LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER – Svetlana Alexiévich
Dos son las premisas que sustentan este libro, en el sentido de convicciones que incentivaron a Svetlana Alexiévich a escribirlo: a) la Historia desde el punto de vista de las personas corrientes sí importa, y b) la guerra es más terrible para las mujeres que para los hombres, lo que en el fondo viene a ser otra forma de decir que la guerra concierne ante todo a la masculinidad. «Los hombres -escribe la periodista- se ocultan detrás de la Historia, detrás de los hechos; la guerra los seduce con su acción, con el enfrentamiento de las ideas, de los intereses… mientras que las mujeres están a expensas de los sentimientos». A diferencia de ellos, nada prepara a las mujeres para la batalla. Habiendo estado expuestas en calidad de combatientes a las mismas experiencias y a los mismos rigores que los hombres, las mujeres recuerdan de otra manera, enfocándose con frecuencia en lo que ellos desdeñosamente consideran “pequeñeces”. Pero son justo estas presuntas pequeñeces las que interesan a Alexiévich, a quien la motiva no el escribir sobre la guerra «sino sobre el ser humano en la guerra»: su interés está en la humanidad sufriente y corriente, en lo que hay de eternamente humano en los vastos acontecimientos históricos. Le interesan los sentimientos, los padecimientos, los sacrificios, no las ideas ni las grandes causas por las que los poderosos inmolan a multitudes. Y es la voz de los humildes y los pisoteados la que mejor testimonia el drama de la guerra, porque ellos, y sobre todo ellas, hablan desde el corazón. Si, como afirma Alexiévich, recordar es un acto creativo en vez de la plasmación de un relato imperturbable del pasado, en las personas sencillas los filtros y procesamientos de la memoria son menos sofisticados que en las personas cultivadas. Las mujeres humildes hablan con sus propias palabras en vez de hacerlo con las de la prensa o los libros. Por lo mismo, por todo lo anterior, Svetlana Alexiévich pasó siete años de su vida –a partir de 1978- recopilando cientos de testimonios orales de mujeres soviéticas que participaron en la denominada Gran Guerra Patria contra la Alemana hitleriana. Tras un denodado trabajo de orden y selección, La guerra no tiene rostro de mujer es el fruto de la empresa.
Culminada la tarea, la autora debió sortear una serie de escollos para ver publicado el libro, el primero de su carrera periodística. Las editoriales lo rechazaban aduciendo que era demasiado naturalista e inconveniente, un escrito contraproducente por su total desafección de la mirada oficial de la Historia. En vez de exaltar la gloria y las hazañas de los combatientes, o el papel del Partido y sus dirigentes, o el de los jefes militares, atendía únicamente al lado sórdido de una guerra que, como ningún otro suceso, había conferido prestigio y legitimidad (aparente) a la Unión Soviética. Degradaba también el papel de la mujer en la gran conflagración, argüían los editores, ya que rompía con la imagen de las mujeres como unas santas y unas heroínas. Empero, glásnost mediante, la autora pudo al fin publicarlo en 1985, y en una gran tirada de dos millones de ejemplares. El éxito del libro fue fulgurante.
El trabajo de Svetlana Alexiévich sacó a la luz una faceta oculta del asunto, sepultada bajo el peso de los estereotipos y eslóganes que conformaban el discurso oficial. Durante décadas, las supervivientes se habían obligado a guardar silencio, confinando en su interior lo que habían visto y experimentado durante la guerra. Cuantas referencias hicieran a ella, incluso en la intimidad familiar, siempre eran indisociables del imaginario bélico de los monumentos, los textos de historia y las grandilocuentes consignas del régimen. Fueron muchas barreras impuestas por años y años de autocontrol –de autocensura, técnica de supervivencia indispensable en un contexto totalitario- las que debió derribar la periodista para llegar a la verdad de cada una de sus entrevistadas. Explica Aleviéich que bastaba que estuviera presente un familiar, conocido o vecino para inhibirlas y volverlas insinceras, degenerando la entrevista en una conversación pública en que la interlocutora ajustaba cada palabra a “lo que es debido”. No menos gravitante fue, en el plano público, el escamoteo sistemático del papel de las mujeres vestidas de uniforme militar. Casi un millón de ellas sirvieron en las filas del Ejército Rojo, una buena proporción como combatientes igual de sufridas que los varones, no obstante lo cual en la posguerra la discriminación sexista fue patente. Cuando regresaron a sus hogares, los hombres ya no las veían como mujeres en toda regla sino como a seres contrahechos a los que se había extirpado la femineidad. Desaparecieron la camaradería y el respeto con que las habían obsequiado tanto oficiales como soldados en el frente. Si querían casarse, debían relegar al olvido su pasado guerrero. Y los reconocimientos a su sacrificio fueron escasos. Pasaron por lo menos tres décadas antes de que empezaran a homenajearlas públicamente, a invitarlas a dar ponencias sobre su participación en el terrible acontecimiento… a condición de que se plegaran a la versión patriótica y heroica del mismo.
Plantea la autora en los prolegómenos, extractos del diario de elaboración de La guerra no tiene rostro de mujer: «No estaría mal escribir un libro sobre la guerra que provocara náuseas, que lograra que la idea de la guerra diera asco. Que pareciera de locos. Que hiciera vomitar a los generales…». Está clara la intención antibelicista de Svetlana Alexiévich, y es conmovedora su candidez y la nobleza de sus propósitos. Los testimonios reproducidos son en verdad sobrecogedores, y el conjunto resultante es un muy estimable aunque quimérico alegato contra la guerra. ¿El Premio Nobel de Literatura? Un yerro, a mi entender. Fuera de la necesidad de juzgar con prevención la relevancia del premio -que como parámetro de calidad de la literatura coetánea es muy deficiente, dadas sus penosísimas omisiones-, mi opinión es que los libros de Svetlana Alexiévich no satisfacen un requisito que para la Academia Sueca debiera ser irrenunciable: pertenecer al ámbito de la literatura. Para el periodismo hay otros premios.
– Svetlana Alexiévich, La guerra no tiene rostro de mujer. Debate, Barcelona, 2015. 365 pp.
Buena reseña como siempre, Rodrigo.
Creo recordar que en algún hilo del foro comenté que este libro me pareció muy superior a Voces de Chernóbil. También El final del «homo soviéticus» me ha dejado un buena impresión y tengo pendiente Los muchachos de Zinc, sobre la guerra en Afganistán.
La autora proporciona una visión diferente de los conflictos que trata centrándose sobre todo en la parte humana, los sentimientos y emociones que expresan sus testigos. Muy recomendable si sabes lo que vas a leer.
El libro es una notable muestra del género testimonial, y como tal debe ser valorado. Vale muchísimo la pena. Espero leer pronto alguno de los otros títulos de la autora.
Gracias, Toni.
Rodrigo, ¡vuelves por tus fueros! Cuando he visto el título he pensado: esta reseña ya sé de quién es…Bingo! Como siempre, de excelente factura.
Tema terrible que no creo que me decida a abordar, por ahora me mantengo en el western…
No estoy muy segura, sin embargo, de que sea verdad eso de que la guerra afecte más a las mujeres que a los hombres. Creo que afecta a ambos, pero de distinto modo, quizás.
Pues me parece que eso es lo que dice la autora, Ario. No es que la guerra deje de afectar emocionalmente a los hombres, según ella, sino que éstos se escudan en consignas patrióticas, la idea del honor y cosas por el estilo.
Si, si, el honor es un verdadero problema en los hombres, han de mantenerlo sea como sea…muchas veces a costa de las mujeres, que son capaces de dejar a un lado el honor para salvar la vida de su familia, por ejemplo.
De la autora, por ahora, solo leí Voces de Chernobyl. Debo confesar que cuando comencé, me indigné con muchos de uds, que habían sido muy criticos con respecto al merecimiento del Nobel. Seguramente conmovido por la mayoría de esos testimonios tan fuertes, no podía apreciar nada del estilo. Hasta que los relatos se fueron repitiendo, la dinámica se tornó monotona y reparé en que la idea del libro era brillante, pero en cuanto a construcción literaria…… Es más lo abandoné y tuve que casi forzarme a terminarlo por etapas, casi como quien lee una revista.
He leído comentarios sobre lo reiterativo del libro sobre Chernobyl. Debo decir que el reseñado no me causó esa impresión. Por otra parte, un riesgo que corren los libros testimoniales de tipo recopilatorio es que, sobre todo si son muy extensos y de asunto muy dramático, acaben por atosigar al lector, embotando su sensibilidad y su capacidad de empatizar con lo que lee. Es un problema real, que afecta a publicaciones tan importantes como son Archipiélago Gulag y el Libro negro editado por Grossman y Ehrenburg. No creo que sea el caso de La guerra no tiene rostro de mujer , que de hecho no es un libro muy largo.
Tienes mucha razón, Rodrigo, en esto que afirmas, pues muchas veces se mezcla en literatura el mensaje ideológico, que en muchos casos denuncia hechos terribles pero que se pueden denunciar casi mejor por la vía del documental, el reportaje o el ensayo, sin detrimento de la forma literaria, puesto que requieren otro estilo y donde prima el contenido sobre la forma, aunque ésta no deba olvidarse nunca.
Te entiendo y en lo esencial suscribo tu opinión, Ario. De todos modos, debo decir que yo no creo que la buena literatura sea de suyo incompatible con la denuncia, revista la forma de distopía (caso de George Orwell, emblemático del género), de sátira alegórica (caso de El maestro y Margarita, de Bulgákov, o de Chevengur, de Platónov), o de testimonio y franca acusación (nuevamente, los rusos son maestros en esta especialidad: Vasili Grossman, Solzhenitsyn, Varlam Shalámov…; también se puede tener en cuenta una buena novela como es El caso Tuláyev, de Victor Serge).
Ahora bien, pienso que el concepto de la forma literaria es casi irrelevante en el caso de Svetlana Alexiévich. El que he reseñado es un buen ejemplo de trabajo periodístico-testimonial, el libro ofrece una invaluable perspectiva de uno de los acontecimientos cruciales del siglo XX, se trata por tanto de una publicación valiosísima… pero de ninguna manera encaja en el ámbito de la Literatura. Al pan, pan, y al vino, vino, yo diría que lo del Nobel aquí sobra. Cosa de cada cual si se lo tiene por detalle incidental o no.