BESTIAS DE UNA PEQUEÑA TIERRA – Juhea Kim
Corea está de moda. Últimamente, todo lo cool parece provenir de allí: el k-pop, los culebrones, el manhwa (que es el nombre que recibe el manga made in Korea), los muñequitos adorables de peluche, las mascarillas para una piel perfecta… Y eso que, hasta hace cuatro días, Corea era uno de esos países que permanecen como sumidos en la niebla. Decir Corea era invocar lo lejano, lo misterioso, lo exótico… Lo desconocido, en una palabra. Ahora bien, ¿ha dejado de ser así? ¿Qué sabemos de Corea en realidad? Más allá del paralelo 38; más allá de sus atractivas modas; de los Kia y los Hyundai; más allá de que se ha convertido en un tentador destino turístico, de su condición de gran tigre en lo económico o de lo inhumano de su sistema educativo (y paro ya, porque llevo camino de convertirme en un Monty Python).
A lo que iba. Que, pese a todo, sigue siendo un gran desconocido.
La historia de Corea ha sido azarosa (¿cuál no, en realidad?). Quizá «resiliencia» sea una de las palabras que mejor la definirían. Atrapada entre la potencia de sus súper-vecinos, China y Japón, sometida a sus caprichos y su beligerancia, la dinastía Joseon consiguió gobernar el país durante algo más de medio milenio manteniendo su independencia hasta que, a principios del siglo XX, Japón se anexionó la península coreana.
Es en estas fechas, con la invasión ya consolidada, cuando arranca la hermosa novela de Juhea Kim, Bestias de una pequeña tierra. En los helados bosques del norte, un puñado de militares japoneses extraviados por una tormenta encuentran a un cazador medio muerto por culpa del hambre y el frío. El cazador andaba tras los pasos de un tigre de las nieves, pero los oficiales le invitan a olvidarse del tigre y conducirlos lejos de la montaña. Y así, fruto del azar, se forja el devenir de unos personajes que, quizá, nunca debieron haberse cruzado. El destino comienza a tejer un fino pero resistente inyeon, que vendría a ser algo así como una conexión que mantiene unidas a las personas por más que la vida las conduzca por caminos muy distintos.
Bestias de una pequeña tierra es una novela coral, y es la historia de Jade, la niña cuya familia vendió a una famosa cortesana porque no podían alimentarla, y la de las otras niñas con las que se criará; de Nam JungHo, un chaval que huye de su aldea, y del hambre, después de la muerte de su padre, y que va a parar a los bajos fondos de Seúl; del teniente japonés Yamada, un hombre íntegro pero incapaz de sentir emociones; de LeeMyung Bo, un aristócrata adinerado seducido por lucha comunista; de Plata y Dani, primas, refinadas cortesanas; o HanChol, trasunto del fundador de Kia. Pero, sobre todo, la protagonista es la propia Corea, ultrajada por la presencia de los invasores nipones (el símbolo del tigre que huye para sobrevivir, de hecho, se repite a lo largo de la novela; pero es un tigre que agoniza, que poco a poco va desapareciendo de los bosques, que pronto se extinguirá); maltratada y abandonada por las potencias que decían apoyarla –soviets y americanos, tanto monta…–; una Corea que se desangra, se desgaja y desemboca (ahí termina la novela) en los imprecisos años sesenta.
Es de destacar el estilo de la autora, (y, por cierto, de la estupenda traducción de Eva González). Bestias de una pequeña tierra es una novela que fluye con delicadeza a lo largo de sus casi cuatrocientas páginas. Y Juhea Kim es una autora que se fija en cómo el sol del atardecer se desliza con suavidad sobre el tronco de un gingko, o en cómo las nubes tornan el color del cielo en mercurio; el sentido estético cobra la importancia que debe tener en cualquier novela oriental que se precie. Y no porque sea el tropo recurrente, casi estereotipado; sino porque un coreano, como un japonés o un chino, no pueden dejar de contemplar la belleza ni aun cuando todo lo demás se desvanece. La belleza como parte del fondo. La belleza sin la cual no puede comprenderse el fondo.
Ahí están las niñas, futuras cortesanas, sentadas bajo un árbol del patio, aprendiendo poesía clásica. Ahí está el sonido del danso, o los pétalos caídos de los almendros que tapizan las calles en primavera como si fueran nieve. Y, sobre todo, ahí están los brillos, que se van opacando hasta convertirse en sepia.
Bestias de una pequeña tierra es una novela hermosa. Y hay añoranza, una melancolía que impregna cada página; la dolorosa conciencia de lo que fue y se va perdiendo. La certeza de que ese rayo de sol que baña en oro los tejados de las casas es una impresión fugaz, demasiado fugaz para retenerla; que dentro de unos instantes se habrá convertido en recuerdo, y habrá dejado de existir. Los coches sustituyen a los palanquines, los garitos a las casas de té y la ropa occidental acaba por arrinconar a los trajes tradicionales. La música que se escucha es la misma que en cualquier bar americano, y los jóvenes no hablan ya de poesía sino de los vaivenes de la Bolsa. Sí, es el progreso, supongo, pero el hueco que ha dejado lo que ya no está, lo que se llevaron, permanecerá vacío para siempre.
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Juhea Kim, Bestias de una pequeña tierra. Madrid, Quaterni, 2022, 392 páginas.
Vaya, qué pintaza! Enhorabuena por la reseña. Todo muy evocador.
Es una novela evocadora, ciertamente; la disfruté mucho.
Gracias, Íñigo.