AGINCOURT. EL ARTE DE LA ESTRATEGIA – Juliet Barker

AGINCOURT. EL ARTE DE LA ESTRATEGIA - Juliet BarkerEste  es el día de San Crispín.
Todo aquel que  sobreviva a este día y vuelva sano y salvo a su casa,
se izará sobre las puntas de los pies cuando se mencione esta fecha,
y se crecerá por encima de sí mismo al oír el nombre de San Crispín.
Todo aquel que sobreviva a este día y llegue a la vejez,
cada año, en la víspera de esta fiesta, invitará a sus amigos
y les dirá: «Mañana es San Crispín».
Entonces se subirá las mangas, y, al mostrar sus cicatrices,
dirá: «Recibí estas heridas el día de San Crispín».

Los ancianos olvidan, pero incluso quien lo haya olvidado todo
recordará aún las proezas que llevará a cabo hoy.
Y nuestros nombres serán para todos
tan familiares como los nombres de sus parientes

y serán recordados con copas rebosantes de vino:
el rey Enrique, Bedford y Exeter,
Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester.
Esta historia la enseñará todo buen hombre a su hijo,
y desde este día hasta el fin del mundo
la fiesta de San Crispín nunca llegará
sin que a ella vaya asociado nuestro recuerdo,
el recuerdo de nuestro pequeño ejército,
de nuestro pequeño y feliz ejército, de nuestra banda de hermanos.
Porque quien vierta hoy su sangre conmigo
será mi hermano; por muy vil que sea,
esta jornada ennoblecerá su condición.
Y los caballeros que permanecen ahora en el lecho de Inglaterra
se considerarán malditos por no estar aquí,
y será humillada su nobleza cuando escuchen hablar a uno
de los que haya combatido con nosotros el día de San Crispín.

Enrique V, acto IV, escena 3ª

La arenga shakesperiana del rey Enrique V de Inglaterra en el campo de batalla de Agincourt (Azincourt para los franceses) es quizá uno de los discursos más recordados de la historia universal. Y es también una invención del Bardo. Probablemente, Enrique V pronunció una arenga a sus soldados, pero no la conocemos tanto como la que se escribió casi dos siglos después. Pero en el imaginario colectivo ha quedado este discurso, esta «band of brothers». Merecidamente, pero la Historia se escribe con otros renglones.

«Their finest hour», decía Winston Churchill en junio de 1940, para definir a los soldados británicos que luchaban en Francia tras la invasión alemana. En cierto modo, también se podría aplicar a los alrededor de 12.000 ingleses que desembarcaron en Normandía en agosto de 1415, siguiendo los designios de Enrique V, rey inglés de la casa de Lancaster desde dos años atrás, quien reivindicó la corona de Francia, tras casi medio siglo de combates dispersos en la llamada Guerra de los Cien Años. Una cuestión personal que el monarca convirtió en el asunto de toda una nación. Menos de la mitad de esos combatientes lucharon, dos meses después, en las llanuras cercanas al castillo de Agincourt en Picardía, agotados, hambrientos y en inferioridad de condiciones. Enfrente, al menos dos o tres veces más de combatientes franceses, seguros y convencidos de la victoria. Y sin embargo, al finalizar ese 25 de octubre de 1415,  festividad de San Crispín y San Crispiniano, la victoria fue para Enrique V y su «band of brothers», mientras que ese día sería de funesto recuerdo, una journée malhereuse, para los franceses.

Agincourt. El arte de la estrategia de Juliet Barker (Ariel, 2009) es un libro único en el mercado editorial español. Dejando de lado un volumen dedicado a la batalla por el prestigioso sello Osprey (publicado en España por Ediciones del Prado,1991), dedicado a la historia militar, y a algún capítulo en historias generales del conflicto –como La Guerra de los Cien Años de Edouard Perroy (Akal, 1982) o un libro homólogo de Philippe Contamine (Crítica)–, hasta ahora no contábamos en castellano con un libro que analizara a fondo la campaña y la batalla de Agincourt (a diferencia del mundo anglosajón). Y llega de la mano de una especialista en el torneo medieval, digna discípula de Maurice Keen, autor de La caballería (Ariel, 2008). Y no es baladí esta referencia a la obra de Keen, pues en Agincourt, en toda la campaña, el honor caballeresco estuvo muy presente, como Juliet Barker remarca a lo largo de su libro.

El subtítulo en inglés del libro le hace más justicia que el de la edición castellana: «The King, The Campaign, The Battle», pues marca la estructura de este libro. Tenemos una primera parte dedicada a la figura de Enrique V, monarca piadoso aunque ambicioso, con experiencia de combate en las campañas contra los galeses siendo príncipe de Gales, notable aprendiz en el arte de la política, decidido a reivindicar lo que considera suyo por derecho de nacimiento, la corona de Francia, tal y como hiciera su bisabuelo Eduardo III más de medio siglo antes. La experiencia de sus ancestros marca el camino a seguir para el hijo de un usurpador (Enrique IV), que necesita que la nación inglesa olvide la mancha de su origen ilegítimo mediante una campaña gloriosa contra el enemigo secular, Francia, y cuyos derechos legítimos a la corona son más que una mera reclamación. En esta primera parte, además, Barker disecciona los preparativos de la campaña, al mismo tiempo que analiza la situación política de Francia: un rey, Carlos VI (1380-1422), incapacitado para gobernar a causa de discontinuos desequilibrios mentales (cuando no locura, que le hacían creer que estaba hecho de cristal), con dos clanes luchando por el poder (Orleáns y Borgoña), con un clima de guerra civil al que ni siquiera la invasión inglesa pudo poner fin. Enfrente, todo lo contrario: un monarca fuerte, un país unido en una misión, unos preparativos bélicos minuciosos.

En esta primera parte, Barker nos habla del camino hacia la reanudación del conflicto, de cómo Enrique V sofocó la conjura de algunos de sus súbditos y colaboradores (el conde de Cambridge y lord Henry de Scroope, como se muestra en la obra shakesperiana), de los combatientes y los contratos para pagar sus soldadas, de armamento (el arco largo inglés), de cómo se reunieron las huestes en Southampton, etc. De una manera amena, la autora nos cuenta los preparativos de la campaña, para pasar a la campaña misma en la segunda parte del libro: el desembarco en la desembocadura del río Sena, a apenas 120 km de un París escenario de conflictos internos; el asedio y la captura de la importante ciudad de Harfleur, que costó a Enrique más de lo esperado,  con lo que ello comportaba respecto a las bajas militares, nutridas también por una epidemia de disentería; la marcha hacia Calais, preconizada por el monarca contra el consejo de sus colaboradores (pues temían que la cabalgada real se convirtiera en un desastre militar, atosigados por el creciente ejército francés reunido en su contra); el vado del río Somme, que obligó a Enrique a apartarse de la costa, pues los franceses ocuparon los puntos principales de paso; y la llegada a Agincourt, donde los franceses, liderados por los duques de Borbón y Orleáns y por el condestable de Francia, Charles de Albret, habían reunido un ejército que, como mínimo, triplicaba las cifras de los combatientes ingleses. Y la batalla, por supuesto.

En el asedio de Harfleur, Juliet Barker destaca la figura de Raoul de Gaucourt, que desesperó al rey inglés con su férrea defensa de esta ciudad; no se lo perdonó Enrique V, quien aceptó su rendición y que le hizo pagar su heroica resistencia con una larga prisión en tierras inglesas después de Agincourt. Junto a Gaucourt, la autora resalta la valentía de militares como el mariscal Boucicaut o los condes de Richemont (pariente de Enrique V), Eu y Vendôme. Analiza el papel de Armagnacs y borgoñones (con el duque Juan Sin Miedo y su ambivalencia al frente) como señal de la debilidad francesa a pesar de la preponderancia numérica en Agincourt: las luchas partidistas, que se desarrollaban en Francia desde una década atrás, imposibilitaron que el país se revolviera unido contra la invasión inglesa. Enrique V, además, ya desde su principado de Gales, azuzó a uno u otro bando, siguiendo el lema romano divide et impera y buscando, al mismo tiempo, un apoyo francés a sus reivindicaciones en Francia, ya fuera a la corona o a un ducado de Aquitania ampliado como en el Tratado de Brétigny (1360), al que se añadiría Normando, Anjou y Ponthieu. Estas disensiones en el bando francés continuaron y se agudizaron mientras Enrique asediaba Harfleur o marchaba hacia Calais. La tragedia para los franceses fue que en Agincourt pereció o fue capturada gran parte de los Armagnacs, mientras que los bortgoñones del duque Juan Sin Miedo o bien se mantuvieron al margen o bien facilitaron el triunfo inglés.

Del mismo modo ameno y ágil de la primera parte, el relato de la batalla de Agincourt se convierte en una lectura vivaz y dinámica, en el que las descripciones de los elementos militares no están reñidas con un análisis de lo que significó la batalla. No obvia la autora, a pesar de la simpatía que siente hacia el personaje, un elemento tan controvertido (y hasta cierto punto contrario a las leyes caballerescas de las que presumía el rey), la decisión de Enrique V, en el fragor del combate, de ordenar la ejecución de los numerosos franceses que se habían rendido o habían sido capturados (pp. 358-365): aunque las necesidades del momento (pues se temía un contraataque potencialmente devastador para los ingleses) lo podían justificar, se trataba de una mancha para el honor de Enrique V. La autora no lo especifica ni comenta, pero es posible que, en términos modernos, se pudiera hablar de crímenes de guerra.

Ya en la tercera parte, Juliet Barker analiza las consecuencias de la batalla, empezando por el número (y la importancia) de los caídos. Posteriormente, describe el regreso de Enrique V a Inglaterra y el recibimiento triunfal con el que fue dispensado. En un postrero capítulo, se habla de los frutos de la victoria, de las consecuencias para una Francia que no pudo resistir la segunda campaña de Enrique V (1417), triunfal, aunque con no tantas resonancias gloriosas, que finalmente llevó al Tratado de Troyes (1420) y a que el rey inglés fuera reconocido como el heredero del trono de Francia. Un triunfo que finalmente se truncó con la prematura muerte de Enrique V en 1422, a los 35 años de edad. Con su muerte se inició la parte final de la guerra, intensa hasta 1435, languideciente hasta 1451 y la derrota final y reconquista francesa en 1453: la minoría de edad de Enrique VI, por un tiempo rey de Francia e Inglaterra, y la falta de un soporte a este rey, las disensiones francesas, las campañas de Juana de Arco, la reconciliación del duque de Borgoña (Felipe el Atrevido, sucesor del asesinado Juan Sin Miedo en 1419), etc. En esta parte final se analiza, especialmente, el destino de los prisioneros franceses (los duques reales, como los de Borbón y Orleáns, los héroes como Gaucourt o Boucicaut, etc.).

En definitiva, estamos ante un libro valioso, ágil, amenísimo (y muy riguroso, al mismo tiempo), que pone en el lugar que le corresponde la historia real de la campaña de Agincourt y deja en donde también le corresponde la obra de William Shakespeare. Las interesantísimas notas al final del libro (un error, en mi opinión, pues dificultan su lectura) dan fe del uso y el tratamiento de las fuentes que realiza la autora. Añadamos a ello una meritoria traducción y un apartado visual (mapas e ilustraciones) muy cuidado. En todos los sentidos, un gran libro, de obligatoria lectura para todos aquellos interesados en la historia de una campaña militar, de una batalla de relumbrante recuerdo, en un monarca y en dos países.

No os lo perdáis.

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30 comentarios en “AGINCOURT. EL ARTE DE LA ESTRATEGIA – Juliet Barker

  1. Antígono el Tuerto dice:

    Interesante reseña farsalia; esta bien que a veces se hagan libros acerca de batallas y estrategias medievales; que no todo van a ser Alejandros, Escipiones y Aníbales. Y más si es una batalla de esa gran guerra medieval que fue la guerra de los 100 años, que acabó involucrando a reinos de toda la Europa Occidental.
    Lo dicho, felicidades por la reseña farsalia.

  2. farsalia dice:

    Gracias.

    Sí, un libro diferente entre siempre lo mismo. Y Agincourt es todo un símbolo…

  3. Arturo dice:

    Impresionante reseña, Farsalia, y su inicio no podía ser más acertado. Una de mis escenas favoritas en la historia del cine es la arenga de Enrique V, interpretado por Kenneth Branagg, en la película homónima dirigida por el mismo Branagg. Es impresionante.
    Lo añado a la lista. Gracias y un saludo.

  4. farsalia dice:

    Gracias, Arturo.

    Es una de mis eescenas favoritas de la película de Branagh, que el actual doblaje castellano (no el original de 1989, pues lo han cambiado) no refleja bien. Uno de esos discursos ideales para motivar.

  5. Koenig dice:

    Efectivamente un libro tan interesante como bien reseñado.

    Añadir tan sólo a lo dicho que el cambio del subtítulo original por «el arte de la estrategia» es en mi humilde opinión bastante incorrecto, porque lo que triunfó en Agincourt fue la táctica. La estrategia de Enrique V, en cambio, pudo haber resultado un sangriento fracaso.

    En todo caso y por lo visto en la reseña (mi edición es en inglés), no parece que este error de traducción haya empañado la obra. Así que sea.

    Opino.

  6. Vorimir dice:

    Ala, otro libro apuntado en la (larga) lista de futuros candidatos a adornar mi pila y mis estanterías. La Guerra de los 100 años es un periodo apasionante y un buen libro sobre el tema siempre es bienvenido. ¡Además, tengo pendientes tb las novelas de Bernard Cornwell sobre esta época!

  7. Hagakure dice:

    Agincourt, un hito en la historia de la arqueria. No se a que espero para leerme este libro.

  8. Koenig dice:

    La historia del arco inglés es interesante. No recuerdo donde, leí que estaba siendo muy sobrevalorado históricamente. Desde el punto de vista británico como táctica novedosa y propia, y desde el punto de vista francés como forma de explicar derrotas aplastantes como esta o Crecy.

    Desde mis conocimientos, más modernos, si tenemos en cuenta que el fuego de línea de mosquetería en los siglos XVIII, XIX era mucho menos efectivo y destructor de lo que se piensa, tal vez es cierto que debería revisarse la capacidad de daño de las andanadas de los arqueros ingleses.
    Por poner un ejemplo, los análisis hechos sobre las bajas en la guerra de secesión americana cifraban las bajas por fuego enemigo de un regimiento disparando en línea en un porcentaje muy escaso de sus combatientes. Normalmente eran el terreno y la moral los que determinaban la victoria, mucho más que los muertos y los heridos.

    Opino.

  9. Vorimir dice:

    El arco largo tenía gran alcance y buen cadencia de tiro, y las flechas caían con bastante fuerza (para matar caballos y atravesar amraduras). Sus grandes problemas eran que era medianamente caro y sobre todo que para poder manejarlo bien se necesitaban varios años de entrenamiento.

    La ballesta era más facil de usar y tenía más potencia de tiro pero era un arma de fuego directo (disparaba más o menos en linea recta), tardaba mucho en recargarse (creo que el arco ganaba a la ballesta en cadencia de tiro en 6×1) y era aun más cara. Es cierto que necesitaba poco entrenamiento para dispararla y era muy util para detener cargas a corta distancia pero el arco se fue imponiendo.

    Tb recuerdo haber leido que las primeras armas de fuego eran bastante inútiles y en parte tenían los mismos problemas que las ballestas pero poseian un gran efecto negativo sobre la moral enemiga. Muchas veces, las compañias de arcabuceros iban acompañadas por arqueros y ballesteros.

    Bueno, total, que como todo lo inglés puede que esté sobrevalorado… pero desde luego que marcó la guerra desde entonces. Se acabó la supremacía de los caballeros.
    Hum, ¡y me voy que s eme hace tarde!

  10. APV dice:

    Bueno el arco largo el problema era el entrenamiento y continua práctica que necesitaba; en ese sentido pese a su mayor precisión se descartó frente a las armas de fuego. Aunque hubo quien en el S. XVIII propuso rearmar a la infantería con arcos.
    La ballesta tenía el problema de la lenta recarga, aunque se crearon artilugios para acelerarla; y las cuerdas eran sensibles a la humedad como ocurrió en Crecy. Por ello la pólvora las fue sustituyendo.

    No hay que olvidar un detalle los arcos compuestos daban también una gran potencia sin tener el engorro del tamaño del arco largo.

    Koenig tampoco es que el triunfo estuviese en la táctica sino en la dirección y composición del ejército. Los franceses tenían un excelente plan de batalla que recoge el libro y el Osprey al respecto, lo que pasó es que tenían demasiada gente y más que un ejército un conglomerado indisciplinado y con rivalidades internas.

    No hay que olvidar que la superioridad de esos arqueros se acabaría en unos años, la caballería francesa los barrió en Patay y en las guerras siguientes los cañones los deshicieron.

  11. Koenig dice:

    Con respecto a la táctica francesa, es posible que algunos mandos la tuvieran, pero tanto la indisciplina, como las rivalidades (que citas bien) como una determinada filosofía de la guerra dieron al traste con ello. Por lo que recuerdo de mis lecturas de Agincourt los franceses no aplicaron casi táctica alguna. Simplemente se lanzaron hacia delante sin estudiar el terreno ni las posibilidades.

    Por otro lado los ingleses creo que si acertaron. Además de con la composición de su ejercito, con la forma de posicionarlo y desplegarlo para la batalla. Es decir, tanto con el sitio donde formaron como con el modo en que lo hicieron. Este éxito táctico de Enrique V le dio la batalla.

    Por otro lado comentaba antes la eficacia del arco largo. Eficacia no es sólo cadencia de tiro y potencia de penetración. Sino también puntería. Si con armas más perfeccionadas como el mosquete napoleónico (en general) o el de la guerra civil americana (también en general) el índice de blancos era escaso, podemos deducir que con los arcos (probablemente igual que con las ballestas) la efectividad no era la que nos muestran las películas.

    Por otro lado creo que en Agincourt no fue necesaria una excesiva efectividad en el disparo de los arcos largos en lo que a blancos se refiere. La caballería francesa, pesada y densamente formada, fue destruida por el desorden causado por unas pocas bajas, que desbarataron la formación cuando cada caballo caído en el suelo fue la causa de que los que le seguían tuvieran que frenar, desviarse o cayeran a su vez, etc, etc. El barro, claro está, no ayudó.

    Opino.

    Un saludo.

  12. Vorimir dice:

    Está claro que no se necesitaba ser Guillermo Tell ni Robin Hood para ser ballestero o arquero; en una batalla se disparaba un poco al bulto y mientras más nutrida fuese la formación y menos protección llevase el enemigo, mejor.

    Lo del arco compuesto es curioso, era tan fuerte como el arco largo -creo q sólo tenía algo menos de alcance- pero nunca se popularizó en la Edad Media, quizás por lo elaborado de su construcción.

  13. Koenig dice:

    No lo se. Por lo que tengo entendido los fabricantes de arcos ingleses estaban muy controlados, y entre otras cosas les prohibía trabajar de noche porque la escasa luz mermaba la calidad del producto, lo que implica algún tipo de dificultad a la hora de fabricarlos.

    Por otro lado creo que el gran triunfo del arco largo, más que al arma en si se debió a la forma de vida que la rodeaba. Igual que los jinetes de las estepas aprendían a montar y tirar con sus arcos compuestos desde muy jóvenes, los ingleses empezaban a tirar con arco muy pronto, y la práctica era frecuente, incluso obligatoria, creo recordar.

    Un saludo

  14. APV dice:

    Hacer un arco compuesto es mucho más dificil y es posible que tuviera algunas limitaciones en cuanto al clima. En todo caso popular si fue lo usaban los pueblos esteparios e incluso en las cruzadas por los turcos.

    Koenig los franceses no se lanzaron hacia delante a lo loco a diferencia de Crecy; había un plan sólido para destruir a los ingleses: los ballesteros y arqueros realizarían un fuego de neutralización mientras un ala de caballería cargaba sobre el flanco derecho de los arqueros ingleses, seguiría el asalto de la caballería desmontada en cuatro unidades y un ataque por la retaguardía.

    Con ese plan hubieran podido aniquilar a los ingleses, pero la ejecución fue penosa, por falta de una adecuada dirección, exceso de hombres, indisciplina, y falta de espacio, por lo que pasó lo que pasó.

  15. Koenig dice:

    Vamos, que al final se abalanzaron un poco a lo loco (pero menos de lo que decía antes :-) )

  16. Vorimir dice:

    La humedad no era nada buena para los arcos compuestos, creo recordar. El arco en si era un arma realmente útil y como habeis dicgçho muy extendida por oriente. Los mongoles dieron buen uso de él si no me equivoco.

  17. Antígono el Tuerto dice:

    El problema de la caballería medieval era que tenía sentido si se mantenía la formación de carga; el caballero era útil dentro de estas formaciones acorazadas, pero aislado era un objetivo más fácil de abatir.
    «desde muy jóvenes, los ingleses empezaban a tirar con arco muy pronto, y la práctica era frecuente, incluso obligatoria, creo recordar.»
    Sí, era obligatoria; no recuerdo que rey obligaba a todos los hombres libres de un condado a tener y practicar con el arco todos los domingos y fiestas de guardar.
    «Los mongoles dieron buen uso de él si no me equivoco.»
    Y los hunos; que se lo digan a los romanos.

  18. Koenig dice:

    Buena apreciación Antígono. Más que a los mongoles debí referirme a los pueblos de la estepa, en toda su amplia variedad.

  19. APV dice:

    Antigono y tenía sentido si el enemigo no podía eludir esa carga o no podía hacerle frente, en cualquiera de esas opciones fracasaba la carga.

  20. Antígono el Tuerto dice:

    Por eso era tan importante escoger el momento adecuado para ordenar la carga de la caballería; si lo hacías bien te daba la victoria…pero si te salía mal te hundía, y a veces podías perder el pellejo.

  21. Koenig dice:

    Buenos días.

    No recuerdo, hace tiempo que lo leí, si el libro incide en ello. Pero con toda seguridad uno de los efectos principales de las cargas de caballería era el moral.
    Igual que sucedía en otras épocas, que he estudiado más, la carga de una masa armada de semejante potencial sobre hombres a pie y mucho menos acorazados debía ser terrorífica (al menos si no avanzaban a paso de tortuga succionados por el barro). Tengo, por consiguiente, la sospecha, de que muchas cargas triunfales fueron más bien una cacería de infantes en fuga.
    La incidencia de bajas en las batallas medievales es bastante orientativa en este snetido, si nos fijamos en que la mayoría de las bajas las sufría el bando perdedor y una vez terminada la «batalla» propiamente dicha.

    Obviamente cuando esa carga no conseguía aterrorizar al contrario con su aspecto, o desbaratarlo muy gravemente en el primer choque, y era detenida, se producía una melee en la que soldados ligeros al estilos de los almogávares tenían mucho que ganar, ya que el jinete acorazado no tenía la misma capacidad de maniobra.

    Opino claro.

    Saludos.

  22. Antígono el Tuerto dice:

    «ya que el jinete acorazado no tenía la misma capacidad de maniobra. »
    No, aunque tenía mejor protección; el jinete ligero oriental era mucho más móvil, pero menos protegido.

  23. APV dice:

    El problema para el jinete ligero era si se encontraba en un terreno que limitaba su movilidad o si se dejaba llevar acercándose mucho; en esos casos la carga de caballería pesada podía barrerles. Situación que sucedió algunas veces.

    Totalmente de acuerdo la carga tenía un potencial muy psicológico, pues es bastante para un infante tener que ver como se le venían encima y tener que recibirlos con serenidad: con flechas, con picas, con muros escudos o sencillamente con carne de cañón (como hicieron los ejércitos turcos e islámicos en ocasiones: Nicopolis, Navas de Tolosa,…).

  24. Koenig dice:

    Por lo que tengo entendido la táctica de empleo del jinete ligero, tanto durante la edad media como durante la antigua, fue totalmente diferente.

    Si la caballería pesada era un arma de choque, de impacto, la ligera tenía misiones de hostigamiento y descubierta que rara vez implicaban el contacto con el enemigo, salvo en ocasiones de clara superioridad, y siempre basándose en la maniobra. Probablemente los más señalados fueron los jinetes de las «estepas» (por englobar una inmensa cantidad de pueblos y ejércitos provenientes del este). Pero también Europa tuvo sus propios ejemplos de este tipo de combatientes, como los Estradiotes balcánicos o los mismos «jinetes» hispánicos.

    Puestos a abundar, con el tiempo llegaría una nueva categoría de tropa a caballo, la «infantería montada» (otra denominación ad hoc que espero que me perdonéis) en la que podemos englobar ya desde la edad media a los arqueros a caballo y más adelante a los dragones. En este caso la montura era sólo un modo de transporte rápido, pues combatían a pie.

    Opino.

  25. APV dice:

    Si pero en ocasiones la caballería ligera en acciones de hostigamiento quedaba en mala posición o se dejaba llevar mucho al presionar al enemigo o incluso presentaba batalla. Siendo barrida por la caballería pesada.

    Así tenemos Lechfeld, Arsuf, Artah,…

  26. Koenig dice:

    Ciertamente. Toda arma resulta mucho más vulnerable cuando es empleada(voluntariamente o no) incorrectamente. Otro ejemplo mucho más moderno es meter carros de combate en zona urbana. Pero no quiero desviarme.

    Saludos.

  27. Antígono el Tuerto dice:

    «un infante tener que ver como se le venían encima y tener que recibirlos con serenidad: con flechas, con picas, con muros escudos o sencillamente con carne de cañón (como hicieron los ejércitos turcos e islámicos en ocasiones: Nicopolis, Navas de Tolosa,…).»
    Pues sí que tenías que tener aguante; sobre todo si eras la carne de cañón sarracena y veias venir hacia ti cien caballeros cubiertos de acero con las lanzas en ristre y haciendo temblar el suelo.
    «en ocasiones la caballería ligera en acciones de hostigamiento quedaba en mala posición o se dejaba llevar mucho al presionar al enemigo o incluso presentaba batalla. Siendo barrida por la caballería pesada.»
    O a veces se metían en sitios donde no podían maniobrar como desfiladeros o valles.

  28. toni dice:

    Pues ya lo he leído y es muy bueno. Tal vez le de otra oportunidad al libro de Perroy pero consiguió que me durmiera dos noches consecutivas sin pasar de la página 20…

  29. Davout dice:

    Iniciando la lectura y pinta muy bien.

  30. Vorimir dice:

    Lo tengo en la pila, supongo que un mes de estos…

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