En plena Segunda Guerra Mundial, un soldado alemán en la veintena, de nombre Walter Proska, regresa al frente –en la zona soviética- tras una breve licencia en su pueblo natal. El tren que lo transporta descarrila a causa de una operación de sabotaje efectuada por los partisanos, y el soldado se ve obligado a incorporarse a un diminuto destacamento del ejército, cuya base de operaciones es un improvisado refugio en medio de una región boscosa y pantanosa (¿Bielorrusia?), próximo a un villorrio que es también una pequeña estación ferroviaria (con su correspondiente custodia militar). La unidad consta de apenas siete hombres, contando el suboficial que los comanda; uno de ellos muere tiroteado por el enemigo el mismo día que Proska se les une: el nuevo será su reemplazo. El suboficial, un cabo, es un sujeto un tanto extravagante y desquiciado, alcoholizado y propenso a la brutalidad; poseído por su (ínfimo) rango de autoridad, vela puntillosamente por el más nimio artículo en tanto sea propiedad del ejército –así sea una manta raída o una simple cuchara-, ejerce el mando con aspereza y desecha todo cuanto asemeje unos escrúpulos humanitarios: no titubea en ejecutar a traición a un sacerdote polaco al que juzga coludido con los partisanos. Sus subordinados constituyen un muestrario de personalidades de variada extracción social, incluyendo un antiguo artista circense –un tragafuegos que se niega a demostrar sus artes mientras sus compañeros no le hagan una generosa cesión de sus raciones de aguardiente-, un universitario que ha debido interrumpir sus estudios superiores en Königsberg y que gusta de filosofar, y un silesiano de habla polaca y que a trancas y barrancas se da a entender en lengua alemana; en sustitución de su largo e impronunciable apellido, lo apodan “Cadera”: cojea levemente desde que fuera herido en esa parte del cuerpo, circunstancia que, unida a su físico alto, huesudo y desgarbado, lo vuelve una figura característica (por si fuera poco, es también un parlotero incansable aunque simpático). A la alucinante atmósfera moral que brota del nuevo destino de Proska, obligado a adaptarse a la compañía de individuos que pronto se revelan bastante extraños, se suman las agobiantes condiciones del lugar (hace mucho calor y los mosquitos son una plaga insufrible) y las que derivan del estado de guerra; las cosas no marchan bien para las armas del Eje y los guerrilleros amenazan con sobrepasar a las exiguas fuerzas alemanas. » seguir leyendo