«En un pasado lejano, no la llamábamos Hiroshima, sino Ashihara. Era un amplio delta cubierto de juncos». Así comienza la descripción que la escritora Ōta Yōko hace del paisaje de su ciudad natal antes de que, el amanecer del 6 de agosto de 1945, la primera bomba atómica que descendía sobre el mundo lo cambiara para siempre. En un instante, un destello de luz verde azulada dejó tras de sí cientos de miles de muertos, una cifra superior de heridos, los edificios derruidos y la tierra quemada. Apenas unos días después, Japón resolvía su rendición absoluta: la guerra había terminado, pero, como remarca la autora, la vida continuaba.
Ciudad de cadáveres es el grito agónico de una víctima apremiada por la urgencia de plasmar por escrito la devastación, el horror, la desesperación y el caos de los que ha sido testigo. Con la escritura más desgarrada y la verdad más íntima como únicas armas, Ōta Yōko se lanzó a tumba abierta, enfrentándose a la censura, para dar testimonio de una de las mayores tragedias del siglo XX; para contar la historia de quienes fallecieron y cartografiar el trauma, así como la esperanza, de los supervivientes.
La cubierta es preciosa.
Recomiendo para quien quiera saber del tema, la obra (de corte periodístico), Hiroshima de Joyn Hersey publicado en Debolsillo.
La gente me mira como si fuera un poco extraño cuando voy hablando con ardillas, conejos y esas cosas. Está bien. Eso está bien. Bob Ross.