Con esta obra inicia Alejandro Núñez Alonso su segundo gran ciclo histórico. La acción de la novela está situada en tierras de Mesopotamia en los últimos años del siglo IX A.C. Semíramis, que el autor identifica con Shammuramat, casada con Shamshiadad V, rey de Asiria, vive en Babilonia distrayendo sus ocios como patesi, y reconcomiéndose por el prolongado abandono que sufre por parte del rey. Un suceso inesperado va a colocar a Semíramis en el camino de la regencia de su hijo Adadnirari.

Dos preocupaciones recurrentes obsesionan a Semíramis a lo largo de toda la novela; de un lado, la obsesión por la inmortalidad y por mantenerse joven a pesar de que solo tiene veinticuatro años, de otro, el por qué del abandono que padece por parte de su esposo. Obsesionada como está por la inmortalidad piensa que puede hallar la planta de Gilgamesh, planta que le proporcionará esa juventud eterna, al igual que al héroe de la leyenda. Para encontrarla tiene diseminados por el mundo a personas que se dedican exclusivamente a su búsqueda.

Semíramis, que por naturaleza tiene un carácter suave y blando, va a tener que ir endureciéndose ya antes de llegar a la regencia y sobre todo después, para aplicar las reformas que crea convenientes y para imponer su voluntad. De todos modos, para algunas cosas va a seguir siendo dulce y buena, así que, aunque va a ir corrompiéndose pues el poder corrompe, no se corromperá por completo. Algo que se advierte muy bien en el libro son las intrigas cortesanas y los manejos políticos, las conspiraciones y las reacciones a las mismas. Se ve de modo perfecto lo complicado de la política y los múltiples puntos de vista que abarca, y cómo en ella priman las conveniencias y los intereses a todo lo demás. Asimismo, otro aspecto que aparece muy bien reflejado es la mitología babilónica con su pléyade de dioses, sus complicados ritos y sus constantes consultas astrológicas. De igual forma aunque en menor medida se perfila la religión judía a través de algunos personajes.

Tres personajes secundarios van a ir apareciendo a lo largo del libro; Mino de Tacro, que es un arquitecto cretense, la prostituta Zimma y Homero, sí, Homero, el mismo que viste y calza, y que se acuesta con las rameras babilonias cuando le es posible, no obstante el desdén que todo lo babilonio le produce. Los fragmentos donde aparecen el aedo heleno, el arquitecto y la prostituta dotan a la novela de mayor frescura.

Con su maestría habitual a la hora de escribir y utilizando una prosa cuidada y elegante, Alejandro Núñez Alonso traza un vívido retrato de la estructura socio-económica, religiosa y política del mundo asirio-babilónico, y con su minuciosidad en la descripción nos sitúa en las ceremonias religiosas, en las salas palatinas, en los zigurats, en las luchas de púgiles, en los mercados… Y lo hace de tal modo que, parece por ejemplo, que en el mercado escuchamos el bullicio del ambiente y que los aromas de las mercancías entran por nuestras fosas nasales. A lo largo de la narración nos va acompañando el humor inteligente propio de Núñez Alonso.

En definitiva, se trata de una buena novela que te atrapa de principio a fin; bien escrita, bien construida, y que deja un gusto de saber a poco, uno se queda con las ganas de leer lo más pronto posible Sol de Babilonia, que es el segundo volumen del ciclo. Sin embargo, comparando, y ya se sabe que las comparaciones son odiosas, con respecto al ciclo de Benasur de Judea, no encuentro en esta primera novela de la saga de Semíramis, la empatía que se alcanza con los personajes en el ciclo del navarca judío.

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