MOTÍN ROJO – Neal Bascomb

MOTÍN ROJO, Neal BascombLa apasionante historia de los amotinados del acorazado Potemkin a mediados de junio de 1905 constituye, sin duda, uno de los pasajes más atractivos de la reciente historia pre-revolucionaria de la Rusia de principios del siglo XX. Siempre me atrajo.

Sin embargo, y debido a mis propias limitaciones sobre la historia y la cultura rusas, no está en mi ánimo divagar o polemizar sobre ello, más que nada para prevenir algún que otro revolcón del otro lado de la barrera (valiéndome del famoso símil taurino). Por eso, de la mano del autor me aventuro a presentaros esta obra que refleja, a las bravas, todo lo que allí aconteció y en qué derivó.

Neal Bascomb (1971), autor no muy conocido en el mundillo de la narrativa histórica (de hecho, y corríjanme si ando equivocado, ésta es su primera incursión en este campo), es escritor, editor y periodista. Ha trabajado en Dublín y Londres, y se ha establecido definitivamente en Nueva York desde el año 2000. Sus publicaciones anteriores son Higher, una historia sobre la construcción de rascacielos y The Perfect Mile, una especie de desafío olímpico.

Motín Rojo es, pues, su primera incursión en la literatura de corte histórico. Incursión que lleva a cabo con cautela pero con extraordinaria seriedad. A esta conclusión se llega fácilmente con sólo echarle un vistazo a las citas y referencias, así como a sus propios comentarios personales y juicios de valor.

En el fondo, se trata de un drama real que tambaleó la feliz y cómoda pervivencia en el poder de los Romanov.

La acción se centra en los alrededores de Odessa y tiene como protagonistas a los marineros de la Flota del Mar Negro. El hartazgo y las miserias del pueblo, la prepotencia de los militares, los podridos cimientos del Imperio ruso, entre otros tantos factores, fueron chispas que hicieron saltar por los aires el juramento sagrado de la defensa de la autocracia por parte de unos marineros, hartos de ser pisoteados, maltratados y vejados en nombre del Zar.

Los marineros del Potemkin, con Matiushenko y Vakulenchuk a la cabeza, hartos del borsch en mal estado –por poner una excusa-, encabezaron una revuelta contra los oficiales del coloso de acero, que derivó en un motín en toda regla, apoderándose del buque e iniciando una revolución a pequeña escala contra el gobierno autocrático del zar, navegando durante once días por el Mar Negro en nombre de la revolución.

Sin embargo, no fue esta conducta rebelde el producto de una carne en mal estado, sino la gota que colmaba el despropósito de una situación de injusticia que se prolongaba mucho más atrás en el tiempo.

Rebelarse contra el orden establecido tiene sus consecuencias y éstas pueden ser nefastas si conducen al fracaso. Amotinarse es una conducta militar muy grave y, junto a la traición, la mayor afrenta contra el Estado. Quienes lo promueven se exponen a un consejo de guerra y a una muerte casi segura. Sin embargo, es un acto que rara vez deja huella en el curso de la historia. Los grupos aislados de marineros o soldados que se rebelan contra sus oficiales pocas veces se hacen acreedores de un lugar en la memoria colectiva no ya del mundo, sino de su propio país.

Pero lo del Potemkin fue caso aparte, puesto que la acción se planeó con meses de antelación por unos marineros convertidos en revolucionarios. Con su actitud valiente, temeraria y decidida, esperaban pasar el acorazado al bando del pueblo y provocar la caída del trono del monarca, cuyo país se hallaba al borde de la insurrección contra el despótico gobierno del zar Nicolás II. Sus ideales tenían, pues, fuertes raíces y creían en ellos.

Neal Bascomb bucea en la historia para tratar de ofrecernos la auténtica versión de los hechos. Por ello, se afana en contar la historia a través de los ojos de los marineros con la esperanza de revelar quiénes eran, qué los impulsó a atreverse a amotinarse, cómo lograron sobrevivir durante once días mientras Rusia y el mundo se volvían contra ellos y, por último, qué puso fin a su travesía. Para ello, intercala opiniones de los tripulantes de otros buques de la flota, de oficiales navales que intentaron reprimir el levantamiento, de generales que se las veían con los disturbios en toda la región, el propio zar y otras personas.

El objetivo final que persigue el autor consiste en reflejar este acontecimiento libre de la mitificación y el sesgo que lo han tergiversado durante tanto tiempo. Para ello, deja de lado la famosa versión de la película El acorazado Potemkin de Serguéi Eisenstein de 1925, y las docenas de libros escritos sobre el motín por sus participantes o estudiosos rusos, influidos por la política, y en particular por la política posterior a la Revolución Bolchevique. Lo consigue, hasta el punto de que llega a criticar la conducta de otro revolucionario incipiente pero muy activo, llamado Lenin, que se mantuvo a prudente distancia de los acontecimientos pero supo aprovecharse de ellos con posterioridad para alcanzar después protagonismo universal.

La lectura de la obra merece unas reflexiones de tipo social que el autor plasma nítidamente. Lo que les salió bien y lo que les falló.

A su favor, el estado de necesidad que desemboca en una situación de desamparo y desesperación que atribuye valor a manos llenas a aquellos que saben que nada tienen que perder. Asimismo, la fuerza que da el grupo, la fidelidad en las personas y el poder que ejerce la masa en cuanto bloque coordinado contra algo o alguien. La capacidad de liderazgo y la fuerza de los ideales. Finalmente, el convencimiento ciego de que aquello por lo que se lucha es justo.

En su contra, la incapacidad de organizarse adecuadamente para tamaña misión. La fragilidad de la mente humana y el cansancio manifiesto, la tensión acumulada, el miedo a la represalia y las falsas esperanzas. Por último, la ruptura de la fidelidad, provocada por elementos distorsionadores y por la facilidad de caer en la tentación de lo cómodo.

Todo ello se palpa en la lectura, traspasando estos temores y estas sensaciones al lector a medida que el motín coge identidad y se refuerza, logrando que el éxtasis y el miedo vayan de la mano con cada episodio narrado.

Vistas así las cosas, puede afirmarse –en retrospectiva- que los marineros del Potemkin no lucharon por adelantar una fase de la historia postulada en la filosofía política; más bien, actuaron contra un régimen autocrático ruinoso que los veía como meros vasallos del Estado, que existían sólo para servir…y sufrir, como ocurría las más de las veces.

El libro, con estas credenciales, rinde pleitesía y justicia a unos pocos que, solos en el Mar Negro, desconocedores de si alguien se les sumaría en su lucha pero seguros de que el zar de Rusia pondría en juego todo su considerable poder para aplastarlos, se atrevieron a hacer por su cuenta la revolución.

Unos pocos que actuaron arriesgando sus vidas, mientras otros se mantenían al margen para juzgarlos e intentar utilizar sus esfuerzos para sus propios fines.

Una grata experiencia y una buena recomendación para los amantes del género.
Características técnicas: Editorial Debate. Colección Historias. Primera edición, abril de 2008. Tapa dura. 23×15 cms. 453 pp, 24,90 € .

[tags]Neal Bascomb, Motínrojo, acorazado Potemkin, Rusia, revolución[/tags]

 

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19 comentarios en “MOTÍN ROJO – Neal Bascomb

  1. JJSala dice:

    Estupenda reseña, Jerufa.

    «Unos pocos actuaron arriesgando sus vidas, mientras otros se mantenían al margen para juzgarlos e intentar utilizar sus esfuerzos para sus propios fines».

    ¿De que será que me suena ésto?. ¿No parece la eterna canción de la historia?.

    Siempre hay unos arriesgando y dando sus vidas y otros aprovechando los beneficios y «llevándoselo crudo».

    Salud

  2. ARIODANTE dice:

    Muy buena reseña, Jerufa, oye, pero no me queda muy claro si la forma es novelada o es una novela. Me explico, si es una reconstrucción dramatizada de los hechos o es una novela con el tema histórico de por medio. Creo entender que se trata del primer caso, ya que dices que el autor introduce comentarios personales. Yo no he leído nada sobre el tema; lógiamente, he visto unas cuantas veces la famosa peli de Eisenstein, pero claro, no es lo mismo. La peli no es precisamente objetiva, que digamos, aunque tenga escenas que pongan los pelos de punta.

  3. Ascanio dice:

    Anda, mi mmmmano Jerufa reloaded.
    ¿Tú no estabas de vacaciones? Una reseña muy interesante de un libro que no me llama nada la atención (ya sabes, el siglo XX, ni fu ni fa).
    Así que, a pesar de tus artes reseñísticas -menudo pedazo de sábana-, este NO será uno de esos libros que te mangue de tu estantería mientras me preparas un Nespresso.

  4. richar dice:

    Saludos,

    al hilo de lo que comenta JJSala, a mi surge la reflexión de cómo de desesperados (y hasta las bolas, si se me permite la expresión futbolística) tenían que estar los que traman el motín, a sabiendas de que en caso de fracasar (alto provable) la sentencia estaba clara. No sé, estas cosas me cuesta siempre imaginarlas, especialmente cuando no se producen de manera esporádica en un arranque colectivo, sino de manera calculada.

    Buena reseña, jerufa.

    Un saludo,
    Richar.

  5. Vorimir dice:

    Lo mismo que ha dicho Richar lo he pensado yo alguna vez; y es que la Madre Rusia era implacable con los traidores y los cobardes.

    ¡Buena reseña!

  6. jerufa dice:

    ¡Uysss, que poquitos comentariosssss…
    ¿Aburro, aburro?

    Hola, aquí estoy.

    Ario, como bien dices, se puede considerar una reconstrucción dramatizada de los hechos que acontecieron en esa época. Hay muy poco de novela. Leerla significa darse un baño fresco de historia con aderezos novelados mediante diálogos y conversaciones mantenidas entre los protagonistas de todo este incidente.
    La emoción de la propia aventura que significó embarcarse en un motín, puede con el rigor histórico que destila la obra, de forma tal que los amantes del género disfrutarán con ella.

  7. jerufa dice:

    JJSala, Richar y Vorimir.
    Gracias por vuestros comentarios y por vuestro tiempo.
    El párrafo que resalta JJSala en su comentario refuerza la crítica del autor hacia el líder ruso en la sombra.
    No hay que olvidar que Lenin calificó la revolución de 1905 como de ensayo general y vino a confirmar que serían necesarios métodos implacables para hacerse con el control de Rusia en el levantamiento de 1917.
    Hubo que esperar, pues. Mogollón de revueltas, huelgas y una guerra mundial por medio para echar abajo al zar.
    Pero, una vez conseguido esto, la historia -siempre en lo que atañe a la particular situación de los amotinados- se escribió y se filmó a la medida del nuevo mandamás rojo.
    Y como muestra un botón.
    No hay más que ver la historia del Potemkin para comprobar cómo los bolcheviques secuestraron su historia para su propia propaganda haciendo hincapié en el papel esencial que desempeñó el partido en el acorazado.
    De su lectura -y ¡ojo!, hablo desde la perspectiva de lector y partiendo del rigor histórico del que hace gala el autor- se desprende que los que lideraron el motín estaban lejos de las consignas bolcheviques y mencheviques (aunque las pudieran compartir) más que nada porque tenían la soledad por compañera en esos difíciles momentos y, enfrentándose a un consejo de guerra o a un cañoneo directamente desde la propia flota del Mar Negro, estos compañeros «idealistas» en el momento de la verdad, no asomaron y bien que tuvieron oportunidades de hacerlo de haberlo querido. Once días, sin ir más lejos, en los que estuvieron los marineros buscando apoyos, material, combustible y carbón.
    Así, sabedores de esto y contando con el «silencio» de Vakulenchuk y Matiushenko, los dos principales cabecillas de la revuelta del acorazado (el primero cayó el primer día de la revuelta y el segundo fué ajusticiado en octubre de 1907, dos años y pico después) Lenin y sus fieles cubrieron de oprobio y deshonra pública al segundo, Matiushenko, que había rechazado abiertamente al partido bolchevique, restando importancia a sus esfuerzos y acentuando los pasos en falso que cometieron él y sus compañeros de desdichas.
    En fin, así se escribe la historia.

    Me viene a la mente el famoso dicho de que «la historia la escriben los vencedores» y si no… ¿a quién le suenan los nombres de Matiushenko y Vakulenchuk?

    A mí jamás hasta antes de leer este libro. Claro que yo soy un incultivado en estas lides, como bien diría Kratos.
    Un saludo.

  8. jerufa dice:

    ¡Jó, para una vez que me decido a escribir, van y me moderan!

  9. richar dice:

    ¿Esos no juegan en el Spartak de Moscú? No, ya me imagino que no…

  10. Koenig dice:

    No, son del CSK.

    Interesante reseña, Jerufa, para que no digas que no la he leído.

    Es sin embargo un tema del que se poco o nada, aunque no me extraña lo que dices de Matías y Valerio. Algo mas sé de los métodos leninistas y estalinistas, y es realmente increíble la habilidad con la que manejaron y politización la historia y la propaganda.

    Saludos.

  11. Rodrigo dice:

    Pues yo digo, con alguna tardanza, que la reseña y el comentario posterior son interesantísimos. Y puedo replicar cierto comentario que me hicieras hace un tempo, Jerufa: no siempre coincidimos en materia de gustos lectores, pero ¡aquí me has dado!

    Es cierto, como has dicho y corroborado luego los compañeros, que los de la facción bolchevique fueron auténticos expertos en lo de llevar agua a su molino, manipulando y tergiversando cuanto les conviniese. Lo curioso es que, por mucho que Lenin y los otros considerasen la revolución fallida de 1905 como ensayo general, la de febrero de 1917 los pilló bastante desprevenidos. Es cierto que la mayoría de los dirigentes bolcheviques y de los que se les sumaron en el curso de la revolución (Trotsky, Lunacharsky y otros) sufrían exilio, deportación o prisión, así que difícilmente podían estar en el cocido de la fase inicial; y que el mismo Lenin estaba ya bastante desesperanzado. Incluso se dio tiempo para analizar desde el exilio la situación y esperar el momento «adecuado» para su retorno a Rusia (en abril): prudencia, que le llaman. Luego, claro, todo transcurrió según el característico faccionalismo y dogmatismo bolchevique.

    Bueno, la cosa es que el libro me llama mucho la atención. Me lo anoto.

    Saludos.

  12. jerufa dice:

    Hola Rodrigo.
    Ya me estaba yo preguntando porqué no aparecía el «maestro estepario» por esta reseña, porque estaba convencido de que habiendo rusos de por medio, tarde o temprano, tu acertada pluma aparecería revoloteando por aqui.
    Según te llevo leído, creo que la forma y el estilo de escritura de este autor se adaptarán mucho a tus gustos y, desde luego, disfrutarás tanto o más que yo, pues aunque tiene la «aridez y dureza» de los textos históricos, tiene un componente novelado que la hace muy atractiva.
    Al hilo de esto, me viene a la memoria el episodio del encuentro del Potemkin con la flota del Mar Negro.
    Encuentro que hiela la sangre y entrecorta la respiración al lector por la forma en que se describe, la misma sangre que surcó las venas de todos los marineros y oficiales cuando a escasos metros y los cañores apuntados entre sí y listos para disparar, el acorazado rebelde y la flota se pasean uno frente a los otros sin mediar palabra.
    Para mí, de lo mejor.
    Un saludo, maestro.

  13. Rodrigo dice:

    Ejem.

    Yo más bien he echado en falta protestas y anatemas de cierto par de sovietófilos nostálgicos… quiero decir, perspicaces sovietólogos que por aquí circulan. :-)

    Jerufa, me has contagiado tu entusiasmo. En cuanto pueda leeré el libro.

    Saludos.

  14. jerufa dice:

    Seguro que aparecerán, Rodrigo, seguro.
    Yo, lamento no entrar en debate «cariñoso» contigo pero es que, humildemente te reconozco, que mis conocimientos sobre la historia de Rusia se reducen a -0 más o menos.
    ¡Anímate y comentamos!
    Un fuerte abrazo.

  15. Rodrigo dice:

    Güeno, no es que yo sepa mucho de historia rusa.

  16. jerufa dice:

    No, que va…
    Me das miedo.

  17. jerufa dice:

    Rodrigo, ¿leíste el libro?

  18. Rodrigo dice:

    Aún no arriba a tierras chilenas, Jerufa. Estoy pendiente de su aparición.

  19. jerufa dice:

    Ok. Un abrazo, pues.

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