THE WAR WITHIN THE UNION HIGH COMMAND. POLITICS AND GENERALSHIP DURING THE CIVIL WAR – Thomas J. Goss
Soy consciente de que la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865) es un conflicto que no tiene demasiados seguidores y que, en general, se tiene una visión mayoritariamente militar del mismo. Sin embargo, me parece importante reseñar este libro, que sin dudar pongo en la lista de los veinte imprescindibles, ya que aporta una visión totalmente diferente de esta contienda pues nos permite entender cuál fue la utilidad real de los llamados generales polÃticos y a qué se debió su permanencia en las filas de la Unión a pesar de sus sonados fracasos en el campo de batalla.
La obra parte de una realidad bien conocida, la antÃtesis entre dos grupos muy concretos de oficiales de alto rango de la Unión: los que ascendieron al generalato desde la polÃtica, denigrados y ridiculizados por la historiografÃa habitual, y aquellos cuyo mérito para alcanzar la cúspide del escalafón militar radicaba en que se habÃan licenciado en la academia militar de West Point. Popular e historiográficamente se ha considerado siempre que los primeros fueron un atajo de inútiles que cosecharon una derrota tras otra en el campo de batalla, mientras que los segundos fueron los auténticos artÃfices de la derrota final de la Confederación y la posterior reunificación del paÃs, algo que no deja de ser cierto, pero que exige una matización pues se trata de una visión excesivamente jominiana de los acontecimientos.
Resulta reduccionista considerar que la única utilidad de los generales polÃticos, como Nathaniel Banks o Benjamin Butler, fue ganar batallas. La Guerra de Secesión fue en realidad un conflicto tan polÃtico como militar, y, más allá de los campos de batalla, estos oficiales cumplieron una doble función fundamental: apoyar el Gobierno de Lincoln y su gestión de la guerra –muy especialmente los que, como los dos citados, eran miembros del Partido Demócrata, oposición al Republicano, al que pertenecÃa el presidente– y fomentar el reclutamiento. La personalidad y la fama de estos personajes y de otros similares resultaron especialmente relevantes cuando fueron a sus distritos a animar a sus electores a presentarse voluntarios para servir en los ejércitos de Washington; y como aportaban combatientes a la causa, no resulta llamativo que se les perdonaran derrotas contundentes como las de Front Royal y Winchester (en el caso del primero) y Big Bethel (el segundo). Además, su experiencia polÃtica los volvió especialmente valiosos, durante la guerra, en los procesos de reconstrucción de los territorios conquistados en el sur y en la gestión y aprovechamiento de las simpatÃas de los unionistas locales.
Por el contrario, la administración nunca fue tan benevolente con los oficiales formados en West Point y muchos de ellos, como Irvin McDowell o John Pope, fueron degradados o cesados tras sus fracasos iniciales en la primera y la segunda batalla del Bull Run, respectivamente. Para explicar este fenómeno hay que fijarse primero en los conocimientos y la experiencia real que tenÃan los licenciados de West Point del modo de hacer la guerra de su época. En lo que a su formación se refiere, es llamativo descubrir que a lo largo de sus cuatro años de carrera los estudiantes de dicha institución solo dedicaban una decena de horas al estudio del arte operacional –y esto como un excursus en la asignatura de ingenierÃa– asà que por mucho que dedicaran los campamentos de verano a la gestión de pequeñas unidades, a las formaciones de combate, paso ligero, orden de marcha y orden cerrado, etc., sus conocimientos teóricos sobre el mando de cualquier cosa más allá de un regimiento, eran mÃnimos. Por otro lado, se ha hablado a menudo de la experiencia adquirida en la Guerra de México-Estados Unidos (1846-1848) por muchos de estos jefes; y, sin embargo, una vez más nos encontramos con un problema similar. En aquella contienda habÃan dirigido fuerzas menores, compañÃas o baterÃas en casi todos los casos, por lo que su experiencia en la gestión de formaciones con varios miles de hombres era, una vez más, cero. Su única ventaja, eso sÃ, era que habiendo estado bajo fuego conocÃan de primera mano el caos y el estrépito de la batalla, pero, a priori, cuando estalló la guerra su conocimiento del puesto que ocuparon era igual al de sus compañeros nombrados por motivos polÃticos. Cabe añadir que otro de los hándicaps de los licenciados de West Point fue que habÃa muchos, y aunque ellos también llegaron a puestos de mando gracias al apoyo de prominentes polÃticos o de mandos superiores que los eligieron especÃficamente entre sus compañeros de profesión, su cese era mucho menos oneroso para la administración, ya que siempre habÃa otro patrocinado para sustituirlos y otro patrocinador al que contentar.
Otra cuestión fundamental fue que en 1861 no existÃa en Estados Unidos el concepto de profesión militar. La creencia general era que cualquier hombre con formación, con algo de inteligencia y creatividad, debÃa ser capaz de mandar grandes fuerzas en campaña, algo no del todo descabellado por lo que hemos indicado hasta ahora, y que irÃa cambiando a lo largo de la contienda, pero que en los primeros compases de la misma tuvo como consecuencia que el gran público nunca exigió la presencia de un oficial de West Point al mando, sino que cualquiera valÃa, siempre y cuando fuera lo suficientemente popular y, si además ganaba batallas, mejor. Sin embargo, el final de la contienda supuso el inicio del proceso de profesionalización de los jefes militares, de modo que si en la Guerra Hispano-Norteamericana de 1898 todavÃa era posible ver a un polÃtico como Theodor Roosevelt al frente de una unidad militar, esto devino imposible cuando los Estados Unidos se implicaron en la Primera Guerra Mundial menos de veinte años después.
A primeros de 1865 la pugna entre ambos grupos de jefes empezó a resolverse a favor de los oficiales formados en West Point por dos motivos fundamentales, que redujeron en gran medida la importancia de los oficiales polÃticos. Uno fue la contundente victoria de Lincoln en las elecciones de noviembre de 1864, en las que el pueblo del Norte dejó claro su apoyo a la gestión de la guerra y el presidente pudo empezar a prescindir de apoyos que hasta entonces habÃan sido fundamentales. Y el otro fue la implementación del reclutamiento forzoso de modo que, al no depender de voluntarios ya no fue necesario que el Gobierno se apoyara en la popularidad de algunos personajes. AsÃ, Butler perdió su mando tras el desastre de Fort Fisher y Banks fue cesado a causa de la destrucción de sus fuerzas en la campaña del rÃo Rojo.
Sin embargo, nada más terminar la guerra la Administración iba a arrepentirse amargamente de haber prescindido de las capacidades de gestión de los jefes polÃticos, pues los generales, formados en West Point fueron incapaces de desenvolverse en las tareas de reconstrucción y pacificación, de entender que como gobernadores militares su tarea ya no era ganar batallas sino la gestión de elecciones para la creación de nuevos Gobiernos locales y estatales, la protección de los esclavos liberados y otras muchas cuestiones por el estilo, en las que no supieron aplicar las instrucciones del Gobierno a los casos concretos bajo su jurisdicción, o bien porque chocaban con sus propias ideas o bien porque decidieron limitarse exclusivamente a lo militar y desentenderse de lo polÃtico.
Finalizo. Se trata pues de un libro fundamental para entender la Guerra de Secesión como un conflicto tan polÃtico como militar, en el que la derrota de los ejércitos confederados fue fundamental para la victoria final, pero no el único, ni mucho menos, factor crucial.
Opino.
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Thomas J. Goss, The War within the Union High Command. Politics and Generalship during the Civil War. University Press of Kansas, 2003, 320 páginas.
Como siempre las reseñas de Koenig tienen un aroma especial. Bien por este veterano Hislibreño de pro.
Hubo otra pugna y era entre las camarillas militares, algunas vinculadas por lazos de compañerismo o por ideas polÃticas (por ejemplo entre militares demócratas y republicanos) como se vio con el caso de MacClellan y otros, lo que llevó en parte al baile de generales en el este (lo que sucedió a Pope o como Meade acabó teniendo el mando).
En el Sur pasaban cosas similares por el que Davis mantuviera a su amigo Bragg.
Uno de los «generales politicos» fue el inefable Daniel Edgar Sikles , comandante del III Cuerpo de Ejercito en la batalla de Gettysburg . Su decisión ,al margen de las ordenes del general Meade gaditano por cierto, estuvo a punto de costar a la Unión la batalla. El hecho de dar la orden de adelantar la posición , abrió una brecha en la linea nordista. Horrorizado, Meade hubo de emplear sus reservas para solucionar el desaguisado provocado por Silkles , quien por su puesto nunca reconoció su error. Y tuvo suerte de caer herido , con amputación incluida, en caso contrario hubiera sido conducido a una corte marcial.