ALFRED ROSENBERG: DIARIOS 1934/1944 – Jürgen Matthäus y Frank Bajohr (ed.)

9788498928655La editorial Crítica nos ha obsequiado con la publicación de los Diarios de Alfred Rosenberg 1934-1944, uno de los ideólogos y principales adalides de primera hora del nacionalsocialismo, un intelectual al servicio de una de las doctrinas políticas más perversas de la historia de la humanidad. El espacio temporal que abarca estos diarios es desde 1934 hasta 1944, diez años de escritos no muy constantes y con la duda más que significativa de la falta de alguna que otra entrada. Posiblemente pudieran aparecer quién sabe cuándo más notas escritas por Rosenberg.

El libro dispone de 768 páginas. En las 140 primeras se analiza la figura de Alfred Rosenberg desde un aspecto biográfico para pasar a continuación a narrar la odisea de los diarios, unos escritos que aparecieron por primera vez en los juicios de Núremberg, aunque no en su totalidad, y que acabaron una gran parte de ellos en manos privadas, en concreto en el Sr Robert Kemper, fiscal que participó en los mencionados juicios. No ha sido hasta prácticamente ahora cuando dichos diarios han sido encontrados tras arduas investigaciones y peripecias varias que podrían dar lugar a una historia de novela negra. Además de narrar la historia de la búsqueda de los diarios, los historiadores Jürgen Mathaüs (director del departamento de investigación aplicada del Centro Jack, Joseph y Morton Mandel para estudios avanzados del Holocausto del Holocaust Memorial Museum de Estados Unidos) y Frank Bajohr ( director académico del Institut für Zeitgeschichte en Múnich) nos ofrecen unos interesantísimos comentarios sobre el papel de Rosenberg en la génesis y posterior perpetración del Holocausto, situándolo en su justa medida como uno de los máximos responsables de dicho genocidio. Esta primera parte resulta fundamental para poder analizar con un mayor espíritu crítico las posteriores anotaciones de Alfred Rosenberg. 

Los diarios de Rosenberg nos ofrecen una particular visión, no la de los guerreros del nazismo, entendiendo este término como combatientes físicos, sino la de los que apostaban más por la reflexión que por la acción. Es aquí donde podríamos englobar a un personaje como Rosenberg, un hombre cuya labor literaria no era menor, no olvidemos que él fue autor de uno de los libros considerados biblias del nazismo junto al Mein Kamp de Hitler, en concreto hablamos de la obra El mito del Siglo XX. En estos manuscritos Rosenberg se guarda bien de mencionar algunos incidentes que pudieran resultar perjudiciales en un futuro, es decir, oculta deliberadamente información, alguna de ella muy importante. Por supuesto, hay algo que deja muy a las claras, él fue uno de los ideólogos del antisemitismo más radical, su concepción de la vida queda reflejada en estas líneas de una manera evidente mostrando claramente que las teorías darwinistas sobre la superioridad racial formaban parte de su más íntimo credo político y social. Rosenberg fue un aleccionador, un maestro en divulgar las teorías raciales, sus escritos así lo hacen patente siendo numerosas las líneas dedicadas a narrar las numerosas conferencias y discursos que ofrecía sobre este tema por toda Alemania y Europa.

Sus notas son en ocasiones muy espaciadas, Rosenberg reconoce cierta pereza a la hora de llevar a cabo con constancia el diario. Como en todos los escritos personales siempre hay motivo para plasmar los desagravios o las divergencias con los compañeros de trabajo, en el caso de Rosenberg hay dos nombres propios, o posiblemente tres o cuatro que alcanzan protagonismo durante los mismos: Goebbels, Erich Koch (Reichkommisar en Ucrania durante los años 1941-1943 y misma función en el denominado Reichskommissariat Ostland entre los años 1944-1945) , Martin Bormann y el ministro de Asuntos Exteriores Von Ribbentroop. Hacia estos tres personajes, y principalmente a los dos primeros, se dirigen constantes reproches hacia su actividad política. Otro de los aspectos más destacados de estos diarios son los continuos ataques que hacia la iglesia católica dirige Rosenberg, su odio y desprecio hacia el credo cristiano es fanático y forma parte indisoluble de su doctrina política. Son una de las bases de sus planteamientos ideológicos. Otra cuestión muy jugosa es comprobar cómo Rosenberg abordaba temas tan conflictivos como el acuerdo con Stalin de 1939 (por supuesto es otro de los líderes nazis que exculpan a Hitler de toda responsabilidad), y en este aspecto concreto me ha llamado la atención una crítica que realiza, avanzada ya la contienda bélica, donde enjuicia las posibilidades de Hitler a la hora de poder afrontar la gobernabilidad de Alemania; su reprobación no va dirigida a Hitler, al que considera que ya tiene suficiente con afrontar los temas militares, sino a los que rodean al mismo y que deberían enfrentarse con más decisión la dirección del país a la que el Führer no llega. ¿Estaríamos aquí hablando de lo que posteriormente han divulgado una parte de los historiadores del nazismo sobre la “debilidad” de Hitler como dictador? Dejo ahí la pregunta para quien quiera abordarla.

La última entrada registrada en estos diarios corresponde al 3 de diciembre de 1944, cuántos acontecimientos quedaban todavía por pasar.

 

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10 comentarios en “ALFRED ROSENBERG: DIARIOS 1934/1944 – Jürgen Matthäus y Frank Bajohr (ed.)

  1. Schwejk dice:

    Más que debilidad, lo que se ve es el seguimiento del Führerprinzip, el «caminar en la senda del Führer», llevando a cabo sus directrices aunque no las expresara en leyes o decretos; basta con insinuarlo, o con saber hacia donde va su pensamiento. El ejemplo clásico es el de multitud de asociaciones profesionales que expulsaron a los miembros «no arios» por su cuenta, antes de que se elaborase ninguna legislación desde el estado.

    No deja de sorprenderme cómo pudo ser hitler el único «dictador débil» de la historia… cuando los mismos que hablan de que no se enteraba de nada son los primeros en alabar su increíble memoria y su afición en involucrarse hasta en los menores detalles. Qué cosas :-)

  2. Arturus dice:

    Buena reseña, David, me lo apunto para un futuro.

  3. David L dice:

    Rosenberg fue uno de los principales ideólogos del régimen nazi, uno de aquellos que llenaron de contenido teórico al movimiento nacionalsocialista y un hombre decisivo a la hora de poner en marcha el genocidio Judío. Cuando Rosenberg comenta la necesidad de “descargar” a Hitler de obligaciones que deberían ser tomadas por otros líderes nazis, creo que está haciendo una crítica indirecta a todos aquellos que le rodeaban en los últimos años de la guerra y que, en cierta manera, impedían a este último disponer de una visión realista de la difícil situación de Alemania ; además, parece querer reivindicar el papel del personal civil, entre los que se encontraba él como uno de los impulsores de muchas de las medidas socio-políticas que puso en marcha el Tercer Reich. Hitler mandaba, pero no podemos subestimar el protagonismo de hombres como Rosenberg en lo que fue el engranaje del Reich alemán.

  4. Schwejk dice:

    Rosenberg fue importante a la hora de dotar al NSDAP de algún tipo de bagaje teórico, pero una vez que se conquista el poder, su relevancia desciende (creo) muchísimo. Queda por ver en algún estudio (que desconozco) si fue más un figurón calientasillas a lo von Falkenhausen, o alguien que realmente hacía y «aportaba» algo.
    No, si al final tendré que comprarme otro tocho…

    Parece mentira que aún quede tanto por leer sobre el III Reich… Gracias, David, por la reseña. Otro para la saca.

  5. David L dice:

    Si te gusta la historia del Tercer Reich no puedes dejar de leer este libro, Rosenberg perdió poder de influencia conforme la guerra se fue desarrollando, pero para Hitler seguía siendo un elemento importante, no olvidemos que él fue uno de los abanderados del Lebensraum y como tal un pilar teórico muy importante dentro de la organización del partido NSDAP. Otra cosa es que después el transcurrir de la guerra hizo de hombres como Rosenberg un elemento secundario sobrepasado por los más rudos miembros del partido, ya no eran tiempos para los filósofos del nazismo, ahora la fuerza bruta se imponía y el autor de los “Mitos del siglo XX” quedó relegado más por impotencia que por supuesto poder real, que lo tenía como responsable del Ministerio para los Territorios Ocupados en el Este. Nuremberg demostró que para los Aliados que Rosenberg era uno de los jerarcas nazis

  6. Rodrigo dice:

    Interesantísima reseña, David.

    Tengo entendido que la auténtica contribución ideológica de Rosenberg al nazismo es debida a sus artículos y opúsculos publicados con anterioridad a El mito del siglo XX. Este libro fue en realidad muy poco leído, y mucho menos comprendido; la opinión corriente era que resultaba ininteligible, y el mismo Hitler lo desdeñaba por abstruso e indigesto, demasiado intelectualista. Pero más decisivo era que al líder nazi le chocaba la asociación entre nacionalsocialismo y el concepto de mito, mientras que él, Hitler, enfatizaba las bases científicas de su ideario. (Recordar que elementos como el racismo, el antisemitismo y el afán de expandirse en pos de “espacio vital” tenían, en la mentalidad de Hitler, fundamentos racionales, no míticos.)

    En cuanto al poder de Rosenberg, concuerdo con lo que refieres, David. Pero incluso antes de verse reducido a mera figura decorativa según desmejoraba la suerte de Alemania en la guerra, Rosenberg nunca fue parte del círculo de poder real del Tercer Reich. Antes de 1939 no estuvo entre los pocos que tenían acceso frecuente a Hitler (cosa que era un indicador del lugar en la jerarquía), ni se contó después entre los grandes barones del Reich en guerra. Hitler le tenía suficiente consideración –estimaba su prestigio como ideólogo del régimen- como para designarlo titular del Ministerio para los Territorios Ocupados del Este, pero aun así limitó severamente su poder al negarle jurisdicción sobre la Wehrmacht y las SS, al imponerle los draconianos planes de Goering para los territorios soviéticos y luego al poner a Erich Koch en el puesto de Comisario del Reich en Ucrania, con la misión de explotar al máximo la zona (Rosenberg quería ganarse a los ucranianos, no simplemente explotarlos).

    No digo que Rosenberg fuese un personaje insignificante, sino que, si no me equivoco, su verdadera gravitación en el nazismo fue anterior al advenimiento del Tercer Reich. Después de 1933 fue algo así como un tótem andante del régimen y un eterno intrigante, metido en rivalidades con tipos como Goebbels y Ribbentrop, pero desprovisto de cuotas efectivas de poder. Desde luego, no estuvo ni cerca del grado de influencia que sí tuvo durante la guerra el cuadrunvirato formado por Goebbels, Bormann, Speer y Himmler.

    Opino, que habría dicho el galo.

  7. David L dice:

    Entiendo lo que quieres decir Rodrigo con el papel de Rosenberg en el Tercer Reich, sobre todo una vez comenzada la guerra podríamos decir aquello de “malos tiempos para la lírica”. Los intelectuales, los que nutrieron de ideario al movimiento nacionalsocialista, como fue el caso de Rosenberg, no tenían sitio en un momento donde la ideología dejó paso, si alguna vez la hubo, al criterio de mando de Adolf Hitler. Rosenberg, en mi opinión, fue uno de esos hombres de partido que creen firmemente en el poso ideológico que el movimiento nazi quería transmitir, fíjate que para él el nacionalsocialismo era la nueva religión, aquella que debería sustituir al cristianismo, solamente si nos atenemos a este hecho podremos darnos cuenta de lo que este hombre era: un militante ferozmente unido a las convicciones doctrinales del movimiento nacionalsocialista. Un creyente.

    ¿Por qué hago énfasis en el término creyente? Precisamente, porque siempre se ha cuestionado si dentro de lo que fue el movimiento nacionalsocialista existió un credo ideológico consistente, o simplemente era una obediencia ciega a Hitler siempre condicionada a la realidad política del momento.

    Lo que para Hitler era una táctica donde todo valía si el objetivo se alcanzaba, para Rosenberg la pureza ideológica lo era todo, esta no debía permitir ningún desvió que fuera en contradicción con el credo nacionalsocialista…..ejemplos de estas desencuentros lo tenemos en el pacto Molotov-Robbentroop de agosto de 1939.. ¿Os imagináis la cara que se le debió quedar a Rosenberg cuando se enterara de semejante acuerdo? ¿Podía el comunismo soviético ir de la mano del nacionalsocialismo? Desde luego para Rosenberg aquello fue una aberración que como intelectual del nazismo le costó digerir.

    Esta es la verdadera imagen de Rosenberg, creo que a Hitler le agradó, sobre todo en los primeros tiempos de lucha, esa feroz implicación y esa militancia firme …aunque después visto como transcurrían los acontecimientos esta misma solidez ideológica supusiera en más de una ocasión una piedra en el camino a la hora de alcanzar el poder…que no era otra cosa que el objetivo que siempre se había marcado Hitler y sus acólitos.

    Saludos.

  8. Rodrigo dice:

    No te discuto la caracterización de Rosenberg, David; concuerda con lo que sé del personaje. Pero ojo, que Hitler no era sólo un táctico de la política ni tenía por simple objetivo la conquista y administración del poder. El poder en manos de Hitler no tiene mucho sentido si no se tiene en cuenta el factor ideológico, que explica lo esencial de la actuación del régimen nazi. Hitler era un antibolchevique y un antisemita convencido, también un racista total, capaz ciertamente de hacer concesiones a la conveniencia estratégica en determinadas ocasiones (su alianza con el Japón, por ejemplo), pero que no dejaba de creer en la superioridad de la “raza aria”, en la necesidad de exterminar a los judíos y en otras zarandajas similares. El imperialismo nazi no era convencional, de tipo clásico, sino que era un imperialismo de una agresividad extrema, aniquilador y provisto de un trasfondo utópico (en el que encajaban proyectos como los de Himmler para los territorios del este), y era así porque era un imperialismo ideológicamente motivado. Aunque el ideario de Hitler no fuese muy elaborado –era escuálido comparado con el ideario marxista, pero otra cosa hubiese sido contradictoria con el antiintelectualismo elemental del hombre-, él sí creía en el puñado de ideas que inspiraban su discurso público y de hecho era el primer creyente nacionalsocialista. Cierto que no carecía de sentido pragmático y que podía muy bien obrar de acuerdo con los imperativos tácticos del momento, cierto que no dejaba de ser un político hábil y oportunista (lo demuestran episodios como la matanza selectiva de la “Noche de los cuchillos largos” o el pacto con la URSS), pero esto no lo es todo a la hora de comprender a Hitler. En él había una combinación de los factores referidos, el ideólogo fanático y el posibilista de la política concreta.

    Saludos.

  9. David L dice:

    Desde luego, no podemos pensar que todo el bagaje ideológico de Hitler estaba condicionado exclusivamente por el oportunismo táctico, Eberhard Jäckel en su obra Hitler ideologue, Calmann Levy,1973, lo deja muy a las claras, existió un poso doctrinal en Hitler basado en dos premisas muy nítidas: racismo y nacionalismo. Estos fueron los cimientos desde los que Hitler y sus acólitos, entre ellos Rosenberg, fraguaron su criterio político. Pero yo veo a este último como un purista de la ideología nacionalsocialista, un incondicional al servicio de esa doctrina y desde la que no se podía desviar si no se quería desvirtuar en cierta manera ésta. Para Hitler, sin renegar en absoluto de esos principios teóricos, lograr el poder e imponer el mismo podía ser alcanzado sobre la marcha sin haber establecido antes unos planes concretos. Hay base teórica en el nazismo, pero en ocasiones muy fluctuantes según se iban desarrollando los acontecimientos. Tal vez eso es lo que diferencia a los militantes puramente doctrinales de los que no sienten la retórica de los principios.

    Saludos.

  10. Rodrigo dice:

    Ahora sí que coincidimos. Hitler era incomparablemente más flexible y más maniobrero que Rosenberg, muy cierto. El báltico no tenía mucho de político neto, no tenía madera de administrador ni mucho menos de estadista, por sobre todo era un individuo de pretensiones intelectuales. Por lo mismo es que podía permitirse ser un purista ideológico, como bien lo calificas.

    Hitler, si vamos a ello, tampoco era un animal político en el sentido consagrado del término. Por temperamento y por formación era un dilettante de la política, y mucho más un dilettante del arte de gobernar. Era un individuo que en circunstancias normales –término que uso con las debidas reservas- no hubiese pasado de agitador de mala muerte, condenado a un lugar de ínfima categoría en la historia. Nunca debió ascender del papel de «tambor del movimiento» que inicialmente se atribuyó, y es un grotesco pero dramático indicador del estado de postración de aquella Alemania el que ésta pudiese cifrar sus expectativas de salvación en un demagogo de tan baja ralea. Como gobernante era un perfecto desastre, y no me refiero ahora al sendero seguro a la autodestrucción en que encarriló al país, sino a su desempeño en la rutina misma del acto de gobernar, que de fijo no tiene parangón en la historia moderna. Es prácticamente imposible imaginarlo como diputado, ni como ministro, ni menos como funcionario medio. Llegado por azar a alguno de estos puestos, a falta de sensibilidad para la cotidianeidad tanto política como administrativa, el ausentismo hubiese sido su práctica habitual… como en más de un sentido fue su forma de ejercer el poder, casi sin enterarse de lo que consideraba las despreciables minucias de la realidad. No tenía idea ni quería saber nada del trajín en la trastienda y en los pasillos, de las tratativas, componendas y compromisos que constituyen los usos corrientes de la política. Carecía de toda experiencia en actividades administrativas. Era un fanático dominado por los imperativos absolutos, y lo que consideraba como política era un juego mortal de suma cero en que no podía haber ganancias a medias sino triunfos totales, los que a su vez implicaban la derrota aplastante de los otros, sus rivales. Como líder de un país lo confiaba todo a su carisma personal, pero de una manera tan olímpica, propia de un megalómano, que ni siquiera Max Weber hubiese soñado cuando concebía su clásica definición del poder carismático. Era un apolítico cabal, y sólo una sociedad de mentalidad apolítica podía creer que sería un buen gobernante.

    Uno no deja de sorprenderse por la anomalía atroz que representa la figura de Hitler en el poder.

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