TEJEDORES, ESCRIBAS Y REYES. UNA NUEVA HISTORIA DEL PRÓXIMO ORIENTE – Amanda H. Podany

«Eso era lo bueno de la escritura: un mensaje transmitido de esta manera no tenía que repetirse una y otra vez. No moría cuando lo hacía el rey, como sus palabras (…) Para los reyes dinásticos primitivos debió de ser mágico darse cuenta de que las palabras, que hasta entonces habían sido tan efímeras como el viento en los árboles, podían fijarse y conservarse en piedra».

La historia de las civilizaciones se puede contar de muchas maneras. Sin embargo, estamos acostumbrados a que nos la expliquen siempre del mismo modo: tomando como protagonistas a los reyes y gobernantes más destacados, y centrándose en los hechos políticos y militares más importantes. Listas de fechas, retahílas de acontecimientos… Y una vez establecidos estos aspectos, se habla después de la economía y la sociedad, la cultura, tal vez el arte… Esta es la forma en que se ha explicado la historia de la humanidad durante muchos años: a través de sus reyes. Pero ya hace mucho también que se prefiere dar la misma o más importancia a la historia de la gente común.

Amanda H. Podany es profesora emérita de Historia de la Universidad Politécnica de California, y dedica muchos esfuerzos a mejorar la enseñanza de la historia a los jóvenes. Su última obra, Tejedores, escribas y reyes. Una nueva historia del Próximo Oriente (falta añadir la palabra «Antiguo» en la cubierta de la edición castellana, ya que así se hace en la primera página) pone de manifiesto sus profundos conocimientos de las primeras civilizaciones que habitaron en el llamado «Creciente Fértil» a partir del quinto y cuarto milenio antes de Cristo, y lo hace a través del testimonio de infinidad de individuos, hombres, mujeres e incluso niños, que nacieron, vivieron y murieron en los territorios donde actualmente se ubican Iraq, Siria, Turquía, Irán y el Levante mediterráneo.

El título de la obra es revelador: tejedores, escribas y reyes. Nos anuncia de qué colectivos humanos nos va a hablar el libro. Los tejedores representan a toda la clase trabajadora, la inmensa masa de población que vivía en las ciudades y reinos de Mesopotamia, dedicada en su gran mayoría a la agricultura pero también a otras tareas de tipo artesanal, comercial, administrativo… Los escribas eran en general una clase social cuya ocupación consistía en tomar nota, registrar, dejar constancia de todo lo que fuera necesario para el funcionamiento del ciclo económico, administrativo y religioso de las ciudades, ya fuera a pequeña o a gran escala. Era un grupo reducido en comparación con el grueso de la población trabajadora, ya que pocos eran los que recibían la formación precisa para escribir, pero su importancia era vital, tanto entonces como ahora: sin ellos, sin sus escritos grabados en tablillas, nuestro conocimiento de aquel mundo sería muchísimo menor de lo que ya es. Y por último, un grupo más reducido todavía: el de los reyes y mandatarios, las dinastías que gobernaron los reinos mesopotámicos. La autora no renuncia, no puede hacerlo, a hablar de ellos, puesto que su historia también es necesaria para explicar la de las gentes sobre quienes mandaron.

El período que abarca la obra de Podany es de unos cuatro mil años: desde el cuarto milenio a. C. hasta el siglo IV a. C, con Alejandro Magno. La historia de la humanidad ha vivido apenas la mitad de ese tiempo desde entonces hasta la actualidad. Cuando se estudian civilizaciones tan remotas, a menudo se siente (o debería sentirse, si uno se para un segundo y toma conciencia de ello) una especie de vértigo provocado por el abismo temporal que nos separa de aquellas culturas: cuán distantes nos parecen, cuán diferentes debían de ser de nosotros, cuán distinto sin duda el modo de pensar y de obrar, de enfrentarse a la vida, de enfrentarse a la muerte. Pues bien: este es el gran reto que afronta Podany: el de demostrar que, en el fondo, aquellas personas no eran tan distintas a nosotros mismos, y de hecho sus comportamientos y actitudes ante el devenir de la vida eran muy parecidos a los nuestros, en un contexto que, este sí, no se parecía en nada al del presente. No eran seres de otro planeta con otras maneras de obrar y razonar: eran, sencillamente, nuestros antepasados, y esta  es solo una cuestión de tipo temporal.

El apoyo fundamental de que se vale la autora para enseñarnos quiénes eran y cómo vivían las gentes de la antigua Mesopotamia hace miles de años es el de la escritura, de ahí la importancia tan decisiva de los escribas en toda investigación histórica. Podany se ciñe a la escritura cuneiforme, aquella que se realizaba con la ayuda de un cincel sobre tablillas de arcilla, sobre piedra o en cualquier otro soporte que permitiera realizar inscripciones con un cincel. Su viaje comienza a finales del cuarto milenio en la populosa ciudad de Uruk, junto al río Éufrates, cerca del actual golfo Pérsico. La ciudad ya existía desde el sexto milenio antes de Cristo, y hacia el 3500 se había convertido en la más grande sobre el planeta, con hasta 40.000 habitantes. Y fue por aquel entonces cuando se produjo la aparición de unos modos de contabilizar materiales, de hacer recuentos y listados, empleando un sistema que se ha llamado protocuneiforme. Catálogos de materiales, enumeraciones de profesiones, listas de ingredientes… A menudo estas listas estaban firmadas por la persona que las había escrito.

Hace unos 5000 años, hacia el 2900 a. C., empiezan a aparecer textos que no son puramente administrativos, como el 90% de los restantes, sino que se dedican a ensalzar personalidades y a mencionar los logros personales de gente poderosa. Podany menciona a un rey de la ciudad de Lagash llamado Ur-Nanshe, como uno de los primeros que pensó en usar la escritura para dejar constancia de sus hechos personales. Poco a poco los gobernantes descubrieron que las palabras escritas podían trascender al tiempo y el mundo físico, llegando a dioses invisibles y a sucesores aún no nacidos. Proporcionaban, en definitiva, una medida de inmortalidad a quienes las pronunciaban.

Este es el punto de partida para un viaje, de la mano siempre de los textos escritos en cuneiforme (no olvidemos que el cuneiforme no es un idioma sino un modo de escritura, a través del cual podemos leer textos en acadio, sumerio, elamita, hurrita…), en el que los escribas nos hablan de la vida y actividades, casi siempre con su nombre de pila, no solo de reyes y dinastas, sino sobre todo de albañiles, esclavos, soldados, mercaderes, músicos, traductores, escultores, adivinos, jardineros, cerveceros… También reyes, reinas, príncipes, sacerdotes o funcionarios reales, pero es probable que nosotros, a pesar de que no somos tejedores, fabricantes de ladrillos o encargados del suministro de los ingredientes para fabricar cerveza, nos sintamos más afines a estos que a un rey que lleva un ejército a la victoria o firma un acuerdo matrimonial de su descendencia con la casa real de otro reino.

La infinidad de historias, grandes y pequeñas, y de personajes, también grandes y pequeños, proporciona un mosaico cultural inmenso que abarca tres mil años de historia y pueblos como el de los habitantes de Uruk, de Ur, Elam, Ebla, los sumerios, acadios, asirios, babilonios, egipcios, incluso hititas, persas o griegos. Nos enteramos de acuerdos comerciales, discusiones entre artesanos, el quehacer de niños obreros en los templos, intercambios de regalos, y un larguísimo etcétera que tiene como protagonistas a personas como nosotros que vivieron hace miles de años: panaderos, escultores, prensadores de aceite, sacerdotes, lavanderos, posaderas, mercaderes, ladrilleros, supervisores de tierras, funcionarios, agricultores, hombres de negocios… Nos enteramos también del modo de vida en ciudades tan lejanas en el tiempo y el espacio como Uruk, o de que las divinidades en todo el Próximo Oriente eran, por razones obvias, las mismas en todas partes pero con diferente nombre: el cielo (An en sumerio), el sol (Utu), la luna (Nanna), la tormenta (Ishkur); no eran los dioses de esos fenómenos naturales, sino que eran ellos mismos los fenómenos.

Tejedores, escribas y reyes no es un libro de fechas y datos, aunque como es lógico su narración sigue un orden temporal. El único listado es el que figura en un apéndice final: un elenco de los personajes principales cuyas historias han aparecido en la obra, con el nombre, oficio, ubicación, fecha y capítulo donde aparecen. A este le sigue una sucinta cronología que permite al lector una mínima ubicación en la línea del tiempo. Se trata de una obra que deleita con la infinidad de historias que aporta, cotidianas la mayoría, otras no tanto, y en cualquier caso provoca continuamente una sensación de cercanía respecto a unos individuos cuyas vidas, reconstruidas por Podany gracias a los textos y a la arqueología, no fueron tan diferentes de las nuestras. Una lectura infinitamente aprovechable, de las que inspiran vocación a lectores intrépidos y a quienes buscan el mero entretenimiento parecerá una delicia.

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Amanda H. Podany, Tejedores, escribas y reyes. Una nueva historia del Próximo Oriente, traducción de Raúl López López y Antonio Reguera. Córdoba, editorial Almuzara, 2024, 640 páginas.

 

     

2 comentarios en “TEJEDORES, ESCRIBAS Y REYES. UNA NUEVA HISTORIA DEL PRÓXIMO ORIENTE – Amanda H. Podany

  1. Farsalia dice:

    Lo tengo aún pendiente de leer, pero ganas no faltan…

  2. cavilius dice:

    Gran libro, en forma y en contenido. No te defraudará.

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