EL FANTASMA DEL REY LEOPOLDO – Adam Hochschild

«Las cestas de manos cercenadas y ahumadas, puestas a los pies de los comandantes de los campamentos europeos, se convirtieron en símbolo del Estado Libre del Congo propiedad de Leopoldo II». Peter Forbath, El río Congo.

Una historia de sórdida explotación colonial, la del Congo a manos del rey Leopoldo II de Bélgica (1835-1909). También es la del primer gran movimiento internacional en favor de los derechos humanos en el siglo XX. En la muy bien documentada y estremecedora versión del periodista estadounidense Adam Hochschild (Nueva York, 1942), se trata de una historia poblada de héroes y villanos, con un final sólo a medias feliz. Y es que las tribulaciones del Congo no cesaron sino que sólo se mitigaron, aunque dramáticamente, con el fin del dominio del rey belga.

Como se puede suponer, a Leopoldo le está reservado el papel de villano principal. Hochschild tiene poco y nada de bueno que decir de un hombre que incluso como padre y marido resulta un personaje deplorable. A su lado figuran unos cuantos villanos más, de menor cuantía sólo por su rango. El célebre explorador Henry Morton Stanley sale muy mal parado en esta historia; empero, su papel es menos lamentable que el de diversos oficiales y agentes que expoliaron el Congo en nombre de Leopoldo. Algunos de ellos eran casos monstruosos de sadismo, y sirvieron de prototipo para el famoso Sr. Kurtz, personaje de la novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Entre los héroes, esto es, aquellos hombres que denunciaron el régimen de explotación implementado en el Congo, quienes se llevan las palmas son el empleado administrativo -luego periodista- Edmund D. Morel y el cónsul británico de origen irlandés Roger Casement. Pero también destacan personajes como los estadounidenses George W. Williams y William H. Sheppard, misioneros protestantes de raza negra.

Leopoldo lamentaba ser monarca de un país pequeño que no mostraba deseos de sumarse a la carrera imperialista, ni menos a la rebatiña africana. Como dijo a uno de sus consejeros: «Bélgica no explota al mundo. Es un sabor que debemos hacerle probar».  Tras años de buscar en el mapa y en los vaivenes de la política internacional algún pedazo de territorio con que saciar su codicia, Leopoldo dio con la terra incognita ubicada en el corazón del continente africano. Tuvo la astucia de encubrir sus proyectos bajo un manto de  pretextos filantrópicos, como si sólo hubiese albergado la intención de llevar al África las bondades de la civilización europea. Para tal efecto fundó una Asociación Internacional Africana que congregó a una selecta colección de príncipes y exploradores, y cuyo fin sería el de sustraer la porción central del África a las contiendas imperialistas y establecer en la cuenca del río Congo una serie de bases dedicadas a la investigación científica, la difusión de prácticas artesanales entre los nativos y la supresión de la trata de esclavos. Pero esta fue sólo una de las fachadas de las operaciones de Leopoldo. También hubo una Comisión de Estudios del Alto Congo, una Asociación Internacional del Congo y una Comisión para la Protección de los Nativos, organismos fantasmales que disimulaban el propósito de exprimir hasta el último centavo de la riqueza de la región. Tratándose de esto, Leopoldo era un hombre concienzudo: en 1862 pasó un mes estudiando los Archivos Generales de Indias en la Casa de la Lonja de Sevilla; la idea era ilustrarse sobre la obtención de beneficios a partir de la experiencia colonial española. Dos años después visitó con fines similares una serie de posesiones británicas y holandesas en Asia. La lectura de un tratado sobre la gestión colonial en Java lo convenció de que los trabajos forzados eran «el único medio de civilizar y elevar a esos pueblos corrompidos e indolentes del Extremo Oriente».

Gracias a una brillante campaña propagandística, Leopoldo logró embaucar a medio mundo. El Acta de Berlín (26 de febrero de 1885) dejó en sus manos una zona cuya extensión superaba el millón y medio de kilómetros cuadrados, con una población actualmente estimada en unos quince millones de habitantes: era el denominado Estado Libre del Congo, cuyo gobierno y administración corrió por cuenta de Leopoldo con total exclusión del Estado belga. Antes, el monarca había tenido la previsión de contratar a una de las estrellas internacionales del momento, Henry Stanley, quien condujo una expedición que dilucidó las incógnitas geográficas del río Congo y sentó las bases para el dominio leopoldino, siempre bajo la cortina de humo de los objetivos científicos y humanitarios. Bien pudo congratularse el rey de su previsión: los cinco años de arduos quehaceres de Stanley a su servicio –entre 1879 y 1884- hicieron posible que Leopoldo engullese una porción de territorio mucho más grande que Bélgica y cuyas riquezas, principalmente el marfil y el caucho, hicieron de él uno de los grandes magnates de su tiempo. Lo que llevó a cabo fue un sistema de explotación oculto por una intrincada maraña de operaciones comerciales aparentemente independientes, cuyos hilos conducían invariablemente a las arcas personales del rey.

Fue el abogado, periodista y ministro protestante George Washington Williams el primero en publicar, en 1890, una denuncia de los «crímenes contra la humanidad» cometidos en el Congo. A la denuncia de Williams siguió la difusión de artículos escritos por William Sheppard en que se informaba de los castigos infligidos a quienes no satisfacían las cuotas de caucho establecidas; Sheppard hablaba de manos y pies cercenados y de africanos masacrados. A fines de siglo había suficiente evidencia sobre las prácticas de los agentes caucheros y de la llamada Fuerza Pública; prácticas que incluían la toma de rehenes, asesinatos masivos, destrucción de aldeas, mutilaciones, tortura, etc. Esta información alimentó una campaña publicitaria adversa a los intereses del rey, la que en el Reino Unido y los EE.UU. adquirió fuerza de cruzada internacional. Se pronunciaban conferencias -con asistencias multitudinarias- sobre la cuestión; la prensa publicaba reportes e información gráfica sobre pueblos incendiados y cuerpos mutilados o flagelados; misioneros rendían testimonio sobre rehenes en estado de inanición y sobre el despoblamiento de distritos enteros. Fue la hora de los ya mencionados Edmund Morel y Roger Casement (protagonista de El sueño del celta, la más reciente novela de Mario Vargas Llosa). Trabajando al servicio de una compañía naviera inglesa, Morel descubrió que el comercio con el Congo era una farsa. Lo único que se embarcaba hacia ese país eran armas y municiones, no los artículos que debían ser empleados como moneda de pago por la extracción de caucho y marfil. También descubrió que se adulteraban los registros de las ganancias obtenidas en las supuestas actividades de intercambio. Sus consiguientes denuncias se vieron respaldadas por el reporte oficial del cónsul Casement, quien presenció en terreno el régimen de terror impuesto en el Congo. Nombres aún hoy ilustres, como los escritores Arthur Conan Doyle y Mark Twain, sumaron sus esfuerzos al de ambos acusadores.

Leopoldo contraatacó con una intensa campaña de cabildeos y desmentidos, pero la presión extranjera lo forzó a ceder. En 1905 creó una Comisión Investigadora compuesta por tres juristas, quienes debían recabar la información que permitiría impugnar las acusaciones plasmadas en el llamado Informe Casement (1904) y ventiladas por doquier por la Asociación para la Reforma del Congo, fundada y presidida por el insobornable Morel. Ya antes Leopoldo había enmudecido a los críticos con su Comisión para la Protección de los Nativos. Esta vez el tiro le salió por la culata: los testimonios recogidos por los juristas no hicieron más que confirmar las denuncias sobre las atrocidades. En 1908, finalmente, Leopoldo halló modo de salir del paso vendiendo su preciada colonia al Estado Belga, el que además asumió el pago de las enormes deudas del monarca y de una multimillonaria suma a cobrar a plazos por el mismo Leopoldo, en concepto de «gratitud por los grandes sacrificios realizados por él a favor del Congo». El ladino rey supo además apropiarse de buena parte de unos fondos destinados a financiar construcciones públicas, la que fue a parar a la remodelación de la más fastuosa de sus residencias.

Hochschild pasa revista al breve pero sustancioso capítulo congolés de la vida de Joseph Conrad. También añade incisivos comentarios sobre el carácter selectivo de la campaña contra la explotación en el Congo. Señala que en otras colonias el nivel y la brutalidad de la expoliación no eran mucho menores. Por dar una pista: la extracción del caucho en posesiones francesas, alemanas y portuguesas se ciñó a un sistema de trabajos forzados que, salvo en la escala, no difería gran cosa del modelo leopoldino. Pero el rey de un país pequeño era un blanco más fácil que grandes potencias como Francia y Alemania. Los británicos, por su parte, se preciaban demasiado de su fervor antiesclavista para ser un país que sólo recientemente había abolido la esclavitud. Matanzas como la sufrida por el pueblo de los herero, en el África suroccidental alemana, o por los aborígenes australianos a manos británicas, pasaron casi completamente inadvertidas, al extremo de que ni Alemania ni el Reino Unido fueron objeto de campañas internacionales de denuncia. Tampoco lo fue EE.UU., país con un turbio historial de maltrato de aborígenes y negros.

«Lo ocurrido en el Congo fue, sin duda, un asesinato masivo a gran escala, pero la triste verdad es que los hombres que lo llevaron a cabo al servicio de Leopoldo no fueron más asesinos que muchos europeos que trabajaban o guerreaban en otras partes de África. Conrad lo dijo mejor: “Toda Europa contribuyó a hacer a Kurtz”» (pp. 418-419).

-Adam Hochschild, El fantasma de rey Leopoldo. Península, Barcelona, 2007. 527 pp.

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28 comentarios en “EL FANTASMA DEL REY LEOPOLDO – Adam Hochschild

  1. ARIODANTE dice:

    Completísima reseña, Rodri, y completísimo libro por lo que veo, de un tema sobre el que he leído desde varios ángulos (todos denunciando el caso, claro).
    Lo último que leí fue «El sueño del celta»,de Vargas LLosa, sobre la vida de Roger Casement, y lo que cuenta del Congo es para ponerse enfermo. Es terrorífico. Conrad, todos lo conocemos y él mismo en sus esporádicos textos autobiográficos, lo cuenta; y lamenta cómo le amargó la vida aquella experiencia. Leí el año pasado la biografía de Stanley y efectivamente, este explorador y aventurero participó activamente en el negocio leopoldiano, y sus actividades o las de su equipo se reconocieron como crueles y en algunos casos sádicas y terribles.
    Conan Doyle y Twain también se manifestaron en apoyo de Casement, me parece, aunque no he leído nada de ellos sobre el tema. La verdad es que en cuanto a matanzas se refiere, pocos países pueden tirar la primera piedra, porque el que más y el que menos, tiene algo de lo que avergonzarse. Pero lo dramático de este caso es que fue el propio rey Leopoldo en persona el que organizó toda la barahúnda. ¡El negocio del siglo!, y a título personal, aunque dijera que era su país. Su país no se benefició expresamente: fue su patrimonio personal el que se hinchó como un globo. Los belgas debían de haber depuesto a un rey que que los humilló públicamente.
    En fin…

  2. juanrio dice:

    La reseña refleja perfectamente el espíritu del libro, Rodrigo. El dominio del Congo por Leopoldo de Bélgica es la historia del genocidio de un pueblo. Me parece recordar que Hochschild da cifras del número de muertos, siempre aproximadas y posiblemente por debajo de la realidad del drama. A mi me impacto este libro cuando lo leí, desconocía el nivel de depravación que se había alcanzado allí y me sirvió para saber que clase de hombre había tras el «explorador» Stanley. Os animo a leer este libro que no deja indiferente a nadie y posiciona muy bien de lo que es capaz el ser humano por codicia.

  3. ausente dice:

    Gran reseña Rodrigo. Creo que es un tema «atractivo» por las enseñanzas que deja y lo lamentablemente atemporal que es, ya que siguen sucediendo cosas así el día de hoy (aunque probablemente de distinta magnitud y forma). Siempre he creído además (carril mío solo), que en gran parte, las guerras civiles tan brutales en muchos paises africanos tienen algún componente de la herencia de las brutalidades europeas cometidas en las ex-colonias (además de las razones tribales). Quizás por algo en el mismo Congo se dan aún esos conflictos y con caraterísticas tan inhumanas.

    En el último párrafo de la reseña queda abierto el tema de los excesos de otros países más «grandes» como Alemania, Francia, etc. Bien desconocidos al lado del caso Belga.

    Pd. Me acordé, en la novela «El siglo de las luces», Carpentier hace referencia a las mutilaciones a los esclavos que intentaban escapar en la Guayana Holandesa, y qué según el autor, se llevaban con una prolijidad de cirujano. Otro ejemplo más.

  4. Bernardo Atxaga tiene una interesante novela sobre el tema. Os la recomiendo. Se titula ‘Siete casas en Francia’ (la reseñé en mi blog hace unas semanas). Saludos.

  5. Farsalia dice:

    Gran libro y magnífica reseña. Philipp Blom resume en un capítulo de su libro Años de vértigo, 1900-1914 este libro, como recordarás, Rodrigo.

  6. José Sebastián dice:

    Coincido con vosotros en que se trata de un gran libro que me enganchó cuando lo leí hace un par de años. Quita la careta al rey Lepoldo II de los belgas que pretendía pasar a la historia como un filántropo cuando fue un verdadero genocida a la altura de Hitler o Stalin, tapando sus crímenes bajo el loable manto del afán civilizador. Acabo de leer «El sueño del celta» de Vargas Llosa y refleja fielmente todo ese mundo de explotación salvaje y tiranía que se desarrolló en el Congo ante la fiebre de la explotación del caucho y el marfil.

    Os recomiendo la lectura de «Un guardia civil en la selva» de Gustau Nerín (descatalogado por Ariel), aterrador relato a la altura de «El Fantasma del Rey Leopoldo», donde se narran las atrocidades cometidas por los colonizadores españoles en Guinea Ecuatorial y que narra la historia de otro «señor Kurtz», el teniente Ayala, un ser execrable, que hizo de Guinea Ecuatorial su finca particular con el beneplácito de la Metrópoli aniquilando y esclavizando a poblaciones enteras de indígenas.

  7. Rodrigo dice:

    Mil gracias por los comentarios.

    Cuanta razón tienes en todo lo que dices, Ario. El capítulo final del libro hace referencia al olvido que reina en Bélgica sobre el papel de Leopoldo en uno de los episodios mas sórdidos de la historia. El mismo rey y sus funcionarios se encargaron de destruir archivos y otras evidencias que pudiesen incriminarlos, y hoy –dice el autor- se puede visitar un museo sobre el África Central en que no hay señales de las matanzas cometidas. En cambio, con toda hipocresía, el museo celebra las campañas antiesclavistas dirigidas contra los traficantes “árabes”.

    Exacto, Juanrio. El libro incluye un capítulo en que se registran datos sobre el impacto demográfico de la dominación del Congo por el rey belga, con estimaciones de las cantidades de muertos por asesinatos, hambre, enfermedades y otras causas. Como ha dicho Ario, es para ponerse enfermo. Y de Stanley, ni hablar: funesto personaje.

    Ausente, no estoy seguro de poder establecer una correlación directa entre las brutalidades de los conquistadores y colonos europeos y las posteriores guerras civiles africanas. Sí me parece que los distintos modelos de dominio imperial han tenido influencia en hechos posteriores a la descolonización (en el libro de Peter Forbath hay un interesante contraste entre los modelos francés y británico y sus respectivas consecuencias). En todo caso, Hochschild tiene razones para establecer un paralelismo entre Leopoldo y Mobutu, siempre bajo la advertencia de que no hay que incurrir en la simplificación de imputar los problemas de los países africanos al imperialismo europeo. Y claro que me acuerdo del episodio aquel de la novela de Carpentier. Impactante.

    José María, tomo nota de la novela de Atxaga. Hace poco la recomendaba un hislibreño, creo que fue Toni.

    Lo recuerdo bien, Farsalia. Excelente libro el de Blom.

    Ciertamente, José Sebastián, la novela de Vargas Llosa deja constancia de lo del Congo pero también de lo ocurrido en la Amazonía peruana, otro caso de explotación y matanzas por el codiciado caucho.

    Saludos.

  8. Antígono el Tuerto dice:

    Gran reseña Rodrigo, un libro que trata el escabroso tema del Congo Belga, y la colonización europea del África, que fue a todas luces brutal y despiadada, aunque eso sí (como bien has dicho) bajo el manto hipócrita de la abolición de la esclavitud, la exploración científica y la civilización e ilustración de los «salvajes». El imperialismo europeo en África es una de las páginas más negras de la historia del siglo XIX, y aún no lo suficientemente divulgada, por ejemplo, todavía en el 2008 se emitió en Bélgica un sello en conmemoración del Rey Leopoldo y el traspaso del Congo al poder del gobierno belga, además de homenajes a su estatua en la capital, que aunque provcaron protestas en algunos sectores fueron bien multitudinarias…por no hablar de la perenne presencia en los medios de comunicación cada dos por tres de las crónicas sobre África que pretenden poner de manifiesto la incapacidad de los africanos para gobernarse y las «bondades» de las que gozaban bajo los europeos; veniendo a decir que viven peor independientes que bajo el dominio europeo.
    Lo dicho, un buen libro que debería ser de lectura obligatoria para muchos que todavía creen en la bondad de la carga del hombre blanco y su misión civilizadora.
    Felicidades Rodri por la reseña.

  9. Rodrigo dice:

    Gracias, Antígono. Iba a especificar que el libro fue publicado en 1998, para poner en contexto la crítica de Hochschild a la política del olvido operante en Bélgica. Pero lo que dices parece confirmar que en el decenio siguiente la cosa no ha cambiado mucho.

  10. Ascanio dice:

    Ay, qué terrible es la hipocresía y qué sencillo es navegar a favor de la corriente. Ahora todos nos echamos las manos a la cabeza al ver cómo un dictador pasa a cuchillo a sus conciudadanos, pero qué calladitos estábamos todos, y hasta le reíamos sus gracias y gustos estrafalarios cuando nos interesaba. El rey Leopoldo, si viviera hoy, pensaría que no existe tanta diferencia entre su época y la nuestra, y que su genocidio tampoco era para tanto. El hombre sigue siendo especialista en mirar para otro lado cuando le conviene. Porque, ¿qué más nos da un millar de muertos más o menos, si total, nos pilla lejos?
    Estupenda reseña, Rodrigo. Lástima que los hechos que aborda sean terroríficos.

  11. Rodrigo dice:

    Terroríficos como tantos otros del siglo XX.

    Gracias, Ascanio.

  12. Publio dice:

    Estupenda reseña, Rodrigo. Ciertamente, utilizando el manto de la civilización en el Congo se cometió un genocidio y un expolio, denunciado por Patrice Lumumba en su discurso de junio de 1960 cuando El Congo accedió a su independencia.

  13. Dronne dice:

    Interesante la reseña, ya en el foro mencionaron este libro y no pude resistirme a comprarlo, ahora lo tengo en la pila de pendientes, esta reseña ha incrementado mis ganas de leerlo.

    Es increible el poco conocimiento y la poca difusión que se le da a atrocidades históricas y recientes como esta, asi no aprenderemos en la vida.

  14. Schwejk dice:

    Compré este título de saldo hace mucho, me alegra que siga en el mercado. Creo recordar que se centraba mucho más en Morel que no en Casement.

    Algo que me parece terrible de nuestra propia cultura (la occidental, no la belga :-)) no es sólo que llegara a pasar esto con la excusa de llevar la luz de la civilización al fondo de África, sino cómo se ha borrado después este episodio de la memoria colectiva. Stanley sigue siendo un héroe en búsqueda de Livingstone, Leopoldo un apacible anciano que aconseja a los demás monarcas victorianos mesura y paz…

  15. Rodrigo dice:

    Gracias también a ustedes por los comentarios.

    Interesante dato, Publio.

    Dronne, creo que el libro no te defraudará.

    Es cierto, Schwejk: en el libro el protagonismo de Morel es mayor que el de Casement. Y como sabes, Hochschild incide bastante en el olvido y la distorsión persistentes en torno al papel histórico de ambos personajes, Leopoldo y Stanley. El suyo es, pues, un libro muy oportuno, al que debería darse tanta difusión como se merece.

  16. Rodrigo dice:

    … Ciertamente, aquellos dos eran unos talentosísimos publicistas de sí mismos. Lo que se refleja en gran medida en su imagen positiva.

  17. Publio dice:

    Libro ya bajado y leído. Es un libro que impresiona de principio a fin pero sobre todo cuando trata la etapa cauchera del Congo. Realmente hay momentos en que uno se pone enfermo.

    La cifra que da referida a la mortandad, cito de memoria, es de unos diez millones de muertos para el Estado Independiente del Congo.

    Algo que llama profundamente la atención es la destrucción de documentación encargada por Leopoldo cuando iba a pasar el Congo a manos de el estado belga, (les voy a dar el Congo, pero no tienen derecho a saber que hice allí) de nuevo, cito de memoria. Como el autor dice es el régimen totalitario que menos documentación ha dejado tras de sí.

  18. Rodrigo dice:

    Exactamente, Publio: un libro impresionante de cabo a rabo.

  19. Davout dice:

    – Gracias por la reseña Rodrigo. Me ha interesado el personaje leyendo DIVIDE Y VENCERAS y he recordado tu reseña. No lo descarto para un futuro (aunque hay muchos en ese carrito) . Gracias.

  20. Rodrigo dice:

    No hay por qué, Davout.

    Espero toparme alguna vez con ese libro, tan recomendado.

  21. Natalia Ortega dice:

    Hola,
    quisiera comprar el libro «El Fantasma del Rey Leopoldo» pero está descatalogado.
    Si alguién lo tiene y ya no le interesa, que se ponga en contacto conmigo.

    Un saludo.

  22. Blackdolphin dice:

    Simplemente para avisar que la editorial Malpaso ha reeditado este estremecedor libro:

    http://malpasoed.com/es/libro/fantasma-del-rey-leopoldo/

    Hasta otra…

  23. Rodrigo dice:

    Buena noticia.

    Gracias, Blackdolphin.

  24. Natalia Ortega dice:

    Muchas gracias, es una gran noticia.

  25. Fran dice:

    Gran reseña, Rodrigo. Me animó a empezar el libro. Pero llevo no más del 10% del mismo y estoy dudando sobre si continuar o no. Y es que no me parece tanto un libro de Historia como un libro de tesis ideológica. Está muy bien escrito, novelesco, engancha, busca conmover y la reacción del lector… Quien busque eso lo va a disfrutar mucho. Quien busque datos y hechos ofrecidos de la forma más objetiva y honesta posible, quizás se sienta defraudado. Lo que encontrará salpicando algunos datos: «Occidente y los valores occidentales, malos. El tercer mundo, bueno y explotado por Occidente, desde el siglo XV hasta hoy».
    Tras la decepción al leer esas primeras páginas, miro por curiosidad la vida del autor, Adam Hochschild, y básicamente es periodista y está especializado en temas de derechos humanos (Apartheid, Vietnam etc). Seguramente un tipo estupendo, pero no un historiador: quien lea el libro encontrará ideología a raudales.

  26. Rodrigo dice:

    No sólo el historiador, también el periodista, el antropólogo, el sociólogo, el novelista -entre varias miradas posibles- pueden aportar perspectivas relevantes sobre un asunto de esta naturaleza. El trabajo de Hochschild opera en el rango de posibilidades que ofrece el mismo, y como tal resulta perfectamente legítimo. En lo que concierne a los fenómenos humanos, no todo es simplemente datos… y más datos.

    Hay que abrir la mente, Fran. Existe lo que llamamos «amplitud de criterio».

  27. Fran dice:

    Rodrigo, mi mente está abierta y desea conocer. Me hubiera encantado disfrutar con el libro que tan estupendamente has reseñado. Pero quizá esperaba otra cosa, menos aplicación de ideologías de hoy a épocas pasadas… (esto lo llevo fatal, me ocurre con otros libros). Espero no haberte molestado.

  28. Toni dice:

    Como siempre, Rodrigo, disfruto de tus reseñas. Acabo de terminar el libro y es de lo mejor que he leído en tiempo. Personaje deplorable Leopoldo II pero reseñable el capítulo donde se cuentan las bestialidades francesas y alemanas también en África. Creo que volveré a leer Siete casa en Francia, de Atxaga.

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