Umberto Eco (1932) ha tenido una suerte desigual con sus novelas desde la publicación de
El nombre de la rosa en 1980: ambientada en el siglo XIV, con querellas religiosas, Inquisición y el mundo de los libros de por medio, cosechó un enorme éxito de público y crítica. Eco se haría de rogar con su segunda novela,
El péndulo de Focault (1988), novela de conjuras con el misterio de los templarios en el ajo que dejó a muchos lectores, incluido un servidor, bastante desconcertados. Un desconcierto que se agudizó con
La isla del día de antes (1994), que directamente no entendí. Por ello,
Baudolino (2000) la leí con interés aunque con pocas pretensiones, y
La misteriosa llama de la Reina Loana (2004) ya no la leí. Por ello, recibí la publicación de
El cementerio de Praga (Lumen, 2010) con ciertas dudas. Dudas que se han disipado con una lectura adictiva y con enorme placer.
En su última novela Eco nos traslada a un viaje al siglo XIX de la mano de un falsario, el capitán Simone Simonini, saboyano de origen aunque francés de adopción, quien nos cuenta su historia mediante unos diarios en el París de 1897. Un personaje desagradable, fuertemente antisemita, repulsivo, que se vende al mejor postor, aunque hay que decir en su favor que las circunstancias no le ayudan. Combinando un talento en la falsificación y una pasión voraz por la fina gastronomía, Simonini se ha convertido en una persona que ha trabajado para los servicios de inteligencia francés, prusiano y ruso, saliendo indemne aunque con la memoria frágil: en sus diarios le escribe a un sacerdote, a quien considera como su alter ego, y que el lector poco a poco irá conociendo y situando en el imaginario de Simonini. Pues Eco juega, estilísticamente, con los vericuetos de la verdad, el falso recuerdo y la memoria inventada.
El trágico siglo XIX es el gran protagonista, Simonini aparte, de esta novela, que nos lleva a lo mejor de la novela folletinesca, con constantes complots en sus páginas –de las campañas de Garibaldi en los primeros años 60 al caso Dreyfus a final de siglo, de la confección de lo que acabará siendo
Los Protocolos de los Sabios de Sión a el mundo esotérico de la masonería–, con un elenco de personajes prácticamente todos reales que pasan por sus páginas y con un estilo que atrapa desde el principio. Para Eco el siglo XIX es un siglo complejo, una centuria en blanco y negro: fue el siglo de los inventos que componen nuestra vida cotidiana (y hoy día disfrutamos de todos ellos), tanto en lo que respecta a las Revoluciones Industriales como al mobiliario más cotidiano. Es un siglo secreto, en el que el falsario es el rey en un mundo de falsificaciones y durante el cual se creen confabulaciones como la judeomasónica o anidan las bases del socialismo soviético o el germen de los fascismos. Nos situamos en un siglo XIX que huye de los convencionalismos acerca del surgimiento de los movimientos nacionalistas y se sitúa a medio camino entre las (en ocasiones falsas) luces dieciochescas y la velocidad novecentista.
Eco construye un texto poliédrico que es, esencialmente, una novela histórica ricamente construida aunque de difícil categorización en sí misma. Es también una novela negra, bastida con un estilo y un ritmo narrativo poderosamente veloz. Es un folletín, pero también una novela de iniciación. Es Eco en estado puro, el mejor Eco diría desde hace bastantes años. Simonini, personaje inventado, es la guía, el Virgilio dantesco que nos conduce por un infierno particular y quien nos permite conocer la historia (su historia y la que le interesa que permanezca) a través de sus escritos para diversos gobiernos europeos y a través de su propia vida. El poder de las mentiras, se podría decir, es el mejor aliado de Simonini. La impostura como estilo de vida, por otro lado. Lo esotérico, en ocasiones, como elemento kitsch, como válvula de escape de la tragedia ideológica del Ochocientos, casi como
fin de siècle. La crítica descarnada del poder de la Iglesia católica en un siglo oscurantista a pesar de ciertos esfuerzos por abrirse (casi al mismo tiempo que la centuria), lo cual le ha granjeado injustas críticas a Eco, incluso alguna que otra acusación de antisemitismo que cae por su propio peso.
Una novela imprescindible, que nos devuelve al mejor Eco, al más legible (a pesar de algún capítulo denso en lo que se refiere a la masonería), al más popular, al más poliédrico como su novela. Una gozada que merecidamente está entre lo mejor de la literatura del ya pasado año 2010. Un libro más que recomendable, casi diría de obligada lectura. Queda ahí la advertencia.