EL BOSQUE DE LA LARGA ESPERA, Entre la historia y la ficción – Hella Haasse
En 1949 la historiadora y novelista neerlandesa Hella Haasse publicaba Het woud der verwachting (El bosque de la larga espera), que no aparece en español hasta 1992, en traducción de Javier GarcÃa Alves (Edhasa). A partir de entonces ha conocido varias ediciones (CÃrculo de Lectores, Plaza & Janés, Edhasa pocket), y continúa en el circuito comercial.
Antes de abordar el comentario de la novela quisiera llamar la atención sobre la proximidad en el tiempo y en algunos materiales narrativos de la novela de Haasse (1949) y la desgraciada muerte de Johan Huizinga (1945). Este autor habÃa publicado en 1919 El otoño de la Edad Media, monografÃa de referencia para los estudios bajomedievales que sigue conociendo reediciones y tan próxima en algunos aspectos a los planteamientos históricos de Haasse. No me consta que la novelista se inspirara directamente en el texto de Huizinga, pero su recreación de las cortes de Francia y Borgoña parece influida por las del eminente historiador, que siguen deslumbrando a lectores, tanto expertos como legos.
1. ¿Por qué esta novela?
Lo que me ha movido a ocuparme hoy de la novela de Haasse es, sin duda, el atractivo que para mà tiene su protagonista, Carlos de Orleans (1394-1465), hijo de Luis de Orleans (1372-1407) y Valentina Visconti (1370-1408), y sobrino de Carlos VI de Francia (1368-1422), llamado Carlos el Bien Amado, y también el Rey Loco.
A medio camino entre la novela histórica y la biografÃa novelada, el texto consigue a un tiempo recrear un momento histórico tan sugerente como el otoño medieval y presentar la figura de un eximio poeta, Carlos de Orleans, que aún hoy no es suficientemente conocido y valorado en la divulgación histórica y filológica.
La vida de Carlos de Orleans es una vida libresca. Objetivamente, fue un personaje importante en su época. No por otra razón -era el principal de los grandes nobles de Francia, junto con los duques de Berry y de Borgoña, sobrino y tÃos del Rey, respectivamente- lo retuvieron tantos años en Inglaterra Enrique V y su sucesor, Enrique VI. Por otra parte, será su hijo Luis quien suceda a Luis onceno como rey de Francia. Pero al mismo tiempo se trata de una vida singular: un héroe épico que apenas empuñó un arma; un hombre público malgré lui, a quien superaron habitualmente las conflictivas circunstancias polÃticas, que lo zarandearon como un juguete; y un poeta cortesano que, rodeado de conflictos bélicos desde su nacimiento, ha merecido pasar a la Historia sobre todo como hombre amante de la paz.
Su divisa: «Nonchaloir», que traduzco mal por «indolencia», habla por una parte de un personaje mal dotado y mal dispuesto para las armas; por otra, de cierto estoicismo en el que se ejercitó durante dos décadas como prisionero del rey inglés. De alguna manera, Carlos de Orleans fue anacrónico; especialmente, tras su liberación.
Il fut la Belle-au-Bois-dormant de la féodalité. Il s’endormit quand les grans vassaux, dont il était l’un des plus puissants, étaient tout, et se réveilla quand la royauté restait presque complétement maîtresse de la France. (Héricault 1896: IX)
Su prolongado exilio (1415-1440), por razones obvias, no ofrece grandes gestas poetizables, a no ser que consideremos heroica su resistencia psicológica y su fidelidad a la monarquÃa francesa a pesar de la tenaz persuasión de los ingleses para que se pasara a su bando. En el orden de los acontecimientos, resulta mucho más novelable la vida de su padre, el duque Luis I de Orleans: hombre de acción, amante de las artes y las letras, admirado por las mujeres, anfitrión magnánimo, soporte de su hermano el Rey Loco, enemigo acérrimo de la Casa de Borgoña, fÃsicamente atractivo… un verdadero caballero cortés, según las categorÃas de la época; y perfecto galán, según las del teatro y el cine.
Y sin embargo, el protagonista de la novela no es Luis sino su hijo Carlos. Esa elección sin duda merece reconocimiento, puesto que de todo el escenario histórico en que se desarrolla la acción de la novela, ha escogido la figura histórica menos épica, menos narrativa.
También es audaz la práctica eliminación de la intriga (se entiende, para quien no conoce los pormenores de la época) en la parte de la novela que relata su prisión. La alternancia de episodios vertiginosos, como el asesinato de su padre Luis de Orleans, con el tempo lento de las inacabables jornadas inglesas funciona bien, sin lastrar la narración.
2. Carlos de Orleans, prÃncipe humanista y poeta
Nuestro personaje heredó probablemente la Biblioteca que su abuelo, el sabio Carlos V de Francia (1338-1380), reunió en el Louvre, y que con el tiempo serÃa el germen de la Biblioteca Nacional de Francia.
Un inventario de libros realizado en su segundo año de cautiverio revela una biblioteca bien nutrida, donde no faltan los textos más importantes de cualquier biblioteca medieval:
Un examen del inventario revela que la biblioteca contenÃa una buena colección de obras de los escritores clásicos entonces conocidos: Aristóteles, Ovidio, Virgilio, Horacio, Juvenal, Estacio, Josefo, etc.; unas cuantas de TeologÃa y algunas obras de los padres -Ambrosio y Jerónimo-, asà como vidas de la Virgen, salterios, evangelios, etc., más los inevitables Boecio y la Leyenda dorada. (McLeod 1972: 397-398)
La refinada cultura de Carlos es puesta de manifiesto en repetidas ocasiones por la novelista. Pero tiene mayor mérito el que haya construido la novela apoyándose en múltiples referencias a los textos del poeta. El mismo tÃtulo, que se repetirá a modo de estribillo a lo largo de todo el relato, es el primer verso de una conocida balada suya:
En la forest de longue attente,
chevauchant par divers sentiers
m’en vays, ceste année presente,
ou voyage de Desiriers.
Devant sont allez mes fourriers
pour appareiller mon logis
en la cité de Destinée;
et pour mon cueur et moy ont pris
l’ostellerie de Pensée. (Héricault 1896: I, 120)
Desiriers, Destinée, Pensée… tres alegorÃas, más que conceptos, personajes frecuentes en los poemas del de Orleans, que sigue la moda impuesta en Europa por el alegorismo dantesco y, sobre todo, por el best-seller de la novela medieval,  el Roman de la rose. Estos personajes pueblan un universo poético en el que predomina la melancolÃa, y que sigue ajustándose perfectamente a los dictados de la lÃrica cortés, enriquecida, eso sÃ, con el referido alegorismo. Carlos de Orleans es un trovador tardÃo, también en esto algo fuera de época, pero trovador y caballero cortés como el que más. Lo que dificulta convertir su discreta vida en novela es compensado por el atractivo de su figura, asà como por su posición central en medio de una complicada red de intereses polÃticos que pretenden utilizarlo durante años como moneda de cambio. AsÃ, su suegro, Bernardo VII de Armagnac (†1419); durante su exilio, los Reyes de Inglaterra Enrique V y Enrique VI; y a su retorno, Felipe el Bueno de Borgoña (1396-1467).
Dije que la novela se apoya en textos del protagonista, especialmente en su segunda parte. El relato está dividido en dos libros: «Juventud» («Luis de Orleans, el padre»; «Valentina de Milán, la madre»; «Borgoñones y armagnacs») y «El camino de Nonchaloir»(«Exilio» y «El Libro de Pensamientos»). PodrÃa afirmarse que progresivamente la acción deja paso a la inspiración poética. La agitada vida de su padre Luis y de la corte francesa de Carlos VI, tras la derrota de Azincourt (1415), ceden paso a los forzosamente contemplativos años del destierro y a los maduros pensamientos poéticos de la vejez.
3. Juana, la Doncella de Orleans
Uno de los principales atractivos de la novela, en cuanto novela histórica, es la recreación de la Guerra de los cien años. Consigue no sólo evocar los gestas militares –la batalla de Azincourt es un modelo de narración bélica- sino mostrar también, sin idealizar la milicia, hasta qué punto la libertad, la virtud y el vicio de los protagonistas deciden el curso de la Historia. Ahora bien, al tiempo que quienes rodean a Carlos parecen dueños de sus propias vidas, él –«Nonchaloir»- se asemeja en buena parte de la novela a un juguete en manos del destino o, mejor, de la voluntad de otros: los prÃncipes de la sangre, su suegro, los reyes de Inglaterra.
El personaje de Santa Juana de Arco –difÃcil de recrear donde los haya- resulta creÃble. Lejos de la hagiografÃa, consigue reproducir en nosotros la admiración y el estupor que ante lo sobrenatural experimentaron sus seguidores franceses, incluido el DelfÃn (futuro Carlos VII), que tan poco hizo después por salvarla. En la novela permanece como personaje enigmático. Ahà el punto de vista omnisciente de la narradora se limita a los ojos de los franceses que escucharon y vieron aquella doncella vestida de guerrero conducirlos hasta Reims para la unción y coronación del DelfÃn.
4. ¿Anacronismo?
Es inevitable enjuiciar la exactitud histórica de una novela de este género. Todos conocemos textos –algunos se cuentan entre las superventas- que sin ningún respeto por la Historia adulteran las categorÃas de la cultura medieval, repitiendo una y otra vez los groseros tópicos que iluministas y románticos vertieron sobre el pasado de Europa[1].
Pienso que la novela de Haasse está en el justo medio, lejos de la mitificación de corte romántico, pero también del burdo presentismo de la subliteratura histórica a la que me he referido.
La ambientación de los personajes y de la acción se ajustan bastante a lo que conocemos por la HistoriografÃa: trajes, banquetes, torneos, la vida en el campo y en la ciudad (ParÃs, siglos XIV y XV), los mercados, etc. Un episodio luctuoso, rigurosamente histórico, sirve de botón de muestra: la recreación de los momos celebrados en el Palacio de Saint Pol, en los que el propio Carlos VI participó como uno de los «salvajes», y que acabó en tragedia al encenderse en llamas los trajes de los figurantes, que eran de material altamente inflamable. Es uno de mis pasajes preferidos:
Las mismas llamas que habÃan puesto un fin prematuro a la loca mascarada organizada por Isabel en el mes de enero con motivo del casamiento de su amiga y confidente, la viuda del señor de Hainceville. Una segunda fiesta nupcial brindaba amplias posibilidades de diversión desenfrenada, burlas equÃvocas y excesos salvajes. Una procesión interminable de invitados se movÃa por los salones bailando cogida de la mano, y el rey, contagiado por la euforia a su alrededor, se habÃa dejado convencer para participar en un juego de disfraces ideado por varios nobles con el ánimo de asustar a las damas. En una estancia contigua les ciñeron, cosidas sobre sus cuerpos desnudos, unas mallas de punto embadurnadas con pez y cubiertas de plumas, que completaron con unos tocados también de plumas, para asemejarse a salvajes. De esta guisa se lanzaron gritando y saltando entre los bailarines, quienes huÃan en todas direcciones, con gran deleite de los espectadores. La duquesa de Berry, jovencÃsima esposa del tÃo del rey, estaba sentada junto a Valentina, bajo el dosel. Reconoció al rey por su constitución y no pudo contener la risa ante sus saltos, más desmesurados y eufóricos que los de los demás. Luis de Orleans penetró borracho en la sala empuñando una antorcha y acompañado por varios amigos; los salvajes se acercaron a ellos sin dejar de bailar, mientras el griterÃo de los presentes ahogaba la música. Se produjo una escaramuza, en la que se incendiaron los tocados de plumas. En sus pesadillas, Valentina aún podÃa oÃr los gritos de las antorchas vivientes, perdidas sin remedio dentro de sus mallas cosidas herméticamente; corrÃan de un lado a otro, incapaces de despojarse de sus fatÃdicos atuendos, o se revolcaban por la pista de baile dando alaridos[2]. (Haasse 1992: 14)
5. ¿Quién es la dama de los poemas?
Si al caballero cortés no puede faltarle la dimensión guerrera –aun tan discreta como lo es en el Carlos de Orleans histórico- tampoco puede faltarle la dama. Efectivamente, en sus poemas está presente la Musa a quien se ama, por quien se suspira. En el caso que nos ocupa, además, hay un ingrediente casi trágico: la separación forzosa, que transforma la pasión en un amor de lejos, como el poetizado por Jaufré Rudel más de dos siglos antes.
Aunque siempre me ha provocado cierto rechazo la aproximación «biografista» a la Literatura, en este caso no es impertinente preguntarse quién pudo ser la dama de sus poemas.
Según McLeod (1972: 393 ss), y en esto coincide plenamente la novelista, es Bonne d’Armagnac, su segunda esposa, con la que convivió poco tiempo y a quien añora durante los largos años de exilio, antes y después de que Bonne muera (†1419):
Sueña con los ojos abiertos, creyéndose en otro lugar; una voz clara y argentina le susurra palabras al oÃdo, estalla en una risa, o pequeños sollozos se suceden formando una melodÃa en la que reconoce una canción que cantaba hace mucho tiempo: «Madame, je suys plus joyeulx». Se tapa los oÃdos con las manos para no tener que seguir oyendo el ruido de la lluvia, pero no consigue desterrar esos suaves e incesantes chapoteos, tintineos y gorgoteos que se transforman claramente, como por encantamiento, en la voz de Bonne, sobre todo por las noches. (Haasse 1992: 382)
En conclusión, estamos ante una buena biografÃa novelada y ante una buena novela histórica, que son dos géneros semejantes pero no necesariamente coincidentes. Entre sus principales virtudes está la ausencia de anacronismos materiales. Todos los realia corresponden bastante bien a la época evocada. Sin embargo –y esto puede ser objeto de un interesante debate- la autora es hija de su tiempo y no puede sustraerse a un cierto (¿evitable?) anacronismo formal. Sin caer en el presentismo[3] de Taylor Caldwell en su biografÃa novelada de Cicerón –excelente, por otra parte[4]– no deja de ofrecer una visión del personaje influida por el Romanticismo del que, aunque nos pese, seguimos siendo deudores.
BibliografÃa
Aurell, Jaume (2005), La escritura de la memoria, Valencia, Universidad-
Bétemps, Isabelle (2003), Charles d’Orléans et la poésie lyrique au Moyen Âge, ParÃs, Bertrand-Lacoste.
Charles d’Orléans (1896), Poésies complètes de Charles d’Orléans, ed. de Charles d’Héricault, ParÃs, Flammarion.
Club del Lector: http://www.clubdellector.com (7.X.2008)
Haasse, Hella S. (1992), El bosque de la larga espera. La historia de Carlos de Orleans. Una novela de la Edad Media, trad. de Javier GarcÃa Alves, Barcelona, Edhasa.
Heers, Jacques (1995), La invención de la Edad Media, Barcelona, CrÃtica.
Héricault, Charles (1896), vid. Charles d’Orléans.
McLeod, Enid (1972), Carlos de Orleans. PrÃncipe y poeta, Madrid, Espasa-Calpe.
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[1] A este própósito es muy clarificador el ensayo de Jacques Heers, La invención de la Edad Media.
[2] «Una de las fiestas de más trágico recuerdo fue un baile celebrado en enero de 1393. El rey y varios de sus alocados amigos asistieron disfrazados de salvajes, vestidos de pieles a las que habÃan pegado con pez algunas plumas. A fin de verles mejor, Luis de Orleans tomó de manos de un criado una antorcha de la que cayeron algunas gotas de resina sobre una de las máscaras que se inflamó como una tea humana. Como los salvajes iban muy juntos, las llamas se propagaron de unos a otros hasta que ardieron todos. La valerosa joven duquesa Juana de Berry arrojó la cola de su vestido sobre uno de los salvajes más próximos a ella, que resultó ser el rey, apagando las llamas y salvándole, aunque cuatro o cinco de sus compañeros sufrieron quemaduras mortales». (McLeod 1972: 36). En la baja Edad Media se dio un fenómeno espectacular no estrictamente dramático, aunque vinculado a él. Se trata de otro juego cortesano, el de los momos. Parece que seguÃan al festÃn, dentro del palacio, y concluÃan con bailes y danzas. La danza, con o sin texto explÃcito, podÃa tener un sentido celebrativo, ya mimético, ya simbólico.
[3] Interesantes consideraciones sobre el presentismo pueden encontrarse passim en La escritura de la memoria, de Jaume Aurell.
[4] La columna de hierro, Maeva, 2004.
Francisco Crosas
Facultad de Humanidades de Toledo (UCLM)
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Ñaca. Yo dirÃa que este análisis entrarÃa de lleno en la categorÃa hislibreña de «artÃculos-ensayos». Como mÃnimo.
Pues sÃ. Lo pensé tarde y no escribà al autor para comentárselo con todo el lio que he tenido previo. No obstante, estamos a tiempo si Fcrosas quiere.
Qué gran novela, qué buenos ratos me ha deparado. Dos veces, dos, la he leÃdo, y cómo la he disfrutado. Y qué bien lo reflejas, Fcrosas, en tu reseña. Estoy muy de acuerdo contigo en lo que comentas, no añadirÃa ni una coma más. Sólo recomendar la novela de Haase a quien aún no la haya leÃdo.
Lei hace mucho tiempo esta novela. Gracias por la reseña. Me ha refrescado la memoria y lo mucho que disfruté entonces con el libro. Creo que lo volveré a leer
Madre, qué buena reseña. Inmejorable recomendación, que será tenida en cuenta.
Gracias por tu reseña, Francisco, me parece realmente magnÃfica. La novela histórica es un género que ahora procuro evitar, pero hubo un tiempo en que me interesó mucho y por esa razón en casa todavÃa quedan tÃtulos sin leer. Uno de ellos es precisamente esta novela de Haase. Quizá me anime pronto a quitarle el plástico…
La leà hace bastantes años.
Habrá que volverla a leer, ya que no me acuerdo de casi nada.
Creo recordar haber leÃdo otra novela del mismo autor. Algo sobre el «sabor de las almendras amargas ?».
CompletÃsima reseña, tanto como para que encaje en la categorÃa ‘artÃculos’.
No conocÃa el libro, ni siquiera a la autora, asà que gracias por ponerme al dÃa.
Tener disponibles una serie de textos como este es una suerte. Y no los hay en otro sitio.
Que gran reseña. No conocÃa el libro y parece que es casi una lectura obligatoria.
Felicitaciones por su reseña de este autor solo, conozco una vida de Erasmo, pero no se puede negar que fue un gran un conocedor de la Edad Media.
Jorge Jorge López