En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, el joven peón de granja Walter Urban (alemán, diecisiete años de edad y ordeñador, por más señas) es reclutado por las Waffen-SS, en una acción que ha tenido el cariz de una encerrona, y que evoca uno de los procedimientos favoritos de los reclutadores de todos los tiempos: en la taberna del pueblo, con presencia de numeroso personal militar y con una de las autoridades locales inflamada de ardor bélico, cuya exhortación a enrolarse en el cuerpo armado de la Orden Negra los lugareños no tienen cómo rechazar -no sin arrostrar las aciagas consecuencias-. Junto a Walter ha sido atrapado su mejor amigo, Friedrich Caroli, apodado “Fiete”, también ordeñador pero de familia acomodada y, sobre todo, de un carácter más encendido que el del protagonista. Fiete es un espíritu agreste y contestatario, reluctante por naturaleza a la mentalidad de rebaño del régimen nazi; su dificultad para contenerse ya le ha acarreado problemas, de ahí la discordancia entre su origen social y su humilde ocupación. Tras un período de instrucción forzosamente abreviado, los amigos van a parar a unidades separadas, destinadas ambas a un frente húngaro que zozobra ante la embestida de la aplanadora soviética. Walter, encuadrado en una unidad de transporte, conduce camiones de aprovisionamiento, y lo que ve durante el corto tiempo de su participación en el conflicto confirma lo que no llega a formular en un discurso razonado (no recurre a las peroratas su artífice Rothmann, y se agradece): poco tiene que hacer el humanitarismo en un contexto como el de la guerra, aquella guerra en particular, que ha arrojado por la borda el repertorio de valores e ideales que proveían al autoproclamado rol de Occidente como primer baluarte de la civilización. En nada se parecen los envilecidos soldados del Reich a los que la propaganda pinta como los denodados y heroicos defensores de Alemania, ni casa la cruda realidad con una esquemática confrontación entre la Kultur germánica y la barbarie bolchevique –otro motivo caro a la propaganda nazi-. A su manera, menos impulsiva que la de Fiete, también Walter resulta ser un díscolo, pero por mucho que le soliviante la crueldad gratuita, ¿qué puede nuestro joven, minúscula partícula de un mundo convulso y desencajado, contra el plúmbeo peso de las circunstancias? Ocurrirá a la inversa: las circunstancias podrán con él, al punto que su ser entero quedará por siempre marcado por la nefanda primavera de 1945, cuando un incidente brutal le acarrea algo peor que la pérdida de la inocencia. » seguir leyendo