LOS LIBROS DE JACOB – Olga Tokarczuk

Está escrito que tres son las cosas que vienen cuando no se piensa en ellas: el Mesías, un objeto extraviado y un escorpión.

Lo más honesto que una reseña puede hacer con esta novela es recomendar al lector que se salte la reseña, que no la lea en absoluto y acuda directamente al libro. En general este es un buen consejo, válido para libros, películas, conciertos, experimentos culinarios, etc. Empezar de cero, sin información, sin ideas preconcebidas. Así que ahí va: no sigáis leyendo esta reseña, tomad la novela y zambullíos en ella. Básteos saber una sola cosa: la novela es buena. Endiabladamente buena. Valga el oxímoron.

Bien, puesto que seguís posando los ojos sobre estas líneas, parece que preferís saber algo acerca de Los libros de Jacob antes de invertir horas, días, semanas y quizá incluso meses, en su lectura. Son más de mil páginas; es lógico, vuestras reservas tienen sentido. Así que vamos a disiparlas. Este es el argumento: un erudito polaco, a la sazón sacerdote católico, llamado Benedykt Joachim Chmielowski, ha escrito una obra titulada Nueva Atenas, volumen enciclopédico en tamaño y en propósito. El título completo es Nueva Atenas o Academia llena de toda ciencia plena, dividida en diversos títulos y clases. Erigida a los sabios para los Memorándums, a los idiotas para el Aprendizaje, a los políticos para la Práctica, a los melancólicos para el Entretenimiento. Estamos en los inicios de la segunda mitad del siglo XVIII en la ciudad de Rohatyn, población que en la actualidad es suelo ucraniano pero en aquel entonces pertenecía al reino de Polonia, o para ser más exactos a la República de las Dos Naciones, o dicho de otra manera, a la Mancomunidad de Polonia-Lituania. El cura Chmielowski pretende ampliar su ya mastodóntica obra, pues reconoce en ella una carencia grave: el saber de los judíos brilla por su ausencia. Así, acude al barrio judío de Rohatyn en busca de la sabiduría hebrea con la que completar su Nueva Atenas, sabiduría que solo se halla en libros de difícil acceso para quienes no profesan esa fe. Libros escritos en hebreo, claro, idioma que él, pese a su erudición, desconoce. De modo que Chmielowski necesita ayuda. La búsqueda le conduce hasta un establecimiento llamado Shor Almacén de Mercancías, donde se halla el negocio y la laberíntica casa de la familia del sabio rabino Elisha Shor.

Esto es lo que se cuenta en las primeras 90 o 100 páginas. En sí mismo podría constituir el argumento de una novela, una en la que se lleva a cabo un riquísimo y apabullante despliegue de información y detalles acerca de la vida de los judíos, de la época, de Polonia, y hecho además con un estilo vivaracho y casi alegre, en el extremo opuesto a la monotonía y el tedio. Un estilo que provoca la sensación de que no hay frase gratuita, hueca o de relleno; todas enriquecen, todas aportan, todas cumplen una función. Sin embargo, se trata solo del comienzo, la introducción, apenas una mínima parte de lo que está por venir, de una historia en la que Chmielowski es un mero secundario que aparece y desaparece y cuya trayectoria es una simple, limitada y parcial pieza (“el cura decano Chmielowski conoce el mundo solo por los libros”), apenas un árbol dentro de un bosque inmenso. Un bosque y una historia en la que el protagonismo lo asume un individuo que es nombrado por primera vez durante la boda que se va a celebrar en la casa de Elisha Shor en el momento en que el cura Chmielowski se presenta. Un individuo llamado Jenkel Lejbowicz, también conocido como Jacob Frank o, simplemente, Jacob.

¿Y quién es Jacob? Al igual que Chmielowski y que tantos otros, muchísimos, hombres y mujeres que aparecen en la novela, Jacob existió realmente. Fue un judío polaco (si naciera ahora sería ucraniano) de orígenes humildes que se autoproclamó el mesías que el pueblo judío lleva esperando desde los tiempos de Abraham, de Isaac y de… Jacob. La diferencia radical, diría yo (que me corrijan los teólogos), entre la fe cristiana y la judía consiste en que para la primera el mesías (מָשִׁיחַ, māšîaḥ), el enviado de Dios al mundo para salvarlo, ya llegó hace 2023 años: se trata de Jesús de Nazareth, el llamado Mesías por antonomasia. En cambio los judíos creen que Dios aún le debe al mundo su māšîaḥ, que aún no lo ha enviado. Jacob vino a rellenar ese hueco, esa carencia, poniendo fin a la espera y provocando así una auténtica crisis en el seno de las comunidades judías, pues si su fe se basaba en aguardar la llegada del mesías, una vez esto ya sucedió ¿qué pasaba con su fe? ¿En qué se convertían ellos? ¿En católicos? ¿En cristianos seguidores de un nuevo Cristo —χριστός, “cristo”, no es más que la versión griega del término hebreo māšîaḥ: “ungido con el aceite consagrado”, “elegido” incluso—? Los libros de Jacob se hace eco, uno más de los mil elementos que cobran importancia en la novela, de esa desazón social y espiritual que produjo la aparición de Jacob. Desazón pero también entusiasmo y fe incondicional, pues el mensaje del recién llegado era cualquier cosa menos apocalíptico:

Apareció otra vez Dios a Jacob, cuando había vuelto de Padan-aram, y le bendijo. Y le dijo Dios: «Tu nombre es Jacob; no se llamará más tu nombre Jacob, sino Israel será tu nombre»; y llamó su nombre Israel. También le dijo Dios: «Yo soy el Dios omnipotente: crece y multiplícate; una nación y conjunto de naciones procederán de ti, y reyes saldrán de tus lomos. La tierra que he dado a Abraham y a Isaac, la daré a ti, y a tu descendencia después de ti daré la tierra».
Génesis 35:1-25.

Pero ¿cómo es este individuo en realidad? ¿Qué aspecto tiene?

Jacob Lejbowicz, es alto y de buena complexión; vestido a la turca, recuerda a un pachá. Lo llaman «El sabio Jacob», aunque todavía no ha cumplido los treinta.

En cuanto a su carácter, definirlo es muy simple: Jacob es una buena persona:

Jacob es hermoso, y allí donde aparece todo cobra sentido y ocupa su justo lugar.

Pero también es un hombre indómito:

No es un sabio, sino un rebelde.

Y un revolucionario:

Debemos pisotear todas las leyes porque ya no son de obligado cumplimiento y si no las pisoteamos lo nuevo no podrá aparecer. Porque las leyes viejas estaban hechas para tiempos pasados, para un mundo que aún no estaba salvado.

Es capaz de lo mejor y también de lo peor:

Jacob es obsceno, promiscuo, amable, luminoso.

Posee el místico magnetismo de los líderes espirituales:

Mi alma es inseparable del alma de Jacob. No sé explicar de otra manera lo unido que me siento a él.

Y sin embargo, es un hipócrita:

Proclamó urbi et orbi que era el señor de la vida y la muerte y que los que con todo su corazón creyeran en él nunca morirían. Sin embargo, cuando, pese a ello, murieron algunos de sus partidarios más allegados, y se le pidieron explicaciones, se limitó a decir que por lo visto no creían en él con suficiente sinceridad.

En cualquier caso, Jacob reconforta a sus seguidores con su sola presencia, pues en él reside la verdad, el conocimiento, la luz:

No hay mayor alivio que saber que existe un hombre que sabe de verdad. Pues nosotros, seres corrientes, nunca tenemos semejante convicción.

A pesar de ello, no todos los judíos siguen los pasos de Jacob. Los hay que no creen en él, por la simple razón de que no lo necesitan:

Los ricos y satisfechos no tienen prisa por ver al Mesías: al fin y al cabo, el Mesías es ese alguien a quien se espera eternamente.

Sea como fuere, lo que define, distingue y eleva a Jacob por encima del resto de mortales, situándolo en un plano cuasi divino, es que él posee una sabiduría superior. Jacob conoce

la raza de-mehemanuta, el secreto de nuestra fe. Un secreto que pocos son lo suficientemente maduros para oírlo. Es tan inconmensurable que cuando el hombre lo conoce, su cuerpo empieza a temblar. Solo puede ser susurrado al oído del más allegado y solo en una habitación oscura, para que nadie lo adivine, ni por el movimiento de los labios ni por el rostro transformado por el asombro.

Y esta es, en definitiva y en pocas palabras, la novela: esté o no en escena el personaje de Jacob, a lo largo de las más de mil páginas se realiza la plasmación de qué y cómo es él, qué cosas hace y dice, dónde está, dónde ha ido y dónde irá, qué ha hecho o hará allí, qué consecuencias han tenido sus palabras y sus acciones. Porque sí, Los libros de Jacob relata muchas y diversas historias: la de Antoni Kossakowski, rebautizado Moliwda; la de Nachman; la de Reb Mordke; la de los distintos miembros de la familia Shor; la del obispo Sołtyk; la de la dama Katarzyna Kossakowska… Pero son historias que se entroncan y se relacionan entre sí, y así nos damos cuenta de que la búsqueda del cura Chmielowski de libros escritos en hebreo narrada al principio no es sino una de las muchas que circulan y avanzan y se tejen unas con otras, y la narración las recorre en el espacio y en el tiempo, como la vida misma, que no consiste en una historia —la mía, la tuya, la de cada uno de nosotros— sino en muchas que progresan y avanzan a la vez, que se conectan y se cruzan y se unen y se separan, ejerciendo como eje vertebrador de todas ellas la figura en mi caso de un servidor, o la tuya en tu caso, lector, o la de Jacob en el caso de la novela. Y cada una de esas historias, como la del propio Jacob de la cual forma parte, es tan importante como el resto, y por ello es descrita con mimo y minuciosidad, no como si se tratara de una narración colateral y adyacente sino como si fuera la historia misma de la novela y como si la novela consistiera en esa misma historia. Porque eso precisamente es el libro, los libros, los libros de Jacob.

Jakob Joseph Baron von Frank-Dobrucki during his last years

Fuente: Wikipedia

Pero esto no es todo. En realidad no es ni siquiera lo más significativo. Lo más importante no es lo que pasa, ni ninguno de los personajes que pueblan la novela y la inundan con sus alegrías y sus desventuras, sus hechos y sus reflexiones. Lo más importante de Los libros de Jacob es Yenta. ¿Y quién es Yenta? Yenta es una anciana judía que muere exactamente en la primera página. Pero no muere, solo lo parece: ingresa en un estado de vida-muerte y en él permanece a partir de entonces. Un estado que le permite viajar en el espacio y el tiempo, y así verlo todo, y oírlo todo. Y Yenta, “que lo ve todo”, sobrevuela todas las historias, todos los lugares, y ora nos cuenta un fragmento de la historia de este personaje, ora de este otro, haciéndole pensar al lector que él es como Yenta, la anciana que ve todas las historias pasadas, presentes y futuras, y conoce así el lector que todas ellas son retales de la misma gran tela, del mismo gran manto, el manto de Jacob.

Además de la voz del narrador, que habla siempre en presente y que lo cuenta y lo describe todo con inexorable precisión, otras diferentes y abundantes voces surgen para contar la historia de Jacob, voces que se manifiestan a través de numerosísimas y extensas cartas, diarios, memorias o reflexiones personales: el erudito y mojigato cura Chmielowski, la aguda y elitista Katarzyna Kossakowska, el inspirado y algo místico Nachman… Así como los discípulos de Jesús recorrieron el mundo contando cosas del Maestro, del mismo modo los personajes relatan, siempre desde su particular y sesgado punto de vista, cómo es el mundo en el que viven, un mundo que ya no es el mismo desde que Jacob está en él. De este modo, la novela es un continuo ir y venir en el espacio y, alguna que otra vez, también en el tiempo; una sucesión de saltos de un personaje a otro, de una perspectiva a otra, conformando así un gran caleidoscopio a través del cual el lector contempla un enorme fresco de la Europa del este del siglo XVIII, en el que quedan reflejados los conflictos religiosos (“Polonia es un país en que la libertad de culto y el odio religioso se encuentran en igualdad de condiciones”), la vida en las ciudades, la vida campesina… Los libros de Jacob o gran viaje a través de siete fronteras, cinco lenguas y tres grandes religiones, sin contar otras pequeñas es el título completo de la obra, y hace honor a lo que contienen sus páginas: diversidad de lugares de toda Europa (desde Rohatyn hasta Esmirna o Tesalónica), diversidad de idiomas (latín, hebreo, ladino, turco, ruteno) y diversidad de religiones (judía, católica y musulmana). “El «hombre santo», acompañado por un gran número de seguidores, se encuentra en Sofía y obra milagros”, se dice en algún momento, y es que Jacob recorre Europa de este a oeste y de oeste a este, y se mueve entre Turquía y Polonia, o para decirlo con propiedad, el Imperio Otomano y la Mancomunidad de Polonia-Lituania, territorios fronterizos en aquella época. ¿Es este el punto fuerte de la novela? ¿La construcción de ambientes, la recreación histórica, la plasmación del aroma de la época? Desde luego lo es, pero la caracterización minuciosa de los innumerables personajes (tantos que haría falta un índice de nombres para no perderse) no lo es menos. Nada es menos en esta novela.

Y en especial es destacable el personaje de Jenkel Lejbowicz, Jacob. La novela juega con la ambigüedad de su carácter, aunque ¿acaso existe algún ser humano sin matices, sin contradicciones? No, por suerte. Y en el caso de Jacob, estas se manifiestan a menudo y sin recato, llevando al conflicto a sus acólitos en numerosas ocasiones. ¿Es que Jacob no debería ser todo bondad, como lo fue el Mesías cristiano? Tal vez, pero la siguiente cita, que no sale de su boca, bien podría pertenecer a su repertorio:

Cuando consideras bueno el mundo, el mal se convierte en excepción, carencia y error, y nada encaja. Mas si partes de la premisa contraria, de que el mundo es malo y lo excepcional es la bondad, todo cobra sentido.

Y sin embargo, o tal vez por ello, Jacob hace el bien y obra milagros, pero también amonesta y ridiculiza, y es egoísta y ambicioso. Su deseo no es la verdad, aunque quizá lo parezca.

No merece la pena buscar la verdad por la verdad. En sí misma la verdad siempre es complicada. Hay que saber para qué la necesitamos.

De nuevo no es una frase de Jacob sino en este caso de Katarzyna Kossakowska; pero es muy probable que Jacob la hubiera firmado.

Los libros de Jacob es más que una “novela río”; se le ajusta mucho mejor una expresión acuñada por la propia autora: “tiene una construcción de tipo constelación”. Teniendo en cuenta esto y lo dicho en esta extensa reseña (que, conviene recordar, recomendé no leer), que cada cual imagine lo que quiera de esta novela singular y única, cuyo millar de páginas está numerado de mayor a menor, empezando por la 1064 y terminando en la 1. Así, con este orden decreciente, todo deviene perfecto, acabado y se siente una especie de vértigo al llegar al final; la novela parece toda ella calculada al milímetro para que su última página cuadre y coincida con el número 1 (incluyendo agradecimientos, y algún que otro anexo). Acabar con cualquier otro número es completamente casual y azaroso, no tiene nada de especial. Como esas canciones que se acaban por puro agotamiento, por inercia, porque hay que acabar ya, y se limitan a repetir el estribillo bajando el volumen poco a poco hasta el silencio. Una canción que acaba cuando le corresponde, cuando ya lo ha dicho todo, es redonda. Y que una novela acabe con la página 1 es la suma perfección. Bien, ojalá fuera esta la intención que llevó a la autora a la numeración inversa, pero en la nota bibliográfica que acompaña la novela, ella misma indica la razón: una razón hermosa, pero nada mística.

Y hablando de la autora, Olga Tokarczuk, sírvase el lector indagar por su cuenta; esta reseña ya es suficientemente larga y se podrían decir muchas cosas. Baste mencionar que Los libros de Jacob se escribió en 2014 y Tokarczuk recibió el Premio Nobel de Literatura en 2019 (correspondiente al 2018). Fue ese el detonante para comenzar a volcar al castellano sus escritos, ya que hasta esa fecha había poco traducido. A este respecto hay que destacar la encomiable labor de los traductores de Los libros de Jacob, Agata Orzeszek y Ernesto Rubio, por su titánica labor, no solo en cuanto al volumen de páginas sino también por la dificultad: en una nota final ellos mismos mencionan su intención de mantener el lenguaje dieciochesco del texto original, así como los criterios empleados para la traducción, o no, de topónimos y nombres propios, y la conservación de caracteres pertenecientes al idioma polaco.

Esta es la historia de Jacob Frank, autoproclamado mesías de los judíos en pleno siglo XVIII. Pocas veces leeremos una novela semejante. Hay quien la coloca en el mismo estante que Guerra y Paz e incluso que el Quijote. Juzgue el lector por sí mismo.

 

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Olga Tokarczuk, Los libros de Jacob (traducción de Agata Orzeszek y Ernesto Rubio). Barcelona, Anagrama, 1064 páginas.

     

9 comentarios en “LOS LIBROS DE JACOB – Olga Tokarczuk

  1. Farsalia dice:

    Reseñón para un novelón que leí hace nueve meses y que me tuvo atrapado durante diez días Inmensa es poco, adictiva sería hacerla de menos, magnífica ambientación es quedarse corto… y fantástica pléyade de personajes, sin duda alguna. De las mejores novelas que he leído en lo que va de siglo, su extensión y esa «constelación» que construye apabullan, pero una vez entras en su mundo (más allá del judío de la Polonia de la segunda mitad del siglo XVIII) quedas atrapado. Tokarczuk despliega poco a poco su tapiz y lo hace con un buenísimo y muy sólido pulso narrativo. Para quienes deseen profundizar sobre la cultura judía en la Europa oriental, a caballo del Sacro Imperio Germánico, la antigua Polonia y el Imperio otomano, con Rusia no muy lejos, es una espectacular panorámica de un tiempo y unos espacios que pronto cambiarían. A Jacob lo conocí de la mano de David Abulafia en El gran mar. Una historia humana del Mediterráneo hace un tiempo, pero aquí se muestra con sus muchas caras desde la ficción.

    Excelente… yo no habría sabido hacerle tanta justicia como esta reseña.

  2. cavilius dice:

    Gracias. Solo hay que dejarse llevar por la novela, y la reseña sale sola.

    Se trata de una novela total, omnímoda urbi et orbi, un auténtico crisol de mundos, culturas, personajes, ideas… Conviene, eso sí, que el lector no tenga prisa y la disfrute página a página sin mirar cuántas le quedan para acabar (no tendría sentido hacer eso, puesto que la novela acaba en la página 1).

    Una novela diferente como hay pocas.

  3. hahael dice:

    Gracias, Cavilius, por la reseña. Este libro lo tengo que leer, voy a averiguar como anda mi clona de tiempo libre.

  4. cavilius dice:

    Me atrevo a decir que te encantará, Hahael. A ti especialmente..

  5. Iñigo dice:

    Si no tuviese taaaaantos libros en lista de espera le echaría un ojo… Pero va a ser que no, y creo que lo sentiré mucho.

  6. Hahael dice:

    estoy seguro, ya tenía a esta autora en la mirilla, ahora va a ser que sí.

  7. José Luis Martínez dice:

    Ayer compré el libro y no he podido dejarlo; pero me topé con tu reseña, no te hice caso y la lectura de tu comentario me animó más para continuar con mi lectura. Gracias: lograste una magnífica invitación a la lectura.

  8. cavilius dice:

    Gracias, José Luis. El libro merece todos los elogios.

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