EL CID. VIDA Y LEYENDA DE UN MERCENARIO MEDIEVAL – Nora Berend

De tanto en tanto, te llevas alguna sorpresa con algún libro que parece ser «más de lo mismo», pero que a poco que lo hojees y te fijes en su contenido ya te das cuenta de que no lo es. Pero no hay tiempo para todo, por lo que dejas el libro en la mesa de novedades, apuntándolo mentalmente y confiando en poder sacar un hueco más adelante. El libro tampoco es extenso, con algo menos de 300 páginas de texto, sin notas –aunque con diversas menciones de la autora a especialistas, directa o indirectamente– y una bibliografía que consideras bastante pertinente. Piensas «bueno, ya aprovecharé alguna oportunidad para leerlo». La «oportunidad» llega meses después cuando por casualidad, en redes sociales, lees un artículo de opinión, más que una reseña, a cargo de uno de los grandes especialistas actuales en el Cid literario, y que te llama la atención. Pues te deja la sensación de que el autor del texto se pasa de frenada, que realmente no incide en las virtudes que pueda tener el libro, sino que va a buscar aquello que considera que es su punto flaco del volumen –que la autora considere al Cid un «mercenario»–, y además con un punto de vista que se podría definir como una «meada fuera de tiesto», pues cree que la autora ha tomado la peor de las acepciones que hay sobre esa palabra. Acicateado por ello, pues al acabo de unos días sacas un rato y te pones a leer el libro. Y te lo acabas en poco más de un día.

El Cid. Vida y leyenda de un mercenario medieval de Nora Berend (Editorial Crítica) no es tanto una biografía de Rodrigo Díaz de Vivar (ca. 1047-1099) como un minucioso rastreo  y en extenso, dentro de esas 300 páginas, de la (construcción de la) leyenda del Cid Campeador. Puede que, hasta cierto punto, la editorial juegue al despiste con el subtítulo del libro –en el original es «The Life and Afterlife of a Medieval Mercenary», en el original–, pero no engaña: pues de los 11 capítulos, uno se dedica al contexto del siglo XI, insertando la península ibérica en procesos que se estaban produciendo en el resto de Europa –como también desarrolla David Porrinas en su excelente biografía/estudio del personaje, publicado por Desperta Ferro Ediciones hace ya seis años–, otro a la biografía de Rodrigo –titulado, con mucha perspicacia, «En un espejo, veladamente: Rodrigo el hombre» y que resigue sus andanzas en la segunda mitad de esa centuria– y nueve a la leyenda del Cid, desde prácticamente los años posteriores a su muerte a las reinterpretaciones recientes tanto en literatura como en el ámbito audiovisual, y llegando a tiempos actuales de polarización política (algo que, por desgracia, está sucediendo en todo el mundo).

Así, el capítulo 11 («Los dos Cides: hacia el siglo XXI») y el Epílogo inciden en cómo la figura del Cid es objeto de debate entre quienes lo ven como el paradigma del soldado cristiano que defiende el solar hispano de la invasión musulmana almorávide o en un «Cid liberal y republicano», frente a esta última visión especular, Berend, al final de ese último capítulo, remarca otra vez con perspicacia (su libro rebosa de esta cualidad):

[…] recuperar, aun bajo un aspecto modificado [como añadía previamente] al Cid prefranquista no eliminará la apropiación actual por parte de la derecha. Defensor de la democracia y contrario a una nación católica monolítica; coexistiendo en paz con los musulmanes y aprendiendo de ellos, no como un supremacista furibundo con intención de exterminar a los musulmanes; sino como una persona compasiva que daba lo mejor de sí misma en tiempos difíciles. Estos retratos sencillamente mantenían viva la leyenda. Y como en la raíz de toda leyenda hay una época histórica de guerras sangrientas, no será posible poner distancia entre el Cid y la violencia. Lo que España y el mundo necesitan no es otro héroe salpicado de sangre, sino un gobierno racional y consensuado. ¿Significa esto que hay que abandonar al Cid en manos de la derecha política? Es su mitificación como héroe lo que hay que abandonar. Él no representó el control del poder tiránico, más bien anhelaba el poder [de ahí su principado valenciano]. No fue una víctima de una irracional ira vengativa ni de un trágico accidente que mantuvo a su amada alejada de él por una larga temporada. En lugar de transformarlo en una figura compasiva apropiada para una época democrática y multicultural, tenemos que verlo como un hombre que mató y saqueó para ganarse la vida. Por supuesto, se vio condicionado por su tiempo, igual que nosotros por el nuestro. Eso no lo convierte en un modelo, ni siquiera en alguien con quien debamos simpatiza (págs. 276-277).

Y para ello es (muy) importante conocer no solo la biografía del personaje, saber qué hizo en su contexto y con qué intenciones –con toda la información contrastada que podamos extraer de las fuentes coetáneas una vez descartado lo legendario–, sino también, y especialmente, la leyenda. Pues la leyenda es la que ha forjado al Cid que ha llegado hasta nuestros tiempos y que se sigue perpetuando en imaginarios colectivos (literarios, audiovisuales y políticos) diversos. Y ese es el gran valor de este libro: seguir los pasos de la construcción de esa leyenda en los tiempos medievales, de la Historia Roderici a Las Mocedades de Rodrigo, pasando por la Estoria de España y, cómo no, el Poema [o Cantar] de Mio Cid.

Es importante para la autora incidir en el origen de la Leyenda de Cardeña, en cómo desde el principio se visten al Cid de toda una serie de virtudes cristianas, cómo se va dejando de lado su papel como «mercenario» al servicio de reyes taifeños, cómo se modula el problema de su lealtad con Alfonso VI enfrentado a sus deseos de crearse un principado propio, cuasi regio, en Valencia; analizar qué nos cuenta el Poema de Mio Cid sobre Jimena y sus hijas, de dónde surgen mitos como la Jura de Santa Gadea, sus espadas o su caballo Babieca, o cómo el personaje se hizo literario, ya desde finales del siglo XIII, como en la Estoria del Cid, o ya a principios del XVI con la Crónica particular del Cid, que abrieron la puerta a muchos romances y obras teatrales, tanto enaltecedoras como paródicas –véase Las mocedades del Cid, hacia 1655–; y allende las fronteras, como en Le Cid de Corneille (1636), texto teatral que Berend analiza con detalle y que «desató un furibundo debate, la querelle du Cid», que a su vez dieron pie a varias reescrituras que trataban de «poner remedio a los fallos de Corneille».

Pues no se quedó la cosa en el cruce de los Pirineos, sino que se publicaron traducciones francesas de muchos de los romances, con adaptaciones alemanas e inglesas, ya en plena era del Romanticismo. Había Cid para todos y con ropajes diversos, pues es lo que tienen las leyendas: que una vez que empiezas a dejarte llevar por sus elementos, la cosa no para (cuando haces pop, el Cid no tiene stop). Al empezar el siglo XX, el Cid ya era famoso a escala internacional: «a medida que su leyenda florecía hasta extremos cada vez más amplios y toda una panoplia de grupos e instituciones le sacaban provecho, fueron surgiendo las dudas sobre su misma existencia. Los académicos empezaron a rascar la costra de la leyenda, pero la reconstrucciones divergían.

Con el objetivo de desenmarañar al Cid histórico del héroe legendario, se había iniciado una guerra de palabras». Los capítulos 8 y 9 inciden, respectivamente, en la labor de Marcelino Menéndez Pidal para «recuperar» al Cid histórico de la leyenda, empeño en el que el académico gallego puso más voluntad que certezas, y en cómo la dictadura franquista sacó petróleo de la obra de Menéndez Pidal para construir «su» Cid, aun siendo el académico no precisamente alguien alineado con el bando franquista, y creó todo un imaginario propio del personaje. Parte de ese Cid franquista y el asesoramiento histórico de Menéndez Pidal confluirían en la imagen que se recreó en la película de Anthony Mann de 1961 (capítulo 10), con Charlton Heston interpretando al personaje y rodada en España, y cómo ella misma acaba siendo un repositorio de muchos de los elementos legendarios que se forjaron en las fuentes anteriormente citadas y en un imaginario que llevaba a la gran pantalla lo más granado del Cid de la leyenda, y no tanto el histórico.

Como podemos ver, pues, no es el de Berend un libro cualquiera, y dentro de su brevedad, sino que recoge los muchísimos estudios que se han realizado sobre la biografía del Cid histórico y la conformación de la leyenda del Cid literario. Un libro, pues, muy valioso y que, seguramente, aún se quedará corto en la materia tratada (no puede caber todo en 300 páginas). Lo he disfrutado y me ha parecido un excelente estudio sobre la «metabiografía» del Cid Campeador y no tanto sobre Rodrigo Díaz de Vivar.

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Nora Berend, El Cid. Vida y leyenda de un mercenario medieval, traducción de Beatriz Ruiz Jara. Barcelona, Editorial Crítica, 2025, 320 páginas.

     

Un comentario en “EL CID. VIDA Y LEYENDA DE UN MERCENARIO MEDIEVAL – Nora Berend

  1. Vorimir dice:

    Pues tan interesante puede ser su figura como el uso que sobre ella se hizo y (cansinamente) se sigue haciendo. Si el libro es breve y claro, aun mejor. :D

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