EL 23-F Y LOS OTROS GOLPES DE ESTADO DE LA TRANSICIÓN – Roberto Muñoz Bolaños

A modo de reflexión, siempre resulta llamativo ser consciente de haber vivido un momento histórico, aunque fuera desde cierta despreocupación infantil. Recuerdo que en la tarde del 23 de febrero de 1981 yo me encontraba en casa de un amigo del colegio, “haciendo los deberes” cuando su madre se acercó repentinamente, me dijo que la mía estaba en camino y que la esperara en la calle, sentado sobre las escaleras de acceso al bloque de pisos. Si me dio alguna explicación para tan cortante despedida, no la recuerdo, pero es probable que los nervios del momento pudieran más que la necesidad de excusarse ante un niño de once años, ya que el padre de aquel compañero era un oficial del Ejército de tierra. Llegar a casa y averiguar que estaban sucediendo cosas graves fue todo uno. Recuerdo el televisor encendido y la preocupación, y luego todo pasó.

Con los años, el golpe de Estado de Tejero se convirtió en poco más que un momento llamativo en mi recuerdo. Una historia entretenida, como la que he contado más arriba, y uno de esos momentos de la Transición, que nunca me interesó demasiado en mi aprendizaje de la historia. Hasta que tuve ocasión de conocer a Roberto Muñoz Bolaños, gran especialista en los momentos cruciales de la historia de España desde el estallido de la Guerra Civil hasta el final del franquismo, y muy especialmente, como demuestra el libro que aquí reseño, de la transición a la democracia, o más concretamente de los peligros que esta tuvo que capear.

El 23-F y los otros golpes de Estado de la transición es la historia de la intentona del teniente coronel Tejero, que no fue tan peligrosa como uno pudiera pensar, y la de otras muchas presiones y conspiraciones que tal vez si lo fueron. La muerte del dictador Francisco Franco el 20 de noviembre supuso el final de un régimen político que había durado décadas y entonces se planteó la primera pregunta: ¿y ahora qué? Por supuesto, hubo entonces quienes abogaron por una continuación de aquel modo de gobierno, pero fueron los menos. La mayoría era consciente de que hacía falta un cambio político, y entonces se planteó la segunda cuestión: ¿de qué calado? El profesor Muñoz Bolaños nos plantea que en la España de 1975-1981 no hubo una sola transición, sino tres: la institucional, que entiende como “el conjunto de cambios legislativos y decisiones políticas que permitieron transformar el régimen dictatorial franquista en un sistema democrático homologable a los existentes en el mundo occidental y en una de las pocas democracias plenas que existen en el mundo”; la militar, que sería el “conjunto de normas jurídicas y decisiones políticas que pusieron fin al poder militar heredado del régimen franquista”; y la paralela, denominación bajo la que incluye “los diferentes planes que un importante sector de la élite económica, política y militar conservadora puso en marcha a partir de la primavera de 1977, con el objetivo de sustituir a Adolfo Suárez como condición sine qua non para controlar el proceso de cambio político y convertir a España en una democracia limitada”. Las dos primeras, como bien sabemos, triunfaron, la tercera fracasó. Todo lo dicho, por supuesto, deja de lado una cuarta opción un tanto en boga últimamente acompañada por un deje de nostalgia hacia lo que nunca fue, la ruptura, una revolución que hubiera tumbado al régimen para partir de cero. No cabe sino estremecerse al pensar en cómo habrían reaccionado las fuerzas más reaccionarias, aún muy poderosas, ante una situación como aquella.

En 1975 el Ejército español era una fuerza tan poderosa como independiente. Los tribunales militares tenían amplia capacidad de actuación en numerosas cuestiones, les estaban reservados tres ministerios –tierra, mar y aire– y estaba perfectamente normalizada la presencia de generales en el Gobierno sin abandonar ni su rango ni su capacidad de mando. Baste recordar a la figura del general Gutiérrez Mellado –crucial en el devenir de la transición– como vicepresidente del Gobierno de Suárez. Hasta que en 1979 y por primera vez en décadas, el Ministerio de Defensa, nacido unos años antes de la fusión de los tres ministerios antes citados, fue ocupado por un civil, Agustín Rodríguez Sahagún, rompiendo una larga tradición.

El libro se explica con una claridad meridiana, muy deseable para quienes se internen en este periodo apasionante, y además pone perfectamente el acento en definir una serie de fases –influencia, blackmail, desplazamiento y suplantación, golpe de Estado del 23-F y golpismo neo franquista–, todas ellas temporales, cuyo contexto se explica junto con los diferentes intentos de golpe, involución o redireccionamiento de la transición que se llevaron a cabo durante las mismas como el Plan A, la Operación Galaxia, la Intentona Torres Rojas y, por supuesto, la Solución Armada. Todo converge a finales de 1980 y principios de 1981. El primero de los años citados había sido un año de crisis económica, aumento exponencial de la delincuencia y durísimos ataques del terrorismo, especialmente el de ETA (de hecho, fue el año más cruento en lo que al terrorismo se refiere). En aquel momento, ante un horizonte sumamente oscuro, diferentes fuerzas se aúnan para derribar a Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, a ser posible por medios democráticos, o al menos pseudo constitucionales. Fue la Solución Armada, cuya variante democrática fracasó cuando Suárez presentó su dimisión y se pasó a la pseudo constitucional. La idea era que se produjera una acción violenta (aunque no cruenta), el golpe militar que protagonizaría Tejero, para que el general Alfonso Armada pudiera personarse como solución y postularse como nuevo presidente del Gobierno con un gabinete de concentración nacional con ministros de todo el arco parlamentario, desde la extrema izquierda a la extrema derecha. Para ello, los golpistas esperaban que en algún momento de la noche de autos Armada se presentaría en las cortes enviado por el rey a fin de proponer el nuevo gabinete, que sería votado por todos los presentes y, presumiblemente, obtendría la mayoría suficiente como para hacerse realidad. Pero se descubrió la implicación de Armada en la operación, las tropas elegidas para ocupar Madrid permanecieron en sus cuarteles (así como las de las demás regiones militares con la excepción de Valencia) y, cuando llegó Armada al Congreso pero bajo su propia y exclusiva autoridad, Tejero, que no había sido informado de los pormenores, se negó a claudicar al conocer que habría comunistas y socialistas en el nuevo Gobierno. Entonces empezó realmente el asedio, que se resolvería finalmente en la mañana del 24 de febrero.

Nobleza obliga, esta reseña tiene que ir terminando, pero no sin alabar la maravillosa narración de aquel golpe de febrero. Hora a hora, lugar por lugar, Roberto Muñoz Bolaños nos traslada por todo aquel escenario (excepto por la casa de mi amigo) y nos explica pormenorizadamente lo que hicieron unos y otros hasta el fracaso final de la intentona. Baste añadir aquí que el 23-F no fue el último intento, aunque si el que más progresó en su realización. La historia se cierra ya en época del PSOE con la llamada intentona de La Coruña o el rocambolesco caso De Meer, pero voy a dejar al lector que los descubra, si quiere.

 

Roberto Muñoz Bolaños. El 23-F y los otros golpes de estado de la transición. Editorial Espasa (2021) 656 pp

     

4 comentarios en “EL 23-F Y LOS OTROS GOLPES DE ESTADO DE LA TRANSICIÓN – Roberto Muñoz Bolaños

  1. Urogallo dice:

    Es curioso, como tantas cosas, como la percepción del golpe o su relato se van adaptando, sin variar los hechos, al espíritu del momento.

    Del golpe militar en su momento cada vez hemos escorado más hacia la idea de un golpe político, pero en esto deposita cada década su forma de ver el mundo y de releer el pasado.

    1. Vorimir dice:

      Bueno, ¿y cuando no han estado metido en política los militares en este país?

      1. Antígono el Tuerto dice:

        Bueno, el fenómeno del pretorianismo español es exclusivo de nuestra época contemporánea, por cómo se construyó el Estado Liberal. Si España fue un régimen parlamentario desde 1833 fue gracias al ejército español (un nido de liberales y masones, a lo largo del siglo XIX), y a pesar del pueblo español, las grandes masas campesinas eran carlistas. Ante la amenaza del carlismo, al liberalismo solo le quedó contar con el apoyo militar; por eso el ejército acabó siendo la institución más fuerte del Estado liberal español, y acabó ejerciendo como guardián de éste.

      2. Vorimir dice:

        Sí, buen resumen, compañero.

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