En la apertura del ensayo nos topamos con esta declaración: «Goya no es sólo uno de los pintores más importantes de su tiempo. Es también uno de los pensadores más profundos, al mismo nivel que su contemporáneo Goethe, por ejemplo, o que Dostoyevski, cincuenta años después». Arranque incisivo y eficaz, pleno de significado: el fallecido pensador búlgaro-francés anuncia de inmediato lo que será la piedra angular del libro, al tiempo que insinúa su reverso, la antítesis implícita. Siguiendo a Todorov, la imagen que de Goya predomina es la de un artista del tipo instintivo, genial e inigualable en su campo pero rudimentario en el plano de lo intelectual. Esta percepción, que no fue la de sus primeros biógrafos y comentaristas –hombres del siglo XIX-, debe su origen a las apreciaciones de la generación del 98 y al dictamen de Ortega y Gasset, quien juzgó que la expresión escrita del pintor aragonés no superaba la de un obrero. Por el contrario, asegura Todorov, Goya era un artista imbuido de las ideas más avanzadas de su tiempo, que eran las de la Ilustración, y no sólo las aprobó sino que hizo de ellas una especie de programa subyacente a una parte esencial de su obra. De esta se desprende una profunda reflexión sobre la condición humana, tan inquisitiva y decidora como la que deparan ingenios de la talla de los escritores arriba mencionados. Pesquisar las trazas del pensamiento ilustrado en el arte goyesco es precisamente el objetivo que Todorov se fija en este libro, articulado además por un segundo hilo conductor, asociado con la doble faceta creativa de Goya. Una de ellas es la que le rindió frutos pecuniarios y sociales, la de los encargos oficiales y de la Iglesia o de particulares de alcurnia, que reportaron al artista una cuantiosa fortuna, renombre y su estatus como pintor de la corte: beneficios muy apreciados por el propio Goya, que no dejaba de ser un hombre ambicioso y con bastante más que un punto de vanidad. La otra es la de las obras hechas para su propia satisfacción y desahogo personal, unas –hoy por hoy- muy famosas series de cuadros, grabados y dibujos, incluyendo las llamadas Pinturas negras, plasmadas originalmente en los muros de la Quinta del Sordo, su célebre residencia de vejez. Es en esta faceta que pone el foco Todorov, pues es ella la que condensa del modo más fidedigno el derrotero espiritual e intelectual del pintor y la que lo posiciona en el umbral mismo de la modernidad artística, de la que fue un insigne precursor. » seguir leyendo