El desencanto de la modernidad era en torno a 1900 un fenómeno transfronterizo, característicamente europeo, lo mismo que el ethos racionalista –savia del mundo moderno- al que Europa debía tanto su excepcionalidad entre las civilizaciones como su supremacía planetaria. Sin embargo, en ningún país tuvo dicho desencanto la magnitud y persistencia que exhibió en Alemania. En ninguna otra sociedad alcanzó el repudio de la modernidad un ímpetu tal que pudiese inspirar tantas manifestaciones del sentimiento antimoderno como las que proliferaban en Alemania en torno al cambio de siglo. Manifestaciones de esa índole no eran desconocidas en el Reino Unido, sede primigenia de la revolución industrial y agente principal de la globalización económica, que no por casualidad es de signo capitalista: muchos de los astros del firmamento antimoderno son de nacionalidad británica –piénsese en William Blake, Edmund Burke, Thomas Carlyle, John Ruskin, William Morris; piénsese en Walter Scott, lord Byron y los románticos en general, también en movimientos tan diversos como el de los ludditas, el de los prerrafaelitas y el Arts & Crafts. Algo similar puede decirse de Francia, en que la repulsa del legado racionalista o revolucionario congrega toda una constelación de escritores, artistas y pensadores, desde Louis de Bonald y Joseph De Maistre hasta Henri Bergson y Maurice Barrès (por no remitir más que al siglo XIX largo). Europa entera contribuyó a engrosar las filas del romanticismo, que se nutre desde sus orígenes del extrañamiento del mundo moderno. Con todo, sólo en Alemania pudo la reacción contra la modernidad reclamar para sí el carácter de fuerza estructurante, instalándose en el meollo de lo que cabe tener por una específica identidad nacional: paradoja de paradojas, habida cuenta del invaluable aporte alemán al desarrollo de la ciencia y la tecnología. Alemania, en efecto, estaba a principios del siglo XX en condiciones de dar un gran salto histórico, desplazando al Reino Unido como primera potencia industrial -ya lo era en áreas tan cruciales de la ciencia como la física y la química-. Simultáneamente, sus élites intelectuales y artísticas solían hacer gala de un hosco malestar frente a la modernidad, sentimiento éste que irradiaba a una parte significativa de la sociedad germana. Tamaña contradicción, que bien puede calificarse como existencial, es lo que distingue la vía alemana a la modernidad, una deletérea mixtura de racionalidad instrumental (racionalidad con arreglo a fines, base tanto del desarrollo científico-tecnológico como de la cultura burocrática) y de irracionalismo estético, pero también político. » seguir leyendo