EL NEGOCIO DE LA ILUSTRACIÓN – Robert Darnton

el-negocio-de-la-ilustracion-historia-editorial-de-la-encycloped-ie-1775-1800-9681680138«Como objeto físico y como vehículo de ideas, la Encyclopédie sintetizó artes y ciencias: representaba a la Ilustración en cuerpo y alma».

El enciclopedismo, ya se sabe, es otra forma de aludir a la Ilustración. Y es que, más allá de sus insuficiencias y fallos de contenido, lo decisivo de la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert es su carácter de manifiesto filosófico e instancia fundacional. Es su perspectiva epistemológica y la escala de sus propósitos lo que la vuelven el símbolo por excelencia del movimiento ilustrado a la vez que un epítome de la época, crucial en el devenir de Occidente. Concebida como piedra miliar de una cosmovisión signada por el racionalismo y el afán de secularización, la ingente empresa intelectual fue también una fuerza social y un factor económico. Dicho llanamente, la Enciclopedia fue el mayor best seller del siglo XVIII y el enciclopedismo, en tanto rubro editorial, fue un negocio sumamente lucrativo -aunque no para sus responsables intelectuales-. El negocio enciclopédico movilizó una serie de prácticas industriales y comerciales que en varios puntos anticipan las de nuestro tiempo, incluyendo la ferocidad de la competencia y la dura batalla contra la piratería, que ya por entonces era la lacra del ámbito editorial. Seguirle la pista a este negocio desde la producción hasta el consumidor supone sumergirse no sólo en la historia del mercado literario del siglo XVIII sino, además, adentrarse en el fenómeno de la difusión de la Ilustración. Es un desafío multifacético que roza con la historia de la economía, la historia social, la historia cultural y la sociología; enfrentado con el rigor del que hace gala Robert Danton, un empeño de este calibre enaltece el papel del libro como genuina fuerza en la historia.

El estadounidense Robert Darnton (n. 1939) es un prestigioso historiador de la cultura y profesor emérito de historia europea, formado en las universidades de Harvard y Oxford y especializado en el siglo XVIII francés. Introdujo en su país el género de la historia del libro, del que El negocio de la Ilustración (publicado originalmente en 1979) es una de sus expresiones cimeras. Es autor de una serie de obras relativas a su especialidad, gran parte de los cuales han sido publicados en castellano por Fondo de Cultura Económica y por Turner. (En Hislibris tenemos reseña de una de ellas, Edición y subversión.) Basándose en el estudio de casi 5 mil cartas de la Sociedad Tipográfica de Neuchatel (STN) halladas por él mismo, Darnton rastrea los tejemenajes de la industria editorial en el último cuarto del siglo XVIII y elucida algunos aspectos concernientes a la irradiación del paradigma ilustrado. La investigación se aboca a dos de sus manifestaciones mayores: la edición en cuarto de la Encyclopédie, surgida después de que Diderot se desvinculase por completo de su magna empresa (en 1772) y que por su menor precio hizo accesible la Ilustración a gentes que no podían pagar las primeras ediciones –en folio y de lujo-; y la Encyclopédie méthodique, una enciclopedia concebida a la vez como heredera y mejora de la anterior, ordenada no ya alfabéticamente sino según disciplinas o áreas del conocimiento. La investigación de Darnton evidencia que en la Europa prerrevolucionaria circulaba gran cantidad de enciclopedias: a las varias ediciones en folio y en cuarto de la Encyclopédie -la enciclopedia por antonomasia- se sumaban la Méthodique y la Encyclopédie d’Yverdon, versión refundida y abreviada de la Encyclopédie original, además de las ediciones pirata en octavo.

La historia de las Encyclopédies es, en concepto de Darnton, similar a la historia de la diplomacia del siglo XVIII: «una intriga barroca con reveses súbitos combinados con momentos de guerra abierta». Publicar las obras de los ilustrados en la propia Francia resultaba por lo general una tarea ímproba; de hecho, la censura, las prácticas monopólicas del gremio de libreros de París y el control estatal del mercado del libro obligaban a los filósofos a llevar sus trabajos a alguna de las muchas imprentas o sociedades tipográficas, su nombre en la época, establecidas en las proximidades de las fronteras francesas, en Suiza y en torno al Rin. Una de ellas fue la STN, que se dedicó a la impresión de obras tan radicales como Sistema de la naturaleza, de D’Holbach: un libro decididamente ateo. Fue justamente la STN la que se asoció con uno de los nombres señeros del mundillo editorial de entonces (y uno de los protagonistas del libro en comento), el francés Charles-Joseph Panckoucke, para publicar la más difundida de las ediciones de la Encyclopédie, la edición en cuarto. Posteriormente, Panckoucke, que gozaba de la protección de altas autoridades gubernamentales, volcó su energía y su fortuna –ambas cuantiosas- en la publicación de la Encyclopédie méthodique, un trabajo que congregó a una segunda generación de enciclopedistas, no tan ilustres como los de la primera (salvo excepciones como el naturalista Lamarck) pero plenamente representativos de lo más granado del saber de su tiempo. La Méthodique, ideológicamente menos provocadora que su antecesora, alcanzó proporciones mastodónticas. Estuvo a punto de arruinar a su impulsor y muy cerca de llevarlo a la perdición cuando arreciaba el terror jacobino, y no terminó de publicarse sino entrado el siglo XIX (mucho después de la muerte de Panckoucke).

La historia editorial del enciclopedismo pone de manifiesto una compleja trama de maquinaciones, intrigas y combinaciones en que se entrelazan intereses políticos y económicos, confundiéndose en muchas ocasiones con una historia de constante cabildeo y choque de influencias. A lo largo del siglo, las batallas comerciales entre editores eran despiadadas y se valían de subterfugios como cortar las líneas de suministro, levantar trabajadores a la competencia y calumniar la calidad del producto de los rivales. En algunos casos, la habilidad para complotar y para hacerse de los mejores contactos en las altas esferas resultaba más efectiva que el hecho de ser dueño de un privilegio otorgado por la corona. Estas armas, precisamente, fueron las que hicieron de Panckoucke un adversario temible y el verdadero señor del negocio editorial. Los editores podían no comulgar con las ideas extremas de los philosophes, pero primaba en sus consideraciones la idea de lucrar con sus muy demandadas obras. Por lo mismo es que se permitían adulterar a su amaño los textos, incurriendo en prácticas que amargaban la vida de los autores –Diderot más que ningún otro-. Con todo, no eran inconscientes del significado y magnitud de su empresa; nadie ignoraba el alcance ideológico del movimiento enciclopedista, y un hombre como Panckoucke, que ante todo era un empresario, llegaba a cifrar en la Méthodique su expectativa de gloria: este proyecto debía ser la cima del conocimiento y un monumento a los atributos humanos, garantizando fama imperecedera a su impulsor. En otra faceta de la cuestión, el ascenso de Luis XVI al trono de Francia dio lugar a una relajación de la censura y a una liberalización de las políticas relativas a la edición de libros. Mucho tuvo que ver en ello el ministro Turgot, amigo de los philosophes y él mismo un colaborador de la Encyclopédie. El nuevo reinado aumentó el control de la piratería editorial y reformó la concesión de privilegios, la que en años previos había propiciado una concentración monopólica que amenazaba con asfixiar el mercado libresco.

El mercado literario del momento cuenta con singularidades llamativas. Entre ellas, la importancia del libro como objeto físico y la actitud de los compradores. Los lectores del Antiguo Régimen eran muy exigentes en punto a calidad material del libro e inspeccionaban minuciosamente cada uno de sus detalles, desde la tipografía hasta la excelencia del diseño en su conjunto. (Afirma Darnton que existía en la era del libro hecho a mano una conciencia tipográfica que luego desapareció con el advenimiento de la impresión y la tipografía automáticas.) Los mismos impresores enfatizaban en la publicidad –prospectos y avisos insertos en la prensa- las cualidades físicas de sus productos: bello papel, tipografía novedosa, encuadernación esmerada, etc. Las quejas por los errores y defectos de producción podían ser muy estridentes, y tales fallos –las huellas dactilares dejadas por los obreros impresores, por ejemplo-, solían ocasionar el cese de las suscripciones. En lo relativo a la producción y funcionamiento de la industria libresca, el estudio de Darnton abunda en información y datos de interés. Fuera de los detalles anecdóticos –impresiona saber que a la sazón un barril de tinta costaba más que una imprenta totalmente equipada-, lo relevante concierne a elementos como la estructura y los ritmos de producción, mercados de materias primas, medios de distribución y otros. En una industria de bajo nivel tecnológico como aquella, el escrutinio de nuestro autor demuestra que quienes determinaban el ritmo de trabajo eran los trabajadores. «Si los obreros trabajaban menos –afirma-, era porque querían; la caída en la productividad no tenía que ver con las irregularidades en el suministro de tareas». Por supuesto, el trabajo era inestable y mal pagado, adolecía de una alta tasa de rotación laboral, y a la arbitrariedad de los empleadores los obreros respondían como podían, incluyendo el espionaje para impresores rivales. Ponían en su trabajo el orgullo de los artesanos, pero la escasa retribución desincentivaba la pulcritud; no es extraño pues que los ejemplares de la Encyclopédie estén cuajados de fallos de todo tipo.

El análisis de las ventas da pie a observaciones atingentes al modo en que la sociedad prerrevolucionaria fue permeada por las ideas ilustradas. Es lógico suponer que el menor precio de la edición en cuarto y sobre todo de las ediciones pirata favorecieran la difusión del enciclopedismo, añadiéndose a esto la distribución de ejemplares en gabinetes de lectura; no obstante, la relativa democratización de la Ilustración chocaba siempre con el analfabetismo del grueso de la población y con el paupérrimo poder adquisitivo de las clases bajas. La distribución del mercado enciclopédico muestra que la élite tradicional era el segmento más atraído por la Encyclopédie. Sus compradores preferentes eran notables del Antiguo Régimen, clérigos, funcionarios y profesionales de viejo cuño; aunque los datos varían según regiones y según ciudades, la evidencia apunta a que el interés de la nueva burguesía de tipo industrial y comercial era bastante menor. No hay sino suscribir la conclusión de Darnton: en general, la Encyclopédie circuló entre los sectores medios tradicionales y saturó los de la cima social, raleando en el pueblo llano y en el segmento más dinámico de la economía.

Todo ello habla de un modelo de difusión restringida de la Ilustración, muy acorde con lo esperado por hombres como Voltaire y D’Alembert, para quienes el movimiento no debía irradiar más allá de los notables de las pequeñas ciudades y de los caballeros del campo. Tanto la fórmula volteriana de una Ilustración selectiva como la evidencia recogida por el historiador vienen a desmentir la tesis que relaciona el enciclopedismo con el segmento afín al capitalismo, la burguesía de mercaderes y fabricantes, cual si la Encyclopédie hubiese sido la expresión de una conciencia de clase. «Nada era más agresivamente capitalista que la Encyclopédie como empresa, pero su público no era un público de capitalistas»; afirmación corroborada, además, por la circunstancia de que en el tratamiento de materias económicas por los enciclopedistas predominaba una mentalidad preindustrial. La ideología progresista de la Ilustración infiltró los sectores tradicionales del Antiguo Régimen, verificándose la figura de una Revolución que comenzó desde arriba: el colapso de la cima precediendo a la rebelión desde abajo. El propio régimen había coadyuvado a la mentada infiltración al aflojar las restricciones que pesaran sobre las primeras ediciones de la Encyclopédie; las autoridades, en tiempos de Luis XVI, tendieron a tratar el enciclopedismo más como un fenómeno económico que como uno ideológico. Para los días del cambio generacional, cuando una segunda hornada de enciclopedistas tomó el relevo, el vuelco cultural y político erigió a la Méthodique en un documento semioficial que contaba con el auspicio del gobierno.

Para finalizar, cabe decir que El negocio de la Ilustración es un libro fecundo e interesantísimo, esto por descontado, pero en ciertos tramos se vuelve un tanto arduo por la metódica prolijidad de su autor. Es como si, enamorado de su hallazgo -el tesoro deparado por la correspondencia de la STN-, Darnton sufriese del escrúpulo de contarlo todo y con minucioso detallismo. A pesar de esto, vale la pena leerlo.

– Robert Darnton: El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800. Fondo de Cultura Económica, México, 2011. 698 pp.

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7 comentarios en “EL NEGOCIO DE LA ILUSTRACIÓN – Robert Darnton

  1. ARIODANTE dice:

    ¡Bravo, Rodri! ¡¡La primera reseña del año!! Y seguimos con ilustrados…fenomenal, fenomenal! Pero, dime, ¿Con Encyclopédie de Blom no voy ya bien servida?

  2. ARIODANTE dice:

    Por cierto…imagino que Sandra está de vacaciones…

  3. Rodrigo dice:

    Son enfoques completamente distintos, Ario. Tratándose de público lector el de Blom tiene mayor llegada, claramente. Lo de Darnton es mucho más específico, más especializado; más denso también. El negocio de la Ilustración es una de las fuentes con que trabaja Blom, aparece de hecho en su bibliografía y uno percibe que ciertos detalles los toma prestados directamente del estudio de Darnton. Lo cierto es que son libros que responden a inquietudes distintas. Blom atiende al aspecto humano del asunto, por lo mismo es que resulta mucho más emotivo y entretenido. Yo mismo me habría dado por satisfecho con su libro de no ser porque a Darnton le he leído otros trabajos y porque conjeturé que en El negocio… encontraría cosas interesantísimas… tal como espero haber reflejado en la reseña.

    Aunque por momentos se me hizo un poco pesado, considero el libro de Darnton una de mis mejores lecturas de 2013.

  4. ARIODANTE dice:

    Lo has reflejado, efectivamente, en tu magnífica reseña. Pero también he deducido esa mayor densidad y creo que prefiero quedarme con Blom.

  5. Rodrigo dice:

    Vale.

  6. Farsalia dice:

    Lo estuve hojeando hace un tiempo… pero no me acabó de convencer; ya me dio la sensación de que el autor abarcaba más de lo que luego podría apretar. Me sigo quedando, por ahora, con el estupendísimo libro de Philipp Blom.

  7. Rodrigo dice:

    Ario, me quedó dando vueltas un detalle. Cuando apuntaba lo de la especialización me refería derechamente al enfoque temático y metodológico, propio de la disciplina desde la que el autor aborda la cuestión: la historia del libro o historia editorial. Disciplina fronteriza con otras varias, como sugería en la reseña; cuanto más avanzaba en la lectura de El negocio de la Ilustración, más me parecía estar leyendo el trabajo de un sociólogo de la cultura. Esta misma circunstancia habla de amplitud a la vez que de profundidad en la investigación. Lo de Darnton no será un modelo de amenidad, pero sí un ejemplo de rigor intelectual y una mina de oro en cuanto a información, perspectivas y conclusiones.

    Está claro que no todo el mundo se sentirá atraído por un libro de semejante índole, yo mismo he vacilado antes de decidirme a comprarlo (ya sabes Ario que disto mucho de ser un especialista en áreas como ésta); pero por poco que se sienta uno motivado por la curiosidad y por el deseo de complementar lecturas, bien puede agradecer el que se traduzcan libros complejos pero incomparablemente fecundos como el de Darnton.

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