LA CULTURA DE WEIMAR – Peter Gay
«Fundar un país en la ciudad de Goethe no garantizaba un país a la imagen de Goethe ni tampoco su supervivencia».
Tratándose de topónimos alemanes, seguramente pocos nombres resultan tan evocadores como Weimar. La ciudad de Goethe, claro, pero también la de la fallida experiencia republicana nacida de la crisis alemana de 1918-1919. La República de Weimar es sinónimo de eclosión artística y cultural de primerísimo nivel pero también lo es de tremenda inestabilidad tanto política como económica y social. Weimar es, tristemente, el preludio de una de las mayores aberraciones de la historia, el régimen nazi. Uno de los textos fundamentales para comprender este crucial fenómeno histórico es el clásico de Peter Gay, La cultura de Weimar, reeditado este año por Editorial Paidós (iniciativa loable donde las haya en materia de publicaciones).
Peter Gay es un reconocido historiador cultural estadounidense de origen judeo-alemán, nacido en Berlín en 1923 como Peter Fröhlich. En castellano disponemos de una parte de su bibliografía, publicada por Paidós: obras como Modernidad, Freud, vida y legado de un precursor o Schnitzler y su tiempo. En el breve pero enjundioso ensayo que reseño, publicado originalmente en 1968, Gay realiza una valiosísima interpretación de los condicionantes culturales que afectaron a la precaria democracia weimariana, con el sonado contraste de la espléndida ebullición artística y la infortunada trayectoria política. Ebullición que, no sobra decirlo, se venía gestando desde mucho antes (al decir del autor, «la República completaba lo que había iniciado el Imperio») y que provocaba el disgusto de tradicionalistas y de radicales de derecha.
El período comprendido entre los años de 1918 y 1933 fue uno en que la modernidad política en forma de democracia parlamentaria irrumpió en el seno de una sociedad dominada por los referentes de la tradición y sus estructuras de poder, o lo que en un lenguaje actual calificaríamos como genuinos enclaves autoritarios. Los aires de novedad del paradigma republicano sentaban bien a las vanguardias artísticas, que transitaron de la marginalidad al centro mismo de la escena pública alemana. Artistas y escritores otrora postergados por el achacoso conservadurismo de la monarquía pasaron a desempeñar un papel principal en teatros, museos, galerías, orquestas, la industria cinematográfica, escuelas de arte y oficios, medios de prensa. Hubo una sensible excepción: las universidades, que fungieron como uno de los baluartes y viveros más importantes de la mentalidad reaccionaria. No fueron, los vanguardistas, los únicos que se beneficiaron de la atmósfera de cambios. Precisamente, el libro que reseño pivota sobre la idea (plasmada en el subtítulo de la edición en inglés, The Outsider as Insider) de que los marginales del Imperio alemán fueron en la República unos integrados, cabales protagonistas del nuevo orden nacional: fue el caso de demócratas, socialistas, judíos, artistas de vanguardia y otros. Tras el ascenso de los nazis al poder, muchos de ellos acabarían incorporándose a una oleada de exiliados colmada de nombres prestigiosos.
Todo parecía confabularse para socavar las bases del experimento republicano, desde el odio visceral que desde sus inicios le profesaron reaccionarios y revolucionarios de izquierda hasta los múltiples errores cometidos por los demócratas, sin olvidar las sucesivas crisis económicas y el sentimiento de agravio que en muchos alemanes arraigó a raíz de Versalles. La democracia germana había nacido en medio de profundas convulsiones y enferma de mitos, a cual de todos peor: el de la «puñalada en la espalda», el del ejército invicto en el frente (occidental), el de «los criminales de noviembre», el de Weimar como una «república judía», el de las consecuencias de la paz de Versalles (graves sin duda pero no tanto como para justificar la supresión de un régimen democrático). Gay enfatiza que la tragedia de la República de Weimar fue su incapacidad de concitar la lealtad incondicional de todos debido al trauma de su nacimiento; factores como la derrota militar, el derrumbe de la monarquía, la abortada revolución y la violencia política instalada en las calles minaron las escasas expectativas de legitimidad y sustentabilidad republicana. No menos traumática resultaba la novedad misma del orden constitucional estrenado en 1919. Por de pronto, los políticos republicanos tenían más experiencia en el arte de la oposición que en el del gobierno. El acervo autoritario y la tradicional aversión de los alemanes hacia la política concurrían a la suma de antecedentes negativos; como afirma el autor, «cuando la constitución democrática de Weimar abrió la puerta a la auténtica política, los alemanes se quedaron boquiabiertos ante ella, como campesinos invitados a palacio, sin saber cómo comportarse».
Como se sabe, el ámbito académico y parte importante de la intelectualidad contribuyeron a la escasa receptividad social de la democracia, con su generalizado repudio de la Modernidad y su insidiosa confrontación entre Kultur y Zivilisation: una dicotomía que constituía la esencia del pensamiento nacionalista y reaccionario alemán. Sólo el estamento culto de Alemania podía argüir que la apatía política constituía una evidencia de la elevada espiritualidad de la Kultur germánica, y que la democracia casaba más bien con el materialismo de Occidente y su decadente Zivilisation (de todos modos, la idea de que el régimen de Weimar era una anomalía histórica y una incrustación foránea, ajena a la germanidad, no era patrimonio exclusivo de las élites alemanas). En este contexto, Peter Gay formula una sentida diatriba del papel de los historiadores alemanes. Si durante el Imperio los historiadores habían hecho gala de una medrosa pasividad frente a la realidad, acomodándose servilmente a los dictados del poder, en los años veinte se regodearon en una mentalidad constructora de mitos que profesaba añoranza de las supuestas glorias del pasado alemán y vaticinaba las del futuro próximo. En palabras del autor, «el conjunto de la profesión de historiador trapicheó con la nostalgia, el culto a los héroes y la aceptación acrítica —si no abierta defensa— de distorsiones apologéticas y burdas mentiras, como la famosa leyenda de la puñalada por la espalda». Claudicando de la rigurosa búsqueda de la verdad, «patriotas, antidemócratas y hacedores de mitos continuaron su labor», fomentando el militarismo y atribuyendo crímenes imaginarios a la República.
El rechazo de la Modernidad, pues, era verdadera escuela en Alemania. A la acusación de que la era moderna produce una disgregación de lo social y la atomización de los individuos seguía lógicamente un hambre de integridad: tema central en la interpretación de Peter Gay. Si la moderna Zivilisation era responsable de generar la disolución de toda cultura orgánica y trascendente, eran los alemanes, imbuidos de espiritualidad y pueblo de héroes —en contraste con los decadentes occidentales, materialistas, sensuales, pueblos de comerciantes y adoradores de la máquina— quienes estaban destinados a prevalecer gracias a la superioridad de su Kultur. La lucha contra la dispersión social, el anhelo de raíces, solía conducir en la práctica a «un deseo apremiante de acción directa o de sumisión a un líder carismático». Pocos estaban dispuestos a atender a alguien como Ernst Troeltsch, el historiador que en 1922 advertía sobre la peculiar tendencia alemana a una «mezcla de misticismo y brutalidad». En cambio, lo que prosperó fue «el noviazgo con la irracionalidad y la muerte que se apoderó de tantos alemanes en aquellos años»; una mentalidad a la que hombres como Oswald Spengler, Ersnt Jünger y Martin Heidegger confirieron dudosa respetabilidad intelectual.
Trauma del nacimiento, hambre de integridad. Gay toma prestados de la psicología una terminología con la que intenta reflejar el pathos de la época, práctica que lleva a su culminación en los capítulos finales del libro, en los que aborda lo que denomina la rebelión del hijo y la venganza del padre. No es casual que el tema de la rebelión filial fuese una constante en la literatura alemana de entonces, puesto que lo que se verificaba en la sociedad entera era una lucha entre corrientes contrapuestas casi al modo de una lucha generacional. El propio autor se explica inmejorablemente, en la introducción a la nueva edición de 2001:
«Hablar de la rebelión de los hijos y de la venganza de los padres equivale a reafirmar la intención del subtítulo del libro: los marginales eran, en su mayoría, personas a las que impulsaba un deseo juvenil de acabar con ideas e instituciones trasnochadas. Los padres que se vengaron de su prole rebelde eran ideólogos que lloraban las tradiciones perdidas y el Imperio. Mi intención era señalar que los compromisos emocionales con lo nuevo y lo viejo, racionales o fanáticos, no fueron una simple máscara de intereses económicos, sino fruto de ideales y pesares profundamente sentidos. Es sintomático de este enfrentamiento psicológico que el ultimo presidente de la República de Weimar fuese un viejo general de la Primera Guerra Mundial».
En definitiva, Gay indaga en las luces y sombras de un período de extraordinaria riqueza cultural, la que no cabe concebir como un brote espontáneo sino como consumación de tendencias surgidas ya en el Imperio, las que asimilaban importantes influencias extranjeras. En paralelo a esto, el drama de una experiencia democrática que padeció de insuficiencia de valedores y exceso de sepultureros. El libro cuenta con un apéndice en que el autor expone una breve historia política de la República de Weimar.
Obra imprescindible en la materia.
– Peter Gay, La cultura de Weimar. Paidós, Madrid, 2011. 221 pp.
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Imprescindible es poco. Lo leí hace unos meses en esta nueva edición (aunque habìa algunas erratas que me llamaron la atención, lo cual me llevó a leer también la traducción de Javier Vergara Editor), me fascinó, sobre todo los capítulos dedicados al expresionismo y esos «infortunios de la modernidad» que comenta Rodrigo. Libro breve (apenas 170 páginas de texto), pero que desborda tanto conocimiento sobre un período tan interesante de la Alemania contemporánea (y tan trágico). En ese sentido, un complemento (o quizá a la inversa) de La Alemania de Weimar: promesa y tragedia de Eric D. Weitz.
¡¡¡Interesantísimo tema, Rodri!!! No había podido leer tu reseña hasta ahora, pero la vi con ojos golosos. Acabo de terminar unas memorias del dibujante y pintor George Grosz en la que habla justamente de esos años. Habla, lógicamente, de modo subjetivo, y cuenta lo que quiere, claro, como todos los autores de memorias. Pero el clima, el espíritu de la época, se respira entre líneas. Y viene a ser lo que al parecer este autor que reseñas nos dice.
Me parece este que reseñas un libro a tener en la biblioteca, imprescindible, efectivamente. Esos años me interesan muchísimo porque son el hervidero del arte en Alemania, artistas que luego hubieron de salir por piernas. Kandinsky, Klee y los expresionistas, los grupos Dadá, los secesionistas, los cineastas y todo aquel que se preciara esos años hacía arte en Alemania. Pero no solo de arte vive un país y por lo que cuentas en tu magnífica reseña, los alemanes persistieron en unos derroteros que llevaron a lo que llevaron: a pisotear la democracia incipiente.
Rodrigo, ¡me ha encantado tu reseña!
De hecho, esta lectura me la pido para Reyes.
(Y, de paso, varios kilos de café con el que regatearle horas al sueño para poder leer todo lo que recomiendas)
Un saludo.
Democracia incipiente y anémica de lealtades, Ario. Y claro, Gay pone mucho énfasis en esa doble faz de Weimar, su maravillosa efervescencia cultural y sus tensiones políticas. (La verdad, me encantaría leer esas memorias de Grosz; me informaré al respecto.)
Pues qué bueno, Rosalía. El libro te gustará.
El de Eric Weitz está muy bien, lo mismo que el de Wolf Leppenies sobre la histórica propensión alemana a sustituir la política por la cultura, libro reseñado en 2010. De hecho la línea de razonamiento de Leppenies es heredera directa de las tesis de Gay. Seguro que Ario suscribe la recomendación. ;-)
Gracias por los comentarios.
La suscribo, claro que la suscribo, ¡jajaja! Y fíjate, Grosz sale de Alemania en el 33 desilusionado y desnortado al ver como las «masas supuestamente revolucionarias» acaban votando a Hitler. También sale de Rusia asustado de lo que ve allí, en su viaje del año 22. Sí, supongo que el libro te gustaría. Pero es muy subjetivo, nada fiable en cuanto a datos detallados. No digo que los datos sean falsos, sino a que faltan datos, porque él sólo cuenta situaciones, como sketches, relaciones con gente, anécdotas…nada de explicaciones detalladas; por otra parte unas memorias son eso, recuerdos, flashes. Pero está bien en el sentido de que él, que fue tan satírico con la sociedad alemana de entreguerras, salió dolido de ver como los que supuestamente debían hacer la revolución hacia la democracia, lo que hacen es votar totalitario. Cosas veredes, Sancho!
No, claro, ante unas memorias las expectativas son distintas que las generadas por un ensayo.
Un sí menor y un no mayor. Anaya & Mario Muchnik, 1991. ¿Es este el libro de Grosz, Ario?
Yo no tengo esa edición, sino la de Capitán Swing, sept.2011. De hecho, no conozco esa edición de Mario Muchnik. Pero la obra es la misma. El título es literal del original.
Ajá, una edición reciente. Buena noticia.
¡Y tan reciente! Lo que no sé es si Capitán Swing es una editorial que encuentres fácilmente en tu país.
Es curioso, pero si que es una verdad profunda: Los que habían sido los marginados del gran ( Y burgués ) II Reich reclamaban ahora su papel, cuando las grandes verdades del pasado se habían resquebrajado. La Kultur alemana, contra la vieja amenaza de la Zivilisation de raiz francesa…De esto hablaba siempre Adenauer, de como los «civilizados» alemanes del Oeste sentían un escalofrío cuando cruzaban el Elba hacía los bosques de la «Cultura prusiana».
Pero no obstante, recuerdo que en muchos estudios sobre la época se señala también lo incomoda que se sentía la gran mayoría de los habitantes de las pequeñas comunidades rurales, los funcionarios, los pequeños burgueses, con esa Alemania tan rupturista en lo artistico ( y en lo vital, y lo sexual, y lo moral…) que ahora surgía.
Las mojigatas convenciones sociales del nazismo reflejan a las claras lo comoda que se sentía la gran mayoría de los alemanes con una moralina más estricta.
Vaya, Uro. Cuánto me ha interesado siempre esa dicotomía tan interesante, tan etimológica y filosófica a la vez.
Un pequeño ensayo del gran Gabriel Zaid aquí:
TRES CONCEPTOS DE CULTURA
Cierto, Uro, muy cierto.
Esa mojigatería representaba una de las contradicciones del nazismo, que se pretendía revolucionario pero apuntaba también a la restauración de la “germanidad”. Y mira que los bolcheviques podían ser también tan…. conservadores, partiendo por Lenin, que en materia de artes y costumbres era tan pequeñoburgués como un tendero. O como Hitler.
Ah, Berlín, antro de perversión… Igual que Viena (“Viena la roja”) para los austríacos tradicionalistas, París para sus pares franceses, etc.
Qué bien, Javi. Lo leeré esta noche con detenimiento.
Merece la pena, Rodri. Como casi todo lo de ese hombre, por cierto.
Yo también me guardo el enlace.
La capital como simbolo de perversión y de vanidad, de todo lo degenerado…Pero curiosamente los nazis también la eligieron como centro de sus fastos imperiales, porque la habían deseado mucho…
Adenauer opinaba lo contrario, y hubiese deseado instaurar Colonia como capital…Pero no pudo ser.
Desde luego, la Rhinland ( Renania) era diferente…
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c1/Burg_Eltz_2005.jpg
Perdonad. Ya que guardáis, poned a buen recaudo también este, quizá más certero para el tema del que hablamos:
CULTURA Y CIVILIZACIÓN
En casi todas sus entradas, Gabriel Zaib juega con los mismas ideas. En ese blog, hay otras muchas entradas muy interesantes.
No había Reich sin Berlín como capital. Ni siquiera Goebbels, que la detestaba aun más que Hitler, podía hacer caso omiso del prestigio de la capital prusiana.
Zaid es uno de los grandes ensayistas mexicanos, sin duda. Tiempo atrás leí algunas de sus contribuciones a la revista Vuelta, la emblemática publicación fundada y dirigida por Octavio Paz; luego le perdí la pista. Los artículos que has enlazado, Javi, son interesantísimos. La desconfianza hacia la civilización que Zaid acertadamente atribuye a Nietzsche inspiraba al grueso de la tradición alemana de pensamiento, por lo menos desde el Sturm und Drang en adelante. La artificial oposición entre Kultur y Zivilisation referida por Uro y reseñada por Zaid encierra una terrible paradoja: nacida de un complejo de inferioridad y del resentimiento, en los días de la hegemonía cultural francesa, la dicotomía sustentaba la reivindicación alemana de superioridad con respecto al Occidente y su “banal” civilización. Era esta una ideología tan arraigada en el estamento culto y semiculto alemán que muchos en el siglo XX, intelectuales y hombres de la calle, daban por sentado que la guerra contra el mundo (en la era de las masas y de la tecnología moderna, ojo, con su atroz potencial destructivo) era una guerra librada en nombre de la Kultur, en nombre de la pretendida superioridad espiritual y moral de la “raza alemana”. Y esto en ambas guerras mundiales, no sólo la de Hitler. Cierto manifiesto a favor de la causa alemana en la Primera Guerra Mundial, firmado por una pléyade de científicos, pensadores y artistas alemanes, sostenía que la de Alemania “contra el mundo civilizado” era una guerra cultural, nada menos; el ofuscamiento ideológico era tal que se llegaba a afirmar –sin empacho alguno- que “sin el belicismo alemán, la cultura alemana ya habría desaparecido de la faz de la tierra” (¡¡¡!!!). Cosas veredes…
También es cierto que hay un grado de universalidad en semejantes patrañas. Las atrocidades del nacionalismo y el imperialismo han solido perpetrarse en nombre de la superioridad del terruño y sus nativos, y ya podían estar agradecidos los pueblos inferiores de que los superiores les hicieran el don de alguna de sus cruzadas.
Sí que son interesante, Rodri. Al menos, así me lo parecieron a mí. Yo a Gabriel Zaid le conozco más en el ámbito de la educación, la comunicación (tiene artículos acerca de internet que son muy buenos) y, sobre todo, como poeta. Siento debilidad por él y una gran empatía. El caso es que caí en esos textos haciendo no sé qué para no sé quién y me parecieron excelentes, pero, claro, ante mi gran laguna en el tema, siempre los tuve en cuarentena, pese a la confianza que el autor me daba. Por eso, desde entonces, tenía ganas de compartirlos aquí, y en especial contigo, Rodri.
Acabo de leerme el de Tres conceptos de cultura y me ha parecido lucidísimo. No conocía al autor, pero veo que es uno a tener en cuenta. Creo que lo volveré a releer con más calma, pero a primera vista me ha parecido muy muy bueno. Gracias, Javi, por aportarlo. Me anoto el otro para seguir leyendo sobre el tema. Me parece un tema interesantísimo. Copio esta frase: «Las “credenciales” de la cultura personal son la curiosidad, la ignorancia inteligente, el espíritu creador, la animación, el buen humor, la crítica, la libertad.» Me gusta. Esas credenciales me gustaría tenerlas de mayor, ¡jajaja!
Pues te agradezco la consideración, Javi. El blog se merece una buena leída, ciertamente, y a ello dedicaré el fin de semana.
Ario, échale también un ojo a este otro artículo:
http://arteycultura2011.wordpress.com/2011/01/20/de-la-cultura-a-las-culturas-por-gabriel-zaid/