BALBO, LA MANO IZQUIERDA DE CÉSAR – León Arsenal

principal-portada-balbo-la-mano-izquierda-del-cesar-es_medAlea jacta est (La Suerte está echada)

Cayo Julio César: descendiente de aquel que huyó de Ilión portando a la espalda a su padre Anquises. Uncido por las divinas manos de Venus, y todopoderoso cónsul romano que subyugó la valentía gala y humilló con sabiduría la arrogancia egipciaca. ¿Qué más se puede decir del poderoso Calvo que no se haya dicho ya a lo largo de la historia y a través de cientos y cientos de libros? Ya casi nada, en verdad. Incluso el apellido del divino Julio se ha transmutado a través de los siglos creando su propia palabra, siendo aplicado tanto a las testas coronadas (recordemos que de césar derivan los títulos de Káiser alemán, el Zar ruso o el Qaysar islámico); a las formas de gobierno, es decir, el cesarismo; hasta a la propia medicina asignando una forma de nacimiento, la cesárea, basándose en un falso mito proveniente de la antigüedad. Como se puede ver, esta figura icónica parece que lo hizo todo él solo. Sin ayuda alguna. Pero si escarbamos en la trastienda de Clío podremos observar que a su lado hubo una prole de gente nueva que le ayudó a llegar a donde nadie puede, tanto que incluso parece que, a veces, es un dios más que un simple hombre. Y, parece ironía que yo escriba esto, uno de aquellos hombres que moraban en su opaca sombra fue un gaditano (es decir de la fenicia Gades) llamado Balbo, Lucio Cornelio Balbo, el Mayor, para más indicaciones, que gracias a su inteligencia, dinero y perseverancia consiguieron llevar a Julio César, aquel hombre que estuvo de punto de reinar, a que por un momento casi tocara las estrellas con la punta de los dedos. Es por ello que hoy, sin ninguna duda, acerquemos nuestro punto de vista literario a una novela histórica que recrea de manera directa y fidedigna parte de la vida de este descendiente de Baal. Les hablo de la última obra de León Arsenal: Balbo, la mano izquierda de César

Como es bien sabido por todos, la Historia de España vino de Oriente. Queramos o no somos descendientes de aquellos aguerridos mercaderes que vinieron de Tiro y Sidón y que vieron en la prístina laguna de la futura Cádiz una zona importante para vender sus productos a unos atrasados pueblerinos ribereños. De esos fenicios, pasado el tiempo, surgió una poderosa familia, Los Balbo, que mediante sus artes llegaron a ser la familia más poderosa de Gades. No hay que olvidar que el nombre Balbo es una derivación del nombre del dios fenicio Baal. Pues bien, des este clan destaca la figura insigne de Lucio Cornelio Balbo, más conocido como el Mayor, para diferenciarlo del otro Balbo, el Menor, el cual desde el principio se vio involucrado en las luchas intestinas por el poder de Roma y que tuvieron a Hispania como tablero inicial de juego. Se vio involucrado en las llamadas Guerras Sertorianas (80 – 71 a.C) en las que, frente al poder popular de Sertorio, nuestro Balbo se posicionó junto al todopoderoso Pompeyo Magno. Y es debido a esta  ayuda como él y toda su familia obtienen la ciudadanía romana. Tan alto asciende  que en muy poco tiempo llega a ingresar en el orden ecuestre de la, “alta burguesía” capitolina.

Todo parecía ir viento en popa a Balbo y su familia, pero los hados, encarnados en la estrella ascendente de un protegido de Venus, van a hacer que Balbo pase de ser una simple figura anónima en las páginas de la Historia a ser un personaje principal en los capítulos más importantes y fascinantes de la caída de la República romana. Es en este punto donde comienza León Arsenal su novela, cuando Balbo conoce a César en el interior del templo de Hércules-Melkart, días después de que este haya derramado unas lágrimas antes la estatuas de Alejandro Magno. Recordemos esta escena pues vale la pena para la posteridad (aquí les recomiendo que no pierdan de vista el maravilloso cuadro de José Morillo): En el año 69 a.C un joven y arruinado Julio César consiguió la cuestura de la Hispania Ulterior. Antes de llegar a su destino, Gades (Cádiz), primero hizo escala en Córduba (Córdoba) donde residió algún tiempo. Parece ser que allí el futuro genio militar plantó un platanero en el jardín de su residencia cercana al río. Tal fue el vigor de la planta que sus contemporáneos quedaron maravillados, como muy bien podemos ver en las palabras del poeta Marcial: Parece que el árbol siente la grandeza de su plantador, tanto crece elevando sus ramas hasta tocar los astros del cielo.

Después el joven funcionario tomó residencia en Gades, y desde allí comenzó su trabajo como cuestor de la zona. No sabemos mucho de cómo se desarrollo esta labor pero el tiempo nos ha dejado algunas anécdotas que enmarcan la grandeza del  hijo de Venus. Se cuenta que al poco tiempo de vivir en la ciudad el joven César tuvo un sueño en el que yacía con su madre. Nada más levantarse y todavía algo angustiado no dudó en dirigirse al mayor centro religioso de Gades, el templo de Hércules, para consultar a los sacerdotes los motivos del sueño. Según parece éstos le dijeron que no se preocupara pues no había ningún elemento incestuoso en ellos sino que los dioses le venían a decir que se uniría con su verdadera madre, es decir Roma, convirtiéndose en el mayor gobernante de todos los tiempos. Henchido de orgullo quiso volver a su hogar pero al salir vio en un rincón una estatua de Alejandro. Fue como si un rayo le cayera en la cabeza pues enseguida se puso rígido, gris, con semblante serio de cara y lágrimas en los ojos. El orgulloso César… ¡estaba llorando! Uno de los sacerdotes se acercó a él y le pregunto el motivo de aquello. Con ojos enrojecidos le respondió:

A mi edad él había conquistado el mundo y yo no he conseguido nada todavía.

Aquella visita le cambió la vida pues en su mente se forjó un destino del cual no se separaría jamás.

Aquellos momentos vividos en la negrura del templo dedicado al Hércules fenicio hicieron que el alma del gaditano y del romano, aquel en el que Sila veía cien Marios, se fusionaran, no pudiendo funcionar el uno sin el otro, pues gracias a las relaciones que tenía el primero, tocante en todo lo relacionado con amistades y dinero, en Hispania hicieron que la campaña que César organizó contra los belicosos lusitanos acabase en éxito. Tan agradecido estaba César que no solo le hizo praefectrum fabrum de sus legiones en esa campaña sino que le rogó que acudiera sin tardanza a Roma, pues allí podía expandir sus horizontes y lograr de este modo más protagonismo en la futura partida por el poder.  Balbo al principio dudó unos años pero ya podemos ver que hacia el 60 a. C se encuentra en Roma, y debido a su amistad con César pronto se granjea la enemistad con los supuestos boni, como por ejemplo Catón.

Aunque en un principio las embarradas calles de Roma le desilusionan un poco, nuestro gaditano se introduce en la dura política de la ciudad y llega a conocer a todos los grandes del momento como Craso, Cicerón o a figuras rutilantes como el escritor Teofanes de Mitilene. Balbo no para de trabajar y llega a fraguar una débil alianza entre las tres cabezas de la Hidra: César, Pompeyo y Craso, posibilitando que  el divino Calvo, por fin, llegue a ser el Primer Hombre de Roma. Esta novela de Arsenal termina con la marcha de Julio César a las Galias, dejando a los lectores con las ganas de saber qué pasara después, y aunque muchos ya sabemos que ocurrirá posteriormente, es decir cómo Balbo será el enlace entre el conquistador y Roma, que creará todo un servicio secreto para él y que no tomará partido en las futuras guerras intestinas entre sus amigos… eso, amigos, será otra historia que habrá que esperar a leer.

La novela Balbo, la mano izquierda de César, se desarrolla en la etapa final de la República y gracias a su estilo de escritura, directo, sencillo (aunque completo) y envolvente, nos introduce en no solo los hechos históricos importantes del momento, sino en un mundo de sensaciones plásticas que hacen las delicias de todo aquel que al leer no quiera tener solo la impresión de encontrarse con una mera lista de fechas sino que desee a la vez introducirse en las calles, ambientes y lenguaje de una Roma palpitante y llena de vida, en la que se pueda sentir en cualquier momento que un paso en falso nos pueda llevar a ser asesinados en una turbia calle de la Subura. Les recomiendo la última novela de León Arsenal, pues en ella volverán a disfrutar con aquel mundo de caída de dioses y descubrirán a la vez los primeros pasos de aquel gaditano, hijo de Baal, que llegó a ser el primer cónsul no itálico de la Historia de Roma, antes incluso de aquel otro gran Hispano, Trajano.

Y por cierto, y para terminar esta humilde reseña, con respecto a la entrada de hispanos en la política de Roma, existe una anécdota de don Rafael Lapesa sobre este hecho que no me resisto a ofrecerles: A través de la Historia de la Lengua Española sabemos que el latín no fue único e impermeable a la influencia de otras lenguas existentes en las zonas ocupadas de Hispania. Pues bien antes de la llegada de los romanos había muchas lenguas dependiendo del territorio y las razas que vivieran en ella, y una era la íbera que en la zona Bética tenía unas fuertes influencias de las lenguas tartésico-turdetanas. Es por ello que el latín de la Bética fuera muy peculiar y en algún caso hasta pudiera llevar a equívocos. Nos cuenta el historiador Espartiano que, cuando una vez fue a Roma a declarar sus cuentas como cuestor, se puso delante de los magistrados a declamar un discurso para defender sus gestiones anuales. Espartiano creía que lo estaba haciendo de manera magistral, como lo había ensayado en casa, pero se fue dando cuenta de que los magistrados ponían caras raras y se miraban unos a otros con cara de asombro. Hasta que uno no lo pudo soportar más y se puso a reír a carcajada limpia, empujando con ello la hilaridad de los demás senadores, tanta que hasta algunos se cayeron de sus insignes asientos. Nuestro protagonista no daba crédito a lo que veía ¿qué estaba haciendo mal? Pero él imperturbable no cedió y siguió con su letanía, más alta que antes. Uno de los senadores, agarrándose la barriga se acercó como pudo a él y poniéndole una mano en el hombro le instó, entre lágrimas, que parara si no quería acabar con todos los allí presentes. Espartiano, ya furioso, preguntó que qué les pasaba, y el senador, ya sentándose de culo porque no podía soportar más las carcajadas, le dijo que había soltado todo su discurso en el latín regional que se hablaba en las calles de la Bética. Según nos dice el lingüista Rafael Lapesa, este sería el primer ejemplo documentado de la utilización del andaluz en la historia.

 

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4 comentarios en “BALBO, LA MANO IZQUIERDA DE CÉSAR – León Arsenal

  1. Vorimir dice:

    Madre, que reseñaza de Balbo. :D
    Del mismo autor leí y reseñé hace unos meses «Corazón Oscuro», una novela de aprobado alto. Esta parece que, al menos, sigue con el mismo buen nivel.

  2. urogallo dice:

    ¡Reseñador epónimo!

  3. Vorimir dice:

    ¡Primer hislibreño que reseña su biografía! XD

  4. Urogallo César dice:

    ¿Podrá ser objetivo con su dinastía?

Responder a urogallo

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