TROYA – Stephen Fry
“—Ojalá hace años Prometeo no me hubiese convencido de crear la humanidad —dijo—. Sabía que era un error”.
Sigue soplando el viento sobre la ventosa Troya. Si uno afina bien el oído, aún se oye con claridad. Y bajo la Aurora de rosáceos dedos, Aquiles el de los pies ligeros, Odiseo fecundo en ardides y Agamenón pastor de hombres, siguen asediando la bien amurallada Troya, morada de Héctor de tremolante casco y del magnánimo Príamo, semejante a un dios. Siguen entrechocando sus escudos de bronce los aqueos de hermosas grebas contra los de los troyanos domadores de caballos. Y teucros y argivos siguen cayendo con estrépito y resonando sus armas contra el suelo de la llanura troyana, entre el Simois de elevadas orillas y el Escamandro de buen caudal. Mientras desde el Olimpo, Zeus que amontona las nubes, la ojizarca Atenea, el flechador Apolo y Hera de níveos brazos, escancian néctar y amena ambrosía y se deleitan contemplando el destino de Troya, la de anchas calles.
O eso, o que alguien ha escrito un nuevo libro sobre la guerra de Troya. Y más bien va a ser esto…
El culpable es Stephen Fry, el conocido actor (sobre todo) y escritor (algo menos) británico, felizmente casado con el género cómico tanto en una como en otra faceta. Matrimonio no carente de infidelidades, sin duda, pues en el séptimo arte le hemos visto a veces encarnar personajes alejadísimos de lo humorístico, y en el arte de la pluma y la hoja en blanco también es capaz de personificar la seriedad cuando la situación lo requiere. Y vamos a ver: contar la trágica historia del asedio de la sagrada Ilión, durante el que, a tenor de los hexámetros dactílicos de Homero, se vertió tanta sangre y hubo tantas muertes —crueles y hasta con tintes macabros algunas de ellas— como en la mismísima guerra de Troya —bueno, es que ese asedio fue la guerra de Troya—, contar eso, ¿cómo podría no hacerse de un modo serio, solemne y decoroso? Se trata de una pregunta retórica, claro.
Bueno, no tan retórica: ¿que cómo? Pues que se lo pregunten a Stephen Fry porque… eso es lo que ha hecho. Fiel al estilo que ya vimos en sus anteriores obras Mythos (reseñada en esta casa hace un par de bienios) y Héroes, Fry nos presenta en Troya el relato desenfadado (sí, esta palabra se ajusta bien a la idea) de cómo Helena fue seducida por Paris y lo que pasó después (este sería el argumento de la guerra de Troya, en pocas palabras). Era lo que le faltaba al británico, dicho esto sin ningún sentido peyorativo: en Mythos abordó el inagotable, inabarcable y a menudo indescifrable universo de los dioses inmortales griegos, y en Héroes hizo lo propio con los heroicos y quejosos semidioses; de modo que el paso lógico —si es que hay lógica en esto de la mitología y en eso otro de escribir lo que a uno le apetece— era atreverse a continuación con la más conocida, llamativa, trágica e influyente saga mítica que en el mundo hubo: la saga troyana. Pero para hablar con un poco más de propiedad, cambiemos la denostada palabra “saga” por otra más clásica: ciclo, el ciclo troyano. No, no es un virus en bicicleta.
La sonrisa, a veces incluso la carcajada, está garantizada en Troya. El tono cómico no abandona en ningún momento la obra, la diversión es continua y el jolgorio no cesa. Pero entonces ¿es que el autor se toma a broma la guerra de Troya? ¿Qué es esto, una chanza, un pitorreo, un choteo a Homero? ¿Habrá que acordarse de La vida privada de Helena de Troya de John Erskine, o El caballo de Troya de Christopher Morley (por buscar ejemplos que tienen casi un siglo de vida)? Pues aquí es donde viene el alzar las cejas y el hacer la ómicron con los labios, porque la respuesta es: no, ni mucho menos. Dejando a un lado, como es obvio, los libros escritos por especialistas, helenistas, filólogos e historiadores varios, que están en otro mundo y juegan otra liga (al igual seguramente que sus lectores), Troya es una obra absolutamente respetuosa, correcta, muy completa y ajustada al ciclo troyano. No hay anacronismos, como así ha de ser, y eso que el humor en principio da licencia para colarlos; no hay disparates, bastantes contiene ya en sí mismo el universo mitológico de los griegos; hay orden y concierto en lo que se dice, hay aclaraciones cuando conviene, hay exposición de versiones alternativas cuando estas son atractivas, hay… ¡hay notas a pie de página interesantísimas!, que no consisten en referencias bibliográficas —salvo, todo sea dicho, cuando Fry se retroalimenta y cita sus obras anteriores—, sino que explican, ilustran, extienden y aclaran el texto, y por supuesto están escritas en el mismo tono que este. ¿Qué más se puede pedir?
Tanto es así, que varias veces repite el autor que si el lector se pierde con tanto nombre y tanta historia, no pasa nada. Que no hace falta recordar todos los nombres que aparecen, que al final no hay examen de fin de curso; él ya comprende que la mitología griega en general, y la que atañe a Troya en particular, se ramifica como las cabezas de la Hidra de Lerna y se enreda como el laberinto del Minotauro. Y las historias, nombres y lugares son muchos, muchísimos. Pero en este libro eso es lo de menos. Lo importante aquí no es llegar a puerto con la historia de la guerra de Troya aprendida, sino el viaje en sí. Pongámonos poéticos y recordemos a Kavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Itaca… / …pide que el camino sea largo”. Lo que cuenta es la aventura, el pasar un buen rato. Y si algo queda, pues eso que te llevas. Y vaya si queda. Pero no nos equivoquemos: Fry no agota lo inagotable, no cuenta todo lo contable; eso sería poco menos que imposible. Ni falta que hace. Así a bote pronto, no menciona por ejemplo —y eso que ahí tenía un filón— las crueles circunstancias en que se produjo el matrimonio entre Agamenón y Clitemnestra (a quien le pique la curiosidad, que indague), asunto el cual despacha el autor con un simple “¡Cásate con Clitemnestra! ¿Qué podría salir mal?” en boca de Odiseo. Menudo lince, ese Odiseo.
Fry no empieza su Troya como la Ilíada, no se conforma con el conflicto que dio origen a la homérica cólera de Aquiles y a sus funestas consecuencias, sino que echa la vista y la pluma atrás y cuenta los antecedentes de la guerra, de dónde salieron esos tipos llamados aqueos, quién era Helena, quién Paris, por qué había troyanos en Troya, qué pintaban por allí Eneas, Casandra, Quirón, Odiseo y los dioses en toda esta historia… Y luego sigue con el ciclo troyano un poco más, y remata la faena de la que el ciego de Quíos solo nos contó una cincuentena de días. O sea, que el fin de Troya llega con el fin de Troya. Como tiene que ser. El británico intercala la narración omnisciente (¿es ajustado este adjetivo en un asunto tan vasto como los mitos griegos?) con los diálogos, abundantes y chistosos a cuál más. En toda historia es más fácil hacer gracioso a un personaje que al narrador, probablemente; y Fry es generoso y reparte el humor como Descartes repartió el sentido común: a todos los seres humanos por igual. Una buena parte del libro, la dedicada a remedar a Homero y sus versos, es prácticamente una novela. Se nota que en este viaje Fry se ha gustado a sí mismo (como le pasaba al bueno de Narciso, sí) y ha disfrutado tanto como Aquiles degollando pescuezos troyanos.
Merece la pena destacar la labor del traductor Rubén Martín Giráldez. No ha debido de ser fácil volcar a otro idioma el tono de comicidad en el que sin duda está escrito el original, en cuanto a palabras, expresiones, situaciones… Creo que la versión en castellano ha sabido captar muy bien ese tono. El resultado es, pues, un libro que se disfruta, estupendo como pocos para conocer los mitos griegos y para acercar a los lectores reticentes a la historia del rapto de Helena y el caballo de Troya. Lástima que Fry no se haya atrevido a contar el regreso de los aqueos a sus hogares. Aunque quién sabe, quizá esté ya en ello. No sería mala idea.
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Stephen Fry, Troya (traducción de Rubén Martín Giráldez). Barcelona, Anagrama, 2023, 371 páginas.
Delicioso libro, como los anteriores de esta serie de Stephen Fry (el siguiente es sobre la Odisea, saldrá en septiembre en UK). Lo bueno es que recoge prácticamente todo el canon troyano, hasta la caída de la ciudad, y lo hace con ese buen pulso narrativo del que ya hizo gala anteriormente. Bravo por la reseña.
Sí, es un muy buen libro introductorio (y va un par de pasos más allá), además de una lectura entretenida y divertida.
Por cierto, al parecer el próximo cuarto tomo, sobre la Odisea, será el último que saque Fry sobre este ámbito de mitos y relatos griegos.
Me parece lógico. Ha tocado temas genéricos y conocidos, y ahora ya habría tenido que ajustar objetivos y ceñirse a cosas más concretas. Mejor cambiar de tercio o dejar de terciar.
Lo había tenido en mis manos pero no me decidía. Con esta reseña va directo a la lista de lecturas en la piscina. Por el tono de humor que parece destilar, creo que es perfecto como lectura ligera (pero interesante) para el verano.
No te arrepentirás, Rodrigaz.
¿Cuándo saldrá el último libro en español?
Tardará, acaba de salir en inglés y puede que llegue en otoño de 2025.