LOS EXILIADOS ROMÁNTICOS – E. H. Carr

LOS EXILIADOS ROMÁNTICOS - E. H. CarrTratándose de expatriación por motivos políticos, la historia de Rusia ofrece el aspecto de un auténtico muestrario poblado por sucesivas generaciones de individuos que, por fuerza o voluntariamente, abandonaron su país bajo el signo de la disidencia. Mediado el siglo XIX, es la hora de una generación de expatriados, hombres y mujeres, que parecen empeñados en vivir bajo la enseña de Rousseau (sobre todo los varones) y de George Sand (especialmente las damas). Es la  generación del 40, la de los exiliados románticos, cuyos  representantes más famosos son Alexander Herzen y Mijaíl Bakunin, y sobre quienes el inglés E. H. Carr (1892-1982), especialista en historia rusa, escribió un libro muy en vena de novelista, enfocado más en la accidentada intimidad de aquellos personajes que en sus vicisitudes políticas o intelectuales. Las páginas del libro, cuya publicación original data de 1933, abundan en encuentros y desencuentros sentimentales, usualmente en la forma de líos matrimoniales y alborotados triángulos amorosos. Se trata, pues, de una galería de vidas de genuina impronta novelesca.

El insigne pensador político, activista y publicista Alexander Herzen (1812-1870) es el protagonista definitivo del libro. En torno a él se urde una trama de enredos amorosos, amistades extravagantes, conspiraciones descabelladas y acres polémicas entre revolucionarios frustrados. Hijo ilegítimo de un poderoso terrateniente,  se benefició de la educación que recibía la aristocracia rusa de su tiempo y disfrutó por lo general de una situación financiera holgada. Después de degustar los sinsabores de la autocracia zarista, en 1847 abandonó Rusia en compañía de su familia, iniciando lo que sería una prolongada trashumancia europea. Carr nos proporciona un minucioso relato del amorío de la esposa y prima de Herzen, Natalia, con el poeta alemán Georg Herwegh, y de la disputa subsiguiente entre el poeta y el pensador. Herwegh era un hombre que con sus aires wertherianos parecía hecho para seducir a la soñadora Natalia Herzen. Su vanidad se completaba con un gran potencial para odiar; compensaba sus escasos arrestos para la acción con un empleo tan arrogante como viperino de la pluma. Otrora amigos que comulgaban en la misma fe progresista, Herzen y Herwegh se enzarzaron en una querella que creció como bola de nieve, se ventiló públicamente y estremeció el mundillo de la intelectualidad europea liberal y de izquierdas. Personalidades como Proudhon, Michelet y Richard Wagner de uno u otro modo tuvieron parte en un asunto que, décadas después de fallecidos los protagonistas, aún provocaba resquemor entre sus descendientes.

Desenvolviéndose en un segundo plano destacan Bakunin y un personaje mucho menos conocido, Nikolái Ogarev (1813-1870), amigo de Herzen desde la temprana juventud y su eterno asociado. En 1834, Herzen y Ogarev se vieron involucrados en un incidente nada extraño en la historia de su país, un presunto complot antigubernamental concebido por estudiantes de ideas avanzadas, por el que ambos ingresaron en el campo de interés de la policía política (un caso no muy distinto del que quince años después originó el presidio y destierro siberianos de Dostoievski). Ogarev fue el principal colaborador de Herzen en la publicación del periódico La Campana, célebre entre los órganos de refriega política. Si Herzen fue algo así como un romántico por convicción antes que por naturaleza, un espíritu pragmático dotado de un fino sentido de la ironía, Ogarev era en cambio un carácter lánguido y pasivo, propenso a la ensoñación romántica. Fusionaba la defensa del ideal libertario con la búsqueda de una filosofía del amor universal, una especie de panteísmo erótico. En la madurez se enamoró de una prostituta inglesa que conoció en una taberna londinense y a la que instaló –con el hijo de la mujer- en una pensión, en un intento de realizar el típico designio romántico de redimir por el amor a la mujer caída. Luego vivieron juntos hasta la muerte de Ogarev, a los 62 años, estragada su salud por la epilepsia y el alcoholismo. (Años atrás, Herzen había pasado de marido engañado a engañador: fue por largo tiempo amante de la esposa rusa de Ogarev, otra Natalia.)

Bakunin y Herzen se conocieron en Moscú a fines de 1839, cuando el primero distaba de iniciar su trayectoria de agitador y anarquista. Característico en él, no tardó en pedir a Herzen una suma de dinero en concepto de préstamo. Toda la vida fue un deudor insolvente que vivía a expensas de amistades y protectores; hijo de terrateniente, profesaba un aristocrático desdén por cuanto se asemejase a una actividad lucrativa. Herzen lo describió como un «gigante con leonina cabeza y despeinada melena» que a los cincuenta años seguía siendo el mismo estudiante errabundo y bohemio sin hogar de sus años mozos. Impresionaba a todos quienes lo conocían por su elevada estatura, su apetito pantagruélico y su magnética personalidad. Romántico por temperamento, Mijaíl Bakunin (1814-1876) era un alma inflamable y atolondrada que depositaba su fe, como Rousseau, en la idea de la inocencia primigenia de la naturaleza humana. Para él, cualquier atisbo de insurrección sonaba a clarinada revolucionaria. Su inclaudicable entusiasmo corría a parejas con su dificultad para terminar cualquier tarea emprendida. En 1861 irrumpió en la residencia londinense de Herzen, cuando éste y Ogarev se disponían a almorzar; se había evadido de Siberia, donde pasó cuatro años de destierro después de otros ocho de encierro en prisiones de Sajonia, Austria y Rusia. La llegada de un hombre que parecía llevar la turbulencia consigo fue una conmoción para el aburguesado hogar de Herzen. Sólo la pequeña Liza, hija de tres años de este último, congenió con la conducta del recién llegado; el niño comprendía al niño, dice Carr, y a Bakunin pronto lo apodaron “Gran Liza”. Las ilusiones de formar un triunvirato revolucionario (con Ogarev) se desmoronaron con prontitud: a la incompatibilidad de caracteres entre el escéptico Herzen y el fogoso Bakunin se sumaba la disparidad entre el radicalismo del uno y la moderación del otro -pues Herzen, afecto al constitucionalismo y el liberalismo, era más un reformista que un revolucionario-. Se separaron y siguieron caminos distintos; años después convergieron en Suiza, sin mayor cambio en sus relaciones.

El libro tiene un capítulo especialmente sombrío: el de Serguéi Nechaev (1847-1882). Fue éste un sórdido personaje que hizo carrera en el activismo y la conspiración; era un embaucador y un nihilista fanático.  Sus andanzas, sobre todo el asesinato del estudiante Ivánov,  inspiraron la novela Los demonios, de Dostoievski. Huyendo de la policía zarista, arribó en 1869 a Ginebra, por entonces centro neurálgico de los exiliados rusos. Como el Piotr Verhovenski de la novela, gustaba de presentarse como representante de inexistentes organizaciones revolucionarias rusas o internacionales. Al poco tiempo retornó clandestinamente a su país (patrocinado por Bakunin, que se tragó todos sus embustes) con el propósito de formar una red de células revolucionarias de cinco miembros cada una. Fue en noviembre de 1869 cuando cometió el mencionado asesinato: Ivánov, quien era miembro de un quinteto, había osado discrepar de Nechaev. Como en la novela, el crimen debía servir para deshacerse de un díscolo y para sellar con sangre y complicidad la subordinación del resto del grupo. Nuevamente prófugo, en Suiza se las arregló para romper con Bakunin, siguiendo por su cuenta con sus proyectos revolucionarios. Falleció en la fortaleza de Pedro y Pablo, San Petersburgo, a los treinta y cinco años de edad.

Generación de transición, se ha llamado a la de Herzen y Bakunin. Unos treinta años después de su salida de Rusia, sus restos mortales yacían en suelo inglés, suizo o francés. Sus ideas e ilusiones no estaban más vivos. Paladines tempranos de la lucha contra el zarismo, los hombres de la generación del 40 se vieron desplazados por unos sucesores que hacían gala de irreverente radicalismo y que prescindieron de ellos y de sus principios como de unas antiguallas inservibles. En Ginebra, tras largos años de estadía en Inglaterra, Herzen pudo comprobar lo poco y nada que encajaba entre aquellos de sus compatriotas que conformaban la nueva generación de exiliados.  Nada dispuestos a reconocer en él un maestro, en cambio carecieron de escrúpulos para abusar de su reputada liberalidad financiera. El repudio por Herzen del terrorismo y del frustrado atentado de 1866 contra el zar Alejandro II le supuso romper definitivamente con ellos. Entre los disidentes rusos, ni el republicanismo liberal de Herzen ni el anarquismo de Bakunin pudieron sobreponerse a la irrupción de Marx. Herzen y Ogarev fueron homenajeados como predecesores por los revolucionarios de 1917, quienes les erigieron sendos monumentos en Moscú. El extremista Bakunin, en cambio, fue excluido del santoral revolucionario: había cometido la equivocación de disputar el liderazgo de la revolución europea con Marx, quien en 1872 propició su expulsión de la Internacional.

La azarosa trayectoria de los exiliados románticos tiene su adecuado, dramático broche literario en el final de Liza, hija de Herzen. A la edad de 17 años y radicada en Florencia, que había sido la última estación de la vida trashumante de su padre,  se enamoró de un estudioso francés de nombre Letourneau, 27 años mayor que ella, casado y padre de dos hijos. La joven veía el mundo con los ojos de las criaturas ficticias de George Sand, Lermontov y Pushkin. Letourneau, autor de una Fisiología de las pasiones, era una personalidad gris, poco dotada para las sutilezas espirituales o sicológicas. Tras unos meses de frustrada relación, la “pequeña Liza”, que de niña se había entendido tan bien con Bakunin, se suicidó con un pañuelo empapado en cloroformo.

Azarosa trayectoria, pues, que contrasta con la vida doméstica de Marx: incolora y monótona; victoriana. Paralelismo cargado de significado con el que E. H. Carr pone cierre a un libro que al menos este reseñador ha disfrutado una enormidad.

– E. H. Carr, Los exiliados románticos. Anagrama, Barcelona, 2010. 444 pp.

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16 comentarios en “LOS EXILIADOS ROMÁNTICOS – E. H. Carr

  1. ARIODANTE dice:

    Estupenda reseña, Rodri; seguimos con el tema ruso. Entiendo que el Carr enlaza una serie de vidas que estaban ya enlazadas en la realidad, unidas por ideales algo trasnochados. Ciertamente los libertarios poco tenían que ver con Marx, que de romántico no tenía nada. Deduzco que la manera en que Carr cuenta las vidas de todos estos personajes es un poco en el estilo de L. Strachey, ¿no?
    Por cierto, también yo estoy con tema ruso: acabo de acabar una biografía de Catalina la Grande, y recién empezado tengo a Tolstoi, una edición que agrupa dos novelas cortas: El cupón falso y Jadzhi Murat.

  2. Rodrigo dice:

    Bueno, de Strachey sólo he leído la biografía de la reina Victoria así que no estoy seguro de poder comparar. Tentativamente diría que sí, que los enfoques son similares.

    ¿De qué autor, esa biografía de Catalina?

    Leí Jadzhi Murat, obrita que publicada póstumamente. Muy buena. La otra no la conozco.

    Gracias por el comentario, Ario.

  3. Rodrigo dice:

    Aprovecho de agradecer a Nuruialwen la estupenda cabecera.

    Identificando a los retratados, de derecha a izquierda: supongo que el del extremo derecho es Herwegh; luego están Herzen (muy apropiadamente enfrentado al alemán), Nechaev, Bakunin. No reconozco al del extremo izquierdo, que por descarte debería ser Ogarev.

    En el prefacio de la primera edición de este libro Carr prometía escribir un volumen centrado en Bakunin, y es que el personaje se lo merecía. Cumplió debidamente, publicándose en 1937 su biografía del célebre revolucionario. Que yo sepa hay sólo una edición en castellano, la de 1970 por Grijalbo. Es un libro sabrosísimo y muy recomendable.

    1. Javi_LR dice:

      Grandísima reseña, Rodri.

  4. ARIODANTE dice:

    Pues la biografía de Catalina II es de una autora argentina, Silvia Miguens. Editada por Nowtilus.
    Yo también felicito a Nuru por la cabecera, las imágenes de los personajes dan el tono sepia de las viejas fotografías o antiguos grabados muy agradable.
    El cupón falso es otra novela corta de Tolstoi, de su última etapa.

  5. Rodrigo dice:

    Muchísimas gracias, Javi.

    Ya caigo, Ario. Había leído la reseña del libro de Silvia Miguens, aquí en Hislibris.

  6. ARIODANTE dice:

    Ahora que lo has dicho, he repasado las antiguas reseñas y he recordado que tú hiciste una estupenda de las zarinas, de Henry Troyat, y que me recomendaste la de Catalina, por cierto. Mi subconsciente ha debido jugarme una pasada, ya que me ha avisado de leer sobre Catalina, pero no el de Troyat, sino el de Miguens. No es que el de Miguens sea un mal libro, ojo, pero es más intimista, se centra en aspectos muy personales, el tema del sexo y la vida amorosa, desde el punto de vista de otra mujer. Estoy segura que Troyat será mucho mejor, más completo. La autora de hecho, reconoce haberse basado en Troyat como una de sus fuentes de documentación. Y además, desde que me lo recomendaste, decidí que era un autor que debía tener en mi biblioteca.

  7. Rodrigo dice:

    Entiendo.

    Sí, Troyat está muy bien, especialmente sus biografías. Y dentro de éstas, las de escritores. Sin ir más lejos, hace poco disfruté como enano con la de Dumas.

  8. ARIODANTE dice:

    Pues acabo de encontrar una librería de viejo en Valencia que tiene un ejemplar -me falta la confirmación de la librería- de Catalina la grande de Troyat. Pero igual encuentro más. No sabía que Troyat era de origen ruso.

  9. Rodrigo dice:

    Pues sí, Ario: Lev Aslánovich Tarásov. Ruso-armenio nacionalizado francés.

    Ojalá te confirmen lo del ejemplar.

  10. ARIODANTE dice:

    Hasta que no pasen fiestas…aqui, haya crisis o no, el personal se pone muy revolucionado cuando llegan estas fechas, (nos ponemos, me incluyo, aunque un pelín menos que otros). Así que ya veremos. Para colmo, he pillado el inevitable catarro, así que estoy para poco movimiento. Ahora mismo me preparo comida y cena y me coloco en el sofá con un libro,…o con un paracetamol, depende. Por cierto, anoche acabé Jadzhi Murat, ¡qué gozada de relato! Y lo escribió en sus últimos años, el gran león ruso.

  11. Nuruialwen dice:

    Confío en que ya estés mejor, Ario.

    Voy viendo que me he perdido inevitablemente unas cuantas cosas en estos días que he pasado por mis tierras del norte, y me ha alegrado leer estos comentarios sobre la cabecera: aunque dejé unas cuantas preparadas con adelanto antes de marchar, esta que os gustó tanto fue obra de Javi. Y como él no os lo va a comentar, lo hago yo, merecido lo tiene. Muchas gracias, Rodrigo (y mi enhorabuena por la reseña), y Ario.

  12. ARIODANTE dice:

    Pues se ve que Javi tiene buena maestra, porque la cabecera estaba muy bien.
    Y sí, ya estoy mejor; ha sido el típico catarrito moqueante, más molesto que importante. (uuh, ¡qué pareado!)

  13. Rodrigo dice:

    Entonces, mis agradecimientos al jefe por la cabecera.

    Gracias Nuru.

  14. Pentesilea dice:

    Vamos esto es como un culebron de sobremesa,pero imagino que mas interesante

    Saludos.

  15. Rodrigo dice:

    Muchísimo más interesante, por lo que tiene de histórico (no exclusivamente enfocado en lo sentimental) y porque Carr luce dotes de espléndido narrador.

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