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Esta niña debe vivir, de Helene Holzman

 
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momper



Registrado: 14 Dic 2008
Mensajes: 4739
Ubicación: el chacuatol

MensajePublicado: Sab Mar 29, 2014 4:13 am    Tí­tulo del mensaje: Esta niña debe vivir, de Helene Holzman Responder citando

Helene Holzman —artista y profesora alemana que vivió en Lituania a partir de 1923— sufrió la pérdida de su marido judío y su hija de diecinueve años Marie al principio de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Pese a todo lo que amenazaba sus vidas, ella y su hija adolescente Margarete (Gretchen) no sólo consiguieron sobrevivir al horror nazi (bien secundado por fascistas locales), sino que ayudaron a otras personas a sobrellevar la existencia en el gueto e incluso a escapar de los asesinos.
Helene escribió al final de la guerra un relato sobre su vivencia del infierno, relato que su propia hija sólo leyó muchos años después, tras su muerte. En 1991 en su Jena natal se celebró una exposición de sus pinturas y dibujos, y se conoció la existencia de este extraordinario documento (comparado incluso a los Diarios de Víctor Klemperer, lo que no es poco elogio).
La desesperación y el dolor ante crímenes sufridos en carne propia y por muchas personas queridas no le impidieron dar cuenta de los hechos con admirables precisión y sobriedad: su testimonio es un interesantísimo fresco de la repercusión del nazismo en Lituania, y nos permite conocer a varias excepcionales personas que lo arriesgaron todo por salvar vidas perseguidas. Una de ellas, la doctora Elena Kutorga, escribe sobre Helene en su diario:

«31.X [1941] Hoy ha venido a verme una mujer maravillosa, única en fortaleza de carácter y en valor. […] Vive en constante peligro, pero ayuda a otros de todas las maneras a su alcance. Me ha pedido que le proporcione un veneno para poder elegir el suicidio si es detenida. Con qué firmeza y con qué orgullo lleva su gran dolor de madre… La admiro, y me inclino ante la grandeza de su corazón».

Les copio unos fragmentos:

«Vi a mis compañeros del Liceo Alemán de Kaunas, que hasta entonces se habían calificado vivamente como demócratas, sucumbir a la sugestión masiva… ¿Qué pasó en el año 33? Los alemanes que hasta entonces habían florecido y prosperado en el Estado lituano se sintieron de pronto insatisfechos. De pronto pensaron que se les oprimía. Que no se les reconocía, que había que concederles nuevos derechos».
Pág. 15

«—Su hija, bueno, ya no está.
—¿Que ya no está? ¿Dónde está? ¿Se la han llevado? ¿Ha muerto?
—Telefonearé.
Pidió comunicación y habló con otra oficina de cosas completamente distintas… Yo le sacudí por el brazo, le imploré:
—Dígame pronto dónde está. No me martirice más.
Él no se dejó alterar, siguió hablando largo rato, luego colgó y me miró:
—Su hija está muerta… Era una comunista peligrosa y su padre un judío. Estamos acabando con todos los judíos. No nos manchamos las manos haciéndolo, para eso tenemos a los lituanos…

Entró aún más gente en la habitación. Un gordo mensajero en uniforme pardo sacudió la cabeza y dijo:
—Sí, sí, pobre mujer alemana.
Vi a esos hombres delante de mí, les miré:
—¡Asesinos! Sois unos asesinos.
Stütz cogió el revólver que tenía encima de la mesa y lo guardó en la funda que pendía de su cinturón.
—Le aconsejo que no vuelva a decir eso. ¿Cuál es su dirección? En los próximos días le haré una visita.

Me fui a casa… con los ojos secos… en la cocina me quedé de pie. Al cabo de una hora, Gretchen regresó del trabajo. No lloramos, no hablamos».

Págs. 78 y 79

«No hay ningún sitio, por pequeño que sea, que no esté manchado de sangre. No hay distracción que pueda apartar el horror de nosotras ni por unas horas. Es demasiado grande y espantoso como para poder compartirlo con otros. Es una enfermedad devoradora que se oculta a los ojos de la gente. A menudo me da la impresión de topar por la calle con miradas de desconfianza. No sólo es como una enfermedad, es como una culpa. Ahora entiendo muchas cosas. El mundo no pregunta. Es tu destino, sopórtalo…».
Pág. 179
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