EL EXILIO IMPOSIBLE – George Prochnik

9788434418745«Tener raíces quizá sea la necesidad más importante y menos reconocida del alma humana». Simone Weil

El siglo XX hizo del desarraigo forzoso –por razones políticas- una realidad multitudinaria y poco menos que universal. Un mapamundi que representara los flujos de expatriados políticos en la era de extremos por antonomasia resultaría casi del todo ininteligible, un amasijo asaz embrollado de líneas y flechas en todas las direcciones. Algunos países con vocación histórica de refugio han podido beneficiarse del arribo de exiliados; Estados Unidos es con seguridad el caso más notorio, capaz incluso de suscitar envidia: es de vértigo la cantidad y calidad de artistas e intelectuales que hallaron cobijo en ese país, especialmente los que la abominación hitleriana expulsó del Viejo Continente. Hasta un país pequeño como Chile, que sólo muy recientemente se ha convertido en destino de migraciones masivas, experimentó en su día el impacto benéfico de los exiliados notables: españoles sobre todo y algunos italianos, que insuflaron nuevos aires a una sociedad culturalmente aletargada y provinciana. En cuanto a los propios exiliados, Enzo Traverso ha escrito páginas esclarecedoras sobre lo que denomina el privilegio epistemológico del intelectual desterrado, cuya comprensión de la realidad, aunque doliente, aumenta en agudeza por efecto de la ruptura y la distancia. Edward Said, ilustre expatriado, incidió en la circunstancia de que el territorio familiar puede convertirse en una prisión de la mente, y que los exiliados derriban barreras de pensamiento y de experiencia. Pero todo esto, los efectos positivos del exilio, no desmiente la negatividad esencial del fenómeno, que, como nunca antes, ha sido en la pasada centuria una forma de despojo de la identidad, un arrojar arbitrario a la no pertenencia y el extrañamiento intolerables. No de manera gratuita ha podido Said escribir que «el pathos del exilio reside en la pérdida de contacto con la firmeza y la satisfacción de la tierra: volver a casa es de todo punto imposible». Nada, pues, nos autoriza a olvidar ni a desdeñar el costo moral –por no hablar del frecuente costo material- padecido por los exiliados, muchos de los cuales vivieron semejante estatus como una pérdida y un desgarro sin paliativos. Algunos de ellos lo sufrieron como un completo fracaso. Nunca pudieron adaptarse a las condiciones de la tierra de acogida –asumirla en cuerpo y alma como un segundo hogar-, ni resignarse al hecho del desarraigo, empeorado por la sensación de crisis terminal –de la época, del mundo-. Stefan Zweig fue del número de los exiliados imposibles, uno de los casos más dramáticos de su tiempo.

Zweig, para quien el nacionalismo no era más que un disparate, reconocía la importancia de empaparse de diferentes culturas y sus formas de entender el mundo y posicionarse en él, algo a lo que el exiliado de ánimo inquieto y optimista puede entregarse de buen grado. No siendo ni mucho menos un desconocido o alguien carente de recursos, ni un hombre socialmente esquivo (cabe en verdad tenerlo por un sibarita de la amistad y la sociabilidad), allí donde iba era objeto de halagos y reconocimientos; gentes influyentes procuraban hacer acogedora su estancia; podía encontrarse en todas partes con amigos, conocidos o personas que compartían sus intereses intelectuales y artísticos. Imbuido del más profundo amor por la civilización occidental, Europa era su hogar espiritual, y también en el continente americano podía sentirse hermanado con sensibilidades afines. Diríase que nadie como Zweig habría de sentirse en casa allí donde lo llevaran sus pasos, o los apremios de la época. Sin embargo, su abrupta muerte desmiente la suposición. Todo lector de El mundo de ayer, las memorias que escribió poco antes de suicidarse, sabe que Zweig no se hacía ilusiones con respecto a la Europa que saldría de la contienda desatada por Hitler. Para él, la segunda guerra de todos contra todos representaba no solo el final definitivo de un pasado irrecuperable sino, además, un estrepitoso fracaso personal, pues su vida entera como escritor fue la de alguien que anteponía a cualquier otro valor la convicción de la fraternidad europea y su policroma comunión en la diversidad. La derrota del Eje, que la entrada en liza de los EE.UU. hacía más que probable, significaba relativamente poco para esta alma hipersensible que se dejó subyugar por la idea de que la catástrofe en curso, aparte de despedazar vidas y reducir un continente a escombros, ponía una lápida sobre la cultura y el espíritu europeos. El que había celebrado el manifiesto antibelicista de Romain Rolland (el famoso artículo titulado ‘Más allá de la contienda’) como «una declaración de guerra al odio, piedra fundacional de la invisible iglesia europea», constataba que los sufrimientos de 1914-1918 no habían escarmentado a los pueblos, y que el odio resurgía para sumir a Europa en una ruina moral y material aun peor que la anterior. Zweig, de tal suerte agobiado por los acontecimientos, sentía que el suicidio de Europa le sustraía el andamiaje que sostenía su identidad, volviéndole el mundo marchito e inhóspito, desprovisto de toda motivación para vivir.

El estadounidense George Prochnik, que se desempeñó como profesor de inglés y literatura estadounidense en la Universidad Hebrea de Jerusalén, aborda en El exilio imposible (2014) los años de Stefan Zweig como expatriado, en un itinerario que tuvo varias estaciones: desde Londres hasta Petrópolis, Brasil, pasando por EE.UU. Descendiente él mismo de judíos vieneses y de Europa oriental empujados al otro lado del Atlántico por el ascenso del nazismo, Prochnik se enfoca ante todo en la experiencia americana de Zweig al tiempo que indaga en las resonancias morales de la condición de exiliado, que en el caso del escritor austríaco fueron las más corrosivas. El libro dista mucho de ser una biografía convencional pues no se ciñe a un esquema cronológico lineal ni desgrana paso por paso el derrotero del biografiado. Si hay un método en Prochnik, este privilegia el encadenamiento de escenas o momentos representativos con ideas e impresiones relevantes, combinado con abundantes saltos temporales –tanto adelantos como retrocesos-. No se sigue de esto que el libro induzca a confusión pues pronto se apropia el lector de su lógica interna, próxima al ensayo y desplegada con suma destreza por el autor.

Vemos en El exilio imposible a un Zweig al que los trámites burocráticos y el exceso de solicitud por parte de conocidos y desconocidos tornan gradualmente huraño, él que solía ser de lo más sociable, y que en vez de acogerse a la nutrida comunidad neoyorquina de exiliados europeos la rehuye, procurándose residencias alejadas de la Gran Manzana. Sabemos también de un Zweig extraño a cualquier forma ejemplar de disidencia o activismo político, alguien al que las arbitrariedades y los atropellos le inspiraban una mezcla de repugnancia, apocamiento y pasividad, y que en lugar de encarar al enemigo prefería la retirada silenciosa. Nunca se avino al papel del intelectual comprometido; instado por la prensa estadounidense a manifestarse respecto de las conmociones europeas, optaba por retraerse en su calidad de escritor, ajeno como tal a la contingencia política. Caracterizarlo como un refinadísimo esteta –que lo era- puede mover a engaño. Quien haya leído obras suyas como Castellio contra Calvino o Erasmo de Rotterdam convendrá en que era un hombre estrictamente identificado con el humanismo ético; su simpatía estuvo siempre del lado de los humillados y ofendidos, mientras que de los triunfadores y poderosos tenía poco que decir. Las violencias a que eran tan afectos los extremistas del día ofendían su acendrado sentido de la dignidad y la justicia, pero es indudable que carecía del temple de un luchador. Toda su disposición a denunciar los males de la época la volcaba en su quehacer literario, concibiendo obras en que fustigaba el fanatismo, la intolerancia y la represión de la libertad, aunque sin aludir jamás –no de modo explícito- a las circunstancias que lo rodeaban. Quizá un poco avergonzado por su blandura, claramente necesitado de justificarse, definía su postura de esta manera: «Todo lo que hago intento hacerlo tranquilamente… No hay nada supuestamente heroico en mí. Nací conciliador, y debo actuar según mi naturaleza».

En carta al escritor francés Jules Romains dio Zweig la clave de su desmoronamiento sicológico: «Mi crisis interna –confesó- consiste en que no soy capaz de identificarme con el yo de mi pasaporte, el yo del exilio». La expatriación lo abocó no a un estado  de simple precariedad existencial sino a uno de inautenticidad y alienación total; en palabras de Prochnik, percibía la suya como una existencia póstuma. Varios de sus amigos supieron de su inclinación a la renuncia y su deseo de retirarse con dignidad, pero no previeron o no creyeron que pudiese llegar al extremo de suicidarse (con su esposa, Lotte). Uno de los más expresivos obituarios provocados por su muerte fue el de André Maurois, que había compartido entrañables momentos con su colega vienés: «Muchos hombres de sentimientos, a lo largo de todo el mundo, habrán meditado, el día que se enteraron de ese doble suicidio, sobre la responsabilidad que nos corresponde a todos nosotros, y la vergüenza de una civilización que puede crear un mundo en el cual Stefan Zweig no pueda vivir».

– George Prochnik, El exilio imposible: Stefan Zweig en el fin del mundo. Ariel, Barcelona, 2014. 416 pp.

– Michael Löwy y Robert Sayre, Rebelión y melancolía: el romanticismo a contracorriente de la modernidad. Nueva Visión, Buenos Aires, 2008. 256 pp.

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5 comentarios en “EL EXILIO IMPOSIBLE – George Prochnik

  1. Ariodante dice:

    Estupenda reseña, como siempre, Rodri! Y por lo que dices, me da la impresión de que la reciente película «Adiós a Europa» ( María Schrader, 2016) se basa casi literalmente en este libro, porque funciona así, con saltos en el tiempo, y mostrando precisamente las debilidades de los últimos años de Zweig, que no era precisamente un «luchador» aunque sus escritos denunciasen de modo general la violencia, el caos generado por las guerras mundiales, la decadencia de los principios morales y políticos de Occidente, etc.

  2. Rodrigo dice:

    Vaya, Ario, no sabía de esa película. Y claro, es muy probable que el guión tenga como una de sus fuentes el libro de Prochnik.

  3. Rodrigo dice:

    Mira tú, en el elenco está Barbara Sukowa, interpretando a la primera esposa de Zweig, Friderike.

    A Sukowa la ubico por su caracterización de Hannah Arendt y la de Rosa Luxemburg en sendas películas de Margarethe von Trotta. Gran actriz.

  4. Ariodante dice:

    El guión es de Maria Schrader, Jan Schomburg, pero me parece que ambos se han leído muy detalladamente el libro que reseñas hoy. A mí, la película no me gustó, porque creo que no estaba bien construida y era algo confusa, para alguien que no supiera quién era Zweig. Además, mostrar sus últimos años, sin mostrar los años anteriores, es muy triste.

  5. Rodrigo dice:

    Bueno, igual estaré atento a su aparición por estos lares.

    Es lo que tiene Zweig, cuando uno disfruta de su obra: como reclamo –para prevenidos y para incautos- es insuperable, y uno termina cayendo incluso con tonterías como aquella de Gran Hotel Budapest

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