LOS JUDÍOS EN ESPAÑA – Joseph Pérez
Este libro es lo que parece: una síntesis de lo que puede saberse acerca del tema judío y sefardí. No intenta aportar nada nuevo, a excepción de los comentarios y opiniones del propio autor (hispanista francés de origen español y bastante éxito comercial, dicho esto sin segundas), sino que se limita a exponer de una manera rigurosa la historia de los judíos en España, y de los sefardíes fuera de ella. Una historia compleja y dramática, a veces emocionante, además de proclive como pocas a ser tratada desde el prejuicio o el romanticismo. El resultado es un libro con mucha sustancia y que a mí me parece muy recomendable.
Básicamente, tiene tres partes: España con judíos (en Al-Andalus y los reinos cristianos, donde florece el Siglo de oro judío entre el XII y el XIV, principalmente en Castilla), España sin ellos pero con el “problema converso”, y el XIX en adelante con el “descubrimiento” de los sefardíes.
Pero como se veía venir, buena parte del libro está dedicada a aclarar malentendidos, matizar lugares comunes y desmontar los mitos que existen en torno al tema. A saber: la palabra Sefarad nunca designó a la España medieval, y tan sólo empezó a usarse a raíz de la expulsión; no hubo idílica convivencia entre las tres religiones, sino una tolerancia entendida más como “sufrimiento de una cosa que se entiende mala, pero se cree conveniente dejar sin castigo” que como moderno respeto; es impropio hablar de “tres culturas” puesto que sólo había dos dominantes, la musulmana y la cristiana, a la que los judíos se incorporaban; no es cierto que los judíos se dedicasen mayoritariamente al préstamo y el comercio, ni tampoco que los cristianos no se dedicaran a ello; no se sostiene buscar en los judíos los orígenes del capitalismo europeo, ni tampoco los del desarrollo económico español; la expulsión de 1492 no supuso una catástrofe económica ni demográfica, ni marcó el fin de la ciencia en España. En fin, Pérez da por hecho que el lector ya ha oído hablar de todo esto y cada desmentido es convenientemente argumentado.
Hay otros puntos fuertes del libro, como el problema converso, y de cómo en una España oficialmente sin judíos conviven el criptojudaísmo y las conversiones sinceras bajo la alargada sombra de la Inquisición y la psicosis cristianovieja, que parecía multiplicar el número de los judaizantes. O el periplo de los expulsados, con esa extraña fidelidad a la tierra que les ha expulsado, y el mantenimiento del idioma castellano como lengua de cultura, si bien esa fidelidad es a veces más reflejo del aislamiento que de la nostalgia. Pérez comenta que el idioma era visto por muchos como la lengua de los judíos, ignorantes de su origen, como en la vieja sefardí de Salónica que llega a La Habana y piensa que allí todos lo son.
Pero más allá de las anécdotas – que hay muchas y sabrosas- también se tratan otros temas de mucha miga, como la expulsión de 1492, que pone fin a una España que pudo ser, pero que no resulta extraordinaria en su contexto: lo raro del caso español sería más bien la relativa autonomía de las comunidades judías – las aljamas, que no tienen nada que ver con los guetos- y la importancia de algunos sus miembros. Pérez insiste en que la expulsión era el fin deseado, pues lo que se buscaba era la conversión, a la que se prestaron las principales personalidades judías, con padrinos de bautizo tan ilustres como los propios Reyes Católicos. Esto lleva al punto más interesante del libro, y es la distinción entre antisemitismo y antijudaísmo. Pérez opina que es anacrónico hablar de “racismo” antes de que surja el moderno concepto de raza en el XIX, y por tanto en España deberíamos hablar de antijudaísmo, como un problema básicamente religioso y político. Si un judío se convertía daba de ser un problema, lo cual es radicalmente distinto al antisemitismo (con todas las reservas hacia esa palabra) del siglo XX, cuando el judío lo era sin posibilidad de renuncia. Esto contrasta con la opinión de otros autores, que basándose en los estatutos de limpieza de sangre y la discriminación sistemática ejercida contra católicos convencidos en función de sus orígenes, opinan lo contrario. El caso de los chuetas (xuetes) mallorquines, citado de pasada en el libro y que llega hasta el siglo XX, es paradigmático. Aún aceptando estos casos, creo que la postura de Pérez es muy convincente.
Hay también espacio para ver lo que Pérez “filosefardismo oficial” – más retórico que otra cosa- que surge en el XIX y se mantiene con Primo de Rivera y la II República, hasta que llega el momento de la verdad con la IIGM y el franquismo. Aquí encontraremos comportamientos ejemplares de diplomáticos españoles, como el del famoso Sanz Briz en Budapest, conviviendo con una política oficial no siempre tan ejemplar – también hubo entregas a la Gestapo – si bien la balanza es, en general, favorable al régimen a juicio de Pérez. El antijudaísmo español estaba muy lejos del antisemitismo alemán.
En resumen, un libro que muestra muchas ganas de poner sensatez y rigor en un tema tan dado al prejuicio rancio como a la ensoñación nostálgica.
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