300 – Frank Miller

300Si ellos me matan, toda Esparta irá a la guerra. Ruega para que ellos sean tan estúpidos. Ruega para que nosotros seamos tan afortunados”.

Partiendo de la base de que una imagen no vale más que mil palabras (porque si es así, quememos todos los libros, cerremos este portal y vayámonos al cine a ver Ben-Hur, Blade Runner o Los diez mandamientos), es justo reconocer que en general las imágenes no necesitan ser comparadas con las palabras para poder ser valoradas. En realidad no es que “no necesiten” sino que no han de ser comparadas con la literatura (ni lo inverso tampoco, claro), porque son dos modos de representar la realidad diferentes y, si se quiere, complementarios. El caso del cómic 300 es claro ejemplo de ello: a quien se le ocurra buscar a Herodoto o a Diodoro en la obra de Frank Miller le puede parecer que esos insignes historiadores fueron bastante sosos y austeros explicando los hechos, pobrecitos, y que la auténtica batalla de las Termópilas tuvo lugar tal y como nos la presenta Miller. Y quien pretenda buscar en las narraciones de los clásicos la descripción de un Jerjes calvo, barbilampiño y acribillado a piercings o de unos Inmortales vestidos al más puro estilo ninja, probablemente pensará que el pobre Frank no ha leído una sola página de Historia griega. Así que guardemos a Herodoto en la vitrina y gocemos del cómic 300 habiendo soltado todo lastre que el rigor histórico pueda crearnos.

Se trata de un tebeo; no, se trata de un cómic; tampoco, se trata de una novela gráfica. He ahí una definición más “culta” (y el clavo al que me agarro para osar hacer esta reseña en un portal dedicado a libros de Historia, y reconozco que el clavo quema un poco) acuñada para hacer referencia a este tipo de narraciones ilustradas y dirigidas mayoritariamente a un público adulto. Y vale la pena reconocer que Frank Miller es un auténtico maestro del género, que revolucionó en cuanto comenzó a trabajar como dibujante de Daredevil, allá por los años 80. Este superhéroe, más conocido antiguamente en España como Dan Defensor, era una especie de secundario sin demasiado tirón para el público, que estaba más pendiente de las aventuras de Spiderman, Cuatro Fantásticos o La Masa. Cuando la compañía Marvel Comics encargó el dibujo de Daredevil a Frank Miller, la cotización del cómic empezó a subir como la espuma. Cuando años más tarde Miller se fue a la competencia (DC Comics) para hacerse cargo de Batman, personaje que siempre había estado a la sombra de su “compañero” Superman, sucedió tres cuartos de lo mismo, hasta el punto de llevar el personaje al cine manteniendo la estética y el estilo que Miller le había imprimido. Sus posteriores trabajos no hicieron sino acrecentar su fama (véase, por ejemplo, la serie gráfica Sin City), y sus coqueteos con la gran pantalla han continuado hasta el momento actual, con el reciente estreno de la película 300.

Podría decirse que el “estilo Miller” consiste en encuadres inverosímiles, dibujos a veces esquemáticos pero tremendamente descriptivos, concepción de la página como un todo (y no únicamente cada viñeta), escasez de diálogos, escenarios oscuros, más importancia a las sombras que a las luces, personajes igualmente oscuros… Pero en este caso no se hace buena la frase con que se iniciaba esta reseña, ya que es infinitamente mejor echar un vistazo a cualquier trabajo de Frank Miller que intentar describirlo. Miller suele crear atmósferas tenebrosas, sus héroes suelen ser paradigmas de nobleza pero con un lado oculto igualmente paradigmático. El mundo en el que Miller construye el Nueva York de su Daredevil, o la Gotham de su Batman, o su Ciudad del Pecado, es el mismo en el que sitúa el desfiladero de las Termópilas: un mundo en cierto modo irreal, tenebroso, sucio y duro, muy duro.

En cuanto al argumento de 300, lo único que interesa saber es que un puñado de espartanos se enfrentan a una ingente masa humana de persas a sabiendas de que morirán en el intento. La épica está servida, pero es una épica que los hechos (tal y como los conocemos por la Historia) ya tienen por sí mismos. Y si bien Miller no tiene problema en “inventar” de la nada situaciones o hechos gloriosos o heroicos, en este caso estos rasgos ya le vienen dados. El resultado es un cómic que no sólo hay que leer (esto se haría en 10 minutos) sino que hay que contemplar. Cada página merece un poco de nuestra atención: primero una visión del conjunto, luego de cada viñeta, luego de los diálogos o del narrador. Esta figura, la del narrador, es habitual en los cómics de Frank Miller. Pero no se trata de un narrador en sentido estricto sino más bien de mensajes que el autor deja caer para que el público sepa cómo los protagonistas viven cada situación, al margen de los diálogos que puedan mantener. Cuando a lo largo de unas cuantas páginas se repite varias veces la palabra “Marchamos”, es evidente que lo que se pretende destacar es lo único que en esos momentos tiene importancia para los protagonistas. O cuando en una viñeta se nos muestra el rostro de un Leónidas pensativo, esos pensamientos, ocultos para todos, son los que nos revela el narrador. Tanto en el dibujo como en las palabras, Miller ha mantenido siempre la misma línea de austeridad. 300 no es una excepción, e incluso ese estilo encaja mejor que nunca en su historia, en la forma de vida espartana, en su laconismo y sequedad. La proverbial parquedad en palabras de los espartanos se hace patente aquí, y el cómic se convierte así en un buen argumento de cuánto se puede llegar a decir con pocas palabras.

Para los amantes de los datos, es interesante decir que 300 fue publicado en 1998 en forma de 5 cómics y que cada página de las ediciones actuales eran dos en su origen, que Miller diseñó como un todo. En 1999 recibió los premios Eisner (algo así como los Óscars de los cómics) a la Mejor Serie Limitada, al Mejor Guionista/Dibujante y al Mejor Color. Ese mismo año recibió el premio a la Mejor Obra Extranjera en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona.

En conclusión, se trata de una pequeña obra maestra que debería hacer disfrutar hasta a los no aficionados al mundo del cómic, e incluso a los no aficionados a la Historia. En cuanto a los aficionados a ambas cosas, pues nada… a seguir luchando a la sombra.

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