ALEJANDRÍA. EN BUSCA DE LA CIUDAD PERDIDA – Edmund Richardson

“En 1924, dos arqueólogos franceses se deslizaron con cautela desde la cornisa del precipicio de Bamiyán. Iban buscando una cueva que se hundía en la pared de roca, muy por encima de la cabeza del buda más alto. Entraron patinando y tropezando por la boca de la cueva; contuvieron el aliento y miraron triunfantes a su alrededor. Costaba imaginar un lugar más inaccesible que aquel, era bien posible que nadie lo hubiera pisado en siglos. Les llevó un momento acostumbrar la vista a la oscuridad, aunque no dejaban de escudriñarla ansiosos: tal vez aguardasen allí tesoros inimaginables.
Entonces —y debió de darle un vuelco el corazón—, uno de los arqueólogos reparó en un par de versos impertinentes, escarbados en la pared de roca enfrente de sus narices:

Si algún necio este alto samootch explora,
que sepa que Charles Masson estuvo antes aquí * ”.

* If any fool this high samootch explore,
know Charles Masson has been here before
.

Ah, Alejandría, crisol de culturas, mescolanza de razas, conclave de saberes y cóctel de climas (mediterráneo, desértico, biruji marino…). La ciudad que fundó quien le dio nombre, el gran Alejandro de Macedonia, hogar de los Ptolomeos, sede de la mayor biblioteca de la antigüedad, ubicación del faro más famoso del mundo, escenario del asesinato de Hipatia… Dejémonos guiar por este libro, un libro dedicado a cómo la gran Alejandría fue hallada bajo las arenas del desierto, desenterrada palada a palada, y volvió así a ver la luz deslumbrante del sol que…

Un momento, rebobinemos (rebobinar es un concepto ochentero, hoy en día nadie rebobina nada; mejor decir “retrocedamos”): la ciudad de Alejandría no ha necesitado jamás que la descubran porque nunca se ha perdido. Siempre ha estado ahí, a la vista, creciendo y tostándose al sol que ilumina Egipto y remojándose con el Mediterráneo por un lado y el lago Mareotis por otro. ¿Qué está pasando aquí? Pues parecerá increíble, pero algo así fue lo que me sucedió cuando me topé con este libro: vi la palabra “Alejandría” en el título con letras de oro, ojeé en diagonal la contraportada (muy, muy en diagonal; cada vez me acostumbro más a no prestar mucha atención a las contraportadas, para que así la sorpresa al leer el libro sea mayor —y en este caso vaya si lo fue—), y me hice con él. Y seguirá pareciendo increíble, pero empecé a leerlo y no noté nada raro hasta que no llevaba unas buenas 40 o 50 páginas. La historia no transcurría en Egipto ni por aproximación, pero siempre mantuve la esperanza de que la cosa se reconduciría hacia la tierra de las pirámides y los dromedarios. No fue así.

Entonces me caí del burro (o del dromedario): Alejandría, la Alejandría egipcia, no es una ciudad perdida, el libro no puede tratar del descubrimiento de esa ciudad. Va de otra Alejandría. Acabáramos. ¿Y ahora qué? Pues no sé qué habría hecho cualquier otro lector, pero en mi caso mi estancia en la higuera fue una bendición, porque me acicateó para seguir leyendo aún con más interés. Recordé que, según Plutarco, el gran fundador de “alejandrías” (Alejandro, claro) llegó a inaugurar 70 ciudades con su nombre; sin duda Plutarco exageraba, pero hay un buen puñado de ellas por esos mundos que están identificadas. Así que leí, y leí, y al acabar el libro concluí que el descubridor en realidad había sido yo: el libro que tenía en las manos era (es) uno de los más fascinantes que he leído este año.

Se trata de una novela de aventuras. No, en absoluto: es una novela de espías. Ni mucho menos: es la biografía de un señor inglés que hace arqueología. Tampoco: es un ensayo histórico. Nada más lejos: es la crónica de la invasión de un país. No: en realidad es la historia de un descubrimiento. Pues no: es un libro testimonial. A ver, un poco de orden: más o menos es un ensayo escrito con un ritmo de novela de aventuras, en el que se presenta la vida y el testimonio de un joven inglés acerca de su involuntaria implicación en asuntos de espionaje relacionados con la invasión de un país, mientras se dedica a la arqueología y realiza descubrimientos. En fin, sea lo que sea, es un libro fascinante (sí, repito el adjetivo, para qué buscar otro).

El hombre se llama Charles Masson, aunque su nombre auténtico es James Lewis (por favor, que a nadie se le ocurra buscar a Masson en la Wikipedia porque entonces todo el elemento sorpresa se le irá a hacer gárgaras). De joven se alistó casi por inercia en la omnímoda, omnipresente y todopoderosa Compañía Británica de la Indias Orientales, dato el cual ya sitúa la historia de manera bastante precisa: siglo XIX (principios, para ser más exactos), en algún lugar del Imperio Británico. En concreto, en la India. Mientras está en la ciudad de Acra Lewis, desencantado y desengañado, abandona la compañía de la Compañía. Se convierte así en un desertor, categoría humana la cual está penada con castigos que van desde la deportación hasta ser atado a la boca de un cañón, dispararlo y a ver qué pasa. En una hábil treta de camuflaje, el joven desertor cambia James por Charles y Lewis por Masson, y se va del país. Vive en la más absoluta indigencia, corre peligros que nada tienen que envidiar al de ser atado a un cañón, y llega a Afganistán. Allí Lewis alias Masson es un farangi, un extranjero; pero no le importa, porque lo único que él quiere es descubrir cosas. Cosas relacionadas con el gran conquistador de la Antigüedad, Alejandro de Macedonia. Cosas que van desde monedas a figuritas de piedra, desde edificios a ciudades. Ciudades como Alejandría. Alguna de ellas. Pero no la de Egipto, claro.

Montañas del Hindu Kush próximas a Bagram, donde supuestamente se halla Alejandría del Cáucaso.

 

Cuando en el siglo IV a.C. Alejandro hijo de Filipo de Macedonia se adentró en la Asia profunda por las regiones de Bactriana y el Paropamiso, anduvo muy ocupado, según cuenta el historiador Quinto Curcio Rufo:

En 17 días el ejército atravesó el Cáucaso. En él se yergue la roca, de diez estadios de perímetro y más de cuatro de altura, en la que, según la antigua tradición, Prometeo estuvo encadenado. Al pie del monte, Alejandro eligió un lugar para fundar una ciudad y permitió que se asentaran en ella 7.000 macedonios de edad avanzada más aquellos soldados que habían dejado de ser aptos para el servicio. También a esta ciudad sus habitantes le dieron el nombre de “Alejandría”.

Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno VII 3, 22.

Teniendo aquí en cuenta que lo que Rufo y los antiguos llamaban “Cáucaso”, Masson y los modernos lo llamamos Hindu Kush, resulta que Masson se hallaba en condiciones geográficas de localizar en el Cáucaso esa Alejandría  que fundó Alejandro en el 329 a.C. Masson era ciertamente más fan de Arriano que de Rufo, es decir: del historiador Flavio Arriano, a quien tenía más leído. Por eso le interesaba más buscar otra ciudad:

Este fue el desenlace de la batalla que por entonces mantuvo Alejandro con Poro y los indios que habitaban aquella orilla del río Hidaspes (…). Alejandro fundó varias ciudades, una en el lugar exacto donde se desarrolló el combate, y otra en el lugar desde donde partió la expedición que cruzó el río Hidaspes. A la primera la llamó Victoria, en recuerdo de la victoria obtenida sobre los indios; a la segunda la denominó Bucéfala, en memoria de su caballo Bucéfalo, que había muerto allí, de agotamiento y de viejo, no herido por nadie.

Arriano, Anábasis de Alejandro Magno V 19, 3.

Sí, Masson tenía predilección por hallar Alejandría Bucéfala, pero su posible ubicación estaba demasiado cerca de donde la Compañía de la Indias Orientales le andaba buscando, así que tuvo que conformarse con la del Cáucaso, que se hallaba por la zona a la que él había huido: Afganistán. Corría el año 1833 y los historiadores pensaban que Alejandría del Cáucaso estaba bajo la ciudad afgana de Kandahar; pero Masson sabía que se equivocaban: sin duda debía buscarse más cerca de la capital, Kabul.

Buda de Bamiyán. Siglo V-VI d.C.

Y hasta aquí puedo decir de este libro fascinante (de nuevo el adjetivo), y aunque parezca que he desvelado mucho, en realidad no se trata más que del planteamiento inicial. Lo que sigue es una historia desenfrenada, cómica (a veces hasta desternillante) y en cierto modo también trágica, de qué y cómo Charles Masson hizo en aquel país las cosas que hizo, o las que le dejaron hacer. A menudo (muy a menudo) tiene uno la sensación de estar leyendo una novela, y sin embargo todo lo que en estas páginas se cuenta parece cierto y fidedigno, pues constantemente (y recalco lo de constantemente) aparecen citas textuales, frases entrecomilladas, menciones de diarios, cartas, informes, etc., que atestiguan la veracidad del relato. Afganistán, regentado en aquel entonces por el emir Dost Mohamad Khan, era un país pobre, y sin embargo despertaba el interés de todos sus vecinos al hallarse estratégicamente situado en el camino de las grandes rutas comerciales terrestres, en especial la Ruta de la Seda: desde Europa ambicionaban controlar el territorio los británicos (a través de la consabida Compañía de las Indias Orientales) y también los franceses; por el norte los rusos ejercían mucha presión; al oeste intimidaban los ejércitos del shah de Persia; y al este el marajá Ranjit Singh, “el león del Punyab”, creador del Reino Sij del Punyab, amenazaba con invadir el país. Afganistán no era, desde luego, el lugar más tranquilo del mundo. Pero allí se instaló Charles Masson, en Kabul. Era la ciudad más abierta que cabe imaginar, incluso en ámbitos de la vida tan dados a los fanatismos como la religión:

Kabul era tolerante rayando casi la agresividad. Cuando algún cristiano de la ciudad decidía convertirse al islam, acostumbraba a interrogarlo el visir, que les preguntaba a los desdichados conversos “qué mal habían descubierto en sus propias fes, que andaban tan ansiosos por cambiarlas y los reprendía como personas despreciables y sin principios”.

Alejandría el libro (no Alejandría la ciudad) no es una novela, confesémoslo, pero tiene todos los ingredientes para serlo: novela de aventuras, de espías, de misterio. En su haber cuenta con un desertor que esconde su identidad y vive una vida falsa; un “cazarrecompensas” contratado por la Compañía de las Indias Orientales que le sigue la pista; un aventurero americano excesivo y vehemente que tiene como misión restaurar en el trono de Kabul al Shah Shujah; un rey destronado y exiliado que pugna por recuperar lo que es suyo; un joven escocés tan fanático de Alejandro Magno como el propio protagonista de la historia; un cazatesoros transilvano, farfullero y sin escrúpulos; espías rusos y británicos que no se sabe bien qué o a quién espían… Y más, más cosas: aventuras, chantajes, crímenes, encarcelamientos injustos, descubrimientos asombrosos, humor (y no poco), invasiones de países, batallas… Pero sobre todo, lo que hay en este fascinante (otra vez) libro es la historia de un individuo y su amor al pasado, a los descubrimientos, a la ciudad que el llamado Sikandar (es decir: Alejandro) fundó en algún lugar junto al Hindu Kush; una ciudad que no podía ya ser griega, ni budista, ni afgana, ni cristiana, ni pagana, sino todo eso a la vez. Masson encontró en un lugar llamado Bagram un vaso de cristal con la representación más antigua jamás hallada, y la más detallada, del faro de Alejandría (la de Egipto, esta vez sí); trepó los casi 60 metros que miden los colosales budas de Bamiyán, tallados en la mismísima montaña, y desde esa altura comprendió que “allí, en Afganistán, había un mundo entero de maravillas esperando a ser descubiertas”; encontró casi sin querer el famoso asentamiento de Harappa, de 4.000 años de antigüedad; encontró en Bimarán un relicario de oro y piedras preciosas, objeto valiosísimo del siglo I d.C. que se exhibe en las colecciones del Museo Británico; y vale ya, por no hacer la lista más larga.

Relicario de Bimarán. Siglo I d.C.

Es bastante conocida la película de John Huston El hombre que pudo reinar, con Sean Connery y Michael Caine en los papeles estelares. Quizá sea menos del dominio público que dicha película está basada en El hombre que quiso ser rey, relato corto del escritor Rudyard Kipling. Y seguro que solo cuatro gatos conocen algún dato sobre la posible inspiración de Kipling para su historia. Resulta que el escritor se inspiró (aunque no es seguro, porque esto de las inspiraciones es tan etéreo e inasible como el humo de una cachimba) en las vidas, conocidas en la época (finales del siglo XIX), de dos individuos llamados Josiah Harlan y Alexander Burnes, trotamundos aventurero el uno, obseso de Alejandro Magno el otro (“el segundo Alejandro”, se hacía llamar). Ciertamente, leer Alejandría evoca al relato de Kipling y la película de Huston, tanto por la coincidencia del escenario geográfico (la agreste y árida Afganistán), por el tono aventurero, por la sombra de Alejandro Magno que recorre ambos textos, y por la curiosa semejanza entre los dos protagonistas del relato de Kipling y dos de los personajes que aparecen en Alejandría, en concreto el americano aventurero y el joven escocés. Pues bien: esa semejanza es lógica, puesto que esos personajes no son otros que los propios Josiah Harlan y Alexander Burnes. Sendas historias cruzan, como senderos en la selva, las páginas de Alejandría, entre otras muchas de otros tantos personajes, que diseñan en su conjunto un entramado digno del más hábil arácnido.

¿Y qué decir del autor de este fascinante (de nuevo) libro? Pues que habrá que seguirle la pista. Edmund Richardson es profesor del Departamento de Clásicas e Historia Antigua en la británica universidad de Durham. En las páginas más personales de su libro, las que habla de sí mismo, confiesa haber llorado en la biblioteca al “encontrar” su historia: “Yo llevaba años detrás de una historia: un relato sobre Alejandro Magno, un explorador y una ciudad perdida”. Y hay que darle la razón en la reflexión final que hace sobre la relación del explorador Masson con la posteridad: Heinrich Schliemann el dinamitero ocupa un puesto de honor en “salón de la fama” de los arqueólogos / descubridores del mundo antiguo, seguido del falsificador Arthur Evans. Pero nadie se acuerda de Charles Masson, ni siquiera existen retratos suyos; fue un hombre honesto que tuvo bastante poca fortuna en su lucha contra la adversidad. Pues nada: este libro fascinante va por él.

 

*******

Edmund Richardson, Alejandría. En busca de la ciudad perdida. Barcelona, Shackleton Books, 2022, 350 páginas.

 

     

14 comentarios en “ALEJANDRÍA. EN BUSCA DE LA CIUDAD PERDIDA – Edmund Richardson

  1. Farsalia dice:

    Llegó este libro. Hace casi cinco años leí un proposal (una propuesta del libro con un capítulo de muestra) para un informe para otra editorial; en el mismo recomendé la publicación, a falta de tener el libro completo, diciendo: «un libro de aventuras coloniales, arqueología y la sombra de Alejandro Magno en el Afganistán del Ochocientos. Qué más se puede pedir…».

    Ahora ya tengo la oportunidad de leer el libro completo y la reseña me acicatea aún más…

  2. cavilius dice:

    Una historia loca, contada a un ritmo desenfrenado, con situaciones cómicas y trepidantes a mansalva. Y, sin embargo, es la historia real del arqueólogo Charles Masson, un individuo que hizo descubrimientos trascendentales para la historia de la arqueología. Así de bien contada está. He disfrutado muchísimo esta lectura, ya lo creo.

  3. Garnata dice:

    Hola cavilius.
    Gracias por tu reseña sobre la novela de aventuras. No, perdona. Quise decir tu reseña sobre el libro testimonial. No, quizá no. Hago referencia a tu novela sobre la experiencia del joven inglés acerca de su involuntaria implicación en asuntos de espionaje. No. Es muy largo. Me refiero más bien a tu reseña acerca de Alejandría sin ser Alejandría, pero pareciéndolo ya que el protagonista se dedica a la arqueología, aunque no es lo que parece… No. Espera. Te agradezco tu presentación de Charles Masson, el gran descubridor cuyos datos no debemos buscar en la Wikipedia bajo ningún concepto.

    Bueno, en definitiva, que muchas gracias por una reseña fascinante. ¿O era el libro? En fin que, si te digo la verdad, me lo he pasado genial leyéndote, y que ahora creo que sí va la definitiva… Tu reseña me ha encantado y ha despertado en mí una tremenda curiosidad por leer el libro.

    Gracias, saludos, y perdona la tontería- no me he podido resistir- ;)

  4. cavilius dice:

    Para tonterías las que yo escribo, Garnata. Sí, es un libro que no sabes cómo tomártelo, y solo al cabo de muchas, muchas páginas, te das cuenta (al menos ese fue mi caso, aunque yo soy un poco lento de reacciones) de que te están contando la historia rel de un arqueólogo de carne y hueso. Y aun así, cuesta creerlo por el modo en que está escrito.

    En fin, un libro fascinante (creo que ya lo había dicho).

  5. Iñigo dice:

    Pintaza… y más si se pierde en esos derroteros de esos exploradores tan interesantes que recorrieron tierras y pueblos en nombre del Imperio Británico. Sí, tu reseña me ha atrapado… Apuntado queda. Me pirra la época.

  6. cavilius dice:

    Como digo en la reseña, el libro recuerda mucho (mucho) a El hombre que pudo reinar. Si os gustó la película (o el relato de Kipling), este libro está en esa onda.

  7. Valeria dice:

    A medida que iba leyendo los primeros párrafos de la reseña, un vez producida la caída del dromedario, estaba viendo en mi cabeza la imagen de Sean Connery en «El hombre que pudo reinar» y ¡zas!, leo la cita de la película. Pues, efectivamente, en mi cabeza ya se había montado una aventura (aunque el libro no sea una novela sí es una aventura) con palabras como Bactriana, Hindu-Kush o Sikandar. Me temo que si leo el libro, y espero hacerlo, la cara de Mason va a ser la de Connery, pero seguro que eso aún hace la lectura más atractiva. Fascinante reseña; sigue usando la palabra «rebobino». Queda bien.

  8. cavilius dice:

    Si lees el libro, no es a Charles Masson a quien identificarías con Sean Connery, ya lo verás. Masson fue un pobre ser con mucha iniciativa, pero víctima de los acontecimientos; cuando puede hacer algo contra ellos, lo intenta, y cuando no, pues se resigna y tira p’alante. Un poco lo que hacemos todos, en el fondo (reflexión estoica añadida).

  9. Iñigo dice:

    No lo he podido resistir… Encargado para Navidad… y ya van unos cuantos.

  10. Aníbal dice:

    Hace una semana leí esta magnífica reseña. Hoy lo he visto y al saco. Espero disfrutarlo.

    1. cavilius dice:

      Seguro que lo harás.

  11. Iñigo dice:

    Apasionante de principio a fin… Con permiso comparto reseña de un servidor publicada en mi blog… https://elpuentelejano.blogspot.com/2023/06/alejandria-en-busca-de-la-ciudad.html

  12. Valeria dice:

    Finalizada la lectura, tengo que darle la razón a Cavi: Masson no puede tener la cara de Connery. Y efectivamente, fue un hombre de poca fortuna, qué vida perra la de este hombre, que rabia terminar el libro con el único consuelo de que ¡por fin! se habla de él. Y sí, no es una novela, pero tiene todos los ingredientes para serlo. Y también: es un libro fascinante.

  13. Alby dice:

    Me llamó la atención la desmitificación de Arthur Evans por «tunear» Cnosos, y de Heinrich Schliemann por sus particulares métodos a la hora de excavar Troya empleando…..dinamita.

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