DON CARLOS. EL PRÍNCIPE DE LA LEYENDA NEGRA – Gerardo Moreno Espinosa

Don CarlosEl príncipe don Carlos, primogénito de Felipe II y de su primera esposa, María de Portugal, es uno de esos personajes del entorno de aquel monarca -como lo fueron Juan de Escobedo, Antonio Pérez y otros varios- que han dado pábulo a la especulación y la controversia históricas. Por lo que se refiere a don Carlos de Austria, son las circunstancias de su muerte nunca plenamente dilucidadas las que han envuelto tenebrosamente la figura del malogrado heredero de la corona española. ¿Murió el príncipe de muerte natural, aunque inducida por sus propias destemplanzas, o ejecutado bajo el rigor judicial de una secreta sentencia? Lo cierto es que acabó sus días confinado en severa e incomunicada prisión sin que nadie pudiera dar fe de cómo le sobrevino la muerte.

Personajes de esta naturaleza han atraído siempre la atención de los historiadores, pero también de novelistas, guionistas y libelistas, amén de toda una fauna panfletaria que, por espurios intereses, unas veces, por palmaria ignorancia, otras, o por osadía literaria, en muchas ocasiones, han difundido variopintas versiones las más de ellas sin ningún fundamento histórico. No deja de ser, pues, atractivo ahondar en las circunstancias biográficas de individuos como don Carlos y adentrarse en los vericuetos de la indagación con la esperanza de encontrar novedades esclarecedoras, contando en todo caso con que cualquier exégesis va a ofrecer motivos para la polémica. Gerardo Moreno Espinosa ha querido asumir conscientemente este reto bajo dos premisas básicas: investigación y objetividad. Según él mismo manifiesta, ha hurgado en la mayoría de los textos publicados, e incluso en los no impresos, que versan sobre el personaje en cuestión y ha consultado los fondos bibliográficos de la Biblioteca Nacional, la Academia de la Historia, el Archivo Histórico Nacional o el de Simancas, entre otras instituciones, todo ello a lo largo de diez años de dedicación. En cuanto a la objetividad, sin que niegue yo que se la haya propuesto y que sea uno de sus prioritarios objetivos, creo que raramente podemos sustraernos de ver las cosas bajo nuestro peculiar enfoque, algo que me ha parecido advertir en el áspero modo en que el autor enjuicia la figura de Felipe II. Ante el antagonismo en la dispar percepción de sus cualidades -prudencia o vacilación, fervor religioso o fanatismo, moderación o abulia, dedicación plena o control obsesivo, organización administrativa o burocracia dilatoria, firmeza u obstinación- se inclina siempre por atribuirle las más negativas, con lo que, por otra parte, no estoy en total desacuerdo.

Tras una amplia introducción dedicada a la presentación y crítica de lo que hasta ahora se ha dicho y escrito sobre don Carlos, patentizando los vicios o carencias de la información habitualmente disponible y, como consecuencia, la necesidad de seguir investigando en pos de la mayor claridad, se aborda en el núcleo central del libro una biografía neutra, es decir, basada en hechos contrastados y sin formulaciones de apreciación personal. Realmente es la parte tercera y última la que resulta más llamativa. Se glosa en ella un opúsculo, o mejor la copia realizada en 1681 de un opúsculo atribuido a uno de los intervinientes en el supuesto proceso judicial incoado por el propio Felipe II contra su hijo del que se derivó la despiadada condena a muerte por degüello. De ser auténtico el documento y verídico lo que en él se narra, cobraría valor la llamada «leyenda negra» en contradicción con la falsaria versión oficialista.

No se trata, obviamente, de una novela ni su fin primordial estriba en el entretenimiento de cualquier ocioso lector que busca en la pura amenidad literaria un grato pasatiempo. Es una obra de investigación que no comporta por ello la aridez de lectura pero que requiere una dosis de interés por el tema para seguirla sin distracción y al detalle. Ayudan a ello el elegante estilo literario, un léxico extenso y apropiado y, en general, la más que correcta dicción.

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13 comentarios en “DON CARLOS. EL PRÍNCIPE DE LA LEYENDA NEGRA – Gerardo Moreno Espinosa

  1. Clío dice:

    Estupenda reseña, Anthos y feliz año!. Siempre me ha quedado la duda de si fue o no capaz Felipe II, de matar a su hijo, es más , hace un mes me lo preguntaba el mio, cuando estudiaba el tema para la asignatura de Historia, y la verdad nunca he sabido responder a esa cuestión de D. Carlos, el autor ¿opina algo en concreto, aunque sea de forma subjetiva, sobre el opúsculo?

  2. pepe dice:

    Magnífica reseña, Anthos, tú sí que tienes una más que correcta dicción (yo ni siquiera sabía que, además de a la manera de hablar, la palabreja se puede aplicar a la manera de escribir). El asunto del libro es interesante y tus comentarios no hacen sino aumentar el interés. Enhorabuena.

  3. Koenig dice:

    Interesante libro el que nos reseñas, estimado Anthos, sobre un personaje que siempre me llamó la atención, por lo trágico de su destino y porque en muchas obras es tratado de una forma muy superficial, como si de un simple «divertimento» se tratara.

    Y eso a pesar de que estoy perfectamente informado, por un afamado misteriólogo, de que al príncipe Don Carlos lo recuperaron los extraterrestres, dado que sus horrorosos cambios de caracter, sus excentricidades y sus deformaciones se debían a que se le había averiado el traje de camuflaje tridimensional. Otro intento de hacerse con nuestro planeta que les salió mal.

    Saludos.

    Koenig.

  4. Anthos dice:

    Feliz año para tí, Clío, y para todos. ¿Que si fue o no capaz Felipe II de matar a su hijo? Personalmente creo que sí y, aunque Gerardo Montero no lo afirme con la ruda franqueza con que lo acabo de hacer yo, tengo la impresión de que también asume la misma creencia. En las cartas que el propio monarca dirigió al emperador Maximiliano, al Papa y a cuantos se vio obligado a dar razón de la prisión a que sometió a su hijo, aduce siempre la misma justificación con estas o parecidas palabras: «…cumpliendo yo con lo que devo al servicio de Dios y beneficio de mis Reynos y Estados…». Estos dos principios esenciales, Dios y sus Estados, aparentemente divergentes pero que Felipe II trató de armonizar en su línea de gobierno, supusieron para él tal fijación y norma de conducta que no resulta atrevido admitir que hiciera cualquier cosa en pos de aquellos objetivos.

    En cualquier caso, la cuestión no es si se le juzga capaz o no de matar a su hijo, sino si realmente llegó a hacerlo. Mientras que lo primero es puramente opinable, para mantener lo segundo hay que poseer firmes pruebas históricas y éstas no existen. El opúsculo a cuyo análisis se dedica gran parte del libro goza de sólidos visos de verosimilitud pero adolece también de defectos que inspiran duda. No sería prudente -y el autor da toda la impresión de que lo es- quien se aventurara a dar un veredicto concluyente sobre tan espinosa cuestión; no obstante, bases para la opinión sostenible de que tal juicio y condena del príncipe don Carlos existió las hay.

  5. Valeria dice:

    Vaya, Anthos, yo creía que no disponía de esa «dosis de interés por el tema» para seguir esta obra sin distracción y al detalle. Y la verdad es que el último párrafo de tu reseña me habían amedrentado un poco. Pero cuanto más escribes, más se incrementa mi dosis.

  6. akawi dice:

    Muy interesante tu reseña, Anthos, al igual que lo debe ser el libro basándonos en los que nos cuentas. Si arroja el autor un punto de luz con su documentación, sobre esta leyenda negra, bienvenida sea.

    Tomaré buena nota pues conociendo tu experiencia literaria seguro que no me defraudará su lectura.
    Un abrazo.

  7. David L dice:

    Excelente reseña Anthos. Por supuesto, como bien parece indicar en la reseña, no hay pruebas palpables que demuestren que Felipe II ordenara la muerte del principe D. Carlos. Ahora bien, habría que preguntarse qué pudo o puede llevar a pensar que el Rey decidiera eliminar al Principe heredero de la Corona española. Todos conocemos lo que el nefasto Rey Fernando VII le jugó a su padre Carlos IV. Un Rey, y más el dueño y Señor de un Imperio tan extenso como el español del siglo XVI, no podía arriesgarse a una traición tan peligrosa como la que podría haber consumado el principe Carlos. O mejor dicho, no correr el riesgo de que este heredero fuera manipulado y utilizado en contra de los intereses hispanos. D.Carlos murió en 1568, el «annus horribilis». En ese año la Corona española tuvo que hacer frente a dos revoluciones de carácter religioso( Alpujarras, y P.Bajos) muy peligrosas para la estabilidad de la propia Monarquía de los Austrias. ¿no creéis que había demasiado en juego para no desconfiar hasta de su propio hijo, si éste además presentaba un comportamiento no muy normal?

    Un saludo.

  8. Urogallo dice:

    Yo, personalmente, no creo que fuese necesario matarlo. Solo hace falta recordar la historia de la ocasión en que fué capaz de tragarse un diamante como para reconocer que con semejante dieta y la medicina e la época, una persona aislada en una habitación, y con costumbres insalubres no podía durar demasiado.

    Por otra parte Felipe II era relativamente joven en aquella época, y el problema de la sucesión solo podría motivarlo su muerte, ( bonita perogrullada), muerte que en aquella época no parecía inminente.

  9. Incitatus dice:

    David, estoy de acuerdo contigo. En ese momento, y después de haberle dado muchas posibilidades, el infante Carlos era más un motivo de desestabilización del Imperio que otra cosa.
    Por otro lado me cuesta creer que le mandará matar expresamente, más bien soy de la opinión de que dejó que muriera, algo que dadas sus locuras probadas y su mal estado de salud no era tan dificil. Sé que suena duro pero en esa época supongo que era cuestión de estado y que Felipe II le veía ya más como un traidor que como un hijo… para el caso dado quien le sucedió…

    De todas maneras me quedo con el título para ver si se le puede echar un ojo, gracias Anthos

  10. Germánico dice:

    Lo curioso del asunto es que haya razones suficientes como para justificar un crimen de Estado. Al menos, eso es lo que a mí más me llama la atención, al margen de si se produjo o no el asesinato.

    interesantísima reseña, Anthos.

  11. Anthos dice:

    Pienso que nunca hay razones suficientes para «justificar» un crimen, sea de Estado o de cualquier otra índole, pero móviles para cometerlo, sí. La situación familiar del príncipe Carlos no le fue nada favorable: su madre murió del propio parto y la desatención de su padre, ausente durante varios años en Inglaterra a causa de su segundo matrimonio con María Tudor o inmerso en tareas de gobierno, fue absoluta. Por esto, o por la innata inclinación del muchacho, o por ambas cosas a la vez, don Carlos dio siempre muestras de un carácter tortuoso y aun avieso. Existe un sinfín de anécdotas sobre su conducta que dan idea de la catadura del personaje. Cuenta Pierre de Bourdeille que a un zapatero que le confeccionó unas botas no de su agrado se las hizo comer cortadas en pedazos y fritas. En otra ocasión se ensañó con los caballos de la cuadra real lesionando a veintitrés de ellos y dando muerte al preferido del rey. Era cruel con sus criados y con los animales; en fin, un angelito. Pero nada de todo esto hubiera sido motivo bastante para inducir a su padre a tomar tan grave decisión como encarcelarlo en un torreón del Alcázar, lo que, por la notoriedad del caso, le acarreó tener que dar toda una serie de explicaiones a las embajadas europeas, al papa y a la nobleza castellana. Felipe II no hubiera enviado a prisión a su primogénito y sucesor jurado en Cortes por un mero comportamiento agrio o difícil de no haber concurrido otras causas de mucho más calado. No trato de trasladar aquí el contenido del libro -invertís unos euros y lo leéis-, pero apuntaré algunas de esas causas. La reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, era de la misma edad que el príncipe y había estado inicialmente concertado el matrimonio entre ambos, pero razones de Estado cambiaron el destino de la prometida; Carlos de Austria nunca le perdonó a su progenitor que, en expresión castiza, le levantase la novia de la que dio muestras posteriores de enamoramiento. Pretendió la encomienda de diversas misiones que nunca logró, como el mando de los tercios que en 1567 partirían de Nápoles y Milán hacia los Países Bajos y que, finalmente, recayó en el duque de Alba. Estos supuestos agravios y otros muchos por los que el príncipe iba acumulando rencor contra su padre le llevaron a venganzas rayanas con la alta traición que se materializaron en conversaciones y planes con dirigentes flamencos de dudosa fidelidad al rey y en algún intento de huida de la corte hacia las insurgentes provincias norteñas. Situaciones de esta envergadura y trascendencia no podían ser toleradas por Felipe II por más que proviniesen de su propio vástago. Don Carlos acabó aherrojado sin piedad. ¿Quedó en eso su sanción o llegó a la pena capital? Aquí empiezan las conjeturas a las que el libro reseñado se suma con la paráfrasis amplia y minuciosa del opúsculo de marras.

  12. D. Jaime dice:

    ¡¡PARDIEZ!! este mozo fue un felón…

  13. DavidR dice:

    ¿que opinion os merece lo que dice Alcor de Castilla de que Miguel de Cervantes es en realidad Don Carlos?

    agradeceria respuestas razonadas en un sentido o en otro

    saludos

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