MIEDO Y DESEO – Alejandro Lillo
22 dEurope/Madrid marzo dEurope/Madrid 2019Notoria como es la índole social de nuestra especie, resulta casi una perogrullada sostener que en la literatura de ficción no solo se vuelca la subjetividad del escritor, también se expresa -bien que no de modo directo ni mecánico- el entorno sociocultural en que el artífice se desenvuelve. La literatura en general se ofrece a las ciencias humanas como un compendio de información codificada sobre la experiencia de la cotidianeidad en su respectivo contexto, aproximándonos a los usos y costumbres y los ritmos de vida característicos de determinadas sociedades y períodos históricos; pero también asoma como un repositorio de imágenes y conceptos asociados a las estructuras discursivas que articulan el andamiaje identitario de estas sociedades, proyectadas dichas estructuras en los puntos de vista, conocimientos, creencias religiosas, ideas políticas, prejuicios, criterios estéticos y juicios de valor que componen el bagaje intelectual y moral del literato (dicho de otra forma: en los elementos que hacen las veces de coordenadas mentales y espirituales del quehacer literario). Sobre esta sencilla premisa es que la historia cultural reivindica para sí -como también lo hacen la sociología y la antropología cultural, cada cual desde su particular perspectiva y con su propio arsenal metodológico- la prerrogativa de hacer de la literatura todo un campo de estudios, explorando en sus vastas latitudes a fin de cartografiar las claves de la mentalidad prevaleciente en tiempos pretéritos. Es así, pues, que el historiador valenciano Alejandro Lillo practica en Miedo y deseo un minucioso escrutinio de la célebre novela de Bram Stoker, Drácula (1897), rastreando en sus páginas vestigios de la mentalidad victoriana en la Inglaterra finisecular. Lillo acomete la tarea enfocándose en las voces de tres personajes: Jonathan Harker, pasante de abogado cuyas labores profesionales lo encaminan al castillo del conde Drácula, en la lejana Transilvania; Mina Murray, novia de Harker y luego su esposa; y John Seward, psiquiatra al mando de un sanatorio y responsable del tratamiento de R. M. Renfield, uno de los casos de locura más perturbadores bajo su cargo. Los testimonios dejados por ellos (en forma de sendos diarios de vida, los primeros, en forma de grabaciones de fonógrafo el tercero) dan cuenta de sus respectivas visiones de mundo, provistas ciertamente de rasgos personales pero de indudable arraigo en la época y la sociedad a que pertenecen. » seguir leyendo