UN AÑO EN EL ALTIPLANO – Emilio Lussu

El italiano Emilio Lussu (1890-1975), natural de Cerdeña, combatió en la Primera Guerra Mundial como oficial de bajo rango, destinado el verano de 1916 en la zona montañesa del Véneto, por entonces una especie de defensa natural contra las fuerzas del imperio austro-húngaro. Transcurridas dos décadas desde aquel momento, el sardo dio en reconstruir la vivencia que marcó su juventud, la que, como evidencia el título de sus memorias, se prolongó por alrededor de un año. El libro fue publicado por primera vez en 1938 y desde entonces ha sido objeto de varias reimpresiones y traducciones. La edición a cargo de Libros del Asteroide (2010) supuso su estreno en el ámbito de habla castellana, tardío pero bienvenido. Por derecho propio, Un año en el altiplano merece un lugar destacado en la literatura testimonial de corte bélico.

A lo largo de la obra, Lussu antepone su papel de observador al de combatiente activo. Atestigua el hacer de los otros más que el suyo propio, relegándose a un segundo plano que descarta de paso el ejercicio de la introspección. Funcional a este plan expositivo, el estilo cultivado por el escritor asemeja el de la crónica novelada, merced al cual hilvana una serie de incidentes en consonancia con la progresión de la campaña militar. La prosa es llana y directa, prosa límpida cuyo tono conjuga el dramatismo intrínseco a la experiencia bélica –un dramatismo bastante contenido, nada luctuoso ni proclive a la acritud- con un deje de ocasional ironía. No sermonea ni vitupera Lussu, no inserta parrafadas pacifistas ni de ninguna otra inspiración. Se limita a mostrar, a exponer los hechos al amparo de la honestidad, su más caro parámetro; con esto le basta para redondear una hosca visión de la guerra, desencantada y renuente a toda forma de complacencia. De tal suerte forjada, la denuncia de Lussu -que tal cosa viene a ser- resulta tanto más elocuente que un cúmulo de libelos antibelicistas.

Cede, pues, el autor el protagonismo a los demás… si es que puede hablarse de alguna clase de protagonismo en estas memorias. En rigor, lo que ellas movilizan es una multitud de individuos, más sugeridos que verdaderamente caracterizados: la acción y la sucesión de acontecimientos de mayor o menor envergadura -a efectos militares, frecuentemente anecdóticos- es el auténtico motor de la narración. No romantiza Lussu en la representación de la tropa, no incurre en la sobada idealización del pueblo llano transfigurado en masa combatiente, humilde carne de cañón sacrificada en aras de principios y consignas que apenas lo conmueven. Ahí queda atestiguado el pueblo italiano, por cierto, pueblo asaz sufrido, palpitante y vívido en las páginas del libro; pero lo vemos siempre a escala humana, nunca alzado a un pedestal. En su cabal humanidad, son gentes cuyo desempeño fluctúa muy verídicamente entre lo admirable y lo penoso. Es inevitable, por otro lado, que entre uno y otros, la soldadesca y el oficial/futuro memorialista, medie tanta distancia como la que existe en un orden social fuertemente jerarquizado, asimétrico por tradición. Con todo, es en sus subordinados y la tropa en general que Lussu vierte casi toda la simpatía que se permite exteriorizar, reservando el resto a unos pocos oficiales de menor graduación (aquellos a los que puede considerar camaradas). Tratándose de los mandos, por el contrario, en Lussu prevalecen la frialdad, la mordacidad y el escepticismo. Cuando no se comportan como unos pavos reales, esos envanecidos generales y coroneles con sus pecheras relumbrantes de condecoraciones, los tenemos dirigiendo la batalla con perfecta inoperancia, insensibles a los padecimientos de los hombres y ciegos al sinsentido de sus órdenes. El colmo de la ineptitud llega en el capítulo de las corazas para infantería, un implemento de placas y casco metálicos tan aparatoso como inservible, empleado por soldados seleccionados para la más ímproba de las tareas: aproximarse, prácticamente al descubierto, a las posiciones enemigas con el fin de cortar alambradas y sembrar explosivos. Nada, ningún sacrificio puede disuadir al mando de obstinarse en el uso del absurdo equipamiento.

No les importa a los jefes dilapidar innúmeras vidas, está claro. Qué más les puede dar el que unos hombrecillos sin rostro –pues muchedumbres indiferenciadas son para ellos- caigan como moscas, si es lo que siempre han hecho en la historia de la guerra: perecer por cantidades, simples soldados anónimos, si así lo quiere el destino. Ilustrativo es al respecto el episodio en que cierto general, fatuo hasta la repulsión, ordena a un cabo erguirse sobre un parapeto, exponiéndose gratuitamente al fuego enemigo. ¡Ofrecerse a la muerte, solo para que demuestre su valor…! De los labios de estas encumbradas personalidades brotan con desparpajo las altisonantes palabras: patria, gloria, honor, virilidad; benditas ellas, sempiternos señuelos, que les permiten encubrir los peores horrores, cuando no su disposición a desprenderse de todo apego a la ecuanimidad o desdeñar el más elemental humanitarismo: Lussu da fe de esto en más de una oportunidad.

Lussu, es cierto, se aprestó a luchar por convicción, por sentido del deber, por fidelidad a la nación: la suya es, o ha sido, la motivación de un patriota. Admite en el curso de la obra que su postura fue la de aprobar la participación de Italia en la contienda. Pero el ardor patriótico del que pudo hacer gala –algo apagado después de lo que ha visto- equivale al amor primario por el terruño y por aquellos con los que se comparte un sentimiento de comunidad. Al menos durante la guerra, no degenera su combatividad en odio del “otro”, extranjero, ni en un afán de sometimiento de este «otro», enemigo en un conflicto descomunal. (En su biografía consta que, devenido activista político en el período de entreguerras, abogó por el independentismo sardo. Fue también un temprano y resuelto opositor del fascismo.)

No gusta de la guerra ni presume de heroísmo, el autor. El mismo registro cronístico del que se vale evidencia un afán de rehuir una autoexposición desmedida (parece que la tuviera por exhibicionismo del más espantable). La de Un año en el altiplano es narración plasmada con la sobriedad y solvencia del mejor realismo: sin aspavientos ni desmedidas pretensiones, rebosante en cambio de la honestidad y lucidez de la mirada. Mirada de un hombre al que no encandilaban las ampulosas proclamas belicistas ni las promesas de engrandecimiento nacional, cacareadas por todo lo alto en una época que dejaba la conducción de los pueblos en manos de personalidades no ya incompetentes sino absolutamente funestas.

– Emilio Lussu, Un año en el altiplano. Libros del Asteroide, Barcelona, 2010. 243 pp.

     

7 comentarios en “UN AÑO EN EL ALTIPLANO – Emilio Lussu

  1. Vorimir dice:

    Las reseñas de Rodrigo han sido durante mucho tiempo un clásico de Hislibris, escritas con gran sensibilidad e interés (y habilidad literaria), y le han dado a esta web ese toque liberal de falsificación anti-Stalin que tanto nos ha caracterizado. Amigo Rodrigo, ojalá no sea la última y si lees esto espero que vaya todo bien.

  2. Iñigo dice:

    That´s right!!! Te echamos de menos Rodrigo.

  3. Derfel dice:

    Se tiene noticias de él??

    1. Iñigo dice:

      No manda desde hace mucho tiempo reseña alguna.

  4. Antígono el Tuerto dice:

    Gran reseña Rodrigo, un libro sobre el frente italiano de la Primera Guerra Mundial, tan pródigo (como otros en esa misma guerra) en miserias y sacrificios inútiles, mandos ineptos, y pobres desgraciados que comprobaron en sus carnes, los avances de la industrialización…y lo peor de todo, en un país, como era Italia, que, en principio, no tenía porque verse afectado por la contienda.

  5. APV dice:

    Una guerra absurda, en un frente absurdo, el que se produjeran 12 batallas del Isonzo dice mucho de lo que pasaba ahí, gracias a genios como Cardona.

    Sobre este libro hicieron una película, incluyendo la escena de las corazas, que podeís ver en Youtube.

  6. Urogallo dice:

    Menos mal que llegó la redención de Vitorio Venetto¡¡¡¡

    Enorme reseña Don Rodrigo.

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