LOS SALONES EUROPEOS. LAS CIMAS DE UNA CULTURA FEMENINA DESAPARECIDA – Verena Von Der Heyden-Rynsch

LOS SALONES EUROPEOS, LAS CIMAS DE UNA CULTURA FEMENINA DESAPARECIDA, Verena Von Der Heyden-RynschLa autora, Verena von der Heyden-Rynsch, (Madrid, 1941) de padres alemanes, estudió música y filosofía y letras en París y Munich, donde se doctoró en 1975. Desde entonces ha estado siempre muy vinculada al mundo cultural europeo, trabajando como consejera y lectora editorial, traductora al alemán y editora. Además de Cristina de Suecia. La reina enigmática, ha publicado ensayos dedicados a la historia de la civilización europea, y vive entre París y Munich.

Nos presenta una obra francamente interesante: un paseo por la cultura femenina fundamentalmente centrada en los salones desarrollados en Europa entre los siglos XVII y XIX, aunque se extiende hasta el siglo XX, pero advirtiéndonos que el fenómeno conocido como «salón» ya ha desaparecido con el siglo XIX. En realidad el salón desaparece propiamente de modo paralelo al proceso de la emancipación femenina, a la emancipación cultural femenina, al despegue y masificación de los medios culturales de masas, y al acceso de la mujer a todos esos medios como protagonista.

En sus 238 páginas, la autora nos desarrolla el tema de un modo casi exhaustivo, haciendo un recorrido no sólo histórico sino geográfico por la Europa culta y cultivada, descubriéndonos figuras femeninas -unas veces muy conocidas y otras menos- que fueron impulsoras del arte, música, literatura, poesía… de su país por el simple medio de atraer a sus casas a los mejores exponentes de esa cultura, -masculinos, por supuesto-, pero que ellas supieron publicitar y potenciar, convirtiendo los salones de sus mansiones en centros literarios y artísticos que a su vez atraían a personajes destacados de la política y de la vida social del país.

Estas maravillosas señoras, muchas veces no especialmente agraciadas ni jóvenes, estaban provistas, esos sí, de una inteligencia y una capacidad de seducción fuera de lo habitual, y además estaban dotadas de la capacidad e intuición necesarias para saber qué personajes eran realmente talentosos y merecían ser catapultados a las altas esferas para dar a conocer sus trabajos, a quiénes presentar entre sí y cómo salvar posibles conflictos, cómo fomentar las tertulias y las conversaciones sobre temas filosóficos o artísticos, siempre actuando de catalizadores y nunca de protagonistas, siempre entre bambalinas para que la luz se concentrase en aquellos en los que ellas querían favorecer. Así, los literatos leían sus obras antes de ser publicadas ante el selecto grupo reunido en los salones, los músicos tocaban sus piezas como primicias, y los artistas mostraban su obra ante los delicados ojos de damas y caballeros de lo más florido socialmente.

De lo que se trataba no era de tanto de entretenerse, como hacían en las cortes regias, en las que los propios monarcas apenas sabían leer y escribir –con honrosas excepciones- sino de fomentar el trato social, la conversación, el ingenio, difundir y comentar ideas novedosas o clásicas, relacionar a unas personas con otras, provenientes de muy distintos estratos sociales. Aunque en principio eran los aristócratas los que abrían y llenaban los salones, poco a poco la alta burguesía iba entrando en ellos, y lógicamente los literatos y artistas, los filósofos y eruditos no solían pertenecer a la aristocracia, si exceptuamos a Cristina de Suecia.

Visto desde nuestra óptica, podría parecer elitista, y efectivamente lo era; pero sabemos que la cultura siempre lo ha sido hasta el siglo XX, en el que las masas (¡ay, Ortega!) se han rebelado y han ocupado todos los espacios reservados, rompiendo todas estas estructuras del pasado, y lógicamente, devaluando la calidad en beneficio de la cantidad.

Pero volvamos a nuestro libro en cuestión.

Comienza con una definición del concepto de «salón» y los distintos nombres que previamente se le fueron atribuyendo hasta llegar al momento en que se utiliza públicamente, por Madame de Staël, en su Corinne, como «salón para conversar». La Marquesa Du Deffand, saloniére del siglo XVIII, llamaba a sus reuniones sociales semanales «Bureau d’esprit». La palabra salón se detecta en francés hacia 1664, refiriéndose a la sala de recepción de un palacio, a la que paulatinamente se le fue adhiriendo el sentido cultural. La Ilustración fue el movimiento que hizo brillar con su nueva luz los salones, donde los Diderots, Rousseaus, Voltaires y demás polemizaban y difundían sus ideas, en amable compañía de las Madames que les abrían las puertas de sus salones y de sus casas poniendo a su disposición el caldo de cultivo para su desarrollo, a la vez que buenos tés y espumosos vinos.

Pero, ¿qué es un salón? El salón representa, en un sentido amplio, una forma de sociabilidad libre de fines y trabas, cuyo punto de materialización es la mujer. Los partícipes se reúnen un día fijo regularmente, y sin invitación especial, los llamados asiduos, mantienen entre sí un trato amistoso. Los une la conversación sobre temas filosóficos, literarios, o políticos. Como es lógico, en cada época dominaban más unos temas sobre otros. La saloniére o anfitriona, es el centro: como los dice la autora, supone una irrupción del matriarcado, un espacio de libertad creado y sostenido por una mujer, radicalmente alejado de las instituciones culturales de la sociedad masculina. Su autoridad, indiscutida y suave, tiende siempre a la mediación.

El primer salón, propiamente dicho, tuvo lugar en la Francia del Grand Siècle, en 1610, y fue fundado por Madame de Rambouillet. La diferencia con las reuniones sociales y culturales anteriores está, fundamentalmente, que aquellas se realizaban en las Cortes de los reyes y príncipes, y éstas, a pesar de ser protagonizadas y promovidas por aristócratas –no podía ser de otro modo, por el momento-, se organizaban en mansiones privadas, fuera de la Corte, adonde sólo podían asistir los nobles o el clero; en estas mansiones se mezclaban las clases y estamentos.

En el Hôtel de Rambouillet se reunían, en la famosa «habitación azul» (chambre Bluve), bajo los límites del buen gusto (bon goût) y las buenas maneras (bonnes moeurs), la crema de la sociedad, que conversaba sutilmente y donde el erotismo de la conversación sustituía el acto amoroso.

Tras una introducción en la que nos aclara términos y busca orígenes, una primera sección del libro (dividido en cinco secciones, más un epílogo) se ocupa de los precedentes: las cours d’amour, de la época de los trovadores, la corte de Leonor de Aquitania; la vida social del Renacimiento en Italia (Isabel d’Este y Elisabetta Gonzaga, y también las reuniones de Vitoria Colonna, la amiga de Miguel Ángel) y la galantería cortesana del barroco francés: las cortes de Margarita de Navarra y Catalina de Médicis.

En una segunda sección trata del salón literario del Grand Siècle: el siglo XVII y los jeux d’esprit, y la preciosité, amaneramiento en el que con el tiempo cayeron los primeros salones, el equivalente en lenguaje al rococó en arte. Nos cita de Mme. De Rambouillet, Mlle. De Scudery, las mazarinettes y Cristina de Suecia, (personaje especialísimo donde los haya, y al que la autora le ha dedicado un libro en exclusiva). La Ilustración y el siglo XVIII, con Mmes. De Lambert, de Tencin, Geoffrin, Du Deffand, Mlle. De Lespinasse, y por último, pasa a Alemania, donde las veladas de lectura, los tés y cafés literarios de Weimar con Goethe y Anna Amalia y Joanna Schopenhauer; y también a la Inglaterra dieciochesca con Mary Montagu, Horace Walpole y la condesa de Albany.

La tercera sección se ocupa del Romanticismo y nos habla del salón francés revolucionario y restaurador: Mme. De Genlis, De Staël, y Recamier. Pasa a descubrirnos los salones judíos de Berlín, a cargo de Henriette Herz, Rahel Levin-Varnhagen, y Dorothea Schlegel. Y por último, los salones austríacos con Fanny von Arnstein y Karoline Pichler, y los salones rusos.

La cuarta sección estudia los salones tardíos entre la restauración y el naturalismo: la parte alemana y la francesa, con una serie de personajes no tan conocidos pero que hicieron su papel en la transición del siglo XIX al XX.

En la quinta parte ya se ocupa del siglo XX, pero aquí ya los salones no lo son propiamente, las mujeres ya intervienen no sólo como introductoras sino con voz propia: como literatas o artistas. La parte germano-austríaca que nos habla de los sitios donde se fraguó el movimiento Sezesion, y la parte británica a cargo del Grupo de Bloomsbury, que no fue propiamente un salón, ya lo hemos cicho, pero fue aunque de reducidas dimensiones, un centro de vanguardia cultural en la pacata sociedad victoriana. Italia y España se pasan a vuelapluma, ya que en España la tradición era la del café literario, tertulia fundamentalmente masculina, y en Italia los únicos reductos de este cariz provenían de extranjeros (franceses, alemanes) afincados temporal o definitivamente allí. Da, finalmente, un repaso último a algunas personalidades de la vida parisina.

El epílogo habla del «mundo perdido» de la conversación y de los cambios sociales que hicieron posible la desaparición efectiva del concepto de salón, y de la cultura de la conversación. Y su sustitución por los premios literarios, las tertulias de café y de televisión… que nada tienen que ver con el tema que nos ocupa.

A pesar de ser un libro interesantísimo que nos descubre mundos insospechados, me ha parecido demasiado concentrado en cuanto a información, hasta el punto en que abruma y agota, pues en poco espacio intenta abarcar muchísimo, con lo que la cantidad de nombres citados, relacionados con otros, con fechas, lugares y grupos sociales y literario-artísticos. Es casi imposible recordar todo lo leído, aunque la impresión general es satisfactoria plenamente, pero quizás hubiera dado para varios libros, donde desarrollar con más abundancia de detalles cada parte. Espero no haber llegado a agotar a los lectores con esta larga y prolija exposición.

Ariodante,
Javea, mayo 2009

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12 comentarios en “LOS SALONES EUROPEOS. LAS CIMAS DE UNA CULTURA FEMENINA DESAPARECIDA – Verena Von Der Heyden-Rynsch

  1. Clío dice:

    ¡Interesantisima y buena reseña!, Ario, siempre me ha encantado ese mundo de los salones literarios, las preciosas, ¡que bonito nombre!, y recuerdo que en Weimar la «mujer» de Goethe, Christianne, tenía su propia tertulia.
    Con respecto a España, en el siglo XVIII, si que había salones femeninos: la Duquesa de Osuna que yo sepa lo tenia y alguna más, y en el siglo XIX tambien recuerdo a la Condesa de Montijo, la madre de Eugenia, futura emperatriz de Francia, pero imagino, como tu dices, que es demasiada informacion para tan pocas páginas (238 según comentas) y un periodo de tiempo muy amplio.
    Y fijate si el tema es interesante que dió para que Proust casi sustentara su gran obra: En busca del tiempo perdido, entre dos salones : el de los Swan y los Guermantes, el primero de tipo burgués y el segundo aristocrático.

  2. Koenig dice:

    Buenas tardes.

    No conocía el libro, Ariodante, así que gracias por descubrirmelo.

    Sin embargo algo si sabía del tema, que desde luego es fascinante. Es una pena que esta tradición se perdiera. Al menos la parte que tenía de respeto, cultura e inteligencia a la hora de hablar y exponer.

    Por otro lado. ¿Habrán sido sustituídos por «salones cibernéticos»?.

    Saludos.

  3. Ascanio dice:

    Qué interesantísima reseña, Ario. Es un libro muy apetecible; lástima que se haga demasiado denso por la profusión de datos y nombres.
    Siempre me ha llamado la atención la existencia de esos salones, en contraposición con los salones de la Inglaterra victoriana, en donde, después de las comidas y las cenas, las mujeres se recluían para hablar de sus cosas (intrascendentes, nimias y superficiales casi siempre) y los hombres disfrutaban de la sobremesa conversando sobre política, sobre lo humano y lo divino, mientras disfrutaban de un buen cigarro y una copa de oporto.

  4. Ariodante dice:

    Vaya,…estaba segura de que os gustaría; además supone un cambio de aires en el tema de las reseñas. Creo que sobre esto no se habia reseñado nada todavía.
    A pesar de que el libro se ocupa de Europa en general, en realidad el origen y desarrollo del salón, en su sentido más propio, se da en la Francia del XVII-XVIII. Sobre todo, durante el larguísimo reinado del Rey Sol. (Luis XIV fue a Francia lo que la reina Victoria a Gran Bretaña en el siglo XIX.) Por eso, aunque en el libro se hable de salones en Berlín, Viena, e incluso se hable del Grupo de Bloomsbury…ya no son los salones en su sentido primigenio. Únicamente lo que realmente les da una cierta unidad es el culto a la conversación. La conversación como cultura. (…Queda bonita la expresión, ¿no?).
    Pues bueno, pues para vuestra dicha o desdicha, tengo en la pila de «reseñables» un delicioso mamotreto que se llama «La Cultura de la Conversación», de Benedetta Craveri, (nieta, por cierto, de Benedetto Croce) y que sólo se ocupa de los salones franceses, y, eso sí, los disecciona y detalla que da gusto. Y habla largo y tendido de Madame de Sévigné, cuyas Cartas tenía Proust como libro de cabecera y que, tras leer a Proust me quedé con las ganas de saber qué decía la Sévigné en sus cartas famosas. Hace unas semanas que leí la edición española que, seleccionando algunas cartas (escribió más de mil) se ha publicado como Cartas a mi hija. Y la verdad es que me decepcionó. El amor de la Sevigné por su hija era obsesivo, mórbido, en fin, un latazo. Y aunque mostraban muchas cosas curiosas, me llegué a aburrir; sin embargo me abrió el apetito de los Salones. Es curioso como podemos llegar a un libro a través de otro o de algo que se dice en otro y así se forma una cadena…que a veces acaba en algo por completo diferente de lo que empezó.
    me estoy enrollando un poco, ¿no?
    Bueno, pues me voy que tengo otro tochazo por acabar y me está entrando prisa. Ya leeréis la reseña. Por ahora, conformaros con la presente.

  5. Akawi dice:

    Felicidades (como siempre) por tan buena reseña.
    Es un libro que me llama mucho la atención y tal como tú lo expones dan ganas de salir corriendo a por él.
    Tomo buena nota de tu sabio consejo.

  6. Rodrigo dice:

    Muy interesante, Ario. El terma escapa un poco a mi interés, pero no dudo que el libro debe ser valioso, a pesar de sus defectos.

    Estupenda reseña.

    Saludos.

  7. Muy buena la notación de Koenig sobre los salones cibernéticos. Yo hubiera dicho algo parecido pero con otras´palabras.

  8. juanrio dice:

    Que sorpresa de reseña, Ariodante. El de los salones debió ser un mundo especial para la cultura, pero como tu dices, restringido a una cierta clase social. A mi me llaman más la atención los salones del siglo XX, pero es sólo por una cuestión de intereses.

    Creo que hoy se han multiplicado los salones, gracias a la democratización de la cultura y a lo que ha nombrado Koenig, los salones cibernéticos como éste u otros. Pero no todos son cibernéticos, también los hay presenciales y no creo que pocos. Yo participo en uno y se de más gente que lo hace, aunque ya no es una marquesa la que nos acoge, lo cual no deja de ser una lástima.

    Aprovecho para lanzar una propuesta de salón literario en Madrid. No estaría mal quedar una vez al mes en una fecha y un lugar regular para hablar de los intereses comunes que tenemos. Así que hislibreños centralistas os animo a planteároslo.

  9. Koenig dice:

    Planteado.

    (Buff, menos mal que no pedía soluciones)

  10. Ariodante dice:

    Creo que a lo que ahora se hace no debería llamarse salón, sino tertulia. Tertulias literarias, Encuentros literarios, etc. El tema del «salón» se refiere muy especialmente al siglo XVIII y algo del XIX. O sea, que olvidad lo de los salones ciobernéticos, porque desvirtuamos así el tema. Lo bonito de los salones era precisamente, ese «madamerío» que arbitraba, seleccionaba, buscaba al personal para sus tertulias. Y se ocupaba de ofrecerles un buen té y pastitas.Y regulaba que no hubieran incidencias (moderaba). Y las «salonnieres» se mantenían al margen de la actividad literaria, eran más bien críticas literarias o agentes literarios. Desde hace muucho tiempo que esa figura desapareció, porque ya nadie quiere quedar en segunda fila, y que brillen los demás.
    Ahora se ve en plan de igualdad y todo el mundo moja en el plato, jajaja! Asi que no les llamemos salones porque no lo son; llamémosles tertulias, cafés o lo que sea, menos salón. Y me parece una idea estupenda, que montéis una en Madrid. Si es una vez al mes, igual hasta me podría acercar de vez en cuando…
    ¿Os puedo sugerir un sitio? La librería Antes, en c/ Lagasca ochenta y pico. Es una idea…

  11. Atenea dice:

    He estado intentando buscar este libro pero aparece agotado en todas las librerias ¿dónde podría conseguirlo? También me gustaría saber si habéis comenzado con la tertulia literaria

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