ENTREVISTA A DIEGO CHAPINAL-HERAS
El otro día fui a visitar a un adivino. Me dijo que me dejara de pensar en el futuro y viviera más el presente. Y no le faltaba razón, ni que fuera Marco Aurelio el hombre, pero con esa clase de respuestas, ese tipo va a tener poco futuro como adivino, y un adivino sin futuro debe de ser el colmo de esa profesión. En cualquier caso, los hados se han confabulado para que Hislibris haya podido realizar una magnífica entrevista al autor de un libro, de reciente publicación, que trata sobre el futuro pero visto desde el pasado. O sea, de cómo en el pasado miraban al futuro. Un libro de historia futurista, casi podríamos decir. No, vamos a ser serios y dejarnos de tanto oxímoron y tanta paradoja absurda. Por suerte el (sub)título del libro en cuestión se explica por sí mismo: La voz de los dioses. La adivinación y los oráculos en el mundo griego, publicado por Ático de los Libros. Ese es el libro que ha escrito Diego Chapinal-Heras, y a él (al autor) y sobre él (sobre el libro) hemos dirigido nuestras preguntas. Como si se tratara de un oráculo.
En primer lugar, desde Hislibris te estamos muy agradecidos por aceptar responder a estas preguntas. Después de ellas, te proponemos nuestro clásico friki-test, un cuestionario de preguntas concisas y rápidas (aunque te puedes extender tanto como quieras en las respuestas, por supuesto), de interés candente para todos los miembros de la comunidad de Hislibris.
Para empezar, una pregunta simple pero lógica en cierto modo: ¿a qué se debe tu interés por los oráculos griegos?
—Desde hace muchos años he sentido curiosidad por las religiones del mundo desde un punto de vista antropológico: ¿por qué prácticamente todas las culturas creen en uno o varios dioses? ¿Qué elementos hay en común en todas ellas? ¿Cuáles son las particularidades de cada una? Se espera además que el dios o dioses en cuestión tengan la respuesta a todo. Los oráculos, para mí, son la materialización más clara de este tipo de creencias. Unas creencias que hacen que todavía hoy en día haya muchísimos seguidores de prácticas esotéricas, como el tarot, etc. La Grecia Antigua me apasiona, cómo se desarrolló su práctica religiosa me ha llamado siempre la atención, y la actividad específica de los oráculos me fascina. Delfos, por ejemplo, sigue siendo uno de los lugares más visitados de Grecia. No es casualidad, ni mucho menos.
La civilización griega, desde que tenemos constancia de ella, estuvo siempre imbuida por sus dioses en todos los aspectos de la vida. Y los oráculos, las consultas a la divinidad, también estaban a la orden del día, no eran una actividad aislada que interesara solo a unos cuantos. Existían muchísimos centros oraculares, infinidad de santuarios donde los griegos iban a consultar, adivinos ambulantes que tenían por oficio la actividad oracular, las ciudades y los generales de los ejércitos disponían de mánticos a los que consultar la voluntad divina… La Ilíada, el texto con el que se inaugura la literatura occidental, arranca con una consulta al dios Apolo. No es el tema de tu libro, pero por situar un poco este mundo oracular griego en su contexto geográfico e histórico: ¿existía en otras culturas un “mundo oracular” tan potente, tan influyente en la vida de las personas? ¿En Egipto, Persia, los escitas del norte, los fenicios…? ¿O eran los griegos los más “sometidos” al designio de los dioses, de sus dioses?
—En Grecia, efectivamente, la religión formaba parte de todo, del día a día, la toma de decisiones, etc. Lo mismo ocurría en las civilizaciones vecinas. La adivinación no es una excepción: oráculos hubo en todas ellas. Otra cosa es que de Grecia conservamos una cantidad enorme de testimonios, aunque éstos sean simplemente una fracción del total y no siempre se pueda confirmar la historicidad de muchas de las consultas –especialmente cuando hablamos de Delfos. Además, como bien dices, el “mundo oracular” era muy amplio, con santuarios, adivinos ambulantes, los que acompañaban a los ejércitos, etc. Roma por ejemplo tuvo muy bien estructurada toda la política adivinatoria oficial, que al fin y al cabo era una parte intrínseca del engranaje que movía al propio Estado. En el caso griego, yo diría que la importancia de los oráculos que podríamos llamar “oficiales”, los que se encontraban en santuarios, radica en el funcionamiento de la polis. Las decisiones que la ciudad-estado tomaba debían quedar refrendadas por los dioses, y para ello la adivinación, especialmente los grandes oráculos, eran fundamentales. En este sentido, quizá no habría que decir que los griegos estaban más “sometidos” por sus dioses, sino más bien que la infraestructura que los antiguos griegos construyeron para sostener a sus propias poleis exigían que la adivinación tuviera un peso suficiente como para servir de sustento, de apoyo. Esto si aplicamos un enfoque colectivo, público. Si nos vamos a lo privado, cada individuo, ahí en general vemos lo mismo en todas las culturas: las mismas inquietudes y preocupaciones, hasta el punto de que muchísimas de las preguntas que encontramos en el oráculo de Dodona bien podrían haber sido hechas no sólo por cualquier habitante de territorios vecinos de la Hélade, sino también por cualquiera de nosotros hoy en día.
Si uno relata el mito de Edipo y lo hace con cierto detalle, se encuentra con que puede llegar a mencionar al menos 7 u 8 oráculos que condicionan la conducta de los personajes. En la guerra de Troya también hay un gran número de oráculos que los guerreros aqueos tratan de obedecer para lograr la victoria final. Los oráculos determinan los actos de los héroes míticos griegos. Y uno se pregunta: ¿eso era vida? ¿Y los griegos de a pie, simples mortales, vivían también de esa manera, condicionados continuamente por los oráculos?
—En las epopeyas griegas, y en general en su mitología, efectivamente los oráculos tenían muchísimo peso. Pero aparte de reflejar la creencia popular en la importancia de la mántica, yo me inclino por pensar en este tipo de fenómenos como recursos literarios muy recurrentes. Es decir, en los relatos épicos uno se esperaba que los dioses participaran en la acción, que quisieran que se cumpliera su voluntad, por medio de los mitos. Porque así ocurría en todas las historias y era fundamental para que tuviera éxito entre la audiencia. Es un poco parecido al esquema típico que vemos en las tesis que recogió Vladimir Propp, hace ya casi un siglo, en su Morfología del Cuento: los cuentos populares tienen una serie de elementos en común, 31 en total, que casi parecen indispensables para que la obra guste. El héroe debe partir, hay que superar una o varias pruebas, existe algún tipo de prohibición, etc. Todavía vemos muchos de esos puntos en libros y películas actuales, aunque se hayan ido adaptando a los nuevos tiempos. Con esta perspectiva, los oráculos habrían cumplido una función similar. Para los griegos de a pie, era esencial que sus héroes se vieran guiados, para bien o para mal, por los oráculos. Eso no implica necesariamente que ellos mismos sintieran que su vida giraba en torno a los oráculos, aunque sí, como he comentado antes, que los dioses controlaban hasta cierto punto sus vidas.
En sus oráculos los griegos podían contactar con multitud de dioses diferentes, pero Zeus y su hijo Apolo fueron los dioses más “oraculares”, por decirlo así; los consultados con mayor frecuencia y en más lugares. ¿Por alguna razón especial? ¿Había algún motivo para que unos dioses fueran más “oraculares” que otros? ¿O ya eran así desde el principio de los tiempos?
—Todo apunta a que Apolo fue el dios principal en materia oracular, seguido de cerca de Zeus. Aunque en general todos los dioses griegos tenían capacidades proféticas, son precisamente estos dos los que ejercen un mayor control sobre el conocimiento del futuro. Apolo, concretamente, dominaba la adivinación inspirada, diferente de la inductiva, la cual se basada en la observación de determinados elementos para sacar conclusiones. No está del todo claro en realidad por qué fueron Apolo y Zeus los elegidos para este cometido. De hecho, del propio Apolo tampoco conocemos sus orígenes exactos, habiendo diferentes teorías. Tal vez influyera su papel preponderante como dios de las artes, al igual que para Zeus su condición de rey del Olimpo y divinidad de los cielos y muchos fenómenos naturales podría haber contribuido a ello.
Para los que no lo tengan claro: ¿Son lo mismo, en el ámbito griego antiguo, un santuario, un templo y un oráculo? Si todos esos lugares eran “la casa del dios” (o de la diosa), ¿se convertían por eso automáticamente todos ellos en lugares de consulta?
—Con nuestra mentalidad actual, tratamos de clasificar todo lo que estudiamos. Pero lo cierto es que no es raro que los griegos usasen su terminología (hieron, naos, etc.) de un modo más fluido. De todas formas, más o menos podríamos decir que todo espacio religioso es un santuario en sí, distinguiendo entre los que están dentro de la ciudad (santuarios urbanos), los que están a las afueras pero igualmente conectados a la actividad de una ciudad (extraurbanos) y los santuarios de frontera, que teóricamente no se veían influidos de una manera tan clara por ninguna polis. El templo lo formaba la estructura de culto en sí y su temenos, es decir, el área de alrededor que también estaba consagrada a ese culto. Con frecuencia vemos que santuario y templo se usan indistintamente, si bien en realidad en un mismo santuario podía – y solía – haber varios templos, en los que se rendía culto a diferentes divinidades. El oráculo, por otro lado, es algo más específico, porque incide en la práctica mántica, en la adivinación. Podemos afirmar que todos los oráculos (sin contar los adivinos ambulantes, claro) estaban en santuarios, pero no todos los santuarios contaban con oráculos.
En el libro se explica el origen de algunos de los oráculos más famosos; en libros como Delfos, de Michael Scott, que tú citas en algún capítulo, se cuenta también cómo Delfos llegó a ser lo que fue, y cómo también dejó de serlo. ¿Un oráculo nace o se hace?
—Los trabajos de Michael Scott, al igual que los de Catherine Morgan, son fundamentales para comprender los orígenes de los grandes santuarios de Delfos y Olimpia, incluyendo el oráculo pítico. El oráculo “se hace”. Se hace en el sentido de que lo crean las propias dinámicas de las poblaciones que participan de ello. En un momento dado, en un lugar se empieza a dar profecías. Ese inicio siempre es muy difícil de estudiar, porque lo mitológico con lo histórico están demasiado mezclados. Pero en realidad no necesitamos saber cómo se originó, sino el hecho de que llegara a tener tanta importancia como para que se generaran diferentes relatos que trataban de explicar y adornar esos primeros pasos. Delfos, como oráculo referente en el mundo griego, se desarrolló a la par que la ciudad-estado, porque la mántica helénica y la importancia de los oráculos no se puede entender sin la polis. Así que sí, el oráculo se hace.
Existe un mito, muy representado en la cerámica griega antigua, según el cual Heracles robó el trípode donde se sentaba la pitonisa de Delfos Jenoclea, porque esta no le atendía como era debido. Con el trípode Heracles tenía la intención de fundar un oráculo propio. ¿Así de fácil surgían los oráculos, o es que Heracles era mucho Heracles?
—Si vemos los mitos fundacionales de los diferentes oráculos, la verdad es que sí. Casi parecen cuentos tan simples como que el héroe X llega a un sitio y decide fundar un oráculo. Sobre este tema, siempre me gusta hablar de Dodona: Heródoto habla de dos palomas, o bien dos esclavas, que, procedentes de la Tebas egipcia y estando relacionadas con el culto a Amón, llegaron a Libia y al Epiro y fundaron los oráculos de Siwa y de Dodona. Así de sencillo. También está la historia alternativa del pastor que robó ganado del vecino, fue acusado por el propio Zeus, que habló a través de un roble, y cuando el pastor intentó talar el árbol fue detenido por una paloma que salió de éste y le ordenó que no lo hiciera. Ahí decidieron los lugareños establecer el oráculo de Dodona. Otra cosa no, pero los griegos tenían imaginación y, al mismo tiempo, sus relatos no necesitaban ser demasiado complejos.
En los textos clásicos (Heródoto, por ejemplo) aparecen de vez en cuando y de manera más o menos explícita, indicios de sobornos a los oráculos para obtener una determinada respuesta. ¿Sabremos al fin en tu libro si la consulta que hizo Alejandro en el oráculo de Siwa fue una farsa pagada por el macedonio?
—Precisamente lo hablo en el libro, sí. El episodio de Alejandro en Siwa me encanta y siempre lo pongo como ejemplo de soborno o, si queremos utilizar un eufemismo, de cuantiosas ofrendas al dios y sus sacerdotes. Hay otros casos famosos que menciono, sobre todo el del espartano Lisandro, en cuyo caso el intento de soborno a diferentes oráculos no fue exitoso. Aunque habría que ver cuánto tiene esa historia de moraleja y cuánto de realidad… Con Alejandro vemos algo diferente, porque además somos conscientes de que es un mecanismo fundamental en su objetivo por asemejarse al Gran Rey de Persia, que era considerado un dios: el monarca macedonio necesita que sus nuevos súbditos le vean también como una divinidad. Para ello, es esencial que un dios lo ratifique. ¿Quién mejor que Zeus/Amón? En mi opinión, cuando Plutarco en su biografía de Alejandro alude, al final del episodio de Siwa, al obsequio de ofrendas y dinero, es una forma velada de referirse al soborno. Toda consulta oracular llevaba implícita una o varias ofrendas, además de la realización de sacrificios. Y dado el cariz de la consulta, de la que Alejandro salió siendo reconocido como hijo de Zeus Amón, no sería raro que en agradecimiento se recompensara al oráculo como era debido. Pero si eso no es al mismo tiempo un soborno…
En torno a la función oracular de los dioses se generaron numerosas actividades y oficios relacionados con ella. Uno de ellos era el de cresmólogo, que se dedicaba a algo así como recopilar los oráculos emitidos por los dioses. ¿Elaboraban catálogos de respuestas oraculares? ¿Qué se hacía luego con eso? ¿Era un mero afán recolector, o se usaban para dar respuestas a otras consultas similares?
—Los cresmólogos estaban muchas veces a la salida de los templos oraculares, algo que sabemos por ejemplo que se daba en Delfos. Cuando un consultante salía, les ofrecían sus servicios, por si podía hacer una nueva interpretación de la respuesta que habían recibido, o bien ofrecer una nueva de entre las que tuvieran recopiladas. Es algo muy curioso, porque muestra hasta qué punto la práctica oracular era maleable y la gente de a pie tenía la posibilidad de ampliar su información con nuevas respuestas.
Cuando Atenas entró en guerra con Esparta, y al poco se declaró una epidemia de peste en la ciudad que se llevó entre otros muchos a su líder Pericles, el oráculo de Apolo en la isla de Delos vaticinó que Atenas solo superaría sus desgracias si construía un nuevo altar que fuera el doble de voluminoso que el anterior. Los pobres atenienses se devanaron los sesos sin éxito, para averiguar cómo lograr eso (y si uno lo piensa, no es nada fácil: duplicar el volumen de un bloque de piedra no se consigue duplicando la longitud de sus lados, que sería lo primero que cualquiera pensaría), y así les fue en la guerra. ¿Qué les costaba a los oráculos dar soluciones un poco más sencillas de realizar?
—Justo esto se enmarca en una de las cuestiones que se trata en el libro: ¿hasta qué punto eran ambiguos los oráculos? Lo cierto es que la mayor parte de las respuestas ambiguas que conocemos nos han llegado por la vía literaria y previamente se habían transmitido por la vía oral. Hay mucha manipulación de la información en estos episodios, con modificación de los datos en función de lo que interesase en el momento en que se puso por escrito. Precisamente, uno de los ejemplos que pongo al analizar este tema también está relacionado con la Guerra del Peloponeso y la epidemia de peste: cuando ésta se expandió por Atenas, los más ancianos recordaron que tiempo atrás un oráculo había vaticinado que vendría “una guerra doria y con ella una peste”. Muchos entendieron que era un aviso de la ocupación espartana que estaba teniendo lugar décadas después, y la epidemia. Pero otros dijeron que en realidad el oráculo había hablado de una hambruna… Los oráculos se utilizan y reutilizan, incorporando o cambiando elementos según se den las circunstancias. ¿Pero hubo de verdad tal ambigüedad? Invito al lector a indagar en ello, añadiendo antes un breve aporte que apunte a que tal vez no había tal ambigüedad, o al menos no era una práctica generalizada: en Dodona, donde tenemos tantas consultas por escrito y algunas respuestas, por lo general vemos que la contestación del oráculo era suficientemente concreta como para no dejar lugar a dobles lecturas.
A veces uno descubre, leyendo los textos clásicos, que los griegos no tenían una actitud del todo ingenua ante los oráculos. El ejemplo de Jenofonte en su Anábasis es claro: respecto a un viaje que quería realizar, Jenofonte preguntó a la pitia de Delfos no si debía viajar o no, sino a qué dioses debía ofrecer sacrificios para tener un viaje venturoso. Esta actitud un tanto pícara, ¿era frecuente en las consultas que los griegos dirigían a sus dioses? ¿Abundaban más las preguntas traviesas, o las ingenuas y sinceras?
—Con motivo Sócrates se molestó con Jenofonte por hacer la pregunta de esa manera: en efecto, es todo un ejercicio de picaresca, de consulta preparada para recibir la respuesta que uno quiere. Hay más ejemplos como este, sí. Aunque en Dodona, de nuevo, tenemos materia prima escrita por los propios consultantes y que muestran preguntas más abiertas: ¿se curará mi hijo? ¿Me interesa ampliar el negocio? ¿Me ha robado Topio el dinero?
Leemos en tu libro que existían oráculos para conocer el futuro, como el de Delfos, y también oráculos para curar alguna dolencia, como el de Asclepio. Otra tipología la constituía el llamado oráculo de la muerte, nekyomanteion, en el que los consultantes hablaban con los muertos. ¿En qué consistían las visitas a los oráculos de la muerte, qué tipo de preguntas se hacían allí? Por otro lado, se sabe que en la ciudad de Elis existió un templo o santuario dedicado al dios Hades, tal vez el único en toda Grecia. ¿Era Hades “el Innombrable” un dios oracular? ¿Consultarle algo a Hades habría sido, haciendo un paralelismo con la mentalidad cristiana, como hablar con el mismísimo Satanás?
—El hecho de que el culto a Hades estuviera tan poco extendido es sin duda curioso. Seguramente la explicación radica en el peligro inherente a la conexión con el Inframundo, con los muertos. Pero al mismo tiempo los muertos, y Hades y Perséfone como sus reyes, tienen capacidades únicas. Por desgracia, conocemos muy pocas consultas hechas en los nekyomanteia, pero parece que el objetivo principal era establecer el contacto con algún difunto, como hiciera Periandro, el tirano de Corinto, para preguntar a su difunta esposa dónde había guardado cierto tesoro. Luego están los oráculos de determinados héroes, como el de Trofonio en Lebadea, que pueden ser catalogados como oráculos de la muerte también. Aquí las consultas parecen haber versado sobre cuestiones variadas, siendo el destinatario el propio Trofonio, en calidad de adivino, como ocurría con cualquier otro dios.
Para conocer el mundo oracular de los griegos son fundamentales, tú los citas a menudo en tu libro, los trabajos ya clásicos de Fontenrose y de Parke para Delfos, y los de este último para Dodona, Olimpia… Sin embargo, hay poco material traducido a nuestro idioma: hace años la editorial Sexto Piso publicó Python de Fontenrose, también tenemos el antes mencionado Delfos de Scott, pero poco más. Y libros escritos por autores de aquí tampoco abundan; algunas universidades sí han publicado trabajos sobre el tema, como el de Carmen Sánchez Mañas sobre los oráculos de Heródoto, en la Universidad de Zaragoza. Pero fuera del ámbito universitario, hay poca cosa: tu libro se suma al de David Hernández de la Fuente Oráculos griegos y al recientemente publicado por Miguel Herrero de Jáuregui Catábasis. El viaje infernal en la Antigüedad, que toca el tema de los oráculos de la muerte. ¿A qué crees que se debe esta sequía? ¿Es un problema de las editoriales, del público, un poco de todo…?
—Yo mismo me hacía esta pregunta mientras preparaba La voz de los dioses. El tema es interesante y durante décadas ha habido material de sobra para ofrecer al público de habla hispana ensayos de buena calidad. No consigo encontrar la respuesta a que se haya tardado tanto en sacar algo así. Lo que está claro, eso sí, es que David Hernández de la Fuente, con sus Oráculos griegos, ha supuesto la apertura de un nuevo campo en la literatura de ensayo histórico de la Antigüedad. Gracias a él se ha visto que la gente demanda este tipo de trabajos. No es casualidad que en estos años estemos viendo la publicación de las obras que mencionas. De hecho, dentro de poco se sumará otra monografía sobre la mántica helénica, de la mano de Javier Jara Herrero, experto en el oráculo de Delfos y su relación con Esparta. Tengo muchas ganas de que salga al mercado y así poder comprarlo.
Debe de ser dificilísimo de comprobar, pero ¿se sabe si los griegos estaban acostumbrados a pedir una segunda opinión en cuestión de oráculos? Es decir: si no les gustaba lo que Apolo les decía, ¿acudían a Atenea o a Zeus para obtener una respuesta diferente a su consulta?
—Difícil, sí, pero no imposible. Me remito aquí a un artículo que justo toca este tema: P. Bonnechere (2013), “Oracles et mentalités grecques. La confirmation d’un oracle par une seconde consultation au même sanctuaire”, Kernos 26, 73–94. No parece haber sido una práctica muy frecuente, pero ocurría. Bonnechere se centra en la repetición de consultas en el mismo oráculo, normalmente para aclarar la primera respuesta recibida, en aquellos casos en los que la interpretación podía ser dudosa (¿ejemplos de ambigüedad?). Algo similar ocurría con la repetición de una consulta en otro oráculo: se buscaba asegurarse de tener una respuesta concisa, aunque en ocasiones vemos que también se intentaba recibir algo diferente de lo obtenido en la primera.
En La voz de los dioses dedicas muchas páginas a hablar de multitud de centros oraculares, y quizá al que más atención dedicas es al de Dodona, en el Epiro. Un trabajo anterior tuyo, Experiencing Dodona (¿cómo lo puedo conseguir? Debe de ser interesantísimo) se centra en exclusiva en este santuario. Habitualmente se piensa en Delfos como el centro oracular griego por excelencia, pero tú reivindicas un poco la importancia de Dodona. ¿En qué se basa esa importancia?
—Dodona es para mí, y lo siento por Delfos, la joya de la corona. Lo que encontramos en el oráculo epirota no lo vemos en prácticamente ninguna otra parte. No es casualidad que fuera el tema de mi tesis doctoral, claro… La práctica de poner las consultas por escrito convierte a este oráculo en una fuente de información de primer orden. Mientras que en Delfos y otros oráculos por lo general leemos acerca de consultas que fueron registradas por terceros, en muchos casos siglos después de que tuvieran lugar, en Dodona vemos las preguntas de los peregrinos tal cual las apuntaron ellos mismos. Además, en este oráculo tenemos una cantidad ingente de consultas privadas, hechas por individuos con sus problemas cotidianos, similares a los que podemos tener nosotros mismos hoy en día. Dodona nos hace ver, de una manera mucho más clara, que las sociedades pasadas no eran tan diferentes a como somos nosotros en la actualidad. En cuanto a mi libro, Experiencing Dodona, es el resultado de mi tesis doctoral adaptada a libro y en inglés; es por tanto lectura académica, con la densidad que eso conlleva, pero como es de esperar profundizo mucho en el desarrollo del santuario –no solo del oráculo– a lo largo de sus principales siglos de actividad. Se puede adquirir a través de internet en formato físico o para Kindle, aunque el precio, 124€, lo hace poco asequible. De todas formas, si hay alguien interesado, que contacte conmigo y vemos opciones…
Los oráculos fueron prohibidos oficialmente por la Roma cristiana en el año 391. La razón básica fue, sin duda, que se trataba de actividades paganas cimentadas en la creencia en dioses cuya existencia el cristianismo negaba. Pero ¿puede ser que en el fondo de la cuestión, se pensara que los oráculos eran ya innecesarios porque el cristianismo ofrecía, en el seno de su doctrina, respuesta a todo lo que un oráculo podía ofrecer?
—La expansión y consolidación del cristianismo es un tema sobre el que han corrido ríos de tinta. Sobre las claves de su éxito, recomendaría una lectura breve, que me parece magistral, en el número especie de Desperta Ferro – Ucronías – Roma. Este ejemplar ofrece una serie de ejercicios de “qué hubiera pasado si…”, que me parecen interesantísimos – y que veo muy prácticos como recurso docente, de hecho. Entre otras cosas, se analiza un escenario alternativo en el que el cristianismo, por diversos motivos, no hubiera triunfado. Y ahora, volviendo a la pregunta, porque tiendo a irme por las ramas… intentaré ser breve: el cristianismo ofrecía una serie de respuestas a la sociedad, así como una solidez a la infraestructura del Imperio, que favorecieron su expansión. Pero curiosamente, y esto lo subrayo en La voz de los dioses, en el camino hacia el “monopolio”, el cristianismo, de la mano de sus apologetas, vieron la necesidad y utilidad de los oráculos como medio para “convencer” a la gente de que su credo era el correcto. Son muchos los textos de esta época en los que se muestra a Apolo, por ejemplo, diciendo que acepta que el cristianismo es superior, que Jesucristo es el hijo de Dios y el elegido. ¿Por qué? Porque los oráculos, pese a la expansión de otras religiones, siguieron siendo un referente para la comunidad del Imperio. Y si quieres eliminar algo, tienes que aprovechar lo que ese algo tiene en tu propio beneficio.
En tu libro haces especial énfasis en la idea de que visitar un oráculo suponía una experiencia vital de primer orden para los griegos que se decidían a peregrinar a Delfos, Dodona, Dídima, etc. Comparas la experiencia de hacer hoy en día el Camino de Santiago, con la de visitar hace dos mil años un oráculo griego. ¿Qué puntos en común encuentras?
—Más que comparar el Camino de Santiago con la consulta al oráculo, lo hago como comparación de la peregrinación en sí misma. Es decir, hablar con un oráculo era una más de la amplia variedad de motivos que llevaban a los antiguos griegos a desplazarse a un santuario. En este sentido, ese viaje al destino sagrado, ya sea un santuario helénico o a Santiago de Compostela, tiene puntos en común: todos los peregrinos participan de una actividad común, tienen un mismo destino; se conoce gente al ir, estar allí y volver; se comparten experiencias y surgen amistades. Esto se vivió así hace dos milenios y lo sigue experimentando de la misma manera – con una connotación más espiritual o sin ella, según el caso – quien va a Santiago, a la Meca, etc.
Una cuestión un tanto típica seguramente: en la actualidad no existen los oráculos griegos, pero sí hay mil formas de consultar el futuro y de buscar respuesta a las dudas que la vida nos plantea. ¿Crees que, después de un par o tres de milenios, el ser humano no ha cambiado demasiado en ese aspecto?
—Cuanto más pienso sobre el tema, más claro tengo que no hemos cambiado prácticamente nada. La religiosidad puede haber ido a menos en muchas comunidades, la tecnología puede haber transformado nuestras vidas en el último siglo, etc., pero lo cierto es que seguimos queriendo aferrarnos a aquellas prácticas que parecen poder predecir lo que va a ocurrir o si estamos predestinados a hacer tal o cual cosa. Lo explico con un ejemplo personal: no creo en ninguna religión, ni tengo mucha idea de horóscopos o prácticas similares. Pero me fascina la cantidad de gente que me ha dicho en ocasiones que, por ser Piscis, tengo más tendencia a acercarme a determinados signos del zodiaco (confieso que no recuerdo cuáles…, ni sabría ponerlos en el calendario). En definitiva, ya no hay oráculos como tal, pero la sociedad en general sigue buscando aquellos faros que, llamados de diferentes formas, den respuesta a sus inquietudes.
Y ahora, el friki-test:
- Tus tres libros favoritos.
Difícil, difícil, va variando. Y más que libros, diría colecciones. La primera, la serie de novelas Fundación, de Isaac Asimov. Siempre me ha parecido asombrosa la capacidad que tuvo este autor de combinar ciencia ficción con historia. Segundo, y aquí voy al género de la fantasía, que me encanta, ahora me tiene enganchadísimo la colección Archivo de Tormentas, de Brandon Sanderson. Y si nos vamos a novela realista, me decanto por Ríos de Rabia, de Fernando Zamora; poco conocida, pero brillante.
- Un libro que no hayas terminado.
Cuando la Aurora Tiende su Manto, de Millán Salcedo. Mira que como humorista de televisión me reía mucho, pero con su libro no pude.
- ¿Cuántos libros tienes, aproximadamente?
Las novelas las he ido donando o están en nuestra casa del pueblo, así que ahora tengo conmigo muchos más libros académicos. Yo diría que en total superaré los 200.
- Un libro que te ha gustado pero que te dé vergüenza reconocerlo.
Teo va a la Escuela (pero es que tenía cinco años, hay que entenderlo en su contexto, hombre).
- El último libro que has leído.
Juramentada, precisamente de la colección Archivo de Tormentas de Brandon Sanderson.
- ¿Qué libro estás leyendo ahora?
El Príncipe de los Lirios, de Cristina Mestre
- El último libro que has comprado.
Los Minoicos, de Pilar González Serrano.
- ¿Cuál de tus libros publicados te enorgullece más?
Sin lugar a dudas, La Voz de los Dioses. Sobre todo porque está escrito para todos los públicos (con un mínimo de interés por la historia, claro). Los trabajos académicos, al final, están para “los cuatro gatos” que trabajamos en las cuestiones que tratamos. Pero escribir divulgación, poder transmitir mi aprecio por la antigua Grecia a la sociedad, me encanta.
- ¿Qué formato prefieres para leer: tapa dura, rústica o digital?
Me gusta la tapa dura, pero siempre y cuando el libro quepa en mi mochila o bolso, para poder llevarlo en el metro.
- ¿Cómo organizas tus libros?
Normalmente por temáticas: novelas por un lado, Historia por otro. Épocas, civilizaciones, etc.
- ¿Tu libro más valioso?
No te sabría decir… quizá la colección de cómics de Astérix y Obélix, por los recuerdos que me trae de mi infancia.
- ¿Qué utilizas como marcapáginas?
De pequeño empecé a coleccionar marcapáginas y, aunque ya paré, tengo un repertorio bastante amplio y voy cogiendo uno u otro según me apetece.
- ¿Escribes en tus libros?
Prácticamente nunca, siento que lo mancillo.
- ¿Has recibido mensajes extraños de tus lectores? ¿Alguna anécdota al respecto?
Mensaje extraño no (¡por ahora!), pero sí uno especialmente bonito. Tras mi primera presentación del libro, en Pamplona el 29 de mayo, me escribió un padre que asistió con su mujer (filóloga clásica) y su bebé, Helena, para pedirme un ejemplar dedicado a su hija. Este tipo de cosas no tiene precio.
- Y una última pregunta, fundamental en sí misma: la tortilla de patatas ¿cómo la prefieres, con o sin cebolla?
No hay color: ¡con cebolla! Y cuanta más, mejor.
He aquí lo que nos dijo Diego Chapinal-Heras. Tras la entrevista, corrí a visitar de nuevo al adivino sin futuro, el que me recordaba a Marco Aurelio, y le conté lo de la entrevista y le hablé del libro. Y el tipo esta vez sí se atrevió a hacer una profecía: con toda su prosapia y su prosopopeya me dijo que a través del vuelo de los estorninos veía una reseña de La voz de los dioses. En Hislibris. En un futuro próximo. Eso es ir a lo seguro, oye.
En cualquier caso, Hislibris Estuvo Allí.
¡Gran entrevista! Tengo aún pendiente de lectura el libro de David Fernández de la Fuente )y ya hace 15 años desde que salió…), y este se unirá a la pila y próxima lectura.
¿Sólo 200 libros tiene? ¡No me lo creo!
Apasionante tema, y entrevista interesantísima.
Si alguien no ha ido aún a Delfos, habría de iniciar el peregrinaje ya mismo. Y quienes ya lo hemos visitado, sin falta hay que ir también a Dodona.
Sesuda y muy completa entrevista que no hace más que sumar interés sobre el libro. Enhorabuena.