AÑO CERO: HISTORIA DE 1945 – Ian Buruma
En Alemania, año cero (1948). Roberto Rossellini cuenta la historia de Edmund, un niño de 12 años que trataba de sobrevivir en un BerlÃn en ruinas. O mejor dicho, la historia del BerlÃn de posguerra a través de los ojos de un niño que toda su vida ha vivido bajo el nazismo. Y el neorrealismo de la pelÃcula, como en Roma, ciudad abierta (1945), se centraba en los sentimientos, sensaciones y expresiones de un personaje en un mundo devastado por la guerra. Edmund luchaba por sobrevivir y por ayuda a su familia pero su final, en soledad y sin apenas abrir la boca para gritar, era el corolario del final de una era y el inicio de nuevos tiempos. Un año cero comenzaba en 1945, pero no sólo en la Alemania en ruinas: el mundo entero parecÃa (re)nacer de nuevo. ParecÃa, pues de las cenizas del nuevo mundo no podÃa nacer otro prÃstino e inmaculado, por mucho que lo intentaran los vencedores, y se producÃa una sucesión de venganzas, hambre y regresos al hogar. Venganzas espontáneas y castigos legalizados; hambre entre los derrotados y racionamientos que en la Inglaterra vencedora habrÃan de durar hasta 1952; movimientos de población que supondrÃan rehacer, y esta vez hasta el fondo, la Europa de las nacionalidades.Â
Ian Buruma toma el ejemplo de su padre para contar la historia de un año cero, 1945, que éste vivió plenamente. El final de la guerra lo sorprendió en un campo de trabajo en BerlÃn y, como millones de personas en todo el mundo, fue testigo de los meses posteriores al final de un conflicto que habÃa afectado a todo el mundo. ¿Qué sucedió entonces? ¿Cómo se recompusieron las cosas después de seis años de guerra, ya fuera en Europa o en Asia? ¿Se trataba sin más de retomar lo que se habÃa dejado para empuñar un fusil? ¿Cómo hacer frente al problema de hacerse cargo de millones de personas sin hogar, sin nada que llevarse a las manos? ¿Qué hacer ante la venganza instintiva de quienes hasta entonces habÃan sido sojuzgados y reducidos a una miseria infrahumana y que, al cambiar las tornas, castigan a sus castigadores? ¿PodÃa la paz, que en la fundación de la Organización de las Naciones Unidas en San Francisco era elevada a la categorÃa de sueño hecho realidad, triunfar sin que ese sueño no fuera más que una utopÃa inalcanzable? El año 1945 inauguraba muchos proyectos que pronto se verÃan enterrados; y 1989 serÃa la tumba de ese año cero, iniciándose otro nuevo que, a su vez, serÃa enterrado en 2001, y luego en 2008… y la rueda sigue girando.
El libro de Buruma no aporta datos nuevos que no hayamos leÃdo en obras recientes de Keith Lowe o Tony Judt, por poner dos ejemplos, pero la mirada sobre el Japón devastado y el Asia Oriental casi reducida a escombros quizá sea lo más cercano a una mirada nueva que el autor (especialista, precisamente, en el mundo asiático contemporáneo) pueda presentar. La posguerra, que Buruma centra en ese año 1945 (aunque en ocasiones apunta detalles que trascienden esta fecha), fue una época de exultación, reconstrucción y castigo. AlegrÃa por el fin de la guerra, a pesar de las restricciones alimentarias o del hambre de los millones de personas que los bombardeos en Alemania, Italia y Japón dejaron sin hogar; un hambre que en los PaÃses Bajos de la familia Buruma fue especialmente atroz, a causa del bloqueo alemán tras la campaña de Market Garden. Pero los neerlandeses recibieron alimentos vÃa aérea –con lanzamientos desde los bombarderos que en otras misiones habÃan dejado caer bombas sobre suelo alemán–, mientras que alemanes y japoneses sufrieron el hambre en los meses (y años) posteriores a la rendición incondicional de sus paÃses respectivos. El hambre y el castigo, ya fuesen depuraciones como en Francia, ejecuciones en Alemania, juicios sumarÃsimos o largos procesos como el de Núremberg. Buruma destaca las diferencias en el proceso de reconstrucción de ambos paÃses: a la compleja (y hasta cierto punto inútil) desnazificación alemana se compara un proceso de desmilitarización en Japón que trataba de depurar responsabilidades entre la jerarquÃa nipona que habÃa conducido al sojuzgamiento de gran parte del Asia oriental, pero que a la postre no supuso unos juicios de Nuremberg a la japonesa; la polÃtica de captura, juicio y ejecución de destacados lÃderes nazis no tuvo un émulo (quitando algún proceso que trataba de ser sonado, como el del general Yamashita Tomoyuki) en el caso japonés. De hecho, muchos destacados dirigentes japoneses, militares, cientÃficos e industriales sobrevivieron sin ser molestados, todo fuese en aras de la reconstrucción de un paÃs que abrazaba el pacifismo (incluso en un artÃculo de su Constitución) y trataba de pasar página… aunque el pasado siempre estarÃa presente para aquellos paÃses, de China a Filipinas, de Indonesia a Corea, que sufrieron la ocupación explotación de sus recursos.
Hambre, venganza y regreso a casa. Las migraciones forzosas, como relatara Keith Lowe en su libro, afectaron a millones de personas en Europa (en menor medida en Asia oriental), y forzaron el desalojo de minorÃas de diversos territorios, para hacerlas regresar por la fuerza y que la mayorÃa de aquellos paÃses anteriormente ocupados por la Alemania nazi ocuparan el espacio vacÃo. Los judÃos sufrieron el calvario del regreso a casa, del ninguneo e incluso la culpabilización de su propia situación. Millones de alemanes en la diáspora fueron expulsados brutalmente de sus centenarios hogares, que pasaron a ser reutilizados por checos, polacos, ucranianos o húngaros. Lo mismo sirvió para estas minorÃas en diversos paÃses, reubicadas en función de designios polÃticos (básicamente los de la URSS vencedora y los satélites comunistas que en 1945 poco a poco se iban forjando). Buruma incide en los procesos de castigo de los colaboracionistas japoneses en Asia oriental y en los movimientos de población en Corea, Filipinas, Indonesia, Malasia y China; y en cómo las poblaciones coloniales se enfrentaron a las potencias europeas, como el Reino Unido, Francia y los PaÃses Bajos, que pensaron, sin más, que el final de la guerra suponÃa la recuperación de aquellas colonias arrebatadas por los japoneses. Las semillas del proceso de descolonización están en 1945 (y antes), del mismo modo que la forja de la China de Mao o la India de Gandhi y Nehru. El nacimiento de la ONU como heredera de la vieja Sociedad de Naciones no significarÃa el mantenimiento del viejo estatus colonial, y las negociaciones para la creación de un internacionalismo que superara las heridas del (viejo) nacionalismo fueron arduas y finalmente estériles: Stalin no iba a dejar que cambiara todo para que quedara fuera igual que antes, y el mundo que creó en 1945 se mantendrÃa hasta la caÃda del muro de BerlÃn en 1989.
El libro de Buruma pone también el acento en las mentalidades, diversas y complejas. La mentalidad de la venganza y la imposición de un castigo según un estado de derecho que permitÃa legitimar la primera, pero que a la postre serÃa estéril: la justicia y la reparación fueron desiguales, como los procesos de depuración en Alemania y Francia demostrarÃan. La mentalidad de tratar de (re)educar a las bestias fascistas alemanas o militaristas niponas, para que reincidieran en sus «pecados», y que también fueron desiguales: el temor al comunismo primó por encima de la (re)educación, de modo que al final los vencedores primaron la búsqueda de apoyos entre las élites vencidas que la idea de volver a traer a la civilización a quienes se habÃan apartado de ella. La mentalidad de crear un mundo nuevo con la paz como bandera (la ONU como garante de la misma), pero que al final terminó con Cinco Grandes con veto y una Asamblea General en la que se podÃa hablar y denunciar, pero no decidir. La mentalidad de quien trataba de sobrevivir entre las ruinas, de aquellos como Edmund, que luchaban por un trozo de pan. Alemania (y Europa oriental) recibirÃan el Plan Marshall y Japón la libertad (y la tranquilidad de que no serÃan molestados) para que los zaibatsu y los grandes conglomerados industriales que habÃan armado el monstruo militarista pudieran realizar el «milagro japonés». O la mentalidad de un pueblo como el británico que, apenas rendido el enemigo alemán, desalojaba del poder mediante las urnas al victorioso Winston Churchill, para dárselo a los laboristas de Clement Attlee, con la idea de que el año cero debÃa empezar con otro primer ministro para hacer frente a los desafÃos de la paz… y el resurgir de la exhausta Britania.
En conclusión, Buruma nos acerca a ese año cero, a las bases de un nuevo mundo que no podÃa comenzar sin los despojos del que fenecÃa entre ruinas. A las secuelas, los traumas de la guerra y, también, las esperanzas e ilusiones de la paz. Una paz que serÃa muy difÃcil gestionar.
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¡ Excelente reseña !
Gracias. El libro es, por supuesto, mejor. ;-) Me venÃa a la cabeza la pelÃcula de Rossellini mientras leÃa el libro, por cierto.
Deduzco de la reseña que el libro es una continuación o complemento de El precio de la culpa, escrito una veintena de años atrás. Me parece muy bien. De Buruma me atrae justamente ese énfasis en lo que atañe a las mentalidades y el contraste entre lo oriental y lo occidental, que no por nada es su especialidad.
Lo compraré en cuanto lo vea por estos lares.
Pues no sabrÃa decirlo, no he leÃdo (aún) su anterior libro. Pone mucha atención en esa sensación de resetque supone el fin de la guerra, en la población civil a ras de suelo, en esas mentalidades.