LA CIUDAD DE LOS PRODIGIOS – Eduardo Mendoza
La relectura es uno de esos placeres que en ocasiones decepciona («¿cómo me pudo gustar esto?») pero que también suele confirmar sensaciones del pasado. Releer una buena novela cada cierto tiempo depara sorpresas, matices que antes no se habÃan captado y que ahora te disparan a bocajarro; secuencias que te habÃan mantenido en vilo y que al recuperarlas te siguen dejando con el corazón en un puño. Cada vez son menos las novelas (como las pelÃculas) que aguanten una segunda lectura (o visionado). La literatura de larga distancia, aquella que se conserva por muchos años, décadas o siglos que pasen, aquellos libros que acaban adquiriendo la etiqueta de «clásicos», cada vez cuesta encontrarla. SÃ, es cierto, están los clásicos que todos conocemos, los antiguos y los modernos, pero ¿cuántas de las novelas que se han publicado en los últimos treinta años serán clásicos en los próximos cien? ¿O cuántas pelÃculas de la última década conseguirán ese estatus, como en su momento lo hicieron Ciudadano Kane, Con la muerte en los talones o El crepúsculo de los dioses? Para mÃ, Magnolia de Paul Thomas Anderson ya es un clásico, pero si me preguntan por otros tÃtulos, tengo que pensármelo. Y está de más decir que Anna Karenina de Tolstói ya es un todo clásico en la literatura, como El guardián entre el centeno de Salinger o Lolita de Nabokov. Actualmente yo añadirÃa Una mujer difÃcil de John Irving, El dÃa que murió Marilyn de Terenci Moix… y La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza.
Releer la novela de Mendoza es todo un acontecimiento personal. Llega un momento en que te pica el gusanillo, te llegan viejas sensaciones y sabes que llega el momento de retomar la novela y volver a leerla. Sabes de antemano que no te va a decepcionar, por muchas veces que la leas. Tiene dos alicientes, uno de ellos personal –Barcelona como escenario– y el otro se presenta como un embrujo, como una seducción desde las páginas, que te atrapa y te impulsa a seguir revisitando caminos ya recorridos. Se llama Onofre Bouvila.
Suele decirse como un tópico que La ciudad de los prodigios es «la novela de Barcelona». El autor no lo ve asÃ, pero (ahà ya entra el modo en el que le lector se apropia de la novela y la convierte en suya) en cierto modo lo es; pero no es una Barcelona tangible, real; no es la Barcelona que aparece en los libros de historia, aquella que uno debe buscar cuando busca información sobre unas décadas determinadas. Que la novela fuera publicada en mayo de 1986, apenas unos meses antes de que la Ciudad Condal fuera elegida sede de los Juegos OlÃmpicos de 1992, fue como un impulso a posteriori para convertir el texto en ya un texto referencial, la prueba definitiva de que se ha convertido en la mejor campaña de promoción de la ciudad. Que además la novela transcurra entre dos acontecimientos de alcance mundial, como en 1992 también lo fueron unos Juegos OlÃmpicos, era la prueba, se podrÃa argüir, de que es «la novela de Barcelona». Bueno, es fácil tirar de conmemoraciones y reinterpretar el pasado (y el presente) de un espacio determinado.
Pero es inevitable dejarse influir por el eco que sugiere la novela: Barcelona entre 1888 y 1929, entre dos Exposiciones Universales que sacaron a la ciudad de tiempos oscurantistas, de abandonos institucionales, para erigirla, por unos meses, en capitales del mundo moderno. No hay como el esplendor de una Exposición Universal, por muy efÃmeros que sean sus resultados, para transformar una ciudad y presentarla al mundo. La Barcelona de 1888 se nos muestra en la novela de Mendoza como una ciudad que acaba de iniciar su expansión urbanÃstica, tras el derribo de las murallas treinta años atrás y la implantación del Plan Cerdà , el proyecto que crearÃa el Eixample (el Ensanche) y que darÃa algo más que aire fresco a unos habitantes hasta entonces constreñidos en estrecheces, constantes epidemias y suciedad. Es la Barcelona a la que llega el anarquismo y echa raÃces; la Barcelona de las bombas, del auge del catalanismo polÃtico, de la construcción nacional a través de un partido como la Lliga Regionalista. Mendoza se centra, en los meses previos a la inauguración de la Exposición Universal, a esa Barcelona de bajos fondos en la que aterriza Onofre Bouvila, recién llegado del interior agreste de Cataluña, con apenas trece años, huyendo de un pasado que es sinónimo de humillación y miseria, dispuesto si no a comerse el mundo, desde luego a hacer fortuna. La Barcelona de antes y después de esa Exposición es una ciudad provinciana, aún no preparada para asumir un rol preeminente, olvidadiza de su pasado glorioso, insegura en cuanto al presente. Una ciudad escenario ideal para la creación de parábolas y fábulas por parte de un Mendoza que juega y nos hace pasar un buen rato: la fábula del alcalde que empeña su vida entera para erigir una Exposición Universal casi en solitario; el cuento del alcalde que crea un plan urbanÃstico con la fe religiosa como escuadra y cartabón y que sin saberlo siquiera ha pactado con el diablo. Es la Barcelona en la que crece y madura un Onofre Bouvila que encuentra en el gangsterismo un terreno perfecto para medrar y crear esa fortuna fabulosa que le convertirÃa prácticamente en un personaje de leyenda.
La vida de Onofre Bouvila se erige, pues, en contrapunto de la evolución de Barcelona como ciudad. Pero, ¿quién es Onofre Bouvila? ¿De dónde surge este personaje que rompe etiquetas de todo tipo y que ha dejado atrás la mera caracterización de self-made man? ¿Un John Foster Kane antes de que naciera en el celuloide? ¿Un hombre forjado a través de orgullo, amoralidad, dureza, polÃtica y crueldad? ¿Un hombre dispuesto a sacrificar a todos los que le rodean para alcanzar un objetivo que, inevitablemente, no será tan valioso como él mismo esperaba? En muchos aspectos, Onofre Bouvila es un personaje que cabalga entre dos siglos. Por un lado, ha nacido en pleno Novecientos, en la era de la fábrica, el auge de los movimientos ácratas, la lucha social que no conduce a nada, las bandas urbanas a lo Gangsters of New York, la especulación reflejada en La febre d’or de NarcÃs Oller. Por otro lado, cuando la conflictividad social se enraÃza en el ADN barcelonés de las décadas de 1910 y 1920, cuando el eco de la Revolución rusa de 1917 eriza el vello de los capitalistas y los defensores de un status quo que se va a pique, Onofre Bouvila, con ingenuidad, sin ataduras sociales (a fin de cuentas, es un desclasado, tolerado con desprecio por burgueses y polÃticos de la Restauración, aquellos que buscan su dinero pero le apartan de la mesa principal de la cena de recepción de la zarina Alejandra, organizada y costeada por el propio Bouvila), ejerciendo de Casandra que no sólo no es creÃda sino que es tachada de loca, Onofre Bouvila, decÃamos, se nos presenta como un precursor del Siglo Veinte que ya ha empezado. Por tanto, el modo en el que sobrevuela por encima de la Barcelona de otra Exposición Universal, la de 1929, el modo en el que desaparece para formar parte ya del mito, es también una señal de la imposibilidad de definirlo, de etiquetarlo.
Como Francesc Cambó, Bouvila es el hombre más rico de su tiempo, el más informado, aquel dispuesto a financiar proyectos inviables, persiguiendo un sueño. El hombre que leyó el catecismo de la revolución en los panfletos que, siendo un joven recién llegado a Barcelona, repartÃa entre los trabajadores de la Exposición de 1888; y el hombre que tras la Semana Trágica de 1909, tras el Trienio Rojo (el escenario de la otra gran novela de Mendoza, La verdad sobre el caso Savolta), en vÃsperas del golpe de Estado del general Primo de Rivera, es capaz de prever los tiempos convulsos, anticipando la guerra civil y sus catastróficas consecuencias. Es el hombre que ha erigido un imperio financiero, que forma parte de innumerables consejos de administración, que poseen millones de acciones, y que en su juventud vendÃa crecepelo a los pobres y luego extorsionaba y dirigÃa bandas mafiosas. El hombre que hipotecó la casa familiar en las montañas para adquirir fincas del Eixample, que luego revendÃa con elevadÃsimos beneficios con subterfugios de todo tipo. El hombre que montó un imperio cinematográfico y creó a Honesta Labroux, un rostro en la pantalla, un mito del cine, antes de Rodolfo Valentino, coetánea de Mary Pickford y Gloria Swanson. El hombre que era capaz de comprar una mansión abandonada por una vieja historia familiar, de restaurarla sin escatimar en gastos y de viajar a ParÃs en avión para conseguir una figura de mayólica que apenas cuesta unos reales. Un hombre impredecible, desconocido para muchos, misterioso, a medio camino de la leyenda y la portada de periódicos.
Si no fueran suficientes estos alicientes para mantenerte permanentemente atrapado a esta novela, Mendoza juega con el lenguaje, como ya es marca de la casa, y te presenta un riquÃsimo tapiz de «actores secundarios» con maravillosos nombres: Delfina, Honesta Labroux, Odón Mostaza, el señor Braulio, Joan Sicart, Humbert Figa i Morera, Nicolau Canals i Rataplán, mosén Bizancio, Efrén Castells, Faustino Zuckermann, el marqués de Ut… Leerlos y pronunciarlos en voz alta, adentrarse en su significado, en el juego de registros lingüÃsticos, es otro anzuelo más.
Saciada la sed de relectura, extasiado ante una novela que ya es mucho más que un clásico, pronto volverán las ganas de volver a aproximarse al texto de Eduardo Mendoza. Es inevitable, es ineludible. Y volveremos a una Barcelona que existió y al mismo tiempo es carne de leyenda, y a un personaje que te atrapa, te seduce, como en un embrujo, y que, mientras se eleva para luego desaparecer, logra que te preguntes, una vez mas: «¿quién es Onofre Bouvila».
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La reseña es extraordinaria… pero me ha parado a mitad de su lectura, porque es tan completa, que no me he atrevido a leer más, no me fuera a desentrañar demasiado una novela que leeré en un futuro, espero no muy lejano. Me quedo sobre todo con el último párrafo. Seguro que vale la pena su lectura.
La novela de Mendoza es muchÃsimo mejor… disfrútala cuando puedas. ;-)
¡Me ha encantado esta reseña! ¡Y la suscribo absolutamente!
De verdad.
Comunica la pasión del lector que ha sido seducido por una obra literaria. O, lo que es igual, nos dice que entre Eduardo Mendoza y Farsalia se ha operado el mágico fin del arte: enamorar.
¡Ah, qué gusto, descubrir que hay obras tan hermosas!
Comparto con Farsalia su opinión sobre el libro; es precioso. Y además de la intriga, los personajes y la reconstrucción de aquel tiempo, provoca admiración -cuando no aprecio- por una ciudad, a la que, según terminas el libro, estás deseando de ir a conocer.
Gracias por este comentario que es casi, casi, una conmemoración.
Me enamoré de Mendoza (y de Onofre Bouvila) hace tanto tiempo… y tarda tanto el gachó en volver a seducirte… ;-) Ahora sólo entretiene con lo que ha publicado desde hace ya unos cuantos años.
Vaya, me están entrando ganas de volvermela a leer.
Estupenda reseña.
No tiene nada que ver con esta novela, pero yo me leo bastante a menudo Sin noticias de Gurb y cada vez me rÃo más.
Siempre me ha encantado esta novela, ademas hace poco me la firmó el autor en la Feria del libro de Madrid… Felicidades por la reseña, ya era hora de que tuviera un hueco en esta página. ;-)
He leido la novela y sinceramente te felicito. Iñigo puedes leer tranquilamente la reseña entera. No es por ser adulador, pero esta es de las mejores reseñas que he leido.
Enhorabuena Farsalia haces honor a tu nombre.
Pues resulta que, hace ya años, leà «La verdad sobre el caso Savolta» que me pareció extraordinaria, y más tarde cogà con muhcas ganas «La ciudad de los prodigios», y doliendome llevar la contraria a todo lo que he oÃdo debo decir que no me gustó tanto… siempre me dió la sensación de que el escritor estaba demasiado cómodo con la historia y la llevaba por donde querÃa sin importarle la verosimilitud, la realidad, de lo narrado. Que contaba lo que el lector querÃa oir… Cosa que no me habÃa ocurrido cuando leà la otra novela suya.
Me sorprende siempre que siempre se hable de La ciudad… y sin embargo «La verdad…» nunca se mencione. Todo será que si las releo ahora converja con la opinión generalizada…
Estupenda reseña para una estupenda novela. Ambas cosas son para disfrutar con su lectura. Un clásico imprescindible del sglo XX que deberÃa ser de lectura obligada en los institutos.
La verdad sobre el caso Savolta es la otra GRAN novela de Mendoza… Reseña por estos lares, por cierto. ;-)
Disfrutad de esta prodigiosa novela, es el mejor agradecimiento que os podrÃa dar por vuestros parabienes. ;-)
Por cierto, barceloneses y aledaños, la Filmoteca de Catalunya emite los dÃas 12 y 15 de septiembre la versión fÃlmica de Mario Camus (1999). Iré a verla, sin esperar gran cosa: nada supera, ni siquiera está a la altura, de lo que subyace en el texto de Mendoza…
Vaya qué sorpresa al leer la reseña, hay más lectores que piensan como yo!! que me encantó «la verdad…» y sin embargo «la ciudad…» no me pareció tan especial.
Quizás la diferencia es que en «la verdad…» además de tener una buena trama en la misma Barcelona de comienzos del sXX, el lector se siente atrapado por una estructura narrativa que es como un fantástico juego de rompecabezas.
Sospecho que tenÃa que haberlas leÃdo en el otro orden!!
Que gran razón tienes, Farsalia, las relecturas producen grandes sorpresas. Puede que el libro que te encantó hace 20 años ahora lo leas arrastrado por ese recuerdo, o viceversa, esa novela que no te dijo gran cosa o no llegaste a comprender puede tomar una vida nueva en esa lectura. Este verano he leÃdo una novela, flojita, en el que se relataba el tiempo de los anarquistas en Barcelona y, mientras la leÃa, no dejaba de pensar en La verdad sobre el caso Savolta y en que me lanzarÃa a su relectura y de esta que reseñas, las dos grandes de Mendoza…algunos motivos mas me has dado para hacerlo.
Buena opción, te deparará más que buenos ratos… ;-)
LeÃda hace años, prestada y no me la devolvieron, pero sabÃa que querrÃa releerla…..y la estupenda reseña de Farsalia ha conseguido que haya vuelto a la pila. MagnÃfica novela, magnifica ambientación…..personajes vivos……me encanta Mendoza
Terminada y agradecido por la recomendación. Me ha gustado la visión de Barcelona de esos años. La historia, en mi opinión desgraciada del protagonista, me ha recordado ligeramente al Ciudadano Kane de Wells… todo ambición. La verdad es que a su vez ha resultado una lectura muy instructiva, sin olvidar el dominio abrumador de Mendoza para contar hechos, sentimientos y lugares. Un placer.
Ahora, si no lo has hecho ya, a por La verdad sobre el caso Savolta… ;-)
Y con el montón de libros que tengo esperando ¿qué hago? Se van a enfadar. Además ahora estoy con Lincoln de Vidal… Pero caerá no lo dudes. ;-)