TIERRA NEGRA – Timothy Snyder

9788416495023Una calamidad como el Holocausto no habría alcanzado jamás la magnitud que tuvo sin un Estado como agente responsable (en calidad de perpetrador o de promotor). Las masacres cometidas por particulares espontáneamente concertados, o por personal uniformado –militar o policial- actuando por su cuenta, pueden a lo sumo alcanzar las dimensiones de un pogromo; los genocidios corren por cuenta de las autoridades estatales. Pero sólo los Estados pueden oponerse eficazmente a los genocidios, entre ellos el de los judíos. Al decir de Timothy Snyder, «el Holocausto se propagó en la medida en que los Estados quedaron debilitados, pero no más allá. En los lugares donde las estructuras políticas resistieron, los Estados facilitaron apoyo y medios a las personas que quisieron ayudar a los judíos». Ni siquiera en aquellos Estados en que, a imitación del alemán, una legislación ad hoc oficializó el antisemitismo, resultaba el exterminio el destino fatal de los judíos; sucedía lo contrario cuando dichos Estados colapsaban o caían bajo la férula de los alemanes. Tal fue el caso de Italia: país oficialmente antisemita a partir de 1938, no fue sino después del desplome de la soberanía italiana (en 1943) que la matanza extendió su radio de acción a la península; antes de esto, durante la guerra, los judíos podían contar por lo general con la protección de las autoridades civiles o militares italianas. A Hungría, aliada de Alemania y gobernada sin disputa por un antisemita declarado como el almirante Horthy, el exterminio sólo llegó de la mano de la intervención alemana (1944), que no desbarató del todo pero sí cercenó la soberanía del Estado húngaro. Rumania detuvo su propia escabechina de judíos, junto con las deportaciones a Auschwitz, en cuanto su gobierno tomó nota del cambio de tornas de la guerra; a partir de Stalingrado, Bucarest pasó a proteger a los judíos que estuvieran a su alcance. La mayoría de los judíos de Dinamarca sobrevivieron básicamente porque los pilares del Estado danés subsistieron bajo el dominio alemán. En definitiva, era en ausencia de estructuras estatales autóctonas, incluso en países con una inveterada y virulenta tradición antisemita, que los judíos de Europa se veían librados a la peor de las suertes; esta constatación es especialmente pertinente para las regiones que sufrieron la doble ocupación de soviéticos y alemanes, depredadores de Estados por antonomasia. La no estatalidad como condición de posibilidad del Holocausto es uno de los conceptos a que se aboca Timothy Snyder en su nuevo libro, Tierra negra (2015); libro que, a semejanza del impactante Tierras de sangre (2010), prueba que temas tan cruciales como el Holocausto o los totalitarismos están lejos de agotar los enfoques analíticos y las variables y matices a considerar. 

Asumida la premisa de que el entrecruzamiento e interacción de dos imperios totalitarios hizo de una vasta región de Europa oriental el escenario de algunas de las mayores matanzas de la historia –idea que es la piedra angular de Tierras de sangre-, el nuevo estudio de Snyder profundiza en algunas de las dinámicas resultantes de la mentada interacción, las que dieron forma al genocidio de los judíos por iniciativa del régimen nazi. El papel del Estado, asunto que en gran medida equivale a la desintegración de las estructuras estatales conforme triunfaban las armas alemanas o se imponía la geoestrategia soviética, es justamente el eje temático del escrutinio realizado por el autor. Fundamental a este respecto es el lugar del Estado en la cosmovisión de Hitler. Decisiva pero no suficiente para el desencadenamiento del genocidio, esta cosmovisión necesitaba enquistarse en una entidad estadual de gran potencial como la alemana para materializar sus objetivos. Ahora bien, la ideología hitleriana era de índole preferentemente biologicista, lo que la distinguía del nacionalismo tradicional (que era el del conservadurismo militarista prusiano). Hitler, enfatiza Snyder, concebía el mundo en términos de confrontación de razas más que de Estados. El imperio británico era el prevaleciente y el más digno de admiración porque era un imperio racial, mientras que la emergencia de los Estados Unidos como nueva gran potencia tenía raíces raciales: la violenta conquista de todo un subcontinente por una rama de la raza blanca, cuyo avance rozó la aniquilación de la población aborigen. Estos casos demostraban que lo que contaba en el fondo era el poder, poder descarnado y brutal, ni más ni menos que el predominio del más fuerte según dictaban las leyes de la naturaleza. Una vez emprendida la conquista de espacio vital para la raza aria, que en concreto significaba colonizar las tierras al oeste de los Urales, las relaciones internacionales podrían prescindir de una vez de las formalidades legales; la mascarada del derecho internacional emanado de las normas (una invención judía) daría paso a una realidad signada por la ley del más fuerte, que finalmente aboliría los Estados y sus hipócritas restricciones jurídicas. En esta faceta de su credo, el nefando personaje se benefició de la colaboración del jurista y filósofo del derecho Carl Schmitt, una de cuyas contribuciones fue justamente la teoría de la no estatalidad.

Para Hitler, el Estado alemán sólo importaba en cuanto representación política de la raza y en la medida en que se fusionaba con el partido nazi, sirviendo en adelante como plataforma e instrumento imprescindible de su estrategia geopolítica. El mito de la confabulación judeobolchevique y el concepto de «espacio vital» (Lebensraum) eran las fuerzas motrices de dicha estrategia, en que la idea de la expansión del Estado alemán era apenas la consigna para consumo patriótico con que se designaba el verdadero propósito: consumar el señorío de la raza superior. A diferencia de los genuinos nacionalistas, o nacionalistas convencionales, Hitler no concedía prioridad absoluta a la supervivencia del Estado alemán en caso de fracasar su ofensiva total contra el judeobolchevismo; embebido de su concepción apocalíptica del mundo, el líder nazi aceptaba la eventualidad de la desaparición de la Alemania soberana, si tal era su destino. En lo tocante al plano interno, la progresiva segregación de los judíos en los años de preguerra, con vistas a su completa erradicación del Reich, tenía como uno de sus mayores fundamentos el forzar el contraste entre lo alemán y lo judío, incitando a los alemanes a identificarse a sí mismos como arios y a reconocer en los judíos no unos simples intrusos sino el enemigo existencial de la germanidad. Merced a políticas como el hostigamiento creciente de los judíos y el aplastamiento de la disidencia, y a las orientadas a fortalecer la economía y construir una maquinaria bélica apropiada, Alemania estaría en condiciones de acometer la guerra, el principal de los designios de un dictador que veía en la lucha sin cuartel el sentido definitivo de la vida.

Al mito judeobolchevique le cupo un rol crucial en otra de las aristas del tema: la colaboración. El concurso de elementos auxiliares de origen ucraniano, bielorruso o lituano, por ejemplo, fue decisivo en la ejecución del Holocausto. En los países que sufrieron sucesivamente la ocupación soviética y la alemana, en los que además se verificó el fenómeno de una doble colaboración –primero con los soviéticos, después con los alemanes-, el principio esgrimido por los alemanes de que el comunismo era indistinguible del judaísmo –comunismo como una de las artimañas de los judíos para apoderarse del mundo- proporcionó un pretexto a aquellos que habían colaborado con los soviéticos. Al alentar a la población local a deshacerse de los judíos, los alemanes creían asestar un golpe mortal al comunismo y a la URSS, mientras que a los antiguos colaboradores del régimen soviético la matanza de judíos les deparaba una posibilidad de expurgar su pasado culpable. La judaización del comunismo fue también de utilidad en Ucrania, en que la opresión rusa, las penurias de la colectivización agraria y la hambruna de los años 1932 y 1933 (que se cobró la vida de millones de campesinos) aguijaban el resentimiento contra el régimen moscovita. Las expeditas y numerosas ejecuciones perpetradas por el NKVD justo antes del arribo de las fuerzas alemanas no hicieron más que exacerbar el odio hacia los comunistas. Así las cosas, los ucranianos, los lituanos o los polacos -en lo que había sido la zona soviética de la Polonia disgregada- organizaban pogromos en que exterminaban a judíos a los que se imputaba el colaboracionismo prosoviético, blanqueando su imagen a ojos del ocupante alemán (y de sus propios compatriotas, sobre todo los nacionalistas que habían rehusado colaborar con los soviéticos). Tal cual señala Snyder, estos pogromos «no eran actos espontáneos de venganza, sino un esfuerzo conjunto de los alemanes y la población local por reinventar la experiencia de la ocupación soviética de una forma aceptable para ambas partes». En lugares como Lituania y Letonia, precisamente aquellos en que la Solución Final comenzó a desplegarse de manera sistemática, los pogromos sirvieron además como técnica de reclutamiento: los nativos que se conducían de manera entusiasta en las matanzas salvajes de los primeros días de la ocupación alemana eran captados para las unidades auxiliares que participarían en los fusilamientos masivos, o que harían de guardias en los campos de exterminio (Sobibor, Treblinka, Majdanek, etc.).

El Holocausto tiene en su reverso algunas historias de supervivencia, asunto que el autor aborda en íntima concatenación con el de las estructuras estatales (su subsistencia o desaparición). A través de casos emblemáticos de salvadores de judíos, diplomáticos la mayoría de las veces, Snyder muestra que la injerencia de instituciones representativas de soberanía estatal –con sus respectivos aparatos burocráticos y con su esperado correlato jurídico, el principio de ciudadanía- mejoraban las expectativas de los judíos. Según esto, demonizar el Estado y aspirar al debilitamiento irrestricto de la autoridad estatal vendría a ser la última y la peor de las conclusiones que se pueden extraer del Holocausto. «El grado de no estatalidad –escribe nuestro autor- era un elemento clave para la supervivencia de los judíos europeos de otros países [aparte de Alemania], puesto que también influía sobre el comportamiento de los alemanes». Para los soldados alemanes, no era lo mismo ser desplegados en Francia que en Bielorrusia o Ucrania, en donde el desgobierno y los trastornos de la guerra aumentaban las probabilidades de verlos convertidos en asesinos de judíos o, en general, de civiles, que tras las líneas alemanas solían quedar atrapados entre dos fuegos: las tropas de ocupación y los partisanos. Al tema de los partisanos en las tierras de la doble ocupación dedica Snyder un interesantísimo capítulo.

¿Es el Holocausto un horror irrepetible? ¿Ha aprendido el mundo la lección? Atrocidades como las de la ex Yugoslavia y Ruanda no pintan un panorama halagüeño en cuanto a la imposibilidad de nuevos genocidios o asesinatos en masa. Snyder hace hincapié en que el Holocausto contiene elementos que no han sido del todo conjurados y que podrían derivar en otras catástrofes de grandes proporciones. Una de las notas características de la cosmovisión de Hitler es el haber combinado la política con lo que en su tiempo podía tenerse por presupuestos científicos, relativos al racismo y la concepción ecológica de la humanidad (el mundo contaminado por un agente perturbador, el judío, al que había que extirpar de la faz de la Tierra). La catástrofe de Ruanda fue una respuesta política a una crisis ecológica local, advierte el autor: la matanza de tutsis a manos de los hutus se gestó desde que el gobierno ruandés buscara una solución radical al problema de la superpoblación y la escasez de terrenos cultivables. Las crisis ecológicas que se ciernen sobre el planeta podrían generar reacciones violentas con víctimas multitudinarias. Desbordada la ciencia en su capacidad de hallar soluciones, la política podría sentirse tentada de asumir la pesada carga, y en un mundo globalizado con potencias emergentes los resultados serían quizá desastrosos, desastrosos a escala global.

– Timothy Snyder, Tierra negra: el Holocausto como historia y advertencia. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015. 528 pp.

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9 comentarios en “TIERRA NEGRA – Timothy Snyder

  1. Pedro dice:

    He leído tu reseña. Muy interesante el libro
    Quiero mencionarte el libro de Arthur Herman : «La idea de decadencia…». Vi una reseña tuya de 2008. a propósito de ésto, quiero contactar contigo. No sé bien si esto te llega como notificación. Por si no es así, y vuelves a esta página, mi correo es: lobohobbes@gmail.com

  2. Pedro dice:

    Todo esto en cierto modo se explica a partir de las ideas Gobineau, Spengler e incluso Nietsche. «…que lo que contaba en el fondo era el poder, poder descarnado y brutal, ni más ni menos que el predominio del más fuerte según dictaban las leyes de la naturaleza»; esto, que es tutyo, es Nietsche: La Voluntad de Poder
    Lo del Holocausto y como se sirvió de ucranios, rumanos, etc, todo esto se ve bastante bien tambien en «Las Benévolas», e incluso se entinden muchas cosas a través del libro de Arendt «La Banalidad del Mal»

  3. Rodrigo dice:

    Ciertamente, libros sobre el asunto no faltan, unos mejores que otros.

    (Contacto realizado.)

  4. Sombra dice:

    Una reseña estupenda, Rodrigo, y un interesante punto de vista el del autor. Gracias por acercarnos un título tan interesante.

  5. Rodrigo dice:

    Un placer por mi parte, Sombra.

  6. Sofía dice:

    No habrá otro exterminio a escala industrial, pero los genocidios continúan hoy en día. Los yazidíes son víctimas de los islamistas y en África los que fueron víctimas de los árabes en Sudán, iniciaron una guerra entre sus propios clanes que está desangrando al joven país de Sudán del Sur. Encima en pleno siglo XXI seguimos con medios periodísticos europeos alentando prejuicios contra los judíos

  7. Rodrigo dice:

    Precisamente, Snyder advierte sobre la posibilidad de nuevas matanzas a gran escala.

  8. David L dice:

    Gracias una vez más por tan excelente reseña Rodrigo, he leído atentamente la misma y me gustaría aportar algún detalle. Desde luego no puedo estar más de acuerdo con la teoría del profesor Snyder, es más, cuanto más leo sobre el Holocausto más convencido estoy de ello: la debilidad del Estado como ente garante de una nación favorece cualquier ataque a su sociedad, en este caso, la eliminación física de la comunidad Judía. El caso de Hungría es significativo, aunque para demostrar totalmente lo contrario, la fortaleza del Estado sirve decisivamente para asegurar la vida de sus habitantes, al menos para no permitir fácilmente que se atente contra algún sector del mismo. La Unión Soviética tras la invasión es también un buen ejemplo de cómo una vez destruido el poder del Estado y fragmentado el progromo pasa directamente a genocidio.

    En cuanto a la estrategia genocida de Hitler es desde luego única en la historia, su determinación basada en un darwinismo social no tenía vuelta atrás: supremacía o exterminio. Sin esta premisa es imposible encontrar respuesta a lo inexplicable, a partir de aquí ha de construirse toda la historia del Tercer Reich.

    El tema de la colaboración es de lo más escabroso del tema, no creo que haya una homogénea interpretación para poder entender su papel en el genocidio Judío. Las posibilidades para colaborar eran siempre adaptadas según el momento. Pronazis, anticomunismo, antisemitismo, beneficios económicos mediante el expolio de bienes…o simplemente venganzas vecinales. Todos estos ejemplos sirvieron a la causa de la colaboración, había para todos los gustos. Los alemanes aprovecharon estas situaciones para utilizar fuerzas locales en los trabajos más detestables habidos y por haber.

    La herencia de Hitler no pudo ser más envenenada, ese cóctel mortal que significa mezclar la política con presupuestos científicos raciales o simplemente de comunidad no conduce más que a una solución radical de cualquier problema interno. La humanidad no ha aprendido y creo, soy pesimista, que no lo hará nunca. El Estado, aquel ente que a veces tanto se critica es fundamental para mantener el orden, visto como una garantía de paz social, su debilitamiento puede costar muy caro a sus habitantes. El Holocausto Judío es el ejemplo más claro y determinante. ¡Chapeau Timothy Snyder!

    Un saludo.

  9. Rodrigo dice:

    Ciertamente, Snyder acierta con una faceta clave del tema, nada que difiera mucho del sentido común pero no por esto menos relevante.

    Gracias, David.

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