ella, Kershaw repasa la historia de las postrimerías de la Alemania hitleriana a partir del atentado contra el Führer, considerando tanto las campañas militares en los frentes occidental y oriental como el frente interno, esto es, la realidad sociopolítica del menguante Tercer Reich. La exposición se enfoca ante todo en las estructuras de poder y en las mentalidades, y desemboca finalmente en una recapitulación de los factores que incidieron en el tema planteado, instancia en que el autor hace gala de las dotes interpretativas que justifican su renombre como historiador. Piedra angular del estudio es el concepto del poder carismático, de raigambre weberiana y desde antiguo considerado por Kershaw como decisivo en la caracterización del régimen nazi. El Tercer Reich fue desde sus inicios un régimen extremadamente personalista y como tal basaba la mayor parte de su legitimidad en la autoridad que emanaba del Führer, faltando cualquier forma de entidad colegiada que hiciera de contrapeso. Al contrario de lo sugerido por la idea de un “dictador débil”, postulada con respecto a Hitler por la corriente historiográfica estructuralista, su aura carismática e indiscutido liderazgo era la fuente de la lealtad de la élite dirigente, de los sátrapas provinciales y de los mandos militares; la noción de “trabajar en la dirección del Führer”, que sacralizaba la voluntad del dictador y orientaba el desempeño de sus subordinados, suplía con creces la imposibilidad material de que Hitler manejara todos los niveles de la administración. La fragmentación de las estructuras de gobierno, con sus dirigentes y compartimentos en situación de constante rivalidad (alentada por el mismo Hitler), no hacía más que reforzar la posición única del jefe supremo.

Precisamente la rivalidad y falta de coordinación entre Goebbels, Himmler, Speer y Bormann, los cuatro grandes barones del régimen, es uno de los motivos recurrentes del libro. Con todo y competir entre sí por mayores cuotas de poder, cada uno de ellos contribuyó a la radicalización del régimen en su etapa terminal. En efecto, a partir del frustrado golpe de Stauffenberg se intensificaron la represión interna y la movilización de diversos sectores en pos de objetivos bélicos, con la estructura partidaria desplazando en buena medida a la burocracia estatal. El resultado fue no sólo la definitiva militarización u orientación del país a una guerra total y sin cuartel sino, además, una absorción cada vez mayor de la sociedad alemana por el aparato partidario-gubernamental; más que nunca el Tercer Reich se volvía un régimen totalitario (un concepto, hay que decirlo, que Ian Kershaw se niega a suscribir). Cabe destacar que esta fase de radicalización, en que se verificó una expansión tanto del voluntarismo ideológico como del control social por el partido, acentuó en vez de morigerar el estilo carismático de gobierno: a) la legitimidad y autoridad del partido dependía por completo de la imagen de Hitler; b) enfrentado el régimen a una amenaza mortal, la idea de que la salvación de Alemania residía en el poder de la voluntad –ingrediente esencial de la autoridad carismática- constituyó el principio rector de la élite dirigente (recuérdese la consigna relativa a la fanática determinación de luchar hasta el fin); c) la subordinación de la racionalidad burocrática a semejante voluntarismo -encarnado por el partido- estuvo en la raíz del creciente desperdicio de recursos, tanto humanos como materiales (justo cuando el país se abocaba a la catástrofe el afán por regularlo todo llegó a extremos absurdos, despilfarrándose personal y horas de trabajo en tareas administrativas completamente irrelevantes).

Las ejecuciones de desertores y de civiles alemanes se multiplicaron en los últimos meses del conflicto; el terror nazi sofocó cualquier tendencia a la rebelión que pudiera germinar en la población o entre los soldados. Operaban además un generalizado fatalismo y el miedo a los soviéticos, instilado eficazmente por la propaganda pero también espoleado por la conciencia de las atrocidades perpetradas por las fuerzas alemanas en los territorios del este. A falta de convicción doctrinaria o de devoción personal al Führer, lo que animaba a unas tropas que se hallaban al borde del colapso era el afán de supervivencia. Para muchos alemanes no había alternativa a la de seguir combatiendo. En cuanto a los mandos militares, que los inspirase el compromiso ideológico o el simple desprecio de Hitler importaba menos que el ferviente deseo de impedir la derrota, o el temor a la ocupación bolchevique. En la población, entretanto, comenzaban a manifestarse el victimismo y la disociación que caracterizarían la atmósfera moral en la Alemania de posguerra, tendientes a sepultar la memoria de la aprobación masiva de Hitler y del consenso social prestado al Tercer Reich; pronto surgiría el mito de una “Wehrmacht limpia” (exenta de responsabilidad en los crímenes del nazismo), alimentado por altos oficiales –«el componente más indispensable del moribundo régimen», escribe Kershaw- que se esforzarían en construir una imagen de soldados profesionales y desideologizados, motivados únicamente por el patriotismo y el sentido del deber.

El funcionariado, altamente calificado e imbuido de una profunda lealtad para con el Estado, mantuvo en vida la administración con el trasfondo de una sociedad descoyuntada, y lo hizo hasta que ya no hubo nada que administrar. Definitivamente incapaces de desafiar la conducción de la guerra por un líder desquiciado –con el que, además, estaban vinculadas por un juramento personal-, las cúpulas militares se plegaron al camino de la inmolación. El cuadrunvirato del poder formado por Goebbels, Speer, Bormann y Himmler gestionó el país de tal manera que lo sostuvo en pie de guerra cuando la guerra estaba irremisiblemente perdida. Pero, tal como demuestra el espléndido libro de Kershaw, nada de lo anterior hubiera sido posible sin el «factor Hitler». Por de pronto, ninguno de los gerifaltes y altos jefes militares del régimen estaba en condiciones de actuar de manera verdaderamente autónoma. El escrutinio de las estructuras de poder y de las mentalidades que obstaculizaron el cese oportuno de la guerra conduce invariablemente a la índole carismática del régimen nazi, la que sobrevivió incluso a la caída del prestigio personal del Führer.

– Ian Kershaw, El final: Alemania 1944-1945. Península, Barcelona, 2013. 666 pp.

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29 comentarios en “EL FINAL – Ian Kershaw

  1. APV dice:

    Interesante, ese momento de irracionalidad que se vivía en Alemania.

    Mientras en la cúpula seguían los grandes barones peleando por el poder, incluso los que parecían más sensatos (Speer lo había dejado claro en 1944 para la primavera/verano de 1945 se agotarían las reservas de minerales estratégicos para la fabricación de armamento).

    Y todo ello cuando cualquiera con un mínimo conocimiento de geografía sabía que estarían perdidos en unos meses (en el verano de 1944 los soviéticos en el Vístula, los aliados cruzando el Mosa y el Somme, y en la línea Gotica).

  2. Eduardo dice:

    Quisiera introducir un pequeño elemento de aclaración del anterior comentario. Como bien señala el historiador británico Antony Beevor, la industria bélica del Reich, a pesar de los intensísimos bombardeos aliados sobre cualquier objetivo militar o civil, incluso los que no podrían encajarse dentro del capítulo de «esfuerzo de guerra», como es la población civil y las ciudades exentas de cualquier valor militar o estratégico, pues como indica perfectamente, la industria armamentística era la única actividad industrial que se mantenía con un rendimiento productivo cada vez más eficaz. El propio Albert Speer arbitró medidas que redundaron en una extraordinaria capacidad de interrelación entre el frente de batalla y las industrias de guerra, manteniendo un estrecho contacto entre los comandantes militares y la propia industria de la que se abastecía de manera específica. Como comprobarán una absoluta contradicción con los resortes «burocráticos» del aparato gubernamental, militar o de partido del III Reich. Como bien señala el magnífico historiador, solo en el mes de diciembre de 1944 fueron fabricados 218.000 fusiles, el doble de la producción del mes de junio de 1941. En un solo mes fueron capaces de fabricar 1840 vehículos blindados, en este caso, más de la mitad de todo el año referido de 1941, etc El propio Speer, un magnífico planificador en los últimos momentos de Alemania, estaba esperanzado en que se alcanzaría para 1946 un ritmo de producción de cien mil ametralladoras mensuales, etc. Hay que distinguir entre el Albert Speer, muy desolado porque los grandes logros del gobierno nacionalsocialista resultaran ensombrecidos por la derrota, del Albert Speer preocupado por salvarse de la soga del verdugo.

  3. Rodrigo dice:

    Ya, pero en su fuero interno Speer debía saber –no simplemente estimar, sino saber- que ese ritmo de producción era insostenible, y que las proyecciones a mediano plazo no pasaban de ser una pura fantasía. En la etapa final de la guerra Alemania sufría una real crisis de suministros, obtener materia prima (o reemplazarla por elementos sintéticos) se le hacía cada vez más difícil, el avance de los aliados cerraba las vías de abastecimiento y estrechaba las fronteras del Reich. Speer sabía muy bien que no podía competir con los aliados en punto a volúmenes de producción, los testimonios llegados de todos los frentes informaban de su abrumadora superioridad numérica, de su inagotable disponibilidad de material de guerra (aviación, blindados, artillería): por más que los alemanes destruyeran aviones y tanques enemigos en grandes cantidades, siempre aparecían más y más en su reemplazo.

    Lo que hizo Speer no fue más que diferir un final inevitable, con el consiguiente costo para los alemanes.

  4. APV dice:

    Aunque las medidas de Speer habían producido un pico de la producción y de puertas a fuera dijeran que todo iba bien; el propio Speer había informado al Alto Mando de que estaban rebañando el plato: no quedaba mano de obra, ni combustible, ni materias primas para mantener ese ritmo.

    Los recursos que tenía Alemania se agotaban muy rápido e incluso si alguien con más cabeza hubiera dirigido el gobierno y cancelado las absurdas órdenes de las Ardenas, Balatón, Polonia y la línea Sigfrido, pasando a una defensa eficiente y conservando los recursos, en pocos meses se hubiera acabado todo.

    Ni Alemania ni Japón hubieran podido pasar del verano de 1945.

  5. Caballero dice:

    Tus textos ya brincaron la barrera entre la reseña literaria y el ensayo (que no por cortos menos valiosos). Un placer leerte, como siempre. Hay una frase que me deja mucho para pensar en un día como hoy: «la anomalía hitleriana, o el dilema de cómo un individuo en más de un sentido marginal como Hitler pudo erigirse en gobernante omnímodo de Alemania, así como el de la naturaleza singular de su poder y el modo en que condicionó el funcionamiento y la trayectoria del Tercer Reich». ¡Cuánto daño pueden hacer a la civilización los individuos mediocres y marginales cuando no se los frena a tiempo! Pero, ¿pueden frenarse cuando la historia y la democracia les alfombran el camino hacia el triunfo y el abismo? Hitler y otros como él sólo fueron los maquinistas de una locomotora que puesta en marcha no había ni habrá modo de frenarla.

  6. Rodrigo dice:

    Inquietante metáfora, estimado Caballero. No me queda claro su significado.

    Y bueno, las circunstancias que auparon a Hitler al poder tenían mucho de anómalo, empezando por el hecho de que la Alemania de entreguerras no era una democracia consolidada. La crisis económica fue un factor decisivo en el auge del nazismo, ciertamente, pero no es explicación suficiente; si fuese por crisis de ese tipo, los Hitler gobernantes deberían multiplicarse por veinte.

    Algunos historiadores han desechado la tesis del “camino especial” alemán, pero yo creo que algo dice (siempre que no se la tome por el lado del esencialismo, un vicio de cuidado). ¿Has leído el libro de Wolf Lepenies titulado La seducción de la cultura en la historia alemana? Resulta muy pertinente a esta cuestión.

  7. David L dice:

    Cuando comienzas a leer este libro te preguntas ¿y qué hay de nuevo en todo esto que comenta Kershaw? Pues seguramente nada nuevo, todo el aficionado a la IIGM conoce la inexplicable resistencia a ultranza del nazismo hasta las mismas puertas del bunker de Hitler, pero tal vez nadie como Kershaw a indagado de una manera tan sobria algo tan complejo como fue la obstinación del nazismo a capitular cuando la guerra estaba ya perdida desde hace varios meses. Como comenta el historiador británico, las razones fueron de difícil explicación y no se prestan a una generalización fácil. De nuevo Kershaw vuelve a alegar esa pasividad manifiesta, marcada por una resignación deprimente del pueblo alemán ante la catástrofe que rodeaba al país. Suena a su teoría sobre la conducta alemana ante la persecución de los judíos. El gran éxito de este trabajo radica en mostrar sobre el tapete todas los condicionantes que se han descrito siempre para explicar la defensa suicida de los nazis y lograr, a medida que vas avanzando su lectura, que el lector vaya un poquito más lejos y saque en conclusión que esta lucha insensata hasta el Final solamente fue posible por la propia idiosincrasia del Tercer Reich, característica que fue gestada desde que Hitler ascendió al poder allá por el año 1933 y por supuesto, la figura del mencionado dictador alemán del que, como bien ha comentado Rodrigo en su reseña, no existió nunca un contrapeso que pudiera haber hecho de esta situación de catastrofe una oportunidad para evitar los meses de agonía que sufrió Alemania hasta su capitulación.

    Un saludo.

  8. Rodrigo dice:

    Muy buen comentario, David. Das justo ahí donde reside la relevancia y el interés del libro. Tal cual sugieres, Kershaw aborda lo que en el fondo es “historia conocida”, pero lo hace de una manera que trasciende la plasmación puramente descriptiva de los acontecimientos y cuyo hilo conductor es coherente con las tesis expuestas por el autor en trabajos anteriores; El final, pues, viene a ser un nuevo –y espléndido- capítulo dentro de una obra abocada a la interpretación del nazismo y el Tercer Reich.

    Todo aquel que quiera comprender el fenómeno nazi debe por fuerza leer a Kershaw.

  9. José Sebastián dice:

    Y que aún no haya leído «El final»…

    Excelente reseña apreciado Rodrigo. Como bien indicas, la mastodóntica biografía de Kershaw sobre Hitler es para quitarse el sombrero.

    Kershaw da en el clavo cuando acuña esa célebre expresión: «Trabajar en la dirección del Führer». ¿Qué significaba? Todo y nada. La clave estaba en espolear las rivalidades entre los principales jerarcas del régimen lo cual redundaba en beneficio del lider – nadie era capaz de socavar su poder ni de siquiera cuestionarlo – pero creaba una maraña de parcelas de poder que competían entre sí desperdiciando inútilmente recursos.

    La llamada de Goebbels a la «guerra total» tras el desastre de Stalingrado resultó estéril y excesivamente tardía. La guerra estaba ya irremediablemente perdida mucho antes.

    Saludos

  10. Rodrigo dice:

    En realidad, Kershaw toma prestada la frase del nazi Werner Willikens, que la pronunció en un discurso de 1934, cuando era un alto funcionario del Ministerio de Agricultura. El historiador halla en esa frase ni más ni menos que el resorte principal del Tercer Reich, de su oscura y retorcida mecánica. Ese “trabajar en la dirección del Führer” venía a ser la traslación simbólica del extremo personalismo del régimen, la divisa por antonomasia del mayor y más perverso ejemplo de poder carismático que haya conocido el siglo XX. Y sí, es muy cierto que espolear las rivalidades de sus subordinados era uno de los trucos favoritos de Hitler; un “divide e impera” elevado a la quinta potencia.

    Una huída hacia adelante, lo de Goebbels.

    Muchas gracias, José Sebastián.

  11. Rodrigo dice:

    A todo esto, de Kershaw me falta por leer el Decisiones trascendentales. Espero conseguirlo pronto.

  12. Rosalía de bringas dice:

    ¡Jesús! No sé qué adquiere mayor interés si la reseña o los comentarios…
    Estupendos ambos, como siempre.

  13. Rodrigo dice:

    Gracias, Rosalía.

  14. Claudio dice:

    En este mes saldrá la venta en UK la siguiente obra de Kershaw, llamada «To Hell and Back: Europe, 1914-1949», ya todos pueden imaginar su contenido.

    Parece que las editoriales españolas no se atreven a salir de los mismos temas en sus libros de la SGM. Se echa en falta que opten por traducir temáticas menos vistas, como la guerra naval, donde por cierto era un maestro Luis de la Sierra Fernández, fallecido hace poco más de un año.

  15. Rodrigo dice:

    Apuestan a lo seguro.

    En todo caso, es de agradecer que dispongamos de la obra de un referente ineludible como Ian Kershaw, cuyos intereses –cabe puntualizar- exceden los de la historia militar.

    Enhorabuena por la nueva publicación. Quizá en un par de años la veamos traducida.

  16. David L dice:

    A pesar de todo lo que podamos imaginar sobre las penurias que la población alemana estaba sufriendo al final de la guerra la perspectiva de una Alemania sin Hitler, o la posibilidad de acabar traicionando de alguna manera a éste no tuvo mucha acogida, además las esperanzas de darle la vuelta a la situación siempre estuvieron ahí. Si tenéis la ocasión de poder leer o ver algún documental sobre los defensores de Berlín en 1945 podréis observar que aún y en esa situación creían poder salvar la catástrofe que se les venía encima…es algo que sigue sorprendiéndome cada vez que leo testimonios de esa índole. Otro ejemplo de fidelidad, aunque fuera casi un año antes del final de la guerra fue el atentado perpetrado por Staunfenberg en julio de 1944, creo si no recuerdo mal, que la mayoría de la población y dentro también del estamento militar fue acogido con desprecio hacia los autores, el hecho de que Hitler saliese ileso produjo una gran emoción y no fueron pocos los que mostraron su gran angustia ante un posible asesinato de Hitler. Todo un síntoma de resistencia.

    Un saludo.

  17. Rodrigo dice:

    Muy cierto, David, la mayoría de la población alemana repudió el atentado. Aun así, el repunte en la popularidad de Hitler a raíz de ese hecho fue más bien efímero, y apuntó casi exclusivamente al aura personal del dictador; el prestigio de los demás, así como el del régimen y del partido en general, siguió estando a la baja. El Führer era prácticamente el único destinatario de las reservas de fidelidad que quedaban en Alemania, lo que refuerza la idea del Tercer Reich como un régimen carismático.

    Gran parte de la voluntad de resistir tenía su fuente en el miedo a los soviéticos y su ajuste de cuentas. Aquí operaban los años y años de exposición a la propaganda antibolchevique, sí, pero también la mala conciencia de los alemanes, cuyas tropas habían llevado al este una guerra de exterminio.

    También tuvo su parte el temor a que se repitiera una “puñalada por la espalda” como la que –supuestamente- se produjo en la PGM. Por entonces seguía teniendo mucha fuerza la nefasta leyenda inventada por Hindenburg y Ludendorff.

  18. Rodrigo dice:

    Ya que estamos…

    Sobre la mentalidad del personal militar a las puertas de la debacle, lo recomendable es leer Soldados del Tercer Reich, de Sönke Neitzel y Harald Welzer. Un libro excelente.

  19. Lopekan dice:

    Quizá el siguiente gráfico resulte ilustrativo sobre el ánimo que impulsó tanto el final —como el principio— del régimen nazi:

    https://pbs.twimg.com/media/CKHUsuVWcAEXmVS.jpg:large

    Clavadito, oye. Puede que influyera el carácter protestante del alemán… o tal vez su ser refractario al catolicismo, en donde «su Reino no es de este mundo».

  20. Rodrigo dice:

    Un gráfico muy informativo, Lopekan.

    Justamente, Michael Mann sostiene en su libro Fascistas que la variable “religión” estaba más estrechamente asociada con el voto nazi que la variable “clase social”. Cuanto mayor el porcentaje de protestantes en una región, mayor el número de votos nazis.

    Lo curioso es que una buena proporción de los fundadores y líderes del nazismo eran católicos renegados. Partiendo por Hitler.

  21. Eduardo dice:

    El atentado contra Hitler protagonizado por Stauffenberg no hubiese modificado sustancialmente las políticas militares que mantenía el gobierno del Reich. Las pretensiones imperialistas originarias se mantenían inamovibles y tan solo se pretendía «derrocar» al führer pues con su permanencia en el poder estaba garantizada la derrota. Hitler era acusado de ser incapaz de conseguir la paz con las potencias aliadas que le permitiesen asegurar su obra de conquista en el Este. El «Espacio vital» era un objetivo más que nacionalsocialista, que lo era en una medida apreciable, de las castas militares alemanas que fueron decisivas protagonistas en la política exterior del Reich una vez «limpiado» el NSDAD en junio de 1934. Y mientras el propio partido sufrió enormes modificaciones políticas, pues no se puede soslayar que el NSDAP era un movimiento caracterizado por una enorme heterogeneidad solo acrisolado por la personalidad de Adolf Hitler, no así acusó evolución destacable el estamento militar germano de corte tradicional. El propósito era seguir la guerra en el Este y conseguir la paz en Occidente. Pero no es nada nuevo ni extraño. Hitler nunca quiso la guerra contra el Reino Unido, etc. y hasta las últimas operaciones militares ofensivas, ya muy avanzada la guerra, no estaban destinadas a la derrota de éstos sino el conseguir una paz negociada que le permitiese conseguir sus verdaderos objetivos que no eran otros que la Unión Soviética. Los imperios británicos y francés, no hubiesen sido perjudicados caso de la victoria de Alemania, lo que hubiese supuesto un verdadero “chasco” para los movimiento de liberación nacional de las colonias británicas y francesas que hacían descansar sus esperanzas de liberación en la victoria de las fuerzas del Eje. En definitiva, creo, que el programa político de los conspiradores de la Operación Walkiria era una pura continuidad de objetivos del gobierno a derrocar, por consiguiente no deben aparecer en la historia con propósitos “honorables”. Incluso incurrían en el mismo error hitleriano (esperaba ansioso la “llamada de la sangre” de sus “primos hermanos británicos”) de ignorar que la suerte de Alemania estaba absolutamente determinada. En innumerables ocasiones fueron establecidas propuestas de paz con Inglaterra. Incluso con la mediación de la propia Unión Soviética antes de la Operación Barbarroja, claro está. La suerte de Alemania no hubiese sufrido alteración alguna y no se llevó hasta las últimas consecuencias el proyecto destinado para el futuro de Alemania, de una crudeza inimaginable, por el estallido de la Guerra Fría que hizo reconsiderar el papel de Alemania con otros argumentos. Al final de todo, paradójicamente, Stalin fue un “aliado” de nuevo de Alemania como anteriormente lo hizo respecto a España a la que salvó, indirectamente, de un desembarco aliado.

  22. David L dice:

    Está claro que los hombres que se implicaron en el atentado contra Hitler de 1944 no eran lo que podríamos decir unos demócratas al uso, es decir, seguramente no creían en la democracia parlamentaria al estilo británico o francés, pero desde luego no se puede infravalorar que el paso que dieron podría haber cambiado mucho la situación interna de Alemania y quién sabe si no habría podido significar el principio del fin.

    Desde luego estos hombres, o al menos una gran mayoría, se unieron a las pretensiones del nacionalsocialismo porque entre ellas existían muchas concepciones que ellos aprobaban, el “lebensraum” o espacio vital era una de ellas, aunque también fueron muchos los oficiales que mantenían ese lazo que le ofrecía la tradición militar prusiana muy cercanos a una concepción conservadora de corte aristocrático. Su colaboración para el éxito del Holocausto está fuera de dudas, la Wehrmacht fue fundamental para mantener una logística que condujera a ese propósito, pero algunos de los principales cabecillas del atentado contra Hitler no compartían los métodos de Himmler o Heydrich y sabían, como así dejaron muy claro desde que comenzó la campaña en 1941, que esa manera de llevar a cabo la guerra podría traer consecuencias muy graves para Alemania en un futuro. En el año 1944 las cosas ya no estaban nada fáciles para la Wehrmacht, en el Este se estaba retrocediendo a pasos forzados…y eso lo sabían muy bien los militares, Hitler se mantenía firme pero el golpe militar estaba destinado a acabar con el Fuhrer y, esto ya es una opinión muy personal, entablar negociaciones de paz para acabar la guerra. Podríamos entrar en los tan entrenidos “y si…”voy a entrar…creo que si el atentado hubiese tenido éxito habrían intentado en un principio hacer creer a los Aliados que uno alianza entre ellos frenaría al bolchevismo soviético…pero eso ya no era posible en aquellas fechas por lo que seguramente habrían tenido que aceptar condiciones de paz aplicadas por los Aliados( EE.UU, GB, URSS) y hacer frente a la resistencia interna que no habría sido nada fácil.

    A lo mejor Kershaw no habría podio escribir este libro….

    Un saludo.

  23. José Sebastián dice:

    Al hilo del fallido atentado recomiendo la lectura de una gran obra: «Stauffenberg» – Editorial Destino – del profesor Peter Hoffmann, un experto en la resistencia anti-nazi.

    Saludos

  24. Eduardo dice:

    Pueden existir, incluso por higiene mental, interpretaciones variadas sobre las motivaciones del grupo Walkiria. Pero los documentos corroboran estrictamente que el objetivo no era «acabar con la guerra», el objetivo era acabar con la guerra en «Occidente» y continuar contra la URSS. Otra cosa bien distinta era que hubiesen tenido posibilidades reales de conseguirlo una vez acabado con Hitler. No lo creo. En este sentido si caben las interpretaciones. Yo tengo mis dudas al respecto. Sobre las posibilidades «democráticas» de los golpistas y los posibles cambios en el interior de Alemania es pura especulación y en nada modifican la realidad de los hechos históricos. Es más, hay que tener en cuenta, que el pueblo alemán quedó consternado, sinceramente, por el atentado. Y tampoco es de extrañar, pues la oposición al régimen era prácticamente inexistente y la adhesión del pueblo al gobierno del Reich era abrumadoramente masiva. Tampoco tiene nada de extraño pues, por ejemplo, centenares de miles de exmilitantes del KPD (Partido Comunista Alemán, muy “patriótico” fue siempre un verdadero dolor de muelas para la Internacional Comunista) engrosaron las filas del NSDAP. Su intención era deshacerse de Hitler por los motivos comentados. Me permito indicarle que la Wehrmacht no fue culpabilizada, como cuerpo o estamento criminal, en el Holocausto. Claro está, excepto personalidades y grupos de combate específicos que fueron enjuiciados, y algunos de ellos declarados no culpables. Incluso las propias Secciones de Asalto (SA), el «Ejercito Pardo» de Hitler que conquistó la calle para el NSDAP no fue culpabilizada como «organización criminal» y muchísimos de sus dirigentes no sufrieron ni siquiera el rigor del Tribunal de Desnazificación. Creo que no es riguroso ni incluso justo vincular al Ejército Alemán con el Holocausto excepto interpretaciones históricas de marcado interés de parte. Me permito comentar, a mayor abundamiento y como ejemplo de mi punto de vista, como el General Alfred Jodl, ahorcado en Nuremberg, fue exonerado en los años 50 de crímenes, supuestos, que le llevaron al patíbulo y rehabilitada, algo tarde e irreversible, su memoria. Existió un gran componente en el Tribunal de Nuremberg de pura y dura venganza. Un saludo no sin antes destacar la magnífica reseña sobre el libro y los interesantes comentarios de sus posibles lectores.

  25. Rodrigo dice:

    Desde luego, en la propia Alemania la oposición activa no era del tipo que podía esperarse en las democracias arraigadas; las credenciales políticas de los que estuvieron involucrados en el atentado del ’44 habrían sido más que sospechosas en un contexto como el británico o el estadounidense, por ejemplo. Y sí, lo que ellos se proponían era concertar el cese de la guerra con las potencias occidentales y volcarse por completo en la guerra con la URSS; un plan que a esas alturas no casaba en absoluto con la política anglo-estadounidense.

  26. Rodrigo dice:

    Las dudas sobre la complicidad del ejército en el Holocausto fueron disipadas hace un tiempo, muy especialmente a partir de los 90. Hoy se sabe que la imagen de una “Werhmacht” limpia” no era más que un mito.

    El paso decisivo para romper con el tabú del papel de las FF.AA. –sobre todo del ejército- en la SGM fue la famosa “Exposición sobre la Wehrmacht” organizada en Hamburgo, la segunda mitad de los años 90. Millones de espectadores y una serie de publicaciones suscitadas por el evento supusieron una conmoción tremenda para la conciencia alemana, la que justifica el aserto del historiador Wolfram Wette: “La leyenda de una ‘Wehrmaht limpia’ pertenece definitivamente al pasado” (ver su libro La Wehrmacht: los crímenes del ejército alemán).

    Gracias por la recomendación, José Sebastián. Tomo nota.

  27. Eduardo dice:

    No pretendo ser majadero. No pongo en duda que una parte de los integrantes del Ejército Alemán pudo haber cometido desmanes, crímenes. Pero nunca «la Werhmacht» tenida como organización militar. Es absolutamente falsa dicha tesis en su intento de establecer hechos puntuales, por muy numerosos que estos hubiesen sido, como de «categoría» derivada de órdenes impartidas por la jerarquía militar conforme a un plan establecido. Y es por ello que no fue considerada, ni es considerada en la actualidad como «organización criminal» de acuerdo a Ley, que es lo que importa. Su lógica, estimado Rodrigo, lleva irremediablemente a reconsiderar el papel del Ejército de los EE.UU. en Europa y no creo que sea históricamente justo. Recientemente han sido puestas a luz las centenares, quizás miles de violaciones cometidas contra la población francesa por el Ejercito de los EE.UU. Y si las centenares de miles de violaciones de las mujeres alemanas por el Ejército Rojo pueden tener la «disculpa» de la venganza, no así ese comportamiento criminal de las tropas «libertadoras norteamericanas» en Francia. ¿Podríamos “derribar” su papel en la historia europea por estos hechos criminales? Decía Mao-Tse-Tung que todavía era temprano para enjuiciar correctamente la Revolución Francesa. Parece ser que tenía razón el Gran Timonel. Tengamos la esperanza de que la imparcialidad haga acto de presencia en los próximos siglos. Un saludo y fin por mi parte. http://www.elconfidencial.com/mundo/2014-06-06/el-lado-mas-oscuro-del-dia-d_142271/

  28. Rodrigo dice:

    No, señor. La lógica del “y tú más” es improcedente. En lo personal, Eduardo, estoy muy lejos de idealizar el papel de las FF.AA. de las potencias aliadas en la SGM, o el de sus gobiernos, pero no por esto iré a confundir los planos. Los fallos de unos no excusan los de los otros.

    La faceta jurídica del asunto, que no he abordado ni por un momento, no es lo único que importa. Es más, esta faceta resulta secundaria para el tipo de consideraciones en que estamos, propias de un ámbito mucho más amplio como es del juicio de la historia. En este sentido, desde la perspectiva de la historiografía, las resoluciones jurídicas no son material probatorio sino otro objeto de investigación. Tampoco aquí hay que confundir los planos.

    Lo que debe estar claro es que la imagen de una Wehrmacht impoluta, desideologizada y abocada estrictamente a su cometido primordial –hacer la guerra-, una Wehrmacht que no tuvo parte en las atrocidades del Tercer Reich*: todo esto es un mito desmontado hace rato, especialmente en lo que toca al ejército. Al respecto recomiendo leer La Wehrmacht, de Wolfram Wette (Crítica, 2007), Soldados del Tercer Reich, de Sönke Neitzel y Harald Welzer (Crítica, 2012) y Una guerra de exterminio, de Laurence Rees (Crítica, 2006). Según la reseña y los comentarios de nuestro compañero David L, obra de referencia en esta materia es el libro de Omer Bartov, El ejército de Hitler (sin traducción castellana). La conclusión pertinente es que la idea de una “Wehrmacht limpia” fue el fruto de lo que el historiador alemán Manfred Messerschmidt llama una “historia de ocultación, minimización y falseamiento”, acogida con alivio por una población agobiada por la conciencia –escamoteada a su vez – de lo hecho en la SGM.

    (*): En mi comentario anterior mencioné el Holocausto. Lo que corresponde es aludir a las atrocidades perpetradas por el Tercer Reich, no sólo al exterminio de los judíos. Esta puntualización es necesaria sobre todo teniendo en cuenta la guerra emprendida por Alemania en el este europeo, que de hecho fue concebida como una guerra racial y una guerra de exterminio, con Polonia como la víctima inicial. Tal cual afirma Wette en el prólogo de su mentado libro, Hitler «jamás habría podido planear, preparar y llevar a cabo sus guerras sin la estrecha colaboración de la cúpula militar, es decir, de los generales del Ejército de Tierra y la Luftwaffe, esto es, de la Fuerza Aérea, y de los almirantes de la Marina de Guerra, así como de sus respectivos asistentes, los oficiales del Estado Mayor de los tres ejércitos». Lo que Wette demuestra en su libro es que la Wehrmacht asimiló la ideología nacionalsocialista y ejerció como instrumento fundamental de la guerra ideológica de Hitler. Sin el concurso deliberado y entusiasta de las FF.AA., Hitler jamás podría haber soñado siquiera con implantar su Nuevo Orden; bastante razón tiene Mark Mazower cuando enfatiza en su libro El imperio de Hitler que «tampoco se puede seguir afirmando que después de 1941 hubiera alguna diferencia importante entre cómo las SS y la Wehrmacht trataban a los judíos y a los eslavos en la ocupación. Los soldados alemanes de a pie actuaron con la misma brutalidad contra los bolcheviques, los judíos y otros Untermenschen, como los que eran nazis «al 150 por 100”. Por consiguiente, el Nuevo Orden fue también en este sentido una empresa alemana, que no solamente estaba concebida para los alemanes, sino que también dependía de ellos y de su participación activa».

  29. metauro dice:

    Nó, si al final va a resultar que ningún alemán fue nazi, sólo los ucranianos, los cruces- flechadas húngaros y los croatas de la ustasha.

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