CIUDADANO SÓCRATES – José Solana Dueso

CIUDADANO SÓCRATES. José Solana DuesoBuen libro. Como reza la dedicatoria del autor, “nos habla de un Sócrates en penumbra”.

Pocas veces una presentación me ha hecho cambiar de idea. Acudí a la cita en Libertas7 (el museo de los soldaditos de plomo de la calle Cavallers de Valencia), mientras me repetía algo así como “no sé para qué voy, si no me gustan los libros de filosofía”. Pensaba que estaríamos ante otro rollo insufrible disfrazado de novela, con largas disertaciones sobre la diferencia entre potencia y acto y que la bellota puede ser una encina, o algo así. U otro panegírico sobre lo bueno que era el sabio incomprendido por la chusma canallesca, epítome de las virtudes atenienses y fustigador de sus vicios, ciudadano ejemplar que fue sentenciado a muerte por la masa ignorante.

Pues no. El autor, aunque profesor de filosofía, dejó claro que no era esa la orientación de su obra. Hablando con vehemencia, claridad y convicción (se notan esas tablas en el instituto), nos convenció de la calidad de la novela y de su defensa de la democracia.

El libro, aunque no prescinde de un par de pinceladas sobre la filosofía de Sócrates, a través de los diálogos con sus seguidores y detractores, se centra, como bien declara su título, en la vertiente cívica del sabio de Alopece. ¿Y cómo era el tal Sócrates? ¿Estudió Ciudadanía? ¿Lo hizo en castellano, en valenciano o en inglés con acento de Font de Mora? Pues parece que era un pelín borde. Todos conocemos la tirria que le tenían otros filósofos de la época, por su enorme ego, su espantosa inmodestia, su tendencia a abordar con fines vejatorios a cualquier pobre desgraciado que se le cruzase, su insufrible “método socrático” y por hacer miles de preguntas sin proponer ninguna respuesta alternativa, en plan “tú estás equivocado pero yo no tengo por qué sacarte del error, y allá te las apañes por tu cuenta”; al parecer hacía lo mismo en política. Como tantos otros, llegó a la conclusión de que la democracia era un mal sistema de gobierno e hizo lo posible por desprestigiarlo, pero sin ofrecer ninguna guía sobre qué podía mejorarse y mucho menos sobre cómo hacerlo. Azuzados por su despiadada crítica al sistema, los hijos de la “juventud dorada” de Atenas se volcaron en interpretaciones pro-oligárquicas, convencidos de contar con el apoyo moral de quien se autoproclamaba el hombre más sabio y justo de la polis. Los sujetos más ambiciosos y carentes de escrúpulos de su tiempo (los Cuatrocientos, los Treinta, Alcibíades, Jenofonte) fueron invariablemente discípulos de Sócrates, al que alabaron y añoraron, forjando la leyenda del profeta incomprendido que lo ha acompañado hasta hoy. Así las cosas, en el escenario de la “transición democrática” ateniense, con los Pactos de Amnistía gravitando sobre quienes deseaban corresponder al bien con el bien y al mal con la justicia, con el atragantable acuerdo por ambas partes de desmemorizarse, el hijo de Sofronisco decidió que él no tenía por qué callarse y continuó “diciendo las mismas cosas con las mismas palabras”, atacando como el “tábano de Atenas” a magistrados y líderes, condenando la elección de cargos por la masa inculta, ridiculizando la designación de jurados por sorteo, aferrándose a su convicción de que la democracia era un régimen nocivo por no distinguir al sabio del ignorante y negar la evidencia: que la política es una ciencia como la ingeniería, la navegación o la medicina y por tanto debe estar reservada a los sabios. Y así siguió hasta que a los atenienses se les hincharon los ovoides tegumentos procreadores y decidieron darle un escarmiento: abjura públicamente y pide perdón por haber inculcado esas ideas en nuestros jóvenes, o atente a las consecuencias y prepárate a morir. Sócrates, cabezota como él solo, dijo que nanay: él, la mayor bendición de Atenas, el hombre elegido por Apolo, no iba a rectificar un ápice bajo la presión de una chusma iletrada. Así es que insultó al jurado, exigió una pensión vitalicia y logró algo matemáticamente meritorio: el número de quienes votaron su muerte superó el de quienes lo consideraron culpable.

Hasta aquí la historia. José Solana traza el retrato del sabio repelente desde los individuos que vivieron a su alrededor, unos reales y otros ficticios. Articula una conspiración para acabar con Sócrates a partir del padre, el amante masculino y la amante femenina de un personaje real: Autólico, mártir de la crueldad de los Treinta Tiranos. Nos lleva a través de intrigas, actos de espionaje a dos bandas, traiciones y pasiones, narrando los hechos y recreando la urdimbre social de aquellos terribles años de derrota, humillación y enfrentamiento civil. Y como trasfondo, la clara conciencia de que la democracia es el menor de los males, que cualquier otro sistema sólo ha traído desgracias.

Ideológicamente, no puedo estar más de acuerdo. Como dijo Churchill, “la democracia es el peor sistema con excepción de todos los demás”. Tiempo atrás discutí con alguien que, muy socráticamente, defendía un gobierno de la “aristocracia intelectual” y no pude menos que preguntar: ¿quién elige a los miembros de esa aristocracia? ¿Dios (teocracia)? ¿Los ricos (plutocracia)? ¿Los fundadores y nobles de sangre (patriciado)? ¿La nobleza de armas (feudalismo)? La humanidad ha probado ya todos esos sistemas y todos han resultado nocivos. La respuesta de los filósofos suele ser: deben gobernar los sabios. Pero la Historia nos demuestra que los filósofos, cuando le han metido mano al poder, siempre han acabado optando por los más abyectos regímenes; Platón apoyó al tirano de Siracusa, Aristóteles educó personalmente a toda una generación de tiranos, y en nuestro tiempo Ángel Ganivet, Heidegger u Ortega sostuvieron ideologías poco recomendables. Sócrates, al que hasta ahora siempre se ha respetado más por tradición que por conocimiento de su figura (en algunos casos hasta hacerlo un paladín de los demócratas contra los oligracas, ya ves tú), no fue distinto a toda esa caterva de despreciadores de la plebe. Y es ese Sócrates soberbio y autosuficiente el que José Solana nos muestra con envidiable maestría, desmitificando al sobrevalorado filósofo.

La ambientación histórica es insoslayable, y el autor da muestras de conocer tanto el período y sus costumbres como el mundillo de los filósofos. También es de destacar el conocimiento de las corrientes filosóficas, así como la capadidad del escritor para divulgarlas. El equilibrio entre personajes reales y ficticios está magníficamente logrado, de modo que los primeros pueden descargar los actos más especulativos en los segundos.

En el aspecto formal destaca el uso de la redundancia, tal vez como influencia de su labor docente. Resultan incómodos algunos anacronismos, como el uso del calendario gregoriano, con fechas AC, pero otros autores han hecho cosas semejantes (como Graves) y se lo hemos perdonado. Alguien censuró el uso de “anacronismos lingüísticos», y es cierto que abundan (“Matar dos pájaros de un tiro”, o “poner una vela a Dios y otra al Diablo”, por poner sólo algunos ejemplos); aunque personalmente no me gustan, creo que debemos ser tolerantes al respecto, primero porque se lo hemos perdonado a otros (desde Graves a Terenci Moix) y en segundo lugar porque los griegos clásicos hablaban en griego clásico y no en castellano, por lo que absolutamente todos los términos de una novela (desde “capítulo primero” hasta “fin”) son anacronismos, y seguro que los griegos de la plebe tenían frases hechas que ni conocemos ni sabríamos traducir para decir esas mismas cosas. Se echa en falta un glosario, entre otras cosas porque algunos términos se emplean con un sentido distinto al que viene recogido en el DRAE (como sucede con “parresía” o “báratro”) y porque el léxico empleado es bastante rico.

Haciendo balance de lo que me ha gustado y lo que no, creo que es un libro muy recomendable, por su calidad literaria, por su fidelidad histórica, por su clara defensa de los ideales democráticos y porque es un escritor español y no está de más que publicitemos a quien se lo merece.

Ahora, ya podéis empezar a ponernos verdes al autor y a mí.

Alea jacta est.

Ficha técnica.
Título: Ciudadano Sócrates
Autor: José Solana Dueso.
Editorial: Mira Editores. Zaragoza, 2008.
Bolsillo. 380 páginas.
PVP: 19,50 euros

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38 comentarios en “CIUDADANO SÓCRATES – José Solana Dueso

  1. Lauso dice:

    Desde esta tribuna quiero felicitarte Josep por tan buena reseña que me ha causado un sobresalto pues debo reconocer que soy un tanto ignorante en temas filosóficos y tenia en mi mente la imagen preconcevida de Socrates de martir del conocimiento, razón por la cual me deja con un fuerte deseo de devorar el libro. Por otra parte respecto a filósofos en el poder, el referente natural es Marco Aurelio como caso contrario a los que menciona la reseña, y no debemos olvidar a Juliano (el apostata) luchador incansable por la libertad de culto.

  2. Josep, el que vuelve a estar de guardia, distinta a la del 28, dice:

    Completamente de acuerdo contigo. Los «emperadores filósofos» son la notable excepción a la regla, pero no olvidemos que, a diferencia de otros filósofos que apoyaron a terceros en el poder, éstos ejercieron por sí mismos un poder absoluto. En este caso fue su propia condición íntima la que los hizo notables, sin que ello suponga la bondad del sistema mediante el cual gobernaban.
    De todos modos, tomo nota de tu acertada corrección. Como dijo Dumas, «todas las generalidades son peligrosas, incluyendo ésta».

  3. Antonio Penadés dice:

    ¡Qué reseña más brillante, Josep! Creo que este es tu estreno como reseñador hislibreño, así que te doy doblemente la enhorabuena.

    Estuve con Josep escuchando al autor y me gustó también muchísimo, y eso que cuando él pudo empezar a hablar el auditorio estaba ya al borde del K.O., pues los que hicieron la «introducción» de la presentación tardaron como hora y cuarto…

    Pues eso, recomiendo vivamente este libro por el argumento, por su rigor histórico, por el enfoque y por las observaciones de tan insigne reseñador.

  4. Javi_LR dice:

    Coincido, Josep; gran reseña. Bienvenido al mundo reseñístico de Hislibris. A partir de ahora, estás obligado a hacer más.

    Creo que algo me comentó Antonio Penadés acerca de esta presentación y tan pormenorizada introducción. A mí me surgen algunas dudas al respecto de la novela: ¿cómo es este Sócrates que nos muestra José Solana, más basado en lo mítico, en lo platónico, en lo histórico…?; ¿el autor juzga con ojos actuales una figura del pasado, compara las democracias actuales con la ateniense, sólo ve factores negativos en la figura de Sócrates o alcanza a ver algún tipo de grandeza en ella, algún tributo a su influencia filosófica?

    Así, a bote pronto, me suena algo parecido a «Arde Troya», hablando de las maldades de los héroes y todo eso, partiendo de posiciones de rabiosa actualidad política, aunque posiblemente estaré equivocado. Si no lo estoy, la novela no me interesa en absoluto.

  5. Josep, el que cruzó el río, dice:

    Gracias por vuestra bienvenida.
    Respondiendo a Javier, el Sócrates de Solana es fundamentalmente histórico, pero no olvidemos que es una figura mitificada por sus seguidores. Se basa en los discursos del proceso y en los hechos reales acaecidos en la época, aunque también en los escritos de Jenofonte y Platón. Tratándose de alguien que no escribió nada por sí mismo, el recurso a los escritos de sus detractores y discípulos debe, necesariamente, adolecer de subjetividad aunque sea bipolar (al emplear ambas fuentes) y por ello algo más cercana a la ecuanimidad.
    Sobre el «anacronismo ideológico» (no sé si existía el término, pero ahora seguro que sí), resulta difícil encontrar una novela que esté totalmente libre de él. Mientras no sea algo escandaloso (y en muchas novelas lo es), creo debemos ser complacientes con ese defecto. Es evidente la posición democrática del escritor, pero no resulta particularmente ofensiva a la inteligencia. Si hubiese que buscar algún paralelismo con el presente, el modelo más aproximado sería tal vez la transición argentina, con sus leyes de «obediencia debida» y de «punto final», pero posiblemente los españoles veamos una necesaria similitud con nuestra propia transición y los pactos que en ella se dieron. Aun así, a veces es difícil discernir si en circunstancias históricas similares los personajes pensarán y sentirán del mismo modo, o si somos nosotros quienes queremos que lo hagan. En el caso de esta novela, creo que el anacronismo ideológico existe pero es lo bastante tenue como para que la obra pueda leerse sin reparar demasiado en ello.
    Respecto a los factores negativos del personaje, es cierto que superan con creces a los positivos. No obstante, al proceder de fuentes contrapuestas, se trata de una novela anfibólica, donde nadie es del todo bueno. Los enemigos de Sócrates tienen sus propias pasiones no siempre racionales y sus razones no siempre desapasionadas. El deseo de venganza, la búsqueda de un chivo expiatorio, el afán de notoriedad, o incluso el cobro de generosos honorarios, son algunos de los impulsos que mueven a los adversarios del filósofo. Si Sócrates sale mal parado, los personajes del bando contrario no salen mucho mejor. Es una novela pesimista respecto a los individuos aislados, aunque no necesariamente respecto a las ideas.
    Por cierto, gracias y felicidades a Sandra por la cabecera.

  6. richar dice:

    Hombre, si es una novela anfibólica habrá que leerla… :-)

    Enhorabuena Josep por tu estreno, por una muy buena reseña y por recomendar otro buen libro, que ahora mismo va al listado de adquisiciones.

    Un saludo,
    Richar.

  7. pepe dice:

    Da gusto empezar el año leyendo una excelente reseña sobre un libro que además parece interesante; enhorabuena por tu estreno, Josep. No me vendría mal, sin embargo, que me aclarases un poco eso de que el libro representa una defensa de los «ideales democráticos». ¿A qué ideales te refieres? En la actualidad, esa denominación se usa generalmente para englobar a conceptos tales como justicia, libertad, igualdad o solidaridad, pero ignoro si era así en época de Sócrates. Por otro lado, los políticos abusan tanto del término «democracia» que uno ya no sabe qué significa realmente. El crimen y la violencia es algo que repugna a los demócratas, oímos continuamente (claro, y a cualquier persona de bien, aunque no sea demócrata, pienso yo siempre que lo oigo…) Hoy día, si a unos padres se les ocurre preguntar a su hija (o hijo), con la natural preocupación, si su novio (o novia) es una buena persona, se arriesga a que les respondan con mucha seriedad: «por favor, mamá, mi novio es un demócrata».

  8. cavilius dice:

    Enhorabuena por el estreno en materia reseñística, Josep El De Los Múltiples Epítetos. La novela me tienta por tres razones: por la descripción que de ella haces en la reseña (ambientación histórica, calidad literaria, etc.), porque es una «novela de griegos» y porque se centra en Sócrates. Hace ya muchos años que sufrí la fiebre de la filofilosofía (y no me he equivocado al escribir el palabro), justo cuando estaba yo en la edad en la que se debe escoger carrera universitaria, así que escogíla, gustóme, acabéla, y semiolvidéla con el tiempo (el culpable de ese semiolvido pseudovoluntario fue Wittgenstein, que no se le ocurrió otra cosa que demostrar axiomáticamente que de lo que no se puede hablar hay que callar; ese axioma conclusivo me pareció el paradigma de la comunicación humana). Pero el gusto por ciertos temas y personas del mundillo de la filosofía nunca lo perdí, y uno de esos temas y personas (que las dos cosas puede ser) es Sócrates. Éste suele aparecer en las novelas históricas que se ubican en esa época como actor secundario, pero diría que pocas veces aparece como principal (que yo recuerde ahora: Las dos muertes de Sócrates, de García Valiño -creo que no me equivoco si digo que en esa novela era el protagonista, aunque no lo recuerdo bien-; o Mi amigo Sócrates, de Josef Vital-Kopp, novela tan ingenua como entrañable; y creo que actualmente , si no me estoy confundiendo, circula por las librerías otra novela sobre Sócrates a cargo de Benigno Morilla, creo que se llama el autor).

    Volviendo a la reseña: el párrafo que precede al que comienza con «Hasta aquí la historia» ¿es la opinión del autor sobre la figura del Sócrates histórico? Porque me parece una «historia» un tanto sesgada, por decir algo, aunque perfectamente defendible (de un individuo sobre cuya vida y obra sólo sabemos lo que otros escribieron se puede opinar de muchas maneras, lógicamente). También me rechina eso de «ideales democráticos» y tengo la misma duda al respecto que Javi_LR (y si me apuras, que pepe). Sin embargo, sospecho que pese a todo esta novela caerá, porque me toca una fibra que suelo mantener tensa.

    Me gustaría recomendar, con los permisos pertinentes, y para quien quiera ahondar en la figura de Sócrates, el magnífico libro de Antonio Tovar Vida de Sócrates, en Alianza Editorial. Lo leí hace más de veinte años (¿exagero? Mmmm… no, no exagero) y guardo un gratísimo recuerdo de él. Y ya puestos, otro libro que contempla a Sócrates desde una perspectiva completamente opuesta al anterior: El juicio de Sócrates, de I.F. Stone. Este no me gustó, pero es que yo soy un bicho raro.

    Saludos.

  9. cavilius dice:

    Ya decía yo que me sonaba el nombre del autor: tengo en la pila de pendientes un libro suyo, La malva y el asfódelo, sobre Aspasia de Mileto. ¿Alguna opinión?

    Saludos.

  10. Josep, el que maldice cada día a Bill Gates, dice:

    Es la segunda vez que voy a escribir esta respuesta, y la primera he consumido en ello la pausa del bocata, así es que perdonad si no me extiendo.
    Aclaraciones varias…
    A) Cuando digo «ideales democráticos» hago referencia al gobierno por el pueblo. Prescindo de considerar si alguien es demócrata o no en virtud de su ideología, actos, virtudes, tendencias o color de calcetines.
    B) El autor del libro hace una defensa de la «Isonomía» ateniense, independientemente de las similitudes que podamos hacer (consciente o inconscientemente) con regímenes políticos actuales.
    C) En «hasta aquí la historia» debo destacar que la segunda «h» es minúscula. He intentado reflejar la visión que en la novela se da de la trayectoria personal de Sócrates en esta etapa de su vida, así como del contexto (o cotexto) histórico. En ningún caso se trata de un análisis científico del período.
    D) Sí, la historia está sesgada. No creo que sea misión del reseñador defender a capa y espada el libro que reseña. Por tanto, no voy a negar que hay un sesgo. Como ya he dicho en otro comentario, lo importante es que el sesgo no «atufa». No existe novelas perfectas, y lo importante es decidir si, colocando los pesos en los correspondientes platillos, el balance es positivo; en mi opinión, este libro merece ser leído.
    E) «Sesgada» no quiere decir «incorrecta». Como muy bien dice Cavilius, Sócrates es un personaje que conocemos por fuentes marcadamente poco ecuánimes, y las tesis del autor son perfectamente asumibles a partir de los datos de los que se dispone.
    F) Si la página se vuelve a quedar en blanco después de esta parrafada, pondré una vela negra a Bill Gates y me pasaré al tam-tam o las señales de humo.

  11. Carlos Romeu dice:

    Estimados amigos:
    La filiación proespartana de Sócrates y sus discípulos (Jenofonte y Platón) es, entre los historiadores de la filosofía antigua, un apasionante tema de debate. Sospecho, en cualquier caso, que el libro que aquí se comenta (y otros que también se mencionan de pasada) ha bebido bastante del ensayo «El juicio de Sócrates» de I. F. Stone, que publicó en España Mondadori en 1988 y que generó bastante debate -en ocasiones bastante agrio- porque su autor, un periodista norteamericano con una sólida formación helenística, desmitificó la figura del «tábano» ateniense. De aquellos polvos estos lodos. En fin… si os gusta el ensayo histórico-filosófico, os recomiendo encarecidamente que leáis el texto de Stone. Por desgracia actualmente sólo podéis encontrarlo en librerías de segunda mano o en inglés (The Trial of socrates)

  12. cavilius dice:

    Conforme con tu comentario, Josep. Esa hache minúscula es clarificadora y se me había pasado. Y repito que probablemente me haga con la novela y la añada a la pila de pendientes.

    Saludos, Carlos Romeu, y bienvenido. Efectivamente, Jenofonte era filoespartano, y Platón (y hemos de entender que también Sócrates) se declaró, a juzgar por sus escritos, simpatizante de Esparta. En cuanto a Stone, desconocía que tuviera una sólida formación helenística; mi imagen de él (cargada de prejuicios, lo confieso, pues conozco poca cosa de él) era la de un periodista norteamericano acérrimo defensor de la democracia moderna, que en ese libro se metía a valorar lo que sucedió hace 2500 años mirándolo con unas gafas graduadas en su país nativo, los USA. Pero ya digo, bien poca cosa conozco de Stone aparte del libro en cuestión, y por tanto tal valoración por mi parte no va más allá de ser un prejuicio.

    Saludos.

  13. Antonio Penadés dice:

    El libro de Tovar al que hace referencia Cavilius, La vida de Sócrates, fomentó también en mí la admiración por Grecia clásica siendo casi un imberbe. Es un libro que no sólo es bueno en cuanto al contenido, sino que el género elegido (ensayo divulgativo) y el tono empleado son idóneos y poco empleados entre autores en castellano.

    ¿Alguien ha leído La malva y el asfódelo, la anterior novela de Solana sobre Aspasia?

  14. Carlos Romeu dice:

    Estimado Cavilius:
    Stone, efectivamente,no fue un historiador profesional. Ejerció como periodista durante toda su vida activa, pero también tuvo durante toda su vida como afición (como gran pasión) el estudio del mundo griego clásico, y tras su jubilación se dedicó exclusivamente a su gran hobby, incluyendo el estudio del griego clásico, que llegó a dominar (cosa que ya no puede decirse de todo el mundo, ni siquiera de historiadores o filósofos profesionales). El libro de Stone ni es ni pretende ser el libro de un profesional de la historia. Lo curioso del asunto es que produjera en su día tantas reacciones histéricas entre algunos popes, incluyendo un infumable artículo de Agustín García Calvo, quien se mofaba de la obra sugiriendo que sólo lo habís hojeado en un VIPS. Soy profesor de filosofía hace ya veintidos años y tras haber leído alguna que otra cosilla puedo decirte que, pese algunos errores metodológicos obvios, la obra de Stone es un perfecto correctivo a la obra de Tovar, quien sabía mucho más del asunto pero que tampoco se libró de errores específicos -de convertir a Sócrates en una especie de «martir filosófico», punto de vista que empiezan a matizar muchos autores (en España, por ejemplo, Luri Medrano)-. En concreto, el análisis que realiza Stone del Eutifrón platónico (muy agudo desde el punto de vista filológico y demoledor desde el punto de vista ético) merece un respeto.
    Hace ya muchos años el libro de Stone me curó del prejuicio filosófico de que sólo el ultraespecialista puede aportar un punto de vista novedoso sobre un asunto concreto.
    Saludos a toda la comunidad de Hislibris.

  15. cavilius dice:

    Desde luego que sí, Carlos; no sólo el ultraespecialista, ni siquiera el especialista, están legitimados para aportar novedades y perspectivas nuevas sobre un asunto concreto. Mi comentario acerca de la formación de Stone no pretendía insinuar eso, y de hecho más arriba había recomendado su libro (en tanto que representa otra perspectiva diametralmente opuesta a la del libro de Tovar). Sin embargo, sí creo que (y hablo desde una posición absolutamente subjetiva, en función de la impresión que me causó la lectura del libro hace ya casi tanto como la del de Tovar) Stone no abordó la cuestión en toda su amplitud y usando todas las cartas de la baraja; y para hacer planteamientos novedosos creo que eso sí debe hacerse, se sea no un especialista. Ya digo, es una apreciación personal, pero leyendo el libro de Stone tuve la sensación de que se descuidaba la cara «filosófica» de Sócrates, es decir, su pensamiento, sus ideas, su manera de plantearse la vida; o al menos que todo eso se enfocaba desde un punto de vista equivocado. Y tratándose de Sócrates, cuyas ideas (a juzgar por los escritos de Platón, Jenofonte y otros) determinaban absolutamente su comportamiento y modo de vida, el planteamiento de Stone me resultó excesivamente (vaya, no sé cómo decirlo, a ver con esta palabra)… mundano.
    Caramba, ojalá hubiera tenido tiempo de releer tanto el libro de Stone como el de Tovar; eso habría hecho que mi comentario no sonara tan críptico. En cualquier caso, coincido contigo, Carlos, en que la imagen de Sócrates como «mártir filosófico» no es la más adecuada; aunque el primero que la cultivó, al margen de Platón, fue Aristóteles.

    Saludos.

  16. Clío dice:

    Interesante debate, me ha venido a la memoria algo que oí al esposisimo sobre un papiro descubierto en ¿Herculano? donde se da una visión de la figura de Sócrates un tanto diferente de la que nos aportaron sus discípulos, ¿alguien sabe algo al respecto?

  17. Antonio Penadés dice:

    El libro de Tovar fue escrito en el año 46, y creo que con esa perspectiva hay que analizarla. En su momento debió ser una obra novedosa en muchos aspectos, pero lógicamente las tesis que emplea el autor han quedado en parte obsoletas después de estos sesenta años. Más que su contenido, que también, recuerdo con mucho agrado el tono con que está escrito y la facilidad de lectura, al alcance para cualquiera.

    Obviamente, todo lo que suene a Sócrates -o a cualquier otro- como mártir filosófico debe ser desechado hoy en día. Y coincido en que ningún colectivo posee la exclusiva para escribir sobre temas históricos. Puede hacerlo cualquiera que tenga los conocimientos suficientes y que sepa exponerlos bien por escrito (aunque parezca obvio, AMBOS requisitos son imprescindibles).

    Aprovecho para dar la enhorabuena a este ilustre reseñador por la publicación de su «Layos», novela que aconsejo a todos. Ya hablaremos de ella largamente en Hislibris.

  18. Josep, "reseñeitor", dice:

    Gracias. Pero sed críticos, o acabaré volviéndome insoportable (más aún si cabe), me divorciaré y me daré a la bebida.

  19. Antonio Penadés dice:

    Seremos críticos. Pero, en principio, no tiene nada de malo experimentar esos tres cambios…

  20. juanrio dice:

    Mi felicitación por tu novela, Josep. Espero tener ocasión de leerla pronto y así poderte criticar un poco, no sea que cumplas tus amenazas o aún peor, te vuelvas un soberbio y dejes de compartir con nosotros este bonito sitio.

  21. Josep, el sempiterno, dice:

    Tranquilos: no os libraréis tan fácilmente de mí.
    Aprovecho para poneros los dientes largos: me he leído la de Cavilius y está a la altura de «Yo Claudio» o «Aníbal».

  22. cavilius dice:

    Dejando al margen que el tema de «estar a la altura» depende de dónde coloque uno los libros en la estantería, aquí se estaba hablando de tu libro, Josep, el cual yo colocaré en mi estantería a una altura considerable, junto al mío.

    Gracias (aunque me temo que no he leído Aníbal).

    Saludos.

  23. cavilius dice:

    Libro leído y sobre el cual se me ocurren algunas reflexiones; son más bien notas que he ido tomando, y no están muy depuradas porque unas van referidas a la novela y otras en cambio al escenario histórico que ésta trata de recrear, pero como tampoco me va a leer nadie ahí van:

    – Es una estupenda novela sobre los años, pocos, en los que se fraguó la condena a Sócrates, y en ese sentido la novela es digna de ser leída. En algunos momentos quizá parezca algo densa, no por el contenido filosófico que incluye sino por la cantidad de personajes, históricos la inmensa mayoría (Lisias, Andócides, Critón, Querefonte, Licón, Fedón, Ánito, Meleto, Polícrates, Fedro, Laques, Antístenes, Platón… y, por supuesto, Sócrates y familia), y por la recreación histórica que su aparición en la novela requiere.

    – Efectivamente, como se ha dicho, la novela se centra en la “lectura política” del pensamiento de Sócrates, aunque está salpicada de cuando en cuando con sus ideas acerca del hombre y cómo debe éste dirigir su vida. En mi opinión, es este el aspecto más importante y más “socrático” del socratismo, mientras que sus ideas sobre el gobierno de la polis me huelen más a Platón, que es en definitiva la fuente básica para conocerlas. Es acuerdo general que los primeros diálogos de Platón son los que tienen más porcentaje de Sócrates, mientras que en los restantes Platón expone progresivamente sus propias opiniones, siempre tomando al maestro como transmisor.; y es en esos primeros diálogos (Critón, Lisis, Ión, Laques, Eutifrón…) donde aparece un Sócrates más terrenal, más humano (por forma y por contenido, podría decirse), aunque tan “tábano” como siempre. El Sócrates de la novela, en cambio, me parece un Sócrates más platónico, también tanto por forma como por contenido. Pero estas son apreciaciones subjetivas sobre una novela que, precisamente por ser novela, tiene perfecto derecho a construir al Sócrates que le venga en gana.

    – Formalmente he de decir que el papel del narrador omnisciente no me ha acabado de gustar, aunque al final, al verse que la historia es contada por uno de los personajes, Querécrates, ese papel omnisciente queda algo justificado. Por cierto, se da un curioso paralelismo entre esta novela y la de Josef Vital Kopp Mi amigo Sócrates, ya que la de Solana Dueso es un relato de los hechos por Querécrates y la de Vital Kopp la novela es el diario del hermano de aquél, Querefonte.

    – Sobre la supuesta vanidad de Sócrates, que por cierto deja traslucir la novela, alimentada por lo que de él dijera el oráculo délfico, creo que en algún que otro diálogo platónico esa posible vanidad se diluye rotundamente.

    – Se me ocurre una pregunta: ¿Platón se hizo misodémico (o sea, antidemócrata) y pro-oligárquico por las enseñanzas de Sócrates, por el peso de su aristocrática familia o por despecho al ser precisamente la democracia la que mató a Sócrates? ¿O fue un poco de todo?

    – Se me ocurre otra pregunta: ¿Sócrates fue misodémico y pro-oligárquico? Yo creo que sí, pero ¿y qué? En puridad, su razonamiento acerca de por qué han de ser los mejores los que manden es limpio, claro y rotundo. Y pensar eso no significa justificar, amparar ni apoyar lo que hicieran sus seguidores, Alcibíades, Critias y compañía. ¿Condenaremos al maestro por el uso que de sus ideas hagan algunos de sus alumnos? Además, admitir que Sócrates prefiriera el gobierno oligárquico al del pueblo no es sinónimo de hacerle rechazar las leyes de Atenas, porque Sócrates nunca estuvo contra ellas ni las incumplió (vamos, ni para salvar la vida, que ya es decir).

    – Ya sé que nadie me la pide, pero puestos a reflexionar irreflexivamente daré mi visión personal, particular, subjetiva y minúscula acerca del tema de si Sócrates era un incordio estúpido e insufrible para los atenienses, si practicaba el ombliguismo a diario, si era un egoísta ambicioso, o si en cambio no era nada de todo eso sino quizá todo lo contrario: yo siempre he tendido a simplificar aquel escenario histórico con la famosa frase de Jonathan Swift acerca de los necios y los genios, porque creo que le va como anillo al dedo, o como cicuta al gaznate (esto último es una ironía socrática).

    -El momento histórico que vive Sócrates es de enfrentamiento social entre partidarios de la oligarquía y partidarios de la democracia; y no era, como casi nunca lo es, un enfrentamiento entre buenos y malos. Estando así las cosas, ¿qué problema habría en que Sócrates, de manera racional (por tanto: no por interés ni por ambición personal) optara por uno de los dos bandos, fuera éste el que fuera? Ya digo que no era una pugna entre buenos y malos, como lo testimonia el que en ambos bandos se cocieran o se hubieran cocido habas. No hay que hacer lecturas de la democracia, la oligarquía, ni mucho menos de la tiranía griegas, con una mentalidad moderna porque no tienen nada que ver. De hecho, yo diría que la democracia actual estaría más puntos en común con la oligarquía griega que con la democracia.

    – El pueblo, la masa, siempre se deja llevar por quien le sabe convencer mejor, tenga o no tenga sentido lo que diga. Cuando esa persona fue Pericles, todo fue bien; cuando entró en escena el histriónico Cleón, la cosa se torció. En democracia la masa se mueve en la dirección que más fuerte sopla el viento, me temo, para bien o para mal, y supongo que Sócrates tenía todo esto en mente y no le parecía algo bueno para su ciudad.

    – Que sepáis que Hislibris aboga por la oligarquía: los gustos lectores de los que estamos aquí, de nosotros, insignificante minoría en comparación con el mundo mundial, no encajan con los libros mediáticos, con bestsellers, con códigosdavincis ni cosas así, libros estos que en cambio la mayoría de la gente ha comprado (¿y leído?) porque el panorama mediático que les bombardea el cerebro les ha convencido de que son buenos libros. Si yo anduviera por el metro hablando con todos los que leen cosas de esas, incordiándoles como un tábano y haciéndoles ver que están leyendo basura y que mejor les iría mirando la página de Hislibris, pronto tendríais que venir a verme a la cárcel y pagarme la cicuta a la que me condenarían. Digo yo.

    Buen incienso este, sí señor.

    PD: y hoy he estado a puntito de comprar un librito del pseudo-Aristóteles, uno de sus problemata, sobre el hombre de genio y la melancolía. Y no lo he comprado, mira si seré cortito…

  24. cavilius dice:

    El que sí voy a leer es un libro que tengo en casa de Gregorio Luri, El proceso de Sócrates, a ver si me convence de algo.

    Saludos.

  25. Javi_LR dice:

    En cuanto a tus conclusiones generales, Cavi, acerca del marco histórico, paralelismos con la época actual, buenos y malos, oligarquías y democracia, Platón, Alcíbiades, Sócrates y Dión (ah, a este no lo has nombrado), no puedo escribir más que un sonoro CHAPÓ. A mi juicio, es una de las mejores y más valientes intervenciones de todo Hislibris.

  26. Josep dice:

    Luis, yo estoy de acuerdo contigo sólo en parte. La visión que solemos tener de Sócrates es precisamente la de sus partidarios. Dices que apoya la oligarquía de un modo racional. El gran problema es que Sócrates no es «racional» cuando apoya la oligarquía (y otras cosas): se basa en que lo importante son los argumentos, y no los hechos; si el argumento está bien construido, los hechos adversos no son válidos para refutarlo. Esa construcción está más cerca del pensamiento sectario que del racional.

  27. cavilius dice:

    Hombre, Josep, espero no sonar contradictorio pero si algo tiene el pensamiento socrático es la conjunción entre el argumento y el hecho, entre lo que se dice y lo que se hace: «lo que es bello es bueno», «es mejor sufrir una injusticia que cometerla», «la virtud no puede enseñarse», son lemas que se basan en razonamientos al modo socrático, por un lado, pero claramente tienen una orientación práctica, por otro. Y evidentemente que si algún seguidor de Sócrates comienza a ofrecerse a todo el mundo para que le roben o le apaleen, tal hecho no creo que invalidara o desvirtuara el razonamiento socrático de que es mejor sufrir injusticias que cometerlas, del mismo modo que la maldad de Critias no tendría por qué invalidar a Sócrates, ni la perversión de Hitler al pensamiento de Nietzsche.

  28. cavilius dice:

    Javi, Dión no sale en la novela. Que no había nacido aún, hombre.

  29. Javi_LR dice:

    Yaaaaaa… Era un chiste chistoso malo malísimo y muy privado. ¿A que no lo has cogido?

    Pues eso.

  30. cavilius dice:

    Hum, pues ahora creo que sí lo he cogido y no es tan mal chiste. Aunque en este caso no sé qué es mejor, si sufrir la injusticia de que cuentes ese chiste o cometer la de decir que no es tan malo…

    Por cierto, y volviendo al libro, en la solapa se dice que el autor está preparando una trilogía sobre los filósofos de la Magna Grecia con Parménides a la cabeza. La espero con ansia, la verdad.

    Saludos.

  31. Javi_LR dice:

    Je… Cavi, eres aún más friki que yo. Y tienes más tiempo que yo, ahora lo compruebo. Esta y las que adelantas me encantaría leerlas. Como diría Bill Puerta, no comprendo cómo tenemos relojes y dejamos pasar al Tiempo a nuestra casa. Es insoportable.

  32. alexandros dice:

    Un excelente libro sobre el tema es La Contrahistoria de la filosofía de Michel Onfray, donde rehabilita la figura de los sofistas, los cirenaicos y los hedonistas, qué de malo tiene recibir un pago por unas lecciones bien dadas? no es legítimo cobrar por un buen trabajo? ese era el punto de discusión entre los calumniados sofistas y Sócrates.

  33. cavilius dice:

    No es trivial, alexandros, y menos en el mundo en que vivimos, en el que los sofistas probablemente se forrarían, entender las razones por las que Sócrates (y buena parte de la sociedad ateniense) no veía con buenos ojos al movimiento sofista. Digamos que, según Sócrates, los sofistas (y los había de todos los tamaños y colores, porque no eran ni mucho menos un movimiento organizado ni reglado, de modo que esto que sigue no deja de ser una generalización) no enseñaban lo cierto sino lo útil, no enseñaban «saber» sino «técnica», no enseñaban a convencer sino a vencer, no enseñaban la verdad sino la apariencia. No buscaban la mejora interior del individuo sino que triunfara en la vida, no buscaban lo bello y lo bueno sino lo práctico, Sus enseñanzas se quedaban en la superficie, en la apariencia, sus razonamientos eran juegos de palabras, retórica, discursos bellos, persuasión, mientras que Sócrates abogaba por profundizar en el individuo, por buscar la verdad, por razonar de manera rigurosa. Los sofistas eran petulantes, miraban por encima del hombro a los demás, eran ostentosos, y Sócrates prefería (aunque con esto volveríamos al debate de si Sócrates era realmente así o no) la humildad. Los sofistas creían saber pero sólo se movían en el nivel de la persuasión y la opinión, en cambio Sócrates reconocía saber únicamente que no sabía nada. Y encima los sofistas cobraban por todo ello.

  34. Javi_LR dice:

    A riesgo de parecer un halagador, Cavilius, y de hacerte sentir incómodo, tengo que felicitarte de nuevo o reviento, porque te has superado. Me vas a permitir que me adueñe de este texto y que lo utilice en un futuro. Ya hablaremos de copirrites y esas cosas. Has expuesto con precisión y sencillez el auténtico valor de la filosofía socrática (que no quiere decirse que fuera la del propio Sócrates). Ay cuánto me acuerdo de Zenatón.

  35. juanrio dice:

    Leo esto, en mi última tarde junto al mar, y me pregunto si mis vacaciones son de verdad o sólo apariencia de vacaciones, y no puedo por menos que dudar. Posiblemente lo que creo que es la verdad es sólo lo que mis falsos ojos, mi corto entender, me hace entender como tal, y lo que en realidad me gustaría vivir es algo tan distinto e intenso como lo que Cavilius expresa en su texto. Que malo es leer algo inteligente cuando uno sólo puede pensar en como va a meter tanto equipaje en el maletero y cuando lo que desearía es soltar todo el equipaje vital que carga y enfrentarse a un nuevo reto que está volando lejos, muy lejos….

  36. Valeria dice:

    Qué melancólico, Juanrio.

  37. juanrio dice:

    Si, Valeria, al final va a resultar que lo mío es melancolia, pero quien sabe, a lo mejor dentro de un tiempo se llama de otra forma y no me vuelvo a encontrar melancólico nunca más.

  38. Farsalia dice:

    Leída la novela; en realidad, devorada y no porque tuviera prisa: la cogí el lunes 29 de julio en préstamo para el mes de agosto, pues la biblioteca cierra tres semanas, y tenía hasta el 2 de septiembre para devolverla; pero me puse con ella el martes y la devoré sobre todo el miércoles, y hoy jueves la devuelvo, antes incluso de que la biblioteca se vaya de vacaciones.

    Exordio este aparte, me ha parecido una interesantísima novela sobre un Sócrates no sé si «histórico», pero desde luego muy diferente, radicalmente incluso, al que acostumbramos a conocer o a malinterpretar desde el modelo «platónico». Un Sócrates «oligárquico», «misodémico» o «antidemócrata», con todas las comillas que se quiera utilizar en estos adjetivos que aparecen en la novela. Un Sócrates que debía ser todo un coñazo (el dichoso «tábano») en la sociedad ateniense de su época y sobre todo para los «demócratas» (moderados y radicales, periclenses, efialtenses o cleoninos). Un Sócrates displicente, colérico, rudo, categórico y despreciativo. Un Sócrates que utilizaba las palabras de manera muy consciente para «aleccionar» sobre las fallas del modelo democrático e «influir» en oligarcas, tiranos y misodémicos, de Alcibíades a Critias, de Andócides a Platón. Un Sócrates, pues, que se situaba por encima de la ley de la ciudad, siguiendo a su daimon y su dios, y que animaba a bastante más que a discrepar y a poco menos que conspirar contra el régimen del demos. Un Sócrates, pues, nada idealizado y que sería muy crítico con la imagen que sobre él se ha extendido a lo largo de los siglos.

    En este sentido, «anacronismos» al margen del autor (más o menos discutibles, pero teniendo en cuenta que estamos ante una novela y, por tanto, una recreación desde la ficción a partir de los datos fragmentarios y sesgados que tenemos del personaje y su época), una novela que induce a la reflexión y que en cierto modo resulta atemporal y de permanente actualidad en cuanto al fondo (y el trasfondo).

    De Solana ya había leído en los días previos Parménides. El canto del filósofo (Edhasa, 2014), en la que aparece brevemente el joven Sócrates, y por tanto ya estaba algo imbuido del estilo del autor. El lector se podrá dejar llevar en este caso por una trama que atrapa (los diálogos son muy fluidos y naturales), insertos en esos años entre el final de la Guerra del Peloponeso y la muerte de Sócrates (404-399 a.C.), sobre todo tras el breve (y segundo) período oligárquico con Critias (tío de Platón y «alumno» de Sócrates), la amnistía tras la caída de los olgarcas o Treinta Tiranos (y que Nicole Loraux trata con detalle en La ciudad dividida. El olvido en la memoria de Atenas, Katz Editores, 2009) y el miedo a una nueva intentona oligárquica en ese momento; una situación esta última que se plasma con brillantez en la novela, resultando muy «contemporáneo» el ambiente recreado.

    Coincido en gran parte con la reseña y su autor, y animo a los curiosos a leer y disfrutar con una novela que merece estar en la biblioteca de los amantes del género.

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