CARPE DIEM: LECCIONES DE VIDA CON HORACIO – Harry Eyres

carpe-diem-lecciones-de-vida-con-horacio-9788434409699Cuando te acercas a los clásicos en la juventud y primera adultez, no es precisamente Horacio uno de esos poetas que consigan atraparte de entrada. Esos años vitales requieren poemas y poetas más impactantes, y sin duda Catulo consigue darte esa dosis de pasión, procacidad y provocación. Catulo, con sus odi et amo, vivamus Lesbia mea o incluso pedicabo ego vos et irrumabo –dejo en manos del lector el placer culpable de buscar la traducción exacta de este último verso–, me decía por entonces mucho más que Horacio con su dulce et decorum est pro patria mori. Y, sin embargo, el sureño, bajo, regordete y a priori más “aburguesado” Horacio te recordaba aquello de carpe diem, mientras el norteño, moreno y excesivo Catulo podía conducirte a la desesperación producida por el despecho amoroso y la rabia que era incapaz de reprimir. Con el paso de los años, la impulsividad de la juventud se atempera y entonces te das cuenta de que Horacio te aporta más de lo que entonces pensabas e, inevitablemente, surgen en tus labios versos que recordabas de toda la vida: nunc est bibendum, beatus ille qui procul negotiis… Y quien pudiera parecerte un poeta al servicio o incluso vendido al poder, en realidad era un soñador permanente, un inconformista reluctante y un tipo que te invitaba a beber una copa de vino, recordándote constantemente que debes disfrutarla.

Leyendo Carpe diem: lecciones de vida con Horacio de Harry Eyres (Ariel, 2013) he recordado por qué Horacio es un poeta a reivindicar y, especialmente, me he sentido (muy) identificado con el autor en ese viaje vital y literario que durante años ha emprendido (lamentablemente no puedo compartir su pasión enológica, y sólo por el hecho de que, aunque lo quisiera, no me gusta el sabor del vino, qué le vamos a hacer…). Digamos, lector, que este libro te atrapará si en sobre todo eres un amante del mundo clásico y de su literatura, y has recibido o cultivado una educación por los autores griegos y romanos. En estos tiempos en que el latín ha dejado –muy lamentablemente– de ser una lengua de estudio obligatorio, y en el que la cultura clásica se ha convertido en algo que evoca nostalgias arcádicas que casan poco con las velocidades actuales, volver a Horacio y su poesía seguramente no es apreciado como debería ser. Y comento lo de las velocidades pues Harry Eyres, a través de su columna «Slow Lane» en el Financial Times, es uno de los máximos difusores del Slow Movement, una corriente cultural que promueve un estilo de vida tranquilo y sin prisas. Y, claro, de aquí al carpe diem horaciano no hay más que un paso. Pero, entendámonos, carpe diem no tanto en su significado de «aprovecha el momento» (en cierto modo, qué daño ha hecho una película como El Club de los Poetas Muertos para entender los versos de Horacio), sino en una idea que va un estadio más allá: «disfruta el día, el momento, no te dejes llevar por las prisas, coge ese instante y paladéalo, saboréalo, siéntelo».

Decía antes que me identificaba plenamente con Harry Eyres a medida que avanzaba en la lectura de su libro. Y es cierto, aunque su vida y la mía sean tan radicalmente diferentes. Pero hay una base común: el amor por los clásicos. En su libro, Eyres no nos cuenta la vida de Quinto Horacio Flaco (c. 65-8 a.C.), al menos no con un estilo lineal y propio de una biografía al uso; y sí que nos detalla muchos detalles de su propia vida, de modo que el autor se convierte en personaje cuyas andanzas y especialmente cuitas vitales o intelectuales son parejas a las del poeta latino. Ya desde joven Eyres cultivó la lectura y el estudio de la poesía de Horacio, ya fuera en la escuela primaria, en Eton o en su estancia en Cambridge. En todos esos períodos aprendió mucho sobre los versos de Horacio, pero en muchas ocasiones la lectura estaba encasquetada en una interpretación (o incluso una traducción) demasiado literal. No tuvo profesores que fueran más allá de explicar los temas sobre los que hacen referencia los poemas de Horacio, sin salirse de una aproximación filológica demasiado encorsetada. Horacio apareció y desapareció en la vida de Eyres al tiempo que buscaba su lugar en la vida, heredando la pasión por los vinos de su padre (criándose, de hecho, en el negocio enológico de su progenitor), intentando escribir una tesis doctoral sobre la influencia de Horacio en poetas contemporáneos como Ezra Pound, trabajando como periodista o escribiendo críticas de teatro o gastronómicas. El viaje que acompaña a la experiencia vital se fue acercando al recuerdo constante de Horacio, y llega un momento en el que algo significa esa pasión por el poeta de Venusia cuando arrastras por aeropuertos de todo el mundo el viejo y gastado volumen de la colección Loeb de tapas rojas, y cuyas páginas hojeas, relees y sobre ellas escribes. Algo hay, ¿verdad? Y Horacio vuelve a tu vida una y otra vez…

A través del relato de la experiencia personal Eyres encadena una sucesión de reflexiones sobre el legado de la poesía de Horacio. Y de esas reflexiones resurge la biografía horaciana, de modo que recuperamos al poeta romano y sus propias experiencias vitales. La pasión amorosa de un Horacio que escribía en su cuarentena con una sonrisa irónica en sus labios, como si el hecho de escribir sobre una joven o sobre un muchacho no fuera incompatible con la necesidad de sentir algo, casi olvidado quizá, pero siempre permanente. La libertad del poeta que se ha relacionado con los círculos del poder y que incluso ha participado de alguna de sus campañas propagandísticas (el Carmen Saeculare, por ejemplo, para conmemorar los juegos seculares y enaltecer el retorno a las tradiciones religiosas que Augusto trataba de impulsar) no está reñida con una independencia personal. La amistad con Mecenas, uno de sus valedores –y eso que Horacio luchó en Filipos en el bando enemigo del joven Octaviano y de colaboradores suyos como Mecenas–, no significa la rendición incondicional a quien, tras no pocos esfuerzos, le conseguiría la villa sabina a la que el poeta se retiraría, huyendo de las aglomeraciones de la capital y de la complacencia con el poder. Para Horacio la poesía es experiencia personal, más que construcción ideológica como la que cultivó su íntimo amigo Virgilio. Horacio prefería la brevedad de la oda a la ampulosa prolijidad de la epopeya, y sus odas son una buena muestra de ello. Y de su mano nos aproximamos al mundo que vivió, a la Roma de los poetas elegíacos, de Mecenas y Augusto, de la vida en una villa a decenas de kilómetros de la Gran Ciudad, a la manera de sentir la religión al margen de las grandes doctrinas o a la amistad, pura, sencilla y verdadera.

El libro de Eyres, pues, se lee –podríamos decir que se saborea– con la doble óptica biográfica, la del poeta y la del autor reconvertido en personaje. Al mismo tiempo, y parafraseando el subtítulo, se convierte en una pequeña colección de lecciones vitales. No se preocupe el lector, no estamos ante uno de esos libros de autoayuda y (supuesto) crecimiento espiritual: Horacio –y Eyres– tienen mucho que contarnos (más que enseñarnos) a través de sus versos, y de la experiencia vital surgen pequeños consejos (más que lecciones) que considerar… si uno quiere. Eyres constantemente remite a los versos de Horacio, pero sabiendo que la poesía en sí misma es atemporal cuando no realizamos una lectura literal (y cuando no la convertimos en una pieza de museo), realiza traducciones libres de algunos de sus poemas, de modo que aparecen personajes o situaciones más modernas, como el primer ministro británico Harold Macmillan o la guerra de Irak, o cuando en vez de un Falerno napolitano clásico prefiere transcribir un Brunello como variedad de vino.

Leer este libro (concluyo) quizá haya sido una de las experiencias personales más deliciosas que haya tenido en los últimos meses. Me ha recodado al poeta romano que, como Eyres, aprendí a saborear con el tiempo, y me ha hecho sentir que, en muchos sentidos, uno no es muy diferente de cómo era Horacio hace veinte siglos…y que quizá no compartamos el placer de una copa de vino, pero lo que subyace en ella, como la vida misma, es algo irrenunciable, siempre nuevo y permanentemente necesario.

[tags]Harry Eyres, Horacio, Carpe diem, poesía, latina, Roma[/tags]

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16 comentarios en “CARPE DIEM: LECCIONES DE VIDA CON HORACIO – Harry Eyres

  1. Lopekan dice:

    Tengo una camiseta con esta sentencia y la he paseado largos años. Eso me autoriza, sin ser filólogo, a arriesgar mi personal traducción: «recolecta los días», cosecha el momento, ahora que puedes, porque la vida se escapa mientras hablamos.
    Quizá no fue bendecido Horacio con una lengua lo bastante fluida para poner en rumorosas palabras sus pensamientos.

  2. Farsalia dice:

    Al contrario, la poesía de Horacio es muy elocuente… claro que en nuestra mente de dos mil años después nos puede parecer algo críptico en ocasiones; beatus ille… Los hijos de la Gran Bretaña y de las colonias, especialmente estos últimos, suelen decir seize the day, que hasta suena más cool, jugando entre el aprovecha y el atrapa el día… pero personalmente me gusta «apura los restos», siguiendo la metafóra enóloga de Eyres en su libro, y eso que no soy yo de paladear el vino.

  3. Rosalia de Bringas dice:

    ¡Qué buena reseña y cuánto entusiasmo trasmite!

    Incluso da para imaginarse a Farsalia vestido con un peplum (¿se dice así?), arrellanado en un diván, en pleno jardin de una villa, disfrutando de los poemas horacianos desplegados entre sus manos…

  4. Lopekan dice:

    … bebiendo amable mulsum. Por ahí lo vamos a rescatar para la noble causa enológica.
    Yo me refería a que la aparente, para mí, aspereza de la lengua latina no se presta a la musicalidad que necesitan las palabras engarzadas en un poema.

  5. Farsalia dice:

    Jejejeje, Rosalía, pues es una interesante imagen…

    Cierto es que el latín es duro para el verso, pero entre Horacio, Catulo e incluso Propercio… la lengua fluye bien, y si hay buenas traducciones que sepan discernir el sentido sin necesidad de una adoración por la literalidad…

    Mulsum, ¿eh? :-P

  6. Guayo dice:

    Ooohhh, Gaudeamus Igitur.

    dum loquimur, fugerit invida aetas,

    Carpe diem quam minimum credula postero.

  7. Farsalia dice:

    Lo mejor del libro es que puede interesar a horacianos o no, a romanófilos o no… es atemporal, como la poesía de Horacio. Y una delicia de lectura. De verdad de la buena.

    Detecto un par de erratas en la reseña: como siempre, mi «pericia» mecanografiando y mi miopía al revisar. Mea culpa

  8. Javi_LR dice:

    Con tu permiso, gato, unas humildes palabras acerca del carpe diem:

    Los tópicos son aquellos lugares, fácilmente reconocibles, a los cuales acudimos una y otra vez: lugares comunes, topoi según los griegos, loci para los latinos. Para las Matemáticas, los topos son categorías, algo que se adecúa muy bien al concepto. Es el sentido común de las cosas que nos rodean, prejuicios de los que partimos con frecuencia para emitir juicios, para valorar comportamientos. La literatura, la pintura, la escultura, la retórica… con frecuencia acuden a ese terreno tan conocido por todos para sustraer las pisteis o pruebas en donde todos se puedan reconocer: la fugacidad de la belleza, cualidad contra la cantidad, locus amoenus, beatus ille, carpe diem… De Horacio nos vienen estas dos últimas, pero eso no quiere decir que no existieran. Ya eran lugares comunes antes que él los utilizara, pero les dio un brillo inigualable y los fijó.

    Pero ¿qué es esto del Carpe Diem? En realidad es bien conocido por todos, ya digo que es un lugar común. Etimológicamente significa «cosecha el día»; figuradamente, disfruta el día, captura el momento en el que te encuentras.

    Horacio nos dice: Carpe diem quam minimum credula postero; disfruta el día, no des crédito al mañana. Porque del mañana nada sabemos, ni siquiera nos es dado el poder conocerlo.

    No pretendas saber, pues no está permitido,
    el fin que a mí y a ti, Leucónoe,
    nos tienen asignados los dioses,
    ni consultes los números Babilónicos.

    El futuro son juegos de azar, mera especulación de magos babilónicos que no tiene por qué llevar a nada. Si existe el Destino o la Providencia, no baja ningún dios a concedernos su conocimiento.

    Mejor será aceptar lo que venga,
    ya sean muchos los inviernos que Júpiter
    te conceda, o sea éste el último,
    el que ahora hace que el mar Tirreno
    rompa contra los opuestos cantiles.
    No seas loca, filtra tus vinos
    y adapta al breve espacio de tu vida
    una esperanza larga.
    Mientras hablamos, huye el tiempo envidioso.
    Vive el día de hoy, no fíes del incierto mañana.

    Nada hay de cierto en el porvenir, ninguna seguridad. El momento, sin embargo, hemos de aprovecharlo. Y hemos de aprovecharlo porque el tiempo huye, tempus fugit, otro tópico. Y las huidizas edades son envidiosas del presente, porque en realidad no lo poseen; las edades son solo pasado. Mientras pensamos en el mañana, indefectiblemente, el hoy se nos escapa. Y el mañana no existe, si acaso existirá, y tampoco eso es seguro.

    Vivamos entonces el día, capturemos pues el momento. Nadie nos dice que lo hagamos con optimismo o siendo pésimos; a lo sumo, Horacio nos indica que hay que adaptarse a ello. ¿Y cómo te adaptas? Aceptando el hecho, eso lo primero. Mas ¿cómo se acepta?

  9. Farsalia dice:

    Si es que tempus fugit… Y vivamus meum/mea xxxx, atque amemus, //
    rumoresque senum seueriorum // omnes unius aestimemus assis
    , ya lo decía también Catulo. Al final siempre te acabas quedando con los dos. :-P

  10. Vorimir dice:

    Que gran reseña y que comentarios tan enriquecedores. Y aquí admito avergonzado que no he leído a Horacio ni a Catulo. Quizás algún día ponga remedio; espero que pronto, pero… ya se sabe. :(

  11. Farsalia dice:

    Créeme si te digo que eso no era un inconveniente… y que en todo caso te animará a leer sobre el poeta protegido por Mecenas. El libro de Eyres permite muchas lecturas.

  12. Maria dice:

    Alguien me podría explicar que quiere decir Horacio cuando en Carpe Diem dice «No seas loca, filtra tus vinos» ? que quiere decir esa frase: «Filtra tus vinos» ? muchas gracias, es para un trabajo

  13. Farsalia dice:

    Perdón por el retraso en responder, María. «Filtra tus vinos», en ese poema, quiere decir «apura los posos», aprovecha al máximo tu vida, tu tiempo, tu paso por este mundo…

  14. CICERO dice:

    Me temo que el Señor Farsalia, que de ordinario escribe mucho y muy correctamente, aquí está algo errado.
    Ese «filtra tus vinos», de la Oda 1,11, hace referencia a la costumbre existente en tiempos de Horacio -y después también- de filtrar el vino antes de beberlo, para así purificarlo de los posos que el tiempo hubiera podido acumular.

    Así lo explica el querido amigo y compañero, el profesor José Luis Moralejo, en su inigualable traducción de la obra completa de Horacio (nota al pie número 525, del tomo de las Odas, Epodos y Canto Secular, en la editorial Gredos).

    Horacio, pues, le está diciendo a Leucónoe que prepare el vino porque se disponen a disfrutarlo; que no espere más para hacerlo.
    Saludos a todos.

    1. Farsalia dice:

      Gracias por el matiz, CICERO, que le compro a medias: es cierto lo que dice sobre filtrar el vino para eliminar los posos, y como dice Moralejo en la edición de las Odas en Gredos (2007), en la nota 525 de la página 271, y en relación a este «filtra tus vinos»: «La invitación de Horacio podría parafrasearse así: «no dejes para mañana lo que puedas beber hoy»», y que hay que poner en relación con el mensaje de este poema: aprovecha el momento, el paso por este mundo, pues la vida es fugaz… En el fondo estamos diciendo lo mismo.

      No me resisto a transcribir la traducción de Moralejo:

      «No preguntes, Leucónoe —pues saberlo es sacrilegio—, qué final nos han marcado a mí y a ti los dioses; ni consultes los horóscopos de los babilonios. ¡Cuánto mejor es aceptar lo que haya de venir! Ya Júpiter te haya concedido unos cuantos inviernos más, ya vaya a ser el último el que ahora amansa al mar Tirreno con los peñascos que le pone al paso, procura ser sabia: filtra tus vinos, y a un plazo breve reduce las largas esperanzas. En tanto que hablamos, el tiempo envidioso habrá escapado; échale mano al día [carpe diem], sin fiarte para nada del mañana.»

      Saludos.

      1. CICERO dice:

        Gracias, Farsalia, por la transcripción. Siempre es una maravilla degustar tan maravillosos versos, genialmente vertidos al castellano.
        Saludos.

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