UNA SAGA MOSCOVITA – Vasili Aksiónov
Vasili Aksiónov no es un escritor muy conocido en nuestro mundo hispanohablante. Ha pasado mucho tiempo desde que algunas de sus novelas fueran publicadas en castellano, en la década de los 60; después se nos sumió en oscuridad, hasta fecha muy reciente, cuando La Otra Orilla editó en 2010 la novela Una saga moscovita, que al parecer es su obra cumbre. Nacido el autor en Kazán en 1935 y fallecido en Moscú en 2009, sus padres fueron víctimas del Gran Terror, las purgas que asolaron la sociedad soviética en los años 30. Su madre, Evgenia Ginzburg, es la autora de El vértigo, memoria de sus padecimientos a manos de la dictadura estalinista (una de las obras testimoniales más importantes del siglo XX). Tras sus éxitos literarios de los 60, Aksiónov, que además de escritor era médico de profesión, debió soportar en la década siguiente el ensañamiento de la censura, que vetó una y otra vez la publicación de sus obras. De tal guisa amordazado, el escritor optó por emigrar en 1980 a los EE.UU., país en que realizó una exitosa trayectoria académica. Regresó a su patria un decenio después, recuperando la ciudadanía soviética que se le había arrebatado. Tras varios años de arduo trabajo, en 1992 puso punto final a Una saga moscovita, obra que en la Rusia postsoviética ha disfrutado de una encomiástica acogida; fue incluso llevada a la televisión en forma de serie. Estamos ante una extensa narración dividida en tres grandes partes y cuyo trasfondo lo constituyen tres décadas cruciales de la historia soviética, a partir de la mitad de los años 20. Sus protagonistas son los Grádov, familia que es un remanente de la diezmada burguesía rusa y un caso de forzosa adaptación al régimen bolchevique. Una saga moscovita, traducida por la insigne Marta Rebón, es una gran panorámica, continuadora en su polifacética vastedad de los magníficos frescos narrativos que jalonan la historia de la literatura rusa.
El patriarca de los Grádov es Borís Nikítovich, heredero de una verdadera dinastía de médicos y una eminencia en su campo. Su esposa, Mary, es georgiana y una eximia pianista, abocada empero al papel de señora de la casa. Los tres hijos del matrimonio, Nikita, Kiril y Nina, consuman trayectorias vitales y profesionales muy distintas, amén de inclinarse por ideas políticas casi siempre dispares. Nikita es militar, Kiril se especializa en doctrina política y Nina, la bella y la consentida de la familia, es poeta. Desde participar en el aplastamiento de la insurrección de Kronstadt y descollar mucho después como general del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial (el caso de Nikita) hasta sufrir el calvario de los campos de concentración (el mismo Nikita y su hermano Kiril), diversos episodios históricos y vicisitudes personales –adversas o favorables- concurren en la frondosa narración. A la plasmación de las turbulencias del período contribuyen también los cónyuges, hijos, amantes, parientes y amigos de los protagonistas, no menos que los celadores y los verdugos del régimen, con la negra sombra de Stalin sobrevolando siempre y emponzoñándolo todo. Es, por cierto, un cuadro de época fidedigno y espantable el que pinta Aksiónov.
En lo que toca a esta obra en particular, Aksiónov se apuntó a cierta posmodernidad literaria al desmarcarse del principio de autonomía novelística, el de la novela como un mundo completo, dotado de su propia coherencia interna: una suerte de realidad objetiva y autosuficiente en que el narrador desaparece de la vista. No llega Una saga moscovita al radicalismo genial de la posterior Expiación, la obra de Ian McEwan que fulmina de un solo golpe las convenciones implícitas en el acto de leer novela; pero sí toma distancia respecto de la ilusión de la soberanía novelística, devolviéndonos a la obviedad de que, después de todo, la novela no es sino un artificio. De aquí se deriva la mayor diferencia entre esta obra y Vida y destino, que materializa como pocas la premisa de la representación objetiva de un mundo: leer el magno relato de Grossman es como plantarse ante una realidad que se manifestase por sí sola en toda su dramática plenitud, sin intermediario y con entera naturalidad. El autor de Una saga moscovita, en cambio, se infiltra sin embozo en la narración, recurriendo a esporádicas interpelaciones al lector (sin hacer ascos a la vieja fórmula: “Querido lector…”) y a someras digresiones alusivas al doble proceso de construir y leer una ficción. Con esto no sólo se nos revela el narrador –que la novela moderna ocultaba tras el velo de la omnisciencia- sino que se nos revela risueño y un punto socarrón.
La mentada toma de distancia por parte de Aksiónov es a todas luces un tomar distancia del magisterio tolstoiano, culminación del realismo clásico cuya importancia no puede por menos que admitir nuestro autor. Y lo hace de manera explícita. Así como el título de la obra maestra de Grossman es un evidente homenaje a Tolstói, la de Aksiónov abunda en lo mismo: la segunda parte de la novela se titula “Guerra y prisión”; la tercera, “Prisión y paz”. Pero la clave está en el comentario preliminar con que arranca la segunda parte, un texto conciso e irónico que en esencia es una glosa del famoso paradigma tolstoiano (concepción de la historia y relación entre historia y novela). Lo que se transparenta tanto en este excurso como en los guiños al lector –diseminados a lo largo de la obra- es una voluntad de trascender el simple homenaje convirtiéndolo en parodia, en una peculiar superación del modelo consagrado por Guerra y paz. También están los “Entreactos”, como los designa el autor: pasajes intermedios que recopilan extractos de la prensa soviética o internacional, citas de personalidades nacionales y extranjeras (intelectuales, escritores, políticos), propaganda versificada; en suma, instantáneas que reflejan el “espíritu del tiempo”, dispuestas a la manera de un collage. (Como tal reflejo, estos collages son muy eficaces: capturan los desvaríos de la época –los del estalinismo y sus valedores extranjeros, fundamentalmente-, suscitando pasmo y repudio en el lector.) En otros casos se trata de capítulos breves que, por lo general, reproducen el punto de vista de animales o de plantas, más en un tono de sátira surrealista que de fábula. Por momentos, sólo en ocasiones, estas como viñetas que Aksiónov intercala en el curso de la trama central recuerdan la acidez de Mijaíl Bulgákov. En fin. De la consideración de todo lo anterior se obtiene que la de Aksiónov no es una novela “a la manera de Tolstói”.
Hasta donde puedo juzgar, considero la edición española de esta novela como un feliz acontecimiento, próximo en relevancia a la publicación de Vida y destino. Es cierto que en el haber de ésta consta un valor de índole extraliteraria, a saber, la crítica que Grossman hace del estalinismo, exponiéndolo en su relación de simetría con el nazismo, su rival totalitario (faceta que pone la novela de Grossman en el foco de historiadores como François Furet, Walter Laqueur y Timothy Snyder; los lectores de Tierras de sangre captarán la idea). La novela de Aksiónov es demasiado posterior para beneficiarse de un plus semejante, pero esto no le resta calidad; por mucho que refuerce el formidable espesor ético de Vida y destino, aquél no deja de ser un elemento extraliterario. En cuanto a virtudes literarias, Una saga moscovita las tiene en tan alto grado que le permiten salvar muy airosamente el parangón con la obra de Vasili Grossman.
Ambas novelas tienen en común el servirse de sendas familias como ejes narrativos: los Shtrum-Shapóshnikov en Vida y destino, los Grádov en Una saga moscovita. La diferencia a este respecto está en que la novela de Aksiónov, cuya trama se despliega en un marco cronológico más amplio, es con propiedad lo que su título indica: una saga, y como tal abarca varias generaciones familiares (tres de ellas). Por su parte, la novela de Grossman congrega –y condensa- una mayor variedad de escenarios y una mayor diversidad humana, acorde con la notable multitud de personajes que pueblan sus páginas. La relativa dispersión de Vida y destino se compensa con la calidez y vivacidad que transmiten sus personajes, mientras que los de Una saga moscovita resultan más bien distantes; en general, Aksiónov se decanta por cierta frialdad, no está interesado en cautivar por la vía de la empatía y es bastante despiadado en el modelado de sus criaturas. No tiene empacho en mostrarlas necias o grotescas, cuando corresponde. Entre ellas, por otra parte, se mueven algunos personajes históricos, muy especialmente Lavrenti Beria, el repulsivo secuaz de Stalin retratado en su faceta de orquestador de la represión y en la de depredador sexual. El dictador, cómo no, también aparece en escena.
Es notorio que la versatilidad estilística de Una saga moscovita transmite una nota lúdica que en la obra de un Grossman o un Solzhenitzyn, por no decir la de Tolstói, resultaría disonante; Aksiónov la dosifica y distribuye hábilmente, sin alterar la ilación y sin mellar el dramatismo de lo narrado. En definitiva, nuestro escritor consiguió lo que otros desdeñan: marcar distancia con el clasicismo literario sin pasarse de rosca, esto es, sin despreciar la facultad de cautivar y entretener merced a una buena historia, conmovedora y pletórica de aquello que llamamos las alternativas de la fortuna. La monumental creación de Aksiónov rebosa vitalidad.
No hay gran riesgo en sostener que el volumen físico de esta novela es proporcional a su calado literario. ¿Un clásico de nuestro tiempo, capaz por ende de sobrevivirlo? La posteridad decidirá.
– Vasili Aksiónov, Una saga moscovita. La Otra Orilla, Barcelona, 2010. 1.193 pp.
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Pues lo acaba de volver a sacar la editorial Navona en su colección Los ineludibles.
http://terapiasverdes.com/tienda/3519-los-ineludibles
Está claro que la voy a leer, sí o sí. Ya he localizado el libro en la Biblioteca, así que voy a encargarlo.
¡Gracias, Rodrigo, por la reseña!
Ahora estoy con Akunin, empecé con el ángel caído..
Una portada muy sobria la de Navona, todo lo contrario de La Otra Orilla. Se agradece la informacion, Jorge.
Eso, Hahael, no te la pierdas.
Ya me hice con el libro, otra lectura más a pendientes. Muy buena Reseña, Rodrigo.
Espléndida reseña, como es habitual, Rodrigo, y ya estás descubriéndome a otro escritor que me era completamente desconocido. Otro que me parece me atrapara más que Grossman, …por lo que dices en tu reseña. En fin, cuanto más leemos más descubrimos lo que nos falta por leer, como ya he dicho y repetido hasta la saciedad, pero es que es así. En fin, intentaré hacerme con él, por supuesto.
Bueno, Ario. Me ha gustado lo de Aksiónov, está claro, pero Vida y destino sigue en la cima de mis preferencias. Ya dirás, si llegas a leer la Saga moscovita.
Gracias, Publio. Me alegro de haberte convencido con la reseña.
Me refería a esa nota lúdica, porque ahora me cuesta mucho más leer dramatismos sin un toque de humor o ironía.
Entiendo. Igual, ten en cuenta que es un detalle muy sutil, concerniente a lo formal. La historia sigue siendo dramática: su trasfondo es ni más ni menos que la era de Stalin.
Supongo que la portada alegórica de La Otra Orilla se inspira ante todo en la faceta satírica de la novela, ofrecida por los entreactos. Debo decir que es sólo una faceta secundaria. Me resultaría más apropiada en una novela como El maestro y Margarita, de Bulgákov, en que lo satírico es esencial.
Aparte. Enfatizo que la novela es en sentido estricto una saga, tal como aprendí en mis tiempos escolares: la historia de varias generaciones de una familia, como la de los Rougon-Macquart de Zola, o la de los Buendía en Cien años de soledad. La otra acepción es la de las epopeyas nórdicas, las sagas islandesas, por ejemplo. Yo no sé qué necesidad habrá de llamar saga a las series o secuencias literarias del tipo de Harry Potter o Crepúsculo, o la del inspector Wallander. A cualquier serie en realidad, indiscriminadamente. En fin.
Si Rodrigo me lo permite sin censurarme me gustaria matizar dos cosas.
*He leído hace unos días el libro de Aksionov- de hecho tengo una edición francesa-, debo decir que todas las aseveraciones que hace sobre stalin ó Beria ó sobre «El gran Terror » son falsas.
*Sobre Beria cómo»el repulsivo secuaz de Stalin retratado en su faceta de orquestador de la represión y en la de depredador sexual» es una pura imputación gratuita sin sustentación en la menor evidencia.
No debemos aceptar acusaciones contra los comunistas de fuentes anticomunistas sin comprobar la evidencia. ¿Por qué?.
¡ Debido a que muy, muy a menudo resultan ser falsas!
Mao Zedong fue acusado de ser un depredador sexual por parte de su médico Li Zhisui en su libro “La vida privada del presidente Mao”.
Con razón, creo que este cargo debo ser rechazado ya que no hay corroboración del mismo. El principio historiográfico aquí es «testis unus, testis nullus» – un solo testigo no puede establecer un hecho histórico-.
Por otra parte, hay que ser escéptico cuando dichos cargos provienen de los enemigos políticos de una persona y se escriben para servir a fines políticos.
Lo mismo es cierto en relación con los cargos contra Beria. Todos fueron hechos por Jruschov después del asesinato de Beria – el 26 de junio de 1953, después de lo cual Beria nunca fue visto de nuevo.
Bajo Jruschov y, a continuación, bajo Gorbachov, Beria fue calumniado más que nadie en la historia soviética, más incluso que Stalin. Pero después del fin de la URSS se inició en Rusia un «Boom Beria» con muchos libros y artículos que reexaminan la obra de Beria. Esto incluye una serie de biografías. Con una excepción, que yo sepa todas ellos rechazan los cargos que Beria era un depredador sexual, mientras que la excepción, Aleksei Sukhomlin, _Kto ty, Lavrenti Beria? _ no pretende resolver las contradicciones de los mismos.
Gran parte de la “literatura” demonizadora sobre Beria proviene de Simon Montefiore _Stalin. La corte del zar Rojo_, que no es sino una colección de rumores anticomunistas . Resulta claramente imposible comprobar sus fuentes por la delicuescente negligencia de este autor.
Pero nada se vende mejor como el anticomunismo, anti-Stalin, anti-Mao, anti-Lenin, etc.
La otra fuente citada por ejemplo en el artículo de Wikipedia, el libro de Amy Knight sobre Beria, también es muy anticomunista. Pero Knight hace constar el hecho de que la esposa y el hijo de Beria rechazaron estos cargos. Pero el libro de Knight fue publicado en 1993, cuando los únicos materiales disponibles eran los publicados selectivamente por los hombres de Gorbachev, para «justificar» su anticomunismo.
Tenemos mucha más evidencia hoy en día y de ésta podemos deducir que:
*Bería no fue un depredador sexual
*Bería fue un excelente manager y organizador económico de la URSS.
*Beria fue el que acabó con el «gran terror » ó Yezhoschina a partir de diciembre de 1938 cuando tomó el cargo en el NKVD , liberando a millares de inocentes , deteniendo y juzgando a Yezhov y sus complices de esta conspiración antisoviética.
*Beria al igual que Stalin, luchó contra la burocratización del partido y quiso dar mayor poder a los soviets a expensas del partido y por eso fue detenido y hecho desaparecer en junio de 1953.
Un saludo y gracias.
Beria NO FUE un angel ademas no era leal al regimen sovietico.
Y Lenin fuen un agente aleman mandado por Hindenburg y Ludendorff para lograr la paz en el frente oriental.
Por una vez, que los comentarios se ciñan a lo literario. Que se refieran a la novela, o al escritor. El trasfondo histórico de la obra lo tenemos bastante claro.
Luego este foro no se llama hislibris?
Por ningún lado dice fabulalibris.
Hislibris es un espacio dedicado a la historia y la literatura, con una considerable trayectoria a cuestas. Los hislibreños tenemos sobrados motivos para esperar de todos una buena dosis de tacto y de buen juicio a la hora de opinar.
En fin. Ayer me topé con un ejemplar de Las cumbres de Moscú, la otra novela de Aksiónov publicada por La Otra Orilla. Tiene buena pinta.
En hora buena por la existencia de éstos espacios.