El pasado julio, mi mujer y yo acudimos unos días al 47 Festival de Teatro de Almagro. Era la primera vez, y fue una experiencia memorable. Asistimos a tres obras —¡en tres teatros diferentes!—, a cuál mejor. En la bellísima plaza Mayor nos cruzamos con la actriz Marisa Paredes, que en paz descanse; con Lluís Omar en la heladería Fresquibiri (solo por el nombre estaría dispuesto a abrir una franquicia en mi ciudad; este verano, lo negocio

), entonces director del TCN. Este año planeamos repetir, y, si es posible, asistir a más representaciones —la economía se impone: hay que alojarse, comer, etcétera—. Salvo por el sofocante calor, (comprendimos a la perfección por qué las obras se representan tarde: 21.30-22.00), resultó un plan formidable. Desayunar, leer (o releer, esta vez con verdadero interés, no como en el bachillerato) media obra; salir a la compra, tomar el vermú, comer en casa, dormir la siesta (obligatoria, con esas temperaturas no existe plan mejor); leer la mitad restante de la obra, atesorar toda la información posible para ir a la representación “estudiao”; ponerse guapos y frescos, cenar en la plaza, comentarla la obra y, ya en la sobremesa, echar un vistazo discreto para ver al elenco… vivir, son placeres adultos y civilizados. Cosas de groupie.
Os cuento todo este rollo porque la fotografía que Magnus ha colgado —y los comentarios posteriores— me ha evocado esa sensación: la de sentirte a gusto “entre los tuyos”. Como cantaba el gran Javier Krahe, ay, que en paz descanse también, “no todo va a ser follar”.
Al veros tan jóvenes, guapos y entusiastas, entre don Quijote y Sancho, frente a la casa de Cervantes, me vino a la memoria otra “frikada de groupie” a la que también tuvimos el placer de asistir en Almagro. Mientras visitábamos el Corral de Comedias —para este no conseguimos entradas—, desde uno de los palcos, vimos a cuatro mujeres separarse de sus maridos —ellos sonreían y grababan móvil en mano— y comenzar a representar un fragmento de una obra clásica a pie de escenario, frente al patio de butacas. Lo hicieron con tal mezcla de pasión, transgresión, apremio y excitada timidez que nos dejó boquiabiertos. Al rematar, se aplaudieron a sí mismas, aplaudieron sus maridos (más les valió) y nos sumamos al aplauso.
Nos pareció un maravilloso acto de camaradería, civismo y amor por lo que uno hace. Tenga éxito, o no.
Lo mismo ocurre todos los años, pero a nosotros nos pareció muy especial.
Salud y gracias, Magnus.